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Búcaro

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En Las Meninas, de Velázquez, la menina María Agustina Sarmiento ofrece un búcaro rojo a la princesa Margarita de Austria.

Durante el Siglo de Oro español los búcaros eran, recipientes de cerámica, pequeñas vasijas de tierra arcillosa, que servían para contener agua perfumada, y que se comían con el fin de mantener la tez blanca, para regular la menstruación, como anticonceptivo y como alucinógeno.[1]

Etimología, origen y otros usos

El diccionario de la Real Academia Española anota el origen del término mozárabe búcaro, derivado a su vez del latín pocŭlumtaza’, ‘vaso’. Por su parte, Covarrubias, en su «Tesoro de la Lengua», lo describe: género de vaso de cierta tierra colorada que traen de Portugal. Destos barros dicen que comen las damas por amortiguar la color.

La historiadora Natacha Seseña, citó como uno de los orígenes la costumbre musulmana, documentada ya en la Bagdad del siglo X, de comer ciertas arcillas, hábito que pudo llegar a la corte española de los Austrias a través de los moriscos.

En algunas regiones de España, especialmente de algunas provincias andaluzas, búcaro se emplea como sinónimo de botijo.

Los búcaros en el arte y la literatura

Pintura

A partir del siglo XVII, los búcaros aparecen en los bodegones barrocos de Juan van der Hamen, Francisco Palacios, Juan de Espinosa, Antonio de Pereda o Giuseppe Recco, y en Las Meninas de Diego Velázquez.[2]

Literatura

Trozo de búcaro hallado en 2008 en los restos de un barco mercante español del siglo XVIII hundido en el Río de la Plata.

Francisco López de Villalobos, famoso médico cortesano del siglo XV, cita varias veces la opilación en su obra: «Sumario de la medicina en romance trovado».

La literatura del Siglo de Oro abunda en ejemplos del uso de los búcaros: Niña del color quebrado, o tienes amor o comes barro., escribió Góngora en una de sus «Letrillas». También los cita Lope de Vega, en La Dorotea, o Francisco de Quevedo en el soneto «A Amarili que tenía unos pedazos de búcaro en la boca y estaba muy al cabo de comerlos».[3]

En siglos posteriores, viajeros por España como Hipólito Taine y Victor Hugo, también mencionan el insólito uso del búcaro.

Propiedades alucinógenas del barro colorado: bucarofagia

Hábito singular del siglo de oro español fue, entre las damas de la nobleza el comer barro,[4]​ dando pequeños mordisquitos a búcaros, siendo los más apreciados los portugueses, especialmente los de Estremoz, y los traídos de Nueva España.[5][6]

Esta costumbre generaba un trastorno llamado opilación (una especie de clorosis o anemia) que entre sus varios efectos opilaba o tapaba ciertos conductos, sirviendo para cortar hemorragias (en especial menstruaciones abundantes) o dar una extrema palidez al rostro (como reflejo de la crisis biliar que producía en el hígado), en aquel tiempo signo de belleza. También se le imputaban efectos anticonceptivos y alucinógenos.[7]

Como antídoto, los médicos de la Corte española aconsejaban polvos de hierro o ir a tomar unas aguas ferruginosas de la fuente del Acero, entonces cercana al Manzanares, y a la que Lope de Vega dedicó su comedia "El Acero de Madrid".

  • El etnólogo José Manuel Feito[8]​ relata que en Asturias «existía la costumbre de tomar ceniza disuelta en agua para favorecer el parto -acaso una reliquia bíblica de las «aguas amargas» que exigía Moisés a las embarazadas sospechosas de adulterio-, ritual del que Michel de Montaigne comenta en sus "Ensayos": «Las he visto tragar arena y ceniza para adquirir un color pálido».[9]
  • Madame d'Aulnoy, en su viaje por España a finales del siglo XVII, observó que "a las nobles españolas no hay cosa que más les guste que comer búcaro",[10][11]

Referencias

  1. Estudio de María Luisa Franquelo, José Luis Pérez Rodríguez y Natacha Seseña, en el Tercer Congreso Nacional de Arqueometría.
  2. En el cuadro Las Meninas del Prado, la menina María Agustina Sarmiento le ofrece a la princesa Margarita de Austria un búcaro rojo en una bandejita de plata .
  3. Artículo del etnólogo José Manuel Feito (18 de marzo de 2007).
  4. Aunque también existían pastillas de azúcar y ámbar.
  5. «Incluso los aristócratas europeos se colgaron al cuerpo pedazos de esta loza como amuletos». Sabau, María Luisa, México en el mundo de las colecciones de arte. México. pg. 160.
  6. El vicio del barro, por Edgardo Rodríguez Gómez.
  7. Tras el análisis de los búcaros, l a doctora Natacha Seseña comprobó la presencia de pequeñas cantidades de mercurio (cuya ingestión puede causar da­ños en el sistema nervioso, reaccio­nes alérgicas, irritación de la piel, cansancio, dolor de cabeza e incluso abortos) y arsénico.
  8. Feito, op.cit.(2007).
  9. La opilación: otra virtud cosmética del barro.
  10. "Había algunas (señoras) que comían trozos de arcilla sigilada. Ya os he dicho que tienen gran afición por esta tierra, que ordinariamente les causa una opilación; el estómago y el vientre se les hincha y se les pone duros como una piedra, y se las ve amarillas como los membrillos. A menudo sus confesores no les imponen más penitencia que pasar todo el día sin comerlos... Sor Estefanía de la Encarnación en 1631 reconoce: como lo había visto comer en casa de la marquesa de la Laguna... dio en parecerme bien y en desear probarlo. Lo probó y un año entero me costó quitarme de ese vicio, si bien durante ese tiem­po fue cuando vi a Dios con más cla­ridad". Marie Catherine D'Aulnoy: Relación del viaje de España. Akal, Madrid, 1986.
  11. N.Seseña en El País (06.03.2007).