Diferencia entre revisiones de «Primer Imperio francés»

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Empire Français
Primer Imperio Francés



1804-1814



Escudo
Bandera Escudo
Himno nacional: Le Chant du Départ (en español, "El Canto de la Partida")
Ubicación de Francia
Ubicación de Francia
El Imperio Francés en 1811, en azul claro están designados los estados satélites del Imperio.
Capital París
48°49′N 2°29′E / 48.817, 2.483
Idioma oficial Francés
Gobierno Monarquía constitucional
Emperador
 • 1804-1814-1815 S.M.I. y R. Napoleón I
Legislatura Parlamento
 • Cámara alta Senado
 • Cámara baja Cuerpo Legislativo
Período histórico Guerras Napoleónicas
 • Coronación de Napoleón 2 de diciembre de 1804
 • Batalla de Leipzig 16 al 19 de octubre de 1813
 • Abdicación de Napoleón 11 de abril de 1814
 • Fase conocida como los Cien Días, finalmente Napoleón es derrotado totalmente por la Séptima Coalición en la Batalla de Waterloo Marzo y Junio de 1815
Moneda Franco, Napoleón.


El Primer Imperio Francés, conocido comúnmente como el Imperio Napoleónico, cubre el periodo de la poderosa irradiación y dominación de Francia sobre la Europa Continental, bajo el gobierno de Napoleón I, Emperador de los franceses y Rey de Italia. Oficialmente, el término se refiere al periodo comprendido entre el fin del Consulado hasta la Restauración de la monarquía borbónica, aunque posteriormente vivió un epílogo entre el periodo de los Cien Días (1 de marzo de 1815) y la abdicación final de Napoleón, el 22 de junio de 1815. Es este un periodo de la historia de Francia caracterizado por las feroces campañas bélicas que le fueron impuestas a sangre y fuego, promovidas y financiadas todas por Inglaterra, y ejecutadas por procuración por sus aliados continentales a lo largo de 7 coaliciones internacionales. Estos conflictos son conocidos como Guerras Napoleónicas, pero ésta expresión engañosa e incorrecta históricamente ha sido fuertemente rebatida en años recientes, y en la actualidad comienza a difuminarse en provecho del término más apropiado de "Guerras de Coalición".


El Camino al Imperio

El camino que condujo a Napoleón hasta el trono imperial comenzó con la famosa jornada del 18 de Brumario y la nueva Constitución del Año VIII (1799), que convertía al general Bonaparte en Primer Cónsul tras su retorno de la campaña de Egipto, y después de la enmienda de 1802, la cual, fundamentada en el sufragio efectivo del pueblo francés con más del 99% de las voces a favor, volvía este cargo vitalicio con facultad de designar a su sucesor. Paulatinamente, el Primer Cónsul ganó apoyos para su gran visión y empezó así la completa reconstrucción de una Francia asolada y en completas ruinas tras años de guerras internas y externas. Gradualmente, el Primer Cónsul fue diluyendo a las facciones y el odio visceral revolucionario, estableciendo una sólida administración, vías constitucionales y múltiples instituciones civiles. La decisión del Senado el 24 de mayo de 1804, le otorgaba el título de "Emperador de los franceses", como una manera fortificar y perpetuar el nuevo sistema ante la fuerte amenaza de una restauración borbónica. En efecto, las agresiones de la feroz aristocracia oligárquica de Inglaterra, que había roto unilateralmente el tratado de Paz de Amiens, no cejana en sus esfuerzos por destruir a la Francia nueva, difusora de los Derechos del Hombre, la igualdad civil y la tolerancia religiosa, en completa oposición con los valores feudales defendidos por las monarquías de derecho divino.

La capacidad de trabajo de Napoleón era extraordinaria, y poseía una prodigiosa memoria para los detalles, además de un finísimo juicio a la hora de tomar decisiones. Íntimamente unido a los franceses, a quienes a menudo llamaba "mis hijos", el pueblo de Francia no se había identificado nunca a tal grado con su soberano. En efecto, Napoleón defendió el derecho de propiedad, promulgó la ley de perdón a los emigrados, creó y promovió la laicidad brindando la libertad de culto a todos los credos, restableciendo el catolicismo en Francia, dando un estatuto legal a los protestantes, liberando a los judíos de los ghettos y dándoles un estatuto civil que nunca habían tenido, etc. Más tarde, aboliría el vasallaje. Al igual que el pueblo francés, su ejército lo adoraba, lo cual era natural, pues por primera vez los franceses conocían de manera formal la igualdad ante la ley y el impuesto, y el derecho al libre ascenso social. La prestigiosa Legión de Honor, creada en 1802, recompensaba los méritos civiles y militares de todo ciudadano sin distinción de clase y, novedad sin precendentes en la historia de las condecoraciones, era otorgada a su recipiendario así fuera éste noble o simple plebeyo. Junto con las grandes obras (caminos, puentes, puertos etc.), las instituciones civiles creadas por Napoleón (el Código Napoleón, la Universidad, los liceos, la Banca de Francia, el Tribunal de Comercio, los prefectos, etc.) muy pronto, y a pesar de estar enfrascado en una situación de defensa permanente por la guerra impuesta por Inglaterra, la economía francesa sería la más poderosa de Europa y su industria una de las más activas del continente.

Esta fabulosa explosión política, industrial, agrícola y cultural no se detendría durante todo el periodo imperial a pesar de las permanentes guerras de coalición montadas por Inglaterra. Al contrario, las constantes victorias obtenidas por los ejércitos franceses en esta serie de batallas defensivas no dejaron de incrementar la gloria francesa, que junto con las mejoras introducidas por Napoleón, irradiarían en toda Europa, relevadas por las mentes más insignes de su tiempo (Goethe, Hegel, Stendhal, Lacépède etc.) No obstante, el desmedido apetito de conquista de Inglaterra, enardecido por una propaganda anti-francesa feroz y las más bajas calumnias contra Napoleón (que era tratado en Inglaterra de "ogro", de "anticristo", y era objeto de caricaturas y ataques permanentes y de la más baja calaña: "Un ser imposible de describir, medio europeo, medio africano, un mulato mediterráneo", según líneas de un diario londinense), llevaron a las cámaras, temerosas ante la amenza de una eliminación física del Primer Cónsul, constantemente expuesto a las guerras y a los atentados terroristas, a conferir a Napoleón el título de "Emperador de los franceses", como una manera de defender las adquisiciones revolucionarias y anclar el nuevo régimen, perpetuándolo en el tiempo a través de una cuarta dinastía: los Napoleónidas. La Consagración y Coronación del Emperador se llevaron a cabo el 2 de diciembre de 1804, presididas por el Papa Pío VII en persona, en una catedral de Nuestra Señora de París engalanada con gran pompa aun cuando todavía acusaba los terribles daños ocasionados por los revolucionarios.

Durante el periodo imperial se sucederán varios cambios trascendentales, materializados esencialmente en el Código Napoleónico (1804), la reforma aduanera y agrícola, la división de poderes en el estado etc. Contrariamente a lo que se impuso como "verdad oficial" por los aliados tras la caída de Napoleón, el Imperio Napoleónico, estrictamente fundamentado en la división de poderes y las instituciones civiles y legislativas, no fue nunca una "dictadura", menos aún con la connotación con la que se entiende esta noción en la actualidad, término cómodo y falaz difundido por los enemigos de Napoleón para justificar las constantes agresiones que desencadenaban contra Francia y su líder. Muy al contrario, durante el régimen napoleónico se elaboraron políticas de desarrollo y protección social (primer ensayo de seguridad social), de grandes reformas agrícolas, de mejoras de salud y obras públicas (primer servicio de ambulancia, escuela veterinaria, fuentes, puentes y canales, etc.), de fomento industrial y artístico, y se extendió el concepto de la enseñanza pública gratuita. He aquí lo que el Primer Cónsul Emperador dijo en una ocasión al Consejo de Estado, registrado en sus archivos (4 de mayo de 1802): « Francia no aceptará nunca el gobierno del sable. A la larga, el sable siempre es vencido por el espíritu (…) No es como general como gobierno, sino porque la nación cree que tengo las cualidades civiles propias al gobierno ».

La Economía del Imperio

En el ámbito económico, Francia se enfrentaba, además de a una sangría humana considerable, a una sangría económica por las continuas campañas bélicas lanzadas por Inglaterra contra Francia. En esas condiciones, además del fuerte impulso dado a la agricultura y a la industria, la producción del Imperio se centraba igualmente en el esfuerzo de la producción armamentística, puesto que Francia precisaba de barreras o "glacis" defensivos que le permitieran detener las constantes embestidas de los aliados. Por otro lado, el Bloqueo Continental impuesto al comercio con los ingleses, al no haber tenido Napoleón tiempo suficiente para doblegar a Albión, resultó tal vez más gravoso para Francia que para Inglaterra, disparando el contrabando, que escapaba del control de la hacienda pública, y que a la postre terminaba introduciendo los productos británicos en el continente a través de terceros países.

El Bloqueo Continental

El Bloqueo Continental fue uno de los vértices en la política exterior de Napoleón en su intento de asfixiar la economía británica como última manera de obligarla a aceptar una paz que el gabinete británico se rehusaba a conceder. Napoleón era un genio militar, y sin duda alguna hubiera derrotado a los ingleses de haber conseguido desembarcar sus tropas en las Islas. Sin embargo, falto de recursos y de personal calificado, fue imposible hacer frente a la Royal Navy. Los planes para ello se frustraron definitivamente con la Batalla de Trafalgar, en 1805. Constantemente agredido en todos los frentes, abiertos y mantenidos por el oro inglés en guerras hechas por procuración, Napoleón suplió la imposibilidad de enfrentarse directamente a Albión haciendo la guerra comercial a Gran Bretaña. Como resultado de la Revolución industrial, Gran Bretaña era una potencia emergente en Europa en fabricación manufacturera, y era por ello vulnerable a un embargo comercial.

El Bloqueo Continental era justamente eso: un embargo. En noviembre de 1806, tras haber vencido a los ejércitos agresores y logrado ventajosas alianzas con todas las mayores potencias de la Europa Continental, Napoleón publicó el Decreto de Berlín, prohibiendo a sus aliados y al resto de naciones conquistadas comerciar con el Reino Unido. En 1807, trató de fortalecer este bloqueo en un esfuerzo de destruir el comercio inglés publicando el Decreto de Milán.

En último término, el embargo fue un fracaso, aun cuando Inglaterra estuvo a punto de sucumbir a la terrible presión económica pero también social, pues el gabinete de Londres mantenía al pueblo británico en un estado de sórdida pobreza y opresión constante, agobiado por terribles impuestos y sometido por coerción gracias a un fuerte contingente militar, especialmente de unidades montadas, en servicio permanente. Pero la exclusividad napoleónica sobre los puertos no podía detener el contrabando británico, especialmente por la gigantesca demanda de productos coloniales y exóticos en Europa, y los mercantes británicos buscaron de forma agresiva otros mercados. Inglaterra, por medio de las "Órdenes en Consejo" (Orders in Council) de 1807, prohibieron a sus socios comerciales el comercio con Francia. El Congreso de los Estados Unidos decretó el Acta de Embargo de 1807, por el que los puertos americanos quedaban cerrados al comercio británico, y estos hechos les condujeron a la guerra con Gran Bretaña en 1812.

Portugal fue el único país europeo que rehusó abiertamente unirse al Bloqueo Continental. Tras el Tratado de julio de 1807, y después de múltiples instancias a entrar en razón quedadas sin respuesta, Napoleón trató de capturar a la flota portuguesa, así como ocupar los puertos portugueses y expulsar a los ingleses de suelo portugués. La reinante casa de Braganza no dudó en abandonar a su pueblo huyendo a Brasil escoltada por la Royal Navy. Aun así el proyecto napoleónico fracasó. La población portuguesa bullía en revueltas contra los invasores franceses, y el ejército británico de Wellington intervino, dando inicio a la Guerra Peninsular en 1808.

De hecho, falto del tiemponecesario a su éxito, el Bloqueo Continental causó a la larga más daños colaterales a las naciones del Gran Imperio de lo que hizo en Gran Bretaña, generando un descontento popular. Rusia, en particular, no podía soportar más el embargo, y en 1812 reabrió el comercio con Inglaterra, violando abiertamente el tratado de Tilsit. Tras múltiples esfuerzos y tentativas de negociaciones vanas para hacer que Rusia volviera a la razón y respetase la palabra dada, y la amenaza de una agresión rusa a Polonia, aliada de Francia, Napoleón se ve en la neceisdad de intervenir y prepara la Grande Armée, una fuerza de más de medio millón de hombres de todas partes de Europa, y con este "Ejército de las Naciones" parte hacia Rusia.

Un Imperio a la defensiva

En general, el Primer Imperio Francés fue un gobierno en permanente estado de defensa ante las incansables coaliciones internacionales financiadas por el gabinete de Londres, que atenazaban y agredían a la Francia nueva surgida de la revolución desde 1789. A pesar de dominar prácticamente toda Europa, y extender su dominio hasta el mismísimo Moscú, su final por el simple agotamiento del país parece ahora obvio, de hecho la historia del Consulado y del Imperio es de facto una Resistencia heroica prodigiosa, que no pudo ser posible más que gracias al genio de Napoleón y al apoyo constante e indefectible del pueblo de Francia, que idolatraba a su líder. Esencialmente, fue la constante presión belígera ejercida por las monarquía absolutistas, deseosas de matar en el huevo a una nación próspera y vigorosa que exportaba por doquier de los Derechos del Hombre, lo que finalmente le cobró al Emperador Napoleón el precio de perder su trono. La larga y sangrienta retirada de miles de kilómetros, perseguido por los ejércitos rusos, el duro invierno ruso, y una serie de derrotas en Leipzig y la campaña de los Seis Días, donde, a pesar de obtener victorias, lo hacía al elevado coste de perder paulatinamente a su ejército, precipitó la caída del imperio.

Aprovechando el estado de una Francia exangüe y exhausta, y contando con la ayuda de traidores como Talleyrand o Fouché, los aliados, finalmente, entraron en París y mediante el tratado de Fontainebleau terminaron con el dominio francés sobre Europa, exiliando al Emperador en la Isla de Elba.

El regreso triunfal de Napoleón a Francia, llevado a las Tullerías en hombros por el pueblo, y recuperando el trono sin disparar un solo tiro (Luis XVIII había huido sin siquiera intentar defenderlo, y sin siquiera tener el tiempo de empacar o de quemar los documentos oficiales), fue seguido por los Cien Días. Este periodo de reinstauración imperial, aunque breve, fue un brillante ejemplo del vivo y poderoso apego que el pueblo de Francia le tenía a "su Emperador". La primera acción de Napoleón fue ofrecer la paz a las potencias europeas. Éstas, sin embargo, nuevamente asalariadas por Inglaterra, se apresuraron a montar una nueva ofensiva contra Francia, llevando a cabo una nueva e injustificable injerencia en la política de esa nación. En esas condiciones, Napoleón se vio forzado a poner en pie un nuevo ejército defensivo, pero sus fuerzas menguadas fueron neutralizadas por las potencias aliadas durante la campaña de Bélgica de 1815, que se terminó con la histórica batalla de Waterloo. Aunque aún contaba con recursos, Napoleón, de cara a las traiciones múltiples y poco apoyo de las cámaras, y queriendo evitar que se derramara la sangre del pueblo suscitando una nueva guerra civil, prefier abdicar nuevamente. Impuestos enseguida una vez más por los aliados, los Borbones desencadenarían la ola de infames masacres punitivas conocidas como "el Terror blanco", ordenadas directamente por Lord Liverpool, primer ministro inglés.