Aire (elemento)

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Cálido y húmedo, el símbolo alquímico para el aire es un triángulo apuntando hacia arriba, biseccionado por una línea horizontal.

El elemento aire, junto con el fuego, la tierra y el agua, es uno de los cuatro elementos de las cosmogonías tradicionales en Occidente y Oriente. Está presente en todas las religiones y sus rituales, en la filosofía esotérica, en la alquimia y en la astrología.

Se considera «activo y masculino», al igual que el elemento fuego, frente la tierra y agua, «pasivos y femeninos».[1]

Origen cosmogónico y simbolismo general[editar]

Algunas cosmogonías proponen al fuego como origen de todas las cosas pero es más generalizada la creencia de que fue el aire el elemento de partida. Su concentración produce ignición de la que derivan todas las formas de vida.

El aire se relaciona esencialmente con tres factores: el «hálito vital creador» (simbolizado en la palabra),[nota 1]​ el «viento de la tempestad», que muchas mitologías vinculan a la idea de creación;[nota 2]​ y, tercero, el «espacio», como ámbito de movimiento y de producción de procesos vitales.

En el simbolismo elemental se asocian al aire: la luz, el vuelo, la ligereza, el perfume, el olor.[2]​ El francés Gaston Bachelard, citando a Nietzsche reescribía que «el aire es una especie de materia superada, adelgazada, como la materia misma de nuestra libertad».[1]

Tempestad, fenómeno asociado en diversas mitologías con la creación.

El aire en la iconografía cristiana[editar]

Tomando algunos aspectos iconográficos de la cábala, el cristianismo identifica el elemento aire con el arcángel Rafael y el evangelista San Mateo (con su animal simbólico de aire: el alado).

Véase también[editar]

Notas[editar]

  1. Los chinos consideran necesario el «soplo» (k'i) para la pervivencia del ser. Asimismo, en la Biblia (Génesis, 2, 7) Yahveh sopló sobre el hombre de barro para dotarle de alma (espíritu).
  2. El dios egipcio Amón, en una de sus versiones más antiguas, se consideraba dios del viento con funciones cosmogónicas: «el oculto, el misterioso, el viento invisible que remueve el agua primordial y de esta forma crea la vida» (Federico Revilla citando a C. J. Bleeker en su Historia religionum, compartida con G. Widengren).

Referencias[editar]

  1. a b Juan Eduardo Cirlot, Diccionario de Símbolos, p. 60.
  2. Gaston Bachelard, L'Air et les Songes. París, 1943.

Bibliografía[editar]