Pelagio Luna

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Pelagio Luna


12º vicepresidente de la Nación Argentina
12 de octubre de 1916-25 de junio de 1919
Predecesor Victorino de la Plaza
Sucesor Elpidio González

Información personal
Nacimiento 6 de enero de 1867 Ver y modificar los datos en Wikidata
La Rioja (Argentina) Ver y modificar los datos en Wikidata
Fallecimiento 25 de junio de 1919 Ver y modificar los datos en Wikidata (52 años)
Buenos Aires (Argentina) Ver y modificar los datos en Wikidata
Nacionalidad Argentina
Familia
Cónyuge Neófita Bazán Correa Augier
Información profesional
Ocupación Abogado
Partido político Unión Cívica Radical

Pelagio Baltasar Luna (6 de enero de 1867 - 25 de junio de 1919) fue un político argentino perteneciente a la Unión Cívica Radical que llegó a ser Vicepresidente de la Nación.

Hijo del fundador de la Unión Cívica Radical en Provincia de La Rioja formó parte de la Convención Nacional de noviembre de 1892.[1]

En las elecciones presidenciales de Argentina de 1916, primeras efectuadas tras la reforma electoral de Roque Sáenz Peña (Ley Sáenz Peña) fue elegido vicepresidente de la Nación acompañando a Hipólito Yrigoyen con 372.810 votos, superando a las fórmulas del Partido Conservador (Ángel Rojas - Juan Eugenio Serú, 154.549 votos), del Partido Demócrata Progresista (Lisandro de la Torre - Alejandro Carbó, 140.443 votos) y del Partido Socialista (Juan B. Justo-Nicolás Repetto, 56.107 votos).

Biografía

Pelagio Baltasar Luna nació en La Rioja, el 6 de enero de 1867. Sus primeros estudios los efectuó en la "Escuela de la Patria", y luego en el Colegio Nacional de esa ciudad, pasando después a Buenos Aires, donde se recibió de Doctor en Jurisprudencia el 24 de Mayo de 1889, siendo compañero de curso de Lisandro de la Torre, Fernando Saguier, Felipe Arana y Emilio Gouchón.

Embanderado desde el meeting del Jardín Florida en la Unión Cívica, actuó bizarramente en la Revolución del Parque, formando parte del Comité Nacional en representación de su provincia. Al dividirse el Partido, se adhirió a la Unión Cívica Radical.

A pesar de sus condiciones intelectuales y personales, que le auguraban un brillante porvenir en la capital de la República, prefirió regresar al Retiro 202, callado de su provincia, en donde ejerció su profesión durante más de veinte años, ganándose el respeto y la admiración de todos por su incorruptible honestidad. Por su estudio, que en breve fue el más calificado de la provincia, pasaron asuntos de gran interés, interviniendo en causas de marcada magnitud, que le dieron gran renombre como hábil y pundonoroso abogado. En la magistratura fue Juez de primera Instancia en lo Civil Comercial y Criminal, Procurador Fiscal y Ministro del Superior Tribunal de Justicia. Colaboró además en la redacción del Código de Procedimientos de La Rioja y fue miembro de la Convención que en 1909 reformó la Constitución de La Rioja. Asimismo fue Presidente de la Comisión de límites entre su provincia, y las de San Juan y San Luis. Como periodista, fundó y dirigió durante 18 años, "El Independiente", colaborando además en "La Prensa" y "El Argentino" de Buenos Aires.

Sus actividades políticas en esta ciudad se continuaron en su provincia, organizando allí la Unión Cívica Radical, y siendo presidente de su Junta de Gobierno. Fue dos veces elegido diputado provincial, siendo rechazado su diploma por la Legislatura, debido a su condición de opositor. En 1912 fue candidato a diputado nacional, y al año siguiente candidato a Gobernador, siendo en las dos ocasiones vencido por el fraude, lo que lo obligó a lanzarse a la revolución contra las autoridades de la Provincia, siendo frustrada por la delación y encarcelado el Luna durante un tiempo.

Archivo:Pelagio luna.jpg
Radicales presos: Pelagio B Luna teniendo a su derecha a Carlos M. Quiroga y a su izquierda a Abel Sotomayor Bazán (detrás José Paez y Fortunato Guzmán Rodríguez) se inmortalizan una vez más en el patio de la prisión. Año 1913.

Dos años después, su nombre era aclamado en la histórica convención del teatro Victoria como candidato —junto con Hipólito Yrigoyen— a la Vicepresidencia de la Nación: presentó su renuncia a ésta candidatura por solidaridad de principios con su compañero de fórmula: pero habiendo sido rechazadas las dos por sus correligionarios, hubo de aceptar el cargo, siendo en consecuencia elegido para ocupar la segunda magistratura del país en los comicios del 3 de abril de 1916. Según dice La Nación: "Llegó a la elevada posición sin deslumbrar a nadie, desde luego, pero sobre todo sin deslumbrarse a sí mismo, y la ocupó con deferencia para los que encontraba a su paso y en su torno, con dignidad para defenderse y para honrar su propio destino".[2]​ Una enfermedad crónica, reagravada súbitamente por el clima de Buenos Aires, puso fin a su vida el 25 de junio de 1919, a los tres años de su elección y con 52 de edad.

"De su corta actuación, tranquila y digna, en la vida política de la Nación, el Doctor Luna sacó prestigios generalizados; no deja el recuerdo de ningún agravio y puede decirse que, respetuoso y atento al ajeno derecho, supo ser respetable y respetado".

“La Constitución Nacional rectamente interpretada y sinceramente aplicada, es el mejor programa que debe anhelar en la actualidad, ya se lo considere del punto de vista de su practicabilidad como del amplio margen que deja a los arbitrios y adaptaciones que determinen las transformaciones que necesariamente ha de operar en el mundo la conflagración europea.”

(Fragmento del discurso del Dr. Pelagio B. Luna pronunciado en la Ciudad de Rosario en la campaña electoral de 1916).

Entonces la Convención y la concurrencia se pusieron de pie y aclamaron el nombre de Yrigoyen durante largo tiempo. Dentro y fuera del teatro se cantaba el Himno Nacional." (...) 140 votos obtuvo Yrigoyen, 2 Leopoldo Melo y uno cada uno José Camilo Crotto, Marcelo T. de Alvear y Vicente Gallo. En otra elección similar, pero más disputada, fue elegido para acompañar a Yrigoyen el Dr. Pelagio Luna, quien recibió 81 votos, 59 Vicente Gallo, 4 Joaquín Castellanos y 1 Leopoldo Melo. Yrigoyen se consideraba imbuido de una actitud “apostólica” de la política, o sea predicar con su austera conducta y difundir las prácticas cívicas (principalmente electorales) más puras y modélicas. Creía que debía cumplir la reparación histórica de la Nación para restaurarla en la plenitud de sus fueros. En la plataforma electoral de 1916 afirmaba que su gobierno se realizaría dentro de las finalidades superiores de la Constitución rectamente aplicada en su espíritu y en su texto (Andino, 2001).

La vicepresidencia: 1916 - 1919

“Tuvo por principal empeño el bien de su patria, a cuyo respeto y engrandecimiento contribuyó con el brillo de su inteligencia y ejemplo de su vida, consagrada en el cumplimiento de los deberes ciudadanos.” (José Modesto Giuffra, Interventor Federal de Corrientes, 25/06/1919

Las elecciones de 1916 se celebraron el 2 de abril, siendo las primeras que se realizaban observando la Ley Sáenz Peña. Al entonces presidente Victorino de la Plaza le cupo la alta responsabilidad de aplicar rigurosamente la legislación electoral de 1912 de voto secreto, obligatorio y universal masculino, con padrones depurados y reconocer los resultados adversos al ideario conservador. El triunfo correspondió a la Unión Cívica Radical, con el 45,9% de los sufragios, habiendo votado el 63% de los empadronados; lo cual fue conocido el 13 de abril cuando concluyeron los escrutinios de todas las provincias y la Capital Federal. Finalmente, el 12 de junio Yrigoyen y Luna fueron consagrados como presidente y vicepresidente, respectivamente, por el Colegio Electoral. Las votaciones del Colegio electoral fueron las siguientes:

PARA PRESIDENTE Hipólito Yrigoyen 152 Ángel Rojas 104 Lisandro de la Torre 20 Juan B. Justo 14 Alejandro Carbó 8 PARA VICEPRESIDENTE Pelagio Luna 152 Juan E. Serú 103 Alejandro Carbó 20 Nicolás Repetto 14 Carlos Ibarguren 8 Julio Argentino Roca (h) 1

El 20 de julio el Congreso Nacional proclamó la fórmula Hipólito Yrigoyen-Pelagio B. Luna para el período constitucional 1916-1922. Al concluir el procedimiento de rigor, el diputado radical Lauro Lagos pidió que la Asamblea se pusiera de pie. El titular de la Cámara de Diputados Mariano Demaría se negó, al igual que a rendir homenaje a los electos, provocándose un tumulto considerable, donde todos los legisladores hablaban a la vez, la campanilla llamaba al orden y la barra fue desalojada por orden de la presidencia del Senado. El 12 de octubre de 1916, Luna al asumir el cargo de vicepresidente se dirigió al Congreso de la Nación en su carruaje particular y sin comitiva alguna. Mientras tanto, Yrigoyen, lo hizo en medio de un verdadero delirio, a extremo tal que se soltaron los caballos del carruaje presidencial para que el nuevo mandatario pudiese ser llevado por los brazos de sus simpatizantes (Romano, 1966). Luna designó como secretario privado al Dr. Fortunato Guzmán Rodríguez y el presidente Yrigoyen lo convocaba a participar a los acuerdos del gabinete de ministros. Los residentes riojanos en Buenos Aires le tributaron una demostración de aprecio y reconocimiento, por ser el primer comprovinciano que llegaba a tan altas responsabilidades en la República. Durante su gestión como presidente del Senado se estableció la estructura orgánica de la Biblioteca del Congreso Nacional de la que fue su primer presidente de la Comisión Administradora, entre los años 1917 y 1918. En las sesiones finales de 1916 y primeras de 1917 se suscitó en el Senado de la Nación un conflicto entre el entonces flamante vicepresidente de la Nación y presidente nato del Senado, Dr. Pelagio B. Luna y el presidente provisional del cuerpo el senador por Mendoza Benito Villanueva, como consecuencia de una cuestión administrativa que aunque parecía intrascendente tuvo una gran repercusión política. Sucedió que el primer decreto que firmó Luna como presidente nato del Senado, el 20 de octubre de 1916, fue dejando sin efecto tres designaciones de personal jerárquico del Senado que con fecha 5, 6 y 9 del mismo mes de octubre había suscripto el presidente provisional Villanueva. El argumento utilizado para revocar las designaciones fue que a la fecha en que se habían efectuado, no se encontraban todavía vacantes los cargos en cuestión. En la primera sesión efectuada después de los hechos referidos, el senador Villanueva cuestionó la actitud del Dr. Luna, sosteniendo que había obrado dentro de sus facultades como presidente provisional y que los cargos habían estado efectivamente vacantes al tiempo de realizar las designaciones, razón por la cual pedía un pronunciamiento de la Cámara sobre la cuestión planteada. El Dr. Luna hizo una firme defensa de su posición, agregando a sus argumentos anteriores que cuando el senador Villanueva suscribió los decretos de designación ya había dejado de ser presidente provisional por haber fenecido el periodo de sesiones ordinarias. No obstante esa defensa, la Cámara de Senadores, uno de cuyos integrantes era Joaquín V. González, hizo causa común con Villanueva y resolvió designar una comisión especial de tres miembros para estudiar y dictaminar sobre el conflicto. El dictamen de la comisión especial dio la razón a Villanueva al sostener que éste había obrado dentro de sus atribuciones como presidente provisional del Senado al efectuar las designaciones posteriormente anuladas por el Dr. Pelagio B. Luna. Y si bien se pronunció por mantener las cosas como estaban, es decir sin anular lo actuado por el vicepresidente, resolvió proponer que en el futuro los nombramientos y remociones de los empleados de la Cámara tenían que ser resueltos por la mesa de la integrada por el presidente y vicepresidente provisorios, lo cual significaba un evidente recorte a las facultades del Dr. Luna en su carácter de titular nato del Senado. Al tratarse el dictamen en el recinto el vicepresidente de la Nación se excusó de presidir la sesión, pero antes de retirarse pronunció un breve discurso dando a entender que detrás de este conflicto había intereses políticos vinculados a cuestiones locales, en obvia alusión a su comprovinciano el Dr. González quien presidía la Comisión de Negocios Constitucionales y tenía gran influencia en el Senado. Así el Dr. Luna consideró necesario llamar la atención de la Cámara...”porque encierra a través de una cuestión, al parecer nimia, y con un olorcillo de aldea, cuestiones fundamentales que se rozan con las facultades que tiene el vicepresidente de la República en ejercicio de sus facultades constitucionales de presidente del Honorable Senado..”. La frase es indicativa, con cierta sutileza, de la referencia a una situación política local. La Cámara resolvió posteriormente remitir los antecedentes del caso a la Comisión de Negocios Constitucionales para un nuevo estudio, lo que originó un enjundioso informe salido de la inconfundible pluma de su presidente, el Dr. Joaquín V. González, en el cual se hizo un profundo análisis de las atribuciones de la Cámara y de sus autoridades, llegando a la conclusión de que el presidente provisional Villanueva había ejercido sus legítimas atribuciones al efectuar los nombramientos cuestionados, desautorizando de ese modo lo actuado por Pelagio B. Luna como presidente del Senado al anular dichos nombramientos. En ese meduloso informe Joaquín. V. González explicó que las funciones que ejerce el vicepresidente de la Nación en su carácter de presidente del Senado no están establecidas en la Constitución, como argumentaba Pelagio B. Luna, sino que son las que le confiere el Reglamento dictado por la Cámara de Senadores, del mismo modo que se las otorga al presidente provisional cuando le corresponde reemplazar a aquel, con igual autoridad dentro de la Cámara. Por esa razón González consideró que no eran fundadas las expresiones del Luna cuando sostuvo: “creo y espero que el Honorable Senado, al tratar este asunto, no ha de llegar a herir la dignidad de la Nación, ni la alta representación que invisto, que no viene de la Honorable Cámara, sino de la Constitución y del voto del pueblo argentino”. Pero el informe de González no se limitó a defender las atribuciones de la Cámara y descalificar, aunque con mucha altura y respeto, la posición asumida por el Dr. Pelagio B. Luna, sino que la puso en el contexto de una serie de pronunciamientos contra el Senado motivados por los hechos en cuestión y por la “pasión ambiente” que implicaban un trato desconsiderado e impropio…“de los respetos que él merece, tanto por su institución, como por el valor individual y colectivo de sus miembros…” Lo relatado nos permite advertir cómo, un “simple episodio de administración interna”, según lo calificara González al final de su informe, puso de manifiesto un enfrentamiento político entre dos ilustres comprovincianos, en el ámbito de la más alta institución representativa del federalismo como es el Senado de la Nación (vid. González, 1919). Luego de las intervenciones federales “reparadoras” dictadas en 1917 por Yrigoyen a Buenos Aires, Corrientes, Mendoza, Jujuy y Tucumán; en 1918 a Salta, La Rioja y Catamarca; en 1919 a San Luis, Santiago del Estero y San Juan, luego de las cuales se llamó por medio de interventores a elecciones libres y los gobiernos locales fueron entregados a sus legítimos triunfadores. Estas actitudes “personalistas” del presidente, disgustaron a muchos de los integrantes de su partido: legisladores, intelectuales, doctrinarios. Se fueron delineando de tal modo dentro del Partido Radical dos corrientes, ambas basadas, en teoría, en los cuatro puntos del programa de Alem de 1891. Una, corporizada por Yrigoyen, que entendía al radicalismo como advenimiento del pueblo a la escena política y recuperación de la conciencia nacional perdida, de la cual él se consideraba sino el único, por lo menos el mejor intérprete (“radicalismo-sentimiento” o “personalismo”, esto último según sus detractores). La otra, que se encarnará en Alvear y los “doctores” de la U.C.R., que privilegiaba en las formas a la actividad política, la claridad administrativa y la impersonalidad en la acción de gobierno (“radicalismo doctrinario”, antipersonalista” o “contubernista” según los seguidores de Yrigoyen). Los antipersonalistas no percibían el pueblo real tras las formas doctrinarias y normativas abstractas. Con Yrigoyen se alinearon unos pocos dirigentes (los “incondicionales o genuflexos”): Pueyrredón, Délfor del Valle, los Oyhanarte, Caballero, Cantilo, Elpidio González y alguno más. La inmensa mayoría fue “antipersonalista o contubernista”: Crotto, Lencinas, Laurencena, Saguier, Gallo, los Melo, Becú, Castellanos, Barroetaveña. Algunos autores intentan demostrar que Luna había virado al final de su existencia hacia el antipersonalismo, molesto por las actitudes del presidente, especialmente con las intervenciones federales a las provincias. Sin embargo, no hay elementos de convicción que permitan sostener siquiera a título de incertidumbre que esa lealtad indiscutible, esa condición de adicto leal a Yrigoyen hubiera estado herida o hubiese trocado en crítica disimulada (La Época, 25/6/1919; La Lucha, 29/6/1919; Decreto de Honores, 25/6/1919). Con certeza podemos poner de resalto que Luna, en su calidad de vicepresidente de la Nación, nunca se complicó en maniobras de caudillaje, aislándose de las esferas personalistas, aunque abroquelándose en sus principios y en su lealtad (La Voz del Interior, junio 1919). El radicalismo estaba diferenciado en dos grupos, los “yrigoyenistas netos” o rojos, entre los que se hallaba Pelagio Luna y los “radicales blandos”, “galeritas” o “azules” acaudillados por Vicente Gallo


Familia

Pelagio Luna contrajo matrimonio en La Rioja, en 1904, con Neófita Bazán Correa Augier, distinguida dama que pertenecía a las más antiguas casas del interior del país: era prima segunda de su esposo, por cuanto era hija de Pedro Bazán Herrera (hermano del Abel Bazán, e hijo de Pedro Bazán asesinado en Miraflores, y de María Herrera Brizuela), siendo su madre Rosalía Correa Augier, de origen catamarqueño (hija de Ramón Correa Bulacia Gobernador de Caramarca- y de Neófita Augier Correa). Neófita Bazán Correa Augier era sobrina del Dr. Mardoqueo Molina, distinguido hombre público oriundo de Córdoba que llegó a presidir los tres poderes de su provincia. También era sobrina de Guillermo Correa, Gobernador por dos veces de Catamarca. Del casamiento entre Luna y Neófita Bazán Correa, hubo una única hija, María del Carmen Rosalia Neofita Luna Bazán, casada en Buenos Aires con el Escribano José Antonio Fourcade, con sucesión. El fallecido historiador Félix Luna era su sobrino. Hoy en día viven en Buenos Aires, sus últimos descendientes directos, su dos nietos, el abogado Jose Luis Tomás Fourcade Luna (80 años de edad) casado en primeras nupcias con Maria Marta Bosch Agote, y su otra nieta la Silvia Fourcade Luna casada en primeras nupcias con el difunto ingeniero Horacio Sackmann Sala. Ambos descendientes, tienen sus hijos. Por el lado del doctor Jose Luis Tomás Fourcade Luna: Maria Jose Fourcade, Lucia Fourcade, y el hijo mejor y abogado también Matías Fourcade. Por el lado de Silvia Fourcade: Horacio Sackmann sala (hijo), Paula Sackman Sala, y Alejandra Sackman Sala.


Fallecimiento

Falleció en 1919. Durante su gestión como presidente del Senado se creó la Biblioteca del Congreso Nacional de la que fue su primer presidente. [3]​ primer vicepresidente radical fallecido el 25 de junio de 1919 en el ejercicio de su cargo y velado en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno, se rescata su austera modestia y su figura moral (Goyeneche, 1919), que en el desempeño de la segunda magistratura puso en notoria evidencia todos sus valores (Ferrari, 1919). La recta fue la norma invariable de su conducta pública y privada, reafirmando con el alto concepto de magistrado integérrimo sus condiciones de ciudadano probo e impoluto. Fue un ejemplo de virtudes ciudadanas (Pueyrredón, 1920:81; La Época, 25/06/1919) “acrisoladas” (La Razón, 25/06/1919); espíritu ecuánime (Villanueva, 1920:82). Perteneció a las filas de la Unión Cívica Radical, sin ningún desfallecimiento en las épocas difíciles o en los contrastes, revelando una unidad de conducta, una consecuencia y una lealtad que fueron reconocidas por sus amigos y respetadas por sus adversarios. Poseía esas virtudes, esas abnegaciones, esas energías que han sido el cimiento de nuestra nacionalidad y que han contribuido a organizar, construir y consolidar instituciones (Idem). Ante su tumba, el Nuncio Apostólico monseñor Vasallo de Torregrossa destacó su honradez e hidalguía en una vida que se vio desenvuelta sin transacciones que manchan ni debilidades que deshonran. El deber y la conciencia han sido en todo momento la norma constante e inmutable de todos sus actos. “Nadie ha podido poner en duda la rectitud de sus miras y la altura de su conciencia, que no ha sacrificado jamás ante ninguna conveniencia personal. Hombre de carácter y convicciones profundas, no ha conocido las claudicaciones que envilecen, ni las cobardías que descalifican” (Vasallo de Torregrossa, 1920:85-86). Pelagio Luna poseía un espíritu sereno y previsor, ajeno a intereses accidentales; permanentemente imbuido de un real sentimiento patriótico, todo ello realzado por una palabra suave y persuasiva que alejaba toda idea de malevolencia (Puig Lómez, 1920:89). Luchó sin vacilaciones por el triunfo definitivo de la libertad y la justicia (Gómez, 1920:91); “para reconquistar con fe conciente el libre ejercicio de los derechos de sus conciudadanos, el imperio de la Constitución y de las leyes, el resurgimiento de la gran Nación Argentina” (De la Vega, 1920:115). “Fue vicepresidente de la República y no de una colectividad determinada” (La Nación, 26/6/1919), caracterizado por su don de gentes, flexibilidad de buen político. No dejó recuerdo de ningún agravio. Para resolver los problemas del país, lo hizo pensando en los valores intelectuales y científicos, sin cuidarse de la opinión de los comités, ni de las propias simpatías cívicas. Los enemigos del partido radical no olvidaron los respetos que valían la integridad y prestigios de Luna (La Prensa, 26/6/1919).


Una faceta desconocida: Luna católico practicante

"De rodillas para orar, pero de pie para luchar"

En el diario de sesiones del 12/10/1916 consta que juró por Dios y la Patria sobre los Santos Evangelios. En su deceso fue despedido por el Nuncio Apostólico, como representante de todo el cuerpo diplomático acreditado ante el gobierno nacional. El diario "Los Principios" de Córdoba (junio 1919) en su juicio necrológico dice que Luna "era bueno y creyente, modesto y sincero, afectuoso y servicial". Se acercaba a los gobernadores del régimen para "interceder en favor de algún cura de campaña que siempre encontraron un gestor eficiente para consolar sus tribulaciones, en el "doctor Pelagio" (Los Principios, 1919), o como los hombres mas humildes del pueblo lo llamaban con respeto y admiración: “don Pelagio”. Luna era un católico práctico y ferviente y en ningún momento tuvo a menos confesar su fe. Pocos meses antes de su elección como vicepresidente hizo realizar en su casa de La Rioja, la entronización del Sagrado Corazón de Jesús, actuando como ministro oficiante el obispo auxiliar de Córdoba, monseñor Dávila. Después de jurar el cargo, concurrió a una gran solemnidad religiosa de los ex-alumnos del Salvador. Acostumbraba a llevar el palio en las procesiones del Santísimo Sacramento. Ello provocaba el asombro respetuoso de los porteños, en una época de "indiferentismo... y hostilidad religiosa" (Los Principios, 1919). Asimismo, el doctor Luna fue asesor jurídico ad honores del Círculo Católico de Obreros, fundado por el sacerdote Vera Vallejo y luego se convirtió en vicepresidente primero de la Comisión Directiva de dicha corporación. Era de uno de sus afiliados más asiduos y constantes. En su despedida el diputado nacional Arturo Isnardi (1920:94) exaltó al vicepresidente muerto expresando: “Era un creyente fervoroso y sincero; su apostolado cristiano era tan sagrado como su evangelio democrático; no admitía el suaviter in modo, fortiter inrino como fórmula logrera de acomodamientos adventicios, sino como una orientación moral de sinceridad afectuosa y tolerante dentro de los límites irreductiblemente señalados”.

Su leal amigo, el presbítero Carlos Vera Vallejo (1920:105-106), en su oración fúnebre señalaba al respecto: “…la fe de sus mayores, era también su fe… La Iglesia Católica que él respetó y amó con las más íntimas afecciones de su alma acompaña con el simbolismo de su liturgia en este homenaje…Descansa en paz, noble creyente, ciudadano ilustre y que la Cruz que desde hoy extienda amorosa los brazos sobre tu tumba, sea símbolo de la paz que goces en el abrazo de Cristo, a quien confesaste y amaste como noble caballero en la tierra.”

Finalmente, el presbítero José Pío Cabral (1920:141-142), Cura Rector de la Iglesia Matriz, en el solemne funeral predicaba: “Católico ferviente, el doctor Pelagio B. Luna hacía alarde de sus profundas convicciones en todas partes y hoy vemos con satisfacción que respetando sus creencias, sus despojos mortales reposan en estos momentos en este santo recinto donde habita la plenitud de la divinidad, para rendirle el mejor homenaje bajo las bóvedas del templo, testigo del cumplimiento de sus deberes de cristiano.”


Véase también

Bibliografía

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Hemerografía

Revista Todo es Historia (1976) número 104 El Diario (Paraná) junio de 1985. Diarios y periódicos de la época: El Independiente (La Rioja) La Época La Lucha (Lobos) La Montaña La Nación La Prensa La Razón Las Noticias La Unión La Voz del Interior (Córdoba) Los Principios (Córdoba) Diario de Sesiones del H. Senado de la Nación Diario de Sesiones de la H. Cámara de Diputados de la Nación Diario de Sesiones de la H. Cámara de Senadores de la Provincia de Santa Fe Diario de Sesiones de la H. Cámara de Diputados de la Provincia de Entre Ríos

Referencias