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Historia de España

Hay mucha leyenda interesada en la historia de España, y no hay necesidad de referirse a la Leyenda Negra. Los propios españoles no han interpretado del todo su propia historia.

Decir que la historia de España, tal como entendemos hoy este país, empieza a forjarse durante la reconquista, es reducir las cosas. La historia empieza antes, mucho antes. Dejando aparte los mitos de los lusitanos (Viriato) y otros resistentes (no todos) a la conquista romana, lo que parece un hecho es que la romanización de la península es el principio de esa historia. Y que Hispania (que incluye la Nova Hispania, en África) es la parte más “romanizada” del imperio romano, fuera de la península itálica.

Los bárbaros[editar]

Las invasiones de los bárbaros incluyen, por supuesto, Italia e Hispania, pero a diferencia de otras tierras romanas, durante el dominio bárbaro en Hispania, como en Italia, hay una importante población romana sometida al yugo de los invasores. Población que en el caso de los hispano-romanos tiene un poder grande, especialmente a través de la Iglesia, y que conserva una cultura bastante superior a la de los gobernantes (lo que se sabe de la historia de esos tiempos, ha llegado por los escritos de los obispos y otros clérigos). Los visigodos formaban una minoría dominante que mantenía el poder militar, pero no llegaron nunca a mezclarse del todo con los hispanos, aunque la mayor parte del clero y los obispos solían ser hispanorromanos y tuvieron en algún caso, que aceptar a un hispano-romano (Paulo, p.e.) como general de los ejércitos.

Los árabes[editar]

La invasión de los árabes fue demasiado rápida como para sostener que los hispanos se sintieran godos. La llegada de un pueblo mediterráneo y culto pudo ser recibida como una liberación por los hispano-romanos. El propio nombre del considerado traidor, conde don Julián (claramente latino, frente a los germánicos de los reyes godos) pudiera aportar alguna clave sobre ello. Y no se equivocaron si así lo pensaron: el dominio musulmán en España fue una época brillante y muy alejada del oscurantismo imperante en la Europa bárbara de gran parte de la edad media (y ya se habían mostrado más cultas en Italia, Hispania y la Provenza, durante el dominio barbaro, gracias a la mayoritaria población romana). Y esa población hispano-romana sigue viviendo en España durante la dominación árabe, pero envuelta en un ambiente mucho más permisivo, en el que la sola conversión a la religión oficial, permitía subir en la escala social como si se hubiera venido de la mismísima Arabia (con los godos, a pesar de ser todos cristianos, los hispano-romanos eran discriminados).

Aunque menos conocido, anteriormente hubo otro derrumbe súbito de medio reino visigodo, cuando cayó su parte francesa (Tolosa), que hasta entonces había sido la capital y se reduce el reino a la parte hispana. Eso apunta también a que los godos dominaban a pueblos que no estaban contentos y preferían cambiar de señor.

La reconquista[editar]

Cierto que unos reyezuelos de las montañas del norte empezaron la Reconquista en nombre de los godos, pero para que hubiera conquistas territoriales fue necesario que a ellos se unieran los hispanos que vivían bajo el poder musulmán. Además de los asturianos, otros dos reinos empezaron la reconquista: los catalanes, en la marca hispánica del imperio carolingio y los navarros del reino de Pamplona, unos y otros mucho más influidos que los asturianos por los reinos germanos de allende los Pirineos, y por su organización social: el feudalismo.
Es muy importante considerar que la reconquista no se hizo desalojando a los árabes, sino asimilando a la población (los mozárabes, que podrían decirse hispano-romanos, aunque ya estaban lejos aquellos tiempos) que en esos territorios vivía desde siempre. Esto es muy importante desde el punto de vista cultural (además del político): la cultura de los pueblos árabes impregnará a los habitantes de los nuevos reinos cristianos.

Como debería saberse, gran parte de la cultura grecorromana volvió a Europa por los árabes, y en su mayor parte a través de los españoles. Los mitos de textos de la antigüedad conservados en los monasterios se basan seguramente en uno o dos casos como mucho. En los demás no se conservaban tales cosas.

Castilla[editar]

Tras un cierto tiempo, entre los reinos cristianos orientales y occidentales, nace un condado que llegará a constituirse en potencia predominante: Castilla. Y nace a partir de un pueblo que ha mantenido algo muy parecido a la independencia incluso durante el imperio romano y, por supuesto, durante el reino visigodo, que nunca llegó a dominarles: los vascones (precisamente el último rey visigodo, Roderico, estaba sofocando una sublevación suya cuando se enteró de que los árabes habían cruzado el estrecho). Su organización social no era germánica y eso marcaría profundamente el naciente condado. Pero también Castilla tendría una herencia romana (su lengua procede del latín) y, por supuesto, musulmana, ya que los castellanos procederán en su mayoría de las tierras dominadas por los árabes.

Que la lengua castellana procede del latín es sabido, aunque menos conocido es que procede del latín hablado por los vascones: es la única lengua latina que no tiene más que cinco vocales, y no otras muchas intermedias; exactamente como el vascuence. Los vascones, nunca dominados del todo, son el origen de Castilla. Por otro lado, los castellanos tienen reciente la dominación musulmana, con todo lo que ella conlleva de civilización mediterránea.

Fin de la Reconquista[editar]

Siglo XVI[editar]

Los reyes Católicos no tienen hijos varones y hereda el reino su hija, Juana, y más tarde su nieto Carlos. Éste, educado en el norte de Europa, viene con ideas feudales y anticuadas (para Castilla) respecto a la importancia de los nobles en el gobierno. Los castellanos se le sublevan (precisamente los modernos: las ciudades y la pequeña nobleza; los feudales, la alta nobleza, le apoyan) y, aunque los vence en Villalar, toma buena nota y se quita de en medio al más importante de sus nobles consiguiendo que le nombren Papa (Adriano de Utrecht) y adopta el medio de gobierno de los castellanos: la meritocracia, no la nobleza; se “castellaniza”.

No hay que olvidar, sin embargo, que acostumbrado a imponer su voluntad “feudal”, logra en las Cortes de La Coruña de 1520, lo que los castellanos no querían dar y los procuradores enviados por alguna de las ciudades fueron muertos por sus conciudadanos, no acostumbrados a esas imposiciones.

En todo el siglo XVI los reinos hispánicos se gobiernan por el rey, ayudado por secretarios sin título (recuérdese a Antonio Pérez, secretario de Felipe II, sin título nobiliario); el rey es fuerte y prescinde de los nobles en el gobierno, aunque los utiliza como consejeros en los organismos que crea (él se guarda la decisión final) y como capitanes en las empresas guerreras. En ese siglo las Españas, bajo el liderazgo de Castilla, empiezan a ser la potencia mundial.

Lo cual no obsta para que Europa siga considerando a Hispania como poco ortodoxa desde el punto de vista religioso: Carlos I prohíbe los baños públicos de Castilla, hasta entonces conocidos por su lujo y, por supuesto, usados por los cristianos; el baño es considerado por la Iglesia como pecaminoso, sospechoso de ser musulmán.

Aunque con la llegada de los “nuevos germanos”, Castilla empieza a dejar de ser el país tolerante que había sido durante la edad media y se adapta a la intransigencia “europea”, ello no es óbice para que, durante esa época la ciencia, la técnica y las artes florezcan. La historia de Blasco de Garay demuestra el poder inventivo de España y en el reinado (considerado absurdamente como despótico) de Felipe II, como fruto de la libertad de pensamiento de Castilla, nace la escuela de Salamanca, que sienta las bases del derecho internacional, de la economía y del pensamiento modernos en general, poniendo de manifiesto que el poder real no viene de Dios, sino del acuerdo de los administrados, como venía siendo práctica reconocida desde siglos antes, cuando las ciudades mantenían el poder real frente a los nobles.

Al mismo tiempo, Enrique VIII de Inglaterra mantenía todavía lo del poder “por la gracia de Dios”, y en eso se basó para la creación de la Iglesia Anglicana. Añado, que el florecimiento de Salamanca se hizo sin intervención de la Inquisición, salvo algún proceso, siempre resuelto con la absolución. La actuación y los escritos de Bartolomé de las Casas (que aun siendo más famoso, dice lo mismo que la Escuela de Salamanca), premiados con un obispado, y reflejados en las leyes, son pruebas de la libertad de palabra de Castilla frente a la de los demás países europeos, mucho más medievales y atrasados.

Y sigue España siendo rica sin necesidad de los tesoros americanos: hace unos diez años se ha estudiado el censo de 1574 hecho por Felipe II en el que una mayoría de los campesinos reconocen que viven bien y que están contentos, aunque con ello corran el riesgo de que aumenten sus aportaciones en impuestos.

Hay que notar también que muchos de estos teólogos de Salamanca, tan avanzados ideológicamente, fueron al concilio de Trento e influyeron de algún modo en sus decisiones. No es tan grave la “Contrarreforma”, como se dice, si ellos eran los más avanzados de Europa (por supuesto, incomprendidos por los demás europeos). Mientras tanto los (ahora considerados) modernos países protestantes (hasta 1700) y los ingleses (hasta 1750), se negaron a aceptar algo tan científico y lógico como el calendario gregoriano, con razones de las que se sentirían orgullosos los integristas islámicos actuales: porque venía de la “prostituta de Roma”, de la religión enemiga. (Por cierto, calendario estudiado y puesto a punto por un grupo dirigido por Pedro Chacón, matemático y astrónomo de la Universidad de Salamanca.)

Pese a que se dice a menudo, Carlos no fue un buen rey para España; su herencia “germana” es una carga muy pesada para Castilla. Preocupado por Europa, desprecia la clarividencia de su abuela en el testamento y descuida el Mediterráneo, que se llenará de piratas. Hará un par de incursiones a Argel y Túnez, como por obligación, pero sus miras están puestas en Europa, aprovechando el poder de Castilla para afianzar el Imperio. Y como resultado, quizá el más grave, de esta política, Carlos I involucra a su hijo Felipe en los nacionalismos feudales europeos, dejándole en herencia Flandes y el Francocondado, con la intención de que la poderosa Castilla defienda al Imperio Romano Germánico de la otra potencia continental: Francia (entonces más poderosa que el Imperio). Castilla se desgasta (y pierde el prestigio) en una empresa inútil para su futuro, haciendo algo que ni le va ni le viene: separar al perro del gato, mientras el Mediterráneo, mucho más importante para su futuro, se olvida.

Todavía, en las guerras europeas más recientes, Alemania y Francia siguen disputándose esas tierras fronterizas en la antigua Lotaringia: Lorena, Alsacia, Sarre…

Las Indias Occidentales[editar]

Y hay que hablar de América, de las Indias Occidentales. La tradición de conquistar territorios absorbiendo a los que en ellos viven, como iguales, que se había hecho durante la reconquista, se mantiene en la conquista de América. Aunque nunca en una conquista pueda hablarse de lenidad con los conquistados, la corona defiende con leyes, desde muy al principio, la idea de los teólogos de Salamanca: los indígenas de las Indias no son infieles por tener otra religión, sino por no conocer la “verdadera” (y nótese en ello ya el influjo europeo regresivo; anteriormente en Castilla se admitían sin más las tres religiones), y por ello no pueden ser sojuzgados. Los casos (y muchos hubo) de esclavización de los indígenas eran contra las leyes, aunque difícilmente perseguibles en territorios tan extensos.

Cuando se habla de esto, lo que no se entiende es que, si se compara el maltrato a los indígenas con el que se daba a los moriscos que se habían quedado en las tierras peninsulares o el que se daba a los propios braceros del campo de Castilla (lo cual ha seguido haciéndose hasta hace bien poco) no fue tan excepcional. Era simplemente la idea que se tenía de las clases bajas, por muy inadmisible que resulte ahora. Aun así, los indígenas de clase alta se mezclaron con los conquistadores (de clase alta) y los de clase baja con los de clase baja (los soldados). Garcilaso de la Vega “el Inca”, era hijo de una princesa incaica, y además publica libremente una historia del imperio de Perú, defendiendo sus raíces americanas. No recuerdo ahora el porcentaje de mestizos de europeo e indio en América española, pero es muy alto: en general no se despreciaba a los indígenas. En cuanto a la destrucción de las culturas indígenas, no hicieron otra cosa que los que romanos o árabes habían hecho en la península: romanizarla y arabizarla, con la diferencia de que por ser más antiguos estos hechos y porque los españoles supieron crear una nueva cultura propia, nadie en España estigmatiza a romanos y árabes.

En cuanto a las riquezas de las Indias, también hay mucho que decir. Carlos I mantiene sus campañas europeas con el dinero de Castilla, lo que habla de su riqueza, más importante que la del resto de los países de Europa. En su reinado no llega nada apreciable desde América, salvo noticias de fastuosos países y territorios (historias que muy probablemente sonaban a cuento de hadas a los oídos del emperador, muy ocupado en seguir con las peleas tribal-feudal-nacionalistas en una Europa todavía bastante medieval). Se instituye para lo que se obtenga en América el “quinto real”, es decir, un impuesto del 20% general sobre todas las riquezas americanas (que no es un impuesto muy alto, en términos modernos). Y eso es lo que viene a la península (a las arcas reales). Una parte importante de esos caudales se empleó en construir y armar flotas para continuar la exploración y el comercio con los nuevos territorios, además de lo gastado en empresas como las de Italia, Flandes y Países Bajos. Sin duda vinieron también otras muchas riquezas particulares, de gentes que fueron a hacer fortuna y se la trajeron a Europa pero, por muy grande que esta riqueza fuera, con toda seguridad la mayor parte se quedó allí. Del mismo modo que se quedó allí la mayor parte de los españoles que fueron con la intención de colonizar nuevas tierras (la colonización constituye el record mundial de fundación de nuevas ciudades) y de hacer fortuna (por eso España es uno de los países más despoblados de Europa, y no ahora, sino ya en tiempos de Carlos III que tuvo que traer colonos de Alemania para repoblar amplias zonas de la Mancha y de Andalucía).

Y todavía muchos de ellos, los descendientes de españoles, que forman las oligarquías de aquellos países, presumen (con razón) de su sangre europea, pero no dicen que una parte importantísima del 80% que no se pagó en impuestos a la corona, la siguen detentando ellos (no eran pobres cuando la independencia). Cuando se independizaron (y además ellos, esos oligarcas criollos, fueron los líderes de la independencia) echaron la culpa de los problemas que ellos no supieron resolver, a los vencidos (que, por cierto, siguen llamando “realistas” en sus historias, porque por entonces se consideraban tan españoles como ellos) y se quedaron tan anchos; siempre es más cómodo echar las culpas a otros que cargar con ellas, y ahí siguen, oprimiendo a sus pueblos que, en muchos casos, son pobres porque no les dejan ser ricos para que no les quiten sus privilegios. También fueron ellos quienes obtuvieron su riqueza con la opresión a los indígenas; fueron minoría los pocos españoles que volvieron a la península con sus riquezas: allí quedaron muchos más. De los españoles ávidos de oro que pintan las historias (y pudo haber bastantes) algunos volverían a la península, probablemente muy pocos: en aquellas tierras sigue también la mayoría; e igual de ávidos.

También se olvida que el fin de la exploración que condujo al descubrimiento era el comercio (especias, sedas,…) que se había hecho siempre con Asia y desde 50 años antes la ruta tradicional quedaba monopolizada por el imperio otomano, el cual dejaba actuar a los comerciantes genoveses que se llevaban muy bien con ellos, por lo que las mercancías alcanzaban precios altísimos. La expedición de Colón estuvo financiada en parte por comerciantes (que eran ricos y querían serlo más con el comercio de Oriente) y ello siguió siendo la causa de la colonización. Y eso siguió siendo el fin de la colonización, aunque no faltaron, como es normal, los que querían un rápido enriquecimiento, buscando oro.

De allí se trajeron plantas que se sembraron aquí, pero también se llevaron otras que antes se cultivaban aquí y allí se daban mejor, como la caña de azúcar. Se traían de las Indias vainilla, cochinilla (puede leerse en algún libro inglés, que cuando los corsarios capturaban algún barco con cochinilla, la tiraban al mar pues desconocían su valor), cacao, tabaco, azúcar... Era un comercio importantísimo, que ya no se hacía con indígenas a los que podía ser fácil “engañar”, sino con españoles de allí. Lo que pueda quedar de ese comercio en algún pecio poco importa a los buscadores actuales (no queda nada de esas mercancías): la historia les importa un pito y solamente les importa el oro, que si lo piensan, abundaba también en los barcos que iban hacia allá: los magnates que iban como gobernantes ya poseían gran riqueza.

Siglo XVII[editar]

Con Felipe III empieza una relativa decadencia. Gustoso de la caza y del placer, deja el gobierno en manos de ministros favoritos, ahora nobles. Y éstos se resarcen de siglos de desprecio del poder real hacia ellos. Quizá los que leen la historia con ojos anglófilos pensarán que eso es “modernización”: el rey es menos “autoritario”, pero no es modernización, sino lo contrario, la vuelta de los nobles al poder es un neofeudalismo (que en general seguía rigiendo en Europa). Por eso, una de las primeras medidas de los nobles es expulsar a los moriscos para quedarse con sus tierras (algo así como recobrar lo perdido desde que se acabó la reconquista; al cabo una acción casi medieval, una conquista feudal) y tardaron poco: Felipe III es coronado en 1598 y en 1609 se les expulsó; algo que no había hecho Felipe II, ni siquiera tras la rebelión de las Alpujarras. Las razones públicas para hacerlo no importaban demasiado; siempre hay un tonto útil (creo que Juan de Ribera en este caso) que “iluminado” por la fe, justifica el desmán como servicio al dios de turno. Al cabo las tierras de allende el mar son para los audaces; el noble de cuna antañona no quiere alejarse del poder real más que cuando le destinan a las Indias como Virrey, y pocos títulos de los mas rimbombantes fueron allí. Los de aquí no tienen otro medio de tener nuevas tierras que confiscándoselas a los pobres (exactamente como en tiempos del feudalismo).

Y así se sigue un siglo del que los españoles del oeste del Atlántico dicen que hubo grandes robos de oro y plata y los de este lado hablan de penuria económica y al final se echa la culpa a unos banqueros genoveses, que si de verdad se hubieran llevado tanto oro (sumado al que de verdad habían obtenido con el comercio con los turcos) habrían hecho de Génova una ciudad más importante que Roma en esplendor monumental y no lo es (por aquellos años el dinero se gastaba en casa y eso de irse a gozar de las riquezas a islas paradisíacas no existía; a esas islas solamente iban aventureros, como los españoles, portugueses y poco más tarde, holandeses e ingleses). Y además se agosta el Siglo de Oro, y no solamente en su parte más conocida y que dura un tiempo todavía, sino en la menos conocida: la ciencia.

A pesar de la “decadencia”, España mantiene sus posesiones americanas. Los esfuerzos de las demás potencias no consiguen mermar apreciablemente las tierras del imperio, que se mantiene prácticamente integro. España poco a poco se va alejando de los líos europeos y se centra en América, que no considera una colonia ni una tierra ocupada, sino parte de España. La desmesurada extensión que nominalmente le correspondía al principio se reduce; algunas islas y tierras no colonizadas anteriormente son colonizadas por otros países, a cambio de una mayor intensidad de colonización en las tierras realmente ocupadas. Siguen las exploraciones, que si bien tienen menor intensidad que en el siglo XVI, aumentan también la extensión ocupada. A pesar de los esfuerzos de otras potencias, el territorio perdido es muy poco, y siempre en zonas muy poco adecuadas para establecerse. Y en esas tierras se instala la mayor riqueza del reino y no por el oro y plata, que ya hay mucho menos. Hace unos 15 años, una exposición del Ministerio de Obras Públicas español mostraba la inmensa importancia de la industria española en América. La mayor nave que había cruzado los mares hasta el siglo XIX, el Santísima Trinidad, se hizo en astilleros americanos (La Habana), y no se montan unos astilleros para un solo barco que, además, era un barco de guerra, cosa que tampoco se haría nunca en una colonia “dominada”.

Inexplicablemente, en la historia que se enseña en esos países se dice a los jóvenes que España no dejaba implantar industrias en América y era obligado importar todo de la península, probablemente en la idea de que los españoles habían hecho lo que los ingleses hicieron en sus colonias (recuérdese a Ghandi, obteniendo sal marina de las playas contra el monopolio de sal inglés, que además era mucho menos sana, de mina), lo que no es cierto. Que los países americanos también perdieran el tren de la revolución industrial, como simultáneamente ocurría en la península, es culpa suya (y de sus oligarquías); las “revoluciones” que hicieron querían modernizar sus países y si no lo hicieron es cosa de su incumbencia.

En ese siglo XVII se habla constantemente de la dificultad de las finanzas de España, cuando en realidad se debería hablar de las finanzas de la corona de España. El impuesto del 20% pudo ser insuficiente en ciertos momentos para sufragar el ejército y la armada necesarios para mantener tan vastos territorios. Pareciera que se da por sentado que el oro de América no llegaba a España por los piratas. Y llegaba perfectamente, salvo algún incidente. Sin embargo los reyes del siglo XVII son débiles (y hasta casi subnormales, como Carlos II) y los nobles campan por sus respetos obteniendo beneficios a costa del tesoro real. No hay falta de dinero, si no muy probablemente muy mal uso del dinero. Aun con ello, todavía mantiene España el dominio de los mares con su flota y la moneda española, la dobla de oro o doblón, era, y seguiría siendo hasta fines del siglo XVIII, la moneda de referencia del mundo occidental.

Siglo XVIII: los Borbones[editar]

Con la llegada de los Borbones se arreglan un poco las cosas. Ahora los ministros pueden proceder de cualquier capa social y, si no son nobles, se les da un título (no como en tiempos de la Castilla emergente).

Quizá Felipe V no supo darse cuenta del reino que gobernaba, soñando con su Francia perdida, en la que habría podido reinar (una serie de muertes le convirtieron en heredero) si no hubiera sido rey de España. Pero sus sucesores ya eran españoles. Es posible que una de las cosas que hacían a Felipe V añorar su Francia natal es la poca consideración que se da en España al lujo de las residencias; siempre es sospechoso el incendio del viejo alcázar de Madrid, probablemente un palacio real poco lujoso para lo que acostumbraban los franceses.

La forma en que los franceses llegaron a la corona, con una guerra, introdujo alguna duda sobre que durante ese siglo XVIII España siguiese siendo una potencia. En el tratado de Utrech se cedieron a Inglaterra Gibraltar y Menorca (los nuevos reyes no supieron ver lo que hacían). Si bien Menorca fue recuperada, Gibraltar quedó como una especie de prueba de que los ingleses habían vencido a los españoles, lo que no es cierto: la diplomacia francesa cedió a los ingleses algo que no le importaba demasiado y a la vez humillaba un poco a su rival durante siglos: España.

En el siglo de gobierno de la nobleza, España se había atrasado en mucho aspectos. Y uno de ellos es que la riqueza que viene de las Indias se gasta en comprar cosas de países más pobres, con mano de obra más barata (lo que nada puede extrañar en tiempos actuales), como Flandes, lo que enriquece esos países y arruina la industria peninsular, sin que los validos se preocupen excesivamente (los señores feudales no se preocupan del pueblo). Pero los Borbones se preocupan por la economía, la agricultura y la industria; crean escuelas de artes y oficios para mejorar la preparación de los industriales (entonces llamados artesanos) y crean industrias por todo el territorio (y no solamente las de objetos de lujo, como la cristalería de la Granja o las porcelanas del Retiro). Renuevan la armada que, muy consciente de su primacía sobre los mares, se había dejado llevar, mientras que otros países están mejorando notablemente las suyas. Crean escuelas de marinos (no solamente en la península, sino en las colonias), en las que no es necesario ser noble para entrar (aunque pueda serlo tener un buen padrino). En cualquier caso vuelve a aparecer la meritocracia en los cargos públicos (que por otro lado, también es democrática: el que vale, asciende). Se preocupan por la ciencia y esta florece con vigor. A fines de siglo, un inglés que visita España (siento no recordar el nombre), deja escrito que encuentra un país moderno, y le llaman la atención la variedad de sus refrescos y helados y la libertad de sus mujeres. Hacia 1815 vuelve a España y se queda espantado del cambio sufrido. Pero eso vendrá más adelante.

El siglo XIX[editar]

Carlos IV vuelve a ser un rey débil, a lo que ayuda su hijo, Fernando, con constantes conspiraciones, debilitando más su imagen ante el pueblo; el favorito Godoy, probablemente bien intencionado, no tiene altura política suficiente. La ayuda a los franceses, con la destrucción de los mejores barcos de la Armada en Trafalgar y la posterior invasión napoleónica de la península, colmaron los problemas. El pueblo sueña con su rey “Deseado” y mientras se resiste a la invasión, se moderniza. Por un lado los más sagaces, que desconfían del rey Fernando, se apegan a un rey más moderno, aunque extranjero, José, por lo que se les conocerá como “afrancesados”. Por otro, los que siempre apoyaron al rey y en su nombre se levantaron en armas, confían en el rey “natural” y creen que puede aceptar un estado moderno, por lo que mientras dirigen la resistencia, en Cádiz redactan una Constitución en su nombre.

La vuelta del Deseado no podía ser peor. Sin otra política que hacer su antojo, levanta una de las mayores represiones que ha conocido el país. La historia le ha excusado en alguna ocasión, y achaca la represión a la Inquisición, pero para entonces, la Inquisición es una organización muerta, que casi no hace nada desde hace más de un siglo. Los Borbones ni siquiera se acordaron de abolirla, porque no molestaba. La represión la hizo la policía política de Fernando y las muertes y torturas estaban a la orden del día, sin que en ello tuviera nada que ver la religión; todo lo que se ha contado sobre los horrores de esa represión es cierto, ocurrió, pero fue una represión política. El propio Fernando abolió la Inquisición (¡sin que ésta se quejase! a pesar de que los religiosos integristas eran importantes en ese reinado), y no lo hubiera hecho si la Inquisición hubiera servido a sus fines, y lo demuestra que, una vez abolida, la represión siguió. Se persiguió a los afrancesados y a los liberales de las Cortes de Cádiz (a los que también se llamó afrancesados). Se diezmó el ejército de sus mejores hombres. Se cerraron las universidades y, eso sí, el rey creó una escuela de Tauromaquia. Y cuando los países americanos se levantaron, no había flota ni suficientes militares competentes para enviar allí. En el transcurso de 20 años, España había pasado de ser una de las potencias mundiales a ser una potencia de tercera fila, mangoneada por las demás potencias.

A la muerte de este nefasto rey volvieron a abrirse las Universidades, pero apareció otro mal: la guerra civil. Su hermano Carlos, poco inteligente, sacó a relucir algo que nunca se había aplicado en España y que, con suficiente tradición en contra, había traído su bisabuelo Felipe de los borbones franceses: la ley Sálica, que impedía heredar a las mujeres. Y lo más cómico (y que demuestra su poca inteligencia) es que lo hace en nombre de la “Tradición”, y le creen algunas gentes. Lo grave de una guerra civil es que el ejército se impone a menudo por encima de la política; y más si no hay políticos de talla que tengan en sus manos la situación. Y en España puede que hubiera políticos a la altura de las circunstancias, pero falló quien nombraba a los políticos: la regenta Maria Cristina primero, y la reina Isabel II después (por cierto, que dejándose aconsejar en demasía por su marido, Francisco de Asís, que era un beato impresentable). En tres siglos, España había pasado de tener la única mujer doctora de la Iglesia, Santa Teresa, a tener una sor Patrocinio, monja llagada, que aconsejaba a Francisco de Asís una política no muy alejada de la que quería implantar el pretendiente Carlos. Así, los políticos poco pudieron hacer y empezó un siglo en el que la mayoría de los gobernantes fueron militares, aunque en honor de la verdad, hay que decir que los hubo de todos los colores.

Los militares pudieron seguir estudiando en las academias militares, en una España sin Universidades, lo que los hacía más cultos que la mayoría de los civiles.

Y el peor resultado de este siglo, nefasto para España, fue la pérdida del tren de la revolución industrial. Los intereses de las clases pudientes, estaban más volcados a hacer negocios comprando las cosas hechas, que a renovar la lánguida industria española. Los astilleros no se repusieron del desastre de la francesada. Cierto que muchas industrias fueron destrozadas por los franceses, como la de porcelanas del Retiro, para que no hiciera competencia a la suya de Sevres, pero seguramente lo peor fue el exilio de las mejores cabezas (afrancesados) y la muerte de lo que se quedaron. No faltaron inventores años después, pero parecía que los capitalistas todavía tenían miedo de ser considerados como “afrancesados” y el capital (y lo había) prefería comprar las cosas hechas que aventurarse en financiar inventos. Y en un país en guerra civil, tampoco se daba un caldo de cultivo adecuado para la creación de industrias.

Siglo XX[editar]

El siglo XX empieza con el desastre del 98 que, aunque ya se sabía que ocurriría desde mucho antes (Prim trató con Estados Unidos la venta de Cuba, como se había hecho con las Floridas), fue un saludable revulsivo. La ciencia empieza a hacerse en serio de nuevo y las artes florecen, pero una nueva guerra civil (la del 1936) da al traste con este renacimiento y las mejores cabezas se ven obligadas de nuevo al exilio.

Tras cuarenta años, la muerte del dictador ha cambiado algo las cosas. La adhesión a las comunidades europeas fue una de ellas y la unión ha resultado muy favorable. Poco queda de la España pobre del XIX y principios del XX, aunque sigue pendiente la asignatura más importante: la ciencia y su paso previo, la enseñanza. Es impresentable un país que, cuando redacta sus planes de estudios, oye discutir más de la conveniencia de la religión en los programas (ni que estuviéramos en el Irán de los ayatolás) o la parte de ellos que deciden las autonomías (para implantar “su” formación del espíritu nacional, como en tiempos del franquismo) que del mejor modo de enseñar matemáticas, física o ciencias naturales. Pareciera que seguiremos en la cola de Europa hasta que no se hable para nada de esos temas, que ya por esos otros pagos están de sobra superados.

Tampoco es serio el “igualitarismo” impuesto por los sindicatos (y que suena mucho a viejo cristianismo): sería necesario cambiar los usos; suspender cuando hay que suspender y hacer repetir cursos y crear escuelas especiales para los mejor dotados (no privadas, públicas en las que exista una “discriminación positiva” a favor de los más inteligentes, aunque sea un elitismo), cuyas mentes se agostan entre la mediocridad reinante en las escuelas que deben adaptar sus enseñanzas a los menos dotados (¿la oveja perdida de los evangelios?).

Poco se puede hacer cuando alguno de los que reclaman la educación “religiosa” se enfadó tanto, cuando el rector de una universidad de la Comunidad que entonces gobernaba, le puso en su sitio, haciendo que en un acto académico quedara en un puesto protocolario por debajo de él (que ha sido desde los tiempos del medioevo una prerrogativa de las universidades: por encima del rector solamente el rey) que creó otra universidad para quitar “poder” al rector. Queda aun mucho por hacer; entre otras cosas eliminar de la política nacional estas gentes que creen que la educación es obligar a estudiar religión y ya, como en tiempos de Fernando VII y de su hermano Carlos.