Historia de Liechtenstein

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El Principado de Liechtenstein ha tenido una larga historia. Las fronteras de Liechtenstein han permanecido inalteradas desde 1434, cuando el Rin estableció el límite entre el Sacro Imperio Romano Germánico y los cantones suizos.

El moderno territorio conocido como Liechtenstein fue antes una parte (aunque diminuta) de la provincia de Recia (Rætia) del antiguo Imperio romano. Durante siglos este territorio, geográficamente excluido de los intereses estratégicos europeos, contribuyó poco a la historia europea. Antes del gobierno de la dinastía actual, la región era un recinto feudal de una de las primeras líneas de la Casa de los Habsburgo. La Casa de Liechtenstein que gobierna actualmente tiene su origen en la lejana Silesia.

Edad Media

La dinastía de Liechtenstein, de la cual el Principado toma su nombre (más que al revés) estaba entre las familias nobles más poderosas de Alemania al final de la Edad Media. A pesar de ello, y aunque poseyeran grandes terrenos en Alemania (Baja Austria, Bohemia y Estiria), estos ricos territorios estaban dados en un régimen feudal bajo el dominio de señores feudales de mayor rango, principalmente de la Casa de los Habsburgo. Permaneció virtualmente bajo mando español cuando el rey Carlos I de España es nombrado también emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Estos poderes pasaron a su hermano Fernando una vez abdicó.

Edad Moderna

El 18 de enero de 1699 el príncipe Juan Adán Andrés de Liechtenstein compró el señorío de Schellenberg y el 22 de febrero de 1712 el condado de Vaduz. Al adquirir estos dos dominios pretendía, de esta manera, un lugar en la corte del Sacro Imperio Romano Germánico. El 23 de enero de 1719 el emperador Carlos VI decretó que el condado de Vaduz y el señorío de Schellenberg se unieran para formar un principado con el nombre de Liechtenstein en honor al príncipe Antonio Florian de Liechtenstein, súbdito suyo. Es en este momento cuando Liechtenstein se convierte en un estado soberano del Sacro Imperio Romano Germánico. Irónicamente, aunque como prueba de la importancia política que tenían estas compras de territorios, los Príncipes de Liechtenstein no pisaron sus dominios en el principado hasta varias décadas más tarde.

En 1806, el Sacro Imperio Romano Germánico fue invadido por Francia. Este hecho trajo grandes consecuencias para Liechtenstein. Las maquinarias legales y políticas del Imperio se derrumbaron cuando el emperador abdicó. El propio Imperio se disolvió. El resultado de la disolución fue que Liechtenstein ya no tenía obligaciones para ningún señor feudal más allá de sus fronteras. Algunas publicaciones modernas atribuyen (incorrectamente) la soberanía de Liechtenstein a estos sucesos. En realidad, su príncipe se convirtió en el único señor soberano del principado. Después de la separación del Imperio Germánico, se alió con la Confederación del Rin, que había sido creada por Napoleón I.

Siglo XX

Hasta el fin de la Primera Guerra Mundial estaba fuertemente ligado con el Imperio austrohúngaro, pero la devastación económica causada por ese conflicto forzó al país a concluir una unión monetaria y aduanera con Suiza. Durante la Segunda Guerra Mundial Liechtenstein permaneció neutral, sin embargo mantuvo cooperación y trato de favor con el gobierno nazi de Hitler por temor a la represalia de ser invadidos.

El 13 de noviembre de 1989, el Príncipe Juan Adán II sucedió a su padre Francisco José II en el trono, y en 1996, Rusia devolvió los archivos de la familia Liechtenstein, acabando así una larga disputa entre ambos países. En 1978, Liechtenstein se convirtió en un miembro del Consejo de Europa, entrando más tarde en las Naciones Unidas en 1990, la Asociación Europea de Libre Comercio en 1991 y el Espacio Económico Europeo y la Organización Mundial del Comercio en 1995.

En un referéndum convocado en 16 de marzo de 2003, el Príncipe Hans-Adam, quien había amenazado con abandonar el país si perdía, ganó con una amplia mayoría (64.3%) a favor de cambiar la constitución para entregarle más poderes que a ninguna otra monarquía en Europa. La nueva constitución otorga al príncipe el poder de disolver gobiernos y aprobar los candidatos a jueces, así como permitirle vetar leyes con simplemente no firmarlas en un plazo de seis meses.