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Los puentes de Königsberg es la séptima novela del escritor mexicano David Toscana.

Argumento[editar]

En esta novela, Toscana reescribe fragmentos de la historia de la ciudad Königsberg, Prusia (actualmente Kaliningrado) de la representación, es decir, una serie de personajes en Monterrey juegan a ser prusianos, por lo que reinventan y reviven los acontecimientos históricos más significativos de aquel sitio al otro lado del Atlántico. Al mismo tiempo, un conjunto de personajes también escenifica una tragedia local: la desaparición de unas niñas regiomontanas en la presa de la Boca.

Origen de la novela[editar]

David Toscana contó en la entrevista... que se le ocurrió enlazar a estas ciudades porque comparten el gentilicio: "

La crítica[editar]

Geney Beltrán [1]

Élmer Mendoza [2]

parte de la representación teatral para reescribir la historia. De tal manera que el teatro juega un papel central tanto a nivel temático como en la construcción alegórica del relato.

trata sobre se erige sobre los basamentos de lo que fue antiguamente territorio prusiano, cuyas calles y esplendor quedaron bajo los escombros que ocasionó el bombardeo cuando los Aliados tomaron la ciudad en 1945.

La construcción del espacio en el teatro no está limitada únicamente al escenario (espacio escénico) ni al espacio extensivo del escenario, también hay un espacio de la ficción (espacio dramático) que rebasa la representación y que generalmente es evocado por los personajes. En la narrativa, según Luz Aurora Pimentel, hay “diversos modos discursivos de significar el espacio”[1] que crean la ilusión de realidad, aunque siempre están ligados al tiempo del relato. Esto sucede en Los puentes de Könisberg, donde el narrador recrea de manera paralela dos ciudades: Monterrey y Könisberg. La descripción de la primera recuerda al inicio de una obra teatral: “Las sirenas suenan por las calles de Monterrey y poco a poco las luces se van encendiendo en las casas. El alumbrado público va tomando intensidad”.[2] La ambientación de Könisberg es un tanto más austera, pero de igual forma significativa: “Todo sigue ahí: la catedral, el casino, el palacio municipal, el hotel Bermuda. Y me parece distinguir al polaco en el quiosco, dormido”.[3] El lector se convierte en un espectador que reconoce en ese espacio a uno de los personajes al mismo tiempo que lo hace el narrador.

Así como en el teatro narrativo que propone Brecht los actores relatan partes de la historia; en la narrativa teatral, los personajes actúan parte del relato y el narrador da cuenta de esas actuaciones, como sucede en Los puentes de Königsberg. También hay que decir que uno de los temas recurrentes de David Toscana es la guerra. Estación Tula, El ejército iluminado, Los puentes de Königsberg y La ciudad que el diablo se llevó tienen como fondo la representación de la devastación y muerte que producen los conflictos armados. En Los puentes…, el hilo narrativo que se entreteje cuenta la historia de la capital prusiana por medio de escenas bélicas en donde los personajes se encuentran con la destrucción interna que deja todo conflicto armado. Toda la trama podría resumirse en la frase: “La guerra no deja vivo ni a los supervivientes” (PK, p. 216). La representación de la muerte en Los puentes… constituye uno de los nudos dramáticos de la historia, ya que no sólo se narra el fin de uno de sus protagonistas, también se relata la muerte de otras mujeres que conforman la historia de Königsberg y Monterrey. Estos pasajes suelen contarse desde una perspectiva teatral, ya sea a nivel temático o por la gestualidad y vestuario que los personajes utilizan en el momento de su deceso. La muerte de Floro se anuncia a partir del uso de un lenguaje teatral cuando se reúne con el director de la fallida obra en la que participaba: “El libreto aclara que los dos habremos de morir” (PK, p. 84), sentencia el último, pero es una máxima universal que marca la finitud de la existencia humana. Esta predicción de muerte contrasta con aquella en cual se vaticina la muerte del polaco: “¿Quién será el primero de nosotros en morir?, preguntó Floro, y Blasco de inmediato volteó a ver al polaco. Floro también lo miró y ambos rieron” (PK, p. 176). En esta breve escena, hay uso de diálogos y gestualidad a la manera teatral. Sin embargo, lo que verdaderamente marca el carácter dramático de la escena es la incorporación de un público personificado por Blasco: “Damas y caballeros, hagan sus apuestas. / El polaco, por supuesto. / Él ha de morir. / Milagro que no lo haya hecho en el cuadrilátero. / Todos de acuerdo” (PK, p. 176). De pronto esta inocua escena se transforma en un circo romano en donde incluso los asistentes pueden participar con dinero o con su asentimiento.

Referencias[editar]

  1. Beltrán, Geney (30 de noviembre de 2009). «Los puentes de Königsberg, de David Toscana». 
  2. Mendoza, Élmer (11 de noviembre de 2009). «David Toscana».