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Acerba animi

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Acerba animi
Encíclica del papa Pío XI
29 de septiembre de 1932, año XI de su Pontificado

Pax Christi in regno Christi
Español Con doloroso ánimo
Publicado Acta Apostolicae Sedis, vol. XXIV, pp. 321-332
Destinatario A los Arzobispos, Obispos y a los demás Ordinarios locales de México
Argumento Sobre la persecución de los católicos en México
Ubicación Texto en inglés en la página web del Vaticano
Sitio web Traducción al español en Wikisource
Cronología
Caritate Christi compulsi Dilectissima Nobis
Documentos pontificios
Constitución apostólicaMotu proprioEncíclicaExhortación apostólicaCarta apostólicaBreve apostólicoBula

Acerba animi (Sobre la persecución de la Iglesia en México) es una encíclica del papa Pío XI promulgada el 29 de septiembre de 1932, para denunciar la continua persecución de la Iglesia Católica en México. Fue la segunda de tres encíclicas relativas a la persecución en México, incluyendo la "Iniquis afflictisque" (1926) y la "Firmissimam constantiamque" (1937).[1]​ El gobierno de México en ese momento estaba ejerciendo una fuerte política anticlerical que incluí una violenta persecución de la Iglesia. El papa denuncia en ella los pasados y actuales de los abusos del gobierno contra a Iglesia y a sus fieles en una furibunda represión que no sólo violaba sus promesas a la Iglesia hechas en el reciente cese del levantamiento católico de la Guerra Cristera, sino que además ampliado esa persecución.[2][1]

Sustancia de la Encíclica

El papa Pío XI.

El papa criticó el estado de la persecución continua señalando que el pueblo Mexicano había sido "siempre acosado por graves persecuciones".[3]​ El papa declaró que los artículos anticlericales de la constitución Mexicana eran "seriamente despectivos a los derechos más elementales e inalienables de la Iglesia y de los fieles" y que tanto él como su predecesor se habían esforzado por evitar su aplicación por parte el gobierno Mexicano.[4]​ El papa reprendió al gobierno Mexicano por romper su promesa de no aplicar las disposisciones anticlericales, poco después de hacer esas promesas por escrito a la Santa Sede.[2]

La carta notó la historia reciente de México, donde una "rigurosa aplicación fue dada al Artículo 130 de la Constitución", que debido a su "extrema hostilidad a la Iglesia como puede verse en Nuestra Encíclica Iniquis afflictisque", provocó la protesta de la Santa Sede, que conduce a "fuertes sanciones" para quienes no cumplan con el "deplorable artículo". El papa recuerda que el gobierno de Plutarco Elías Calles, a continuación, promulgó una ley que permitía a los estados de regular el número de sacerdotes en su territorio.[2]​ El "despotismo" de "un gobierno hostil a los católicos" y sus "intolerantes" actos llevaron a los obispos de México a suspender el culto público, después de lo cual fueron casi todos desterrados y observar desde el extranjero el martirio de sus sacerdotes y la multitud.[2]​ La persecución llevó a la rebelión conocida como la Guerra Cristera.

La carta sostiene que el Vaticano "no deja de escuchar a animar con la palabra y consejo a la legal resistencia Cristiana de los sacerdotes y de los fieles"[5]

El papa señaló que las indicaciones del gobierno de que no se oponía a llegar a un acuerdo dio alguna esperanza, aunque en el mismo gobierno había una historia reciente de romper sus promesas.[6]​ Así, cuando el gobierno indicó en 1929, que no lo realizó por la aplicación de las disposiciones anticlerical de la constitución con la intención de destruir lo que el gobierno llama la "identidad de la Iglesia", ni ignorar su jerarquía, la Santa Sede aceptó ceder, permitiendo la reanudación de la adoración pública, con el entendimiento de que la Iglesia no acepta la regulación del gobierno de culto, ni dejar de protestar, ni luchar contra él.[7]​ Sin embargo, el gobierno de nuevo rompió sus promesas cuando "fieles Católicos continuaron en ser sancionados y encarcelados", obispos exiliados no pudieron regresar y más fueron exiliados "sin ninguna apariencia de legalidad".[8]​ En violación de promesas, en muchas diócesis, se apoderó de la propiedad, incluyendo iglesias, seminarios, los obispos de las residencias no pudieron regresar y "los sacerdotes y los laicos que se ha empeñado en defender la fe fueron abandonados a la cruel venganza de sus adversarios".[8]

"El gobierno continuó estimular antirreligiosidad, el socialismo y el Anticlericalismo masónico de la educación en las escuelas y a la eliminación progresiva de los sacerdotes en el país agravando la regulación de sus números, señalando que en Michoacán sólo había un sacerdote por cada 33,000 fieles, Chiapas uno por cada 60,000 habitantes, y Veracruz sólo uno de cada 100,000.[9]​ El gobierno siguió de cerca los seminarios y presentó una intención de destruir a la Iglesia.[10]​ La persecución difería poco de la que sucede en la Unión Soviética en el tiempo."[11]

El papa afirmó que "cualquier restricción cualquiera que sea el número de sacerdotes es una grave violación de los derechos divinos", instando a los "Obispos, el clero y los laicos Católicos a seguir protestando con toda su energía contra de dicha violación, y el uso de todos los medios legítimos.".[12]​ (El párrafo 20 deja calaro que "los medios legítimos" no incluyen a rebelión)..El papa explica que tolerar las exigencias del gobierno de modo que se pueda celebrar la misa no supone cooperar formalmente con los abusos anticlicales de la política mexicana del momento; es solo una aceptación material de esa política, a fin de no prrvar a los fieles de los auxilios sacramentales.

Como un remedio de la carta inisitió, especialmente, a que "los sacerdotes con sus probados espíritus de abnegación a hacer cada vez más intenso su sagrado ministerio, en particular entre los jóvenes y la gente común, tratando de llevar adelante un trabajo de persuasión y de la caridad, especialmente entre los enemigos de la Iglesia, que luchar contra ella porque no la conoce".[13]​ también instó a "instituir y promover cada vez en mayor medida la Acción Católica",[14]​ "el recurso de los Sacramentos, fuentes de la gracia y la fuerza, y la instrucción en la verdad de la fe."[14]​ Rechazando además la rebelión, la carta aconsejó a los laicos a estar "lo más cerca de la unión con la Iglesia y la Jerarquía, manifestandose por su docilidad a sus enseñanzas y orientaciones".[14]

Recepción y ramificaciones

La reacción del gobierno fue hostil; el Presidente de la época, Abelardo Rodríguez, llamó la encíclica "insolente y desafiante."[15]​ Algunos de los rebeldes fieles no hicieron caso a la encíclica, renovando las hostilidades con acciones de guerrilla, desviándose de la falta de la rebelión de 1929-1931.[15]​ Por otro lado, los considerables esfuerzos que se realizaron para cumplir, en el menos politizado manera posible, los objetivos de Acción Católica Mexicana (ACM):

  • 1. Volver a colocar a Jesucristo en el núcleo de la familia, la escuela y la sociedad
  • 2. Combatir por todos la justicia y medios legales la civilización anti-Cristiana.
  • 3. Reparación por el mismo medio los graves trastornos en nuestra sociedad.
  • 4. Restablecer el principio de que la autoridad humana es representativa de la de Dios.[16]

Aun así, durante la mayor parte del "Maximato" la membresía no era alta y la acción fue limitada.[16]

Véase también

Enlaces externos

Referencias

  1. a b Philippe Levillain The Papacy: An Encyclopedia p. 1208, 2002 Routledge
  2. a b c d Acerba animi, párrafo 3
  3. Acerba animi, paragraph 1
  4. "Acerba animi", párrafo 2
  5. "Acerba animi", párrafo 5
  6. "Acerba animi", párrafo 6
  7. "Acerba animi", párrafo 7
  8. a b "Acerba animi", párrafo 8
  9. "Acerba animi", párrafo 9-10
  10. "Acerba animi", párrafo 10-11
  11. "Acerba animi", párrafo 12
  12. "Acerba animi", párrafo 13
  13. "Acerba animi", párrafo 19
  14. a b c "Acerba animi", párrafo 20
  15. a b Sherman, John W., The Mexican right: the end of revolutionary reform, 1929-1940, p. 35-36, Greenwood Publishing 1997
  16. a b Sherman, John W., The Mexican right: the end of revolutionary reform, 1929-1940, p. 36, Greenwood Publishing 1997