Usuario:Marcelo/Taller 8

De Wikipedia, la enciclopedia libre

Durante las primeras décadas de la Conquista, la mayor parte del trabajo misional y educativo recayó en los mercedarios y los franciscanos, que –impulsados por una fuerte vocación y sacrificio– hicieron enormes avances en la evangelización de los nativos y en su educación. Si bien fueron muy exitosos en la educación primaria y la catequesis de los niños criollos, no lograron establecer escuelas secundarias ni universidades.[1]​ En cuanto a los indígenas, su al cristianismo se reveló superficial y pasajera, de modo que los obispos buscaron incorporar un movimiento evangelizador más organizado.[2]

Fue justamente para estas dos tareas –evangelización de los indígenas y educación secundaria y superior– que el obispo Francisco de Victoria llamó a la provincia del Tucumán a los jesuitas, quienes llegaron en 1585 desde el Perú a Santiago del Estero y dos años más tarde a Córdoba. En 1565 se creó la primera escuela en un convento de San Miguel de Tucumán, ocho años antes de que se estableciera la primera escuela pública en Santa Fe; la primacía continuó en manos de la Iglesia durante casi toda la época colonial: los jesuitas fundaron la primera escuela de Santiago del Estero en 1586, y desde 1612 comenzó la educación de niñas en el convento de las monjas catalinas en Córdoba.[3]

A lo largo del siglo XVII se generalizó el modelo del curato rural, en el que los curas párrocos párrocos ejercían como casi única autoridad en los pueblos de campaña. Una de sus funciones más importantes era enseñar a los niños a leer y escribir, a rezar y hacer cuentas básicas.[4]​ El sistema educativo se basaba en la repetición oral de lo que se les enseñaba, bajo la mirada de los curas-maestros.[1]​ De todos modos, la enorme mayoría de la población rural permaneció analfabeta.[5]

Durante el gobierno de Hernandarias, en 1608, los primeros jesuitas llegaron a Buenos Aires, donde fundaron un primer Colegio de San Ignacio, de efímera duración. En 1654 el Cabildo de Buenos Aires encomendó a los jesuitas atender la educación juvenil, de modo que se establecieron en la después llamada Manzana de las Luces, donde en 1661 fundaron un nuevo Colegio San Ignacio, que hacia 1675 pasaría a llamarse Real Colegio de San Carlos.[6]

Algunos sacerdotes jesuitas fueron enviados por sus superiores de la orden al Paraguay, donde iniciaron su obra más perdurable: las misiones entre los guaraníes.[7]

En las regiones más alejadas de las ciudades, la estrategia de evangelización de los indígenas pasó por las reducciones, en las que los indígenas eran concentrados y forzados a vivir en un sistema agrícola organizado en común, dirigidos por misioneros. Sucesivas misiones tuvieron éxito relativo, como las fundadas por los franciscanos en la cuenca media del río Paraná,[8]​ de las cuales la más conocida es la actual ciudad de Itatí.[9]​ También fundaron las reducciones de Areco, Santiago de Baradero y Tubichaminí en la actual provincia de Buenos Aires, tres más en torno a la ciudad de Santa Fe y dos más en la actual provincia de Corrientes; además de varias en las actuales repúblicas del Paraguay y Uruguay.[10]

Una misión jesuítica, según un grabado de Florian Paucke.

Los jesuitas fueron la orden más exitosa en la organización de misiones, en particular entre los guaraníes: desde la fundación de San Ignacio Guazú en 1609, fundaron treinta misiones en un amplísimo territorio, reuniendo unos 140 000 indígenas bajo su protección. Varias de ellas debieron ser trasladadas ante el ataque de los bandeirantes portugueses de San Pablo (Brasil) en la década de 1630, pero aunque perdieron alrededor de un tercio de sus habitantes, una vez reorganizados en torno al curso medio de los ríos Paraná y Uruguay, resultaron un modelo de organización social comunitaria.

Las misiones guaraníes eran un complejo sistema social y económico, estabilizado y exitoso: eran pueblos indígenas, administrados por los mismos guaraníes bajo la mirada paternalista de los misioneros.[11]

Tras pasar varios años en la escuela de su propia misión, todos –o casi todos– los varones guaraníes aprendían a leer, a escribir, a contar y los rudimentos de la religión católica.

Además de a trabajar, rezar y pelear, los jesuitas enseñaron a los guaraníes música y otras artes. Entre las que aún se pueden admirar, se destacan las "barrocas" arquitecturas exornadas con relieves barrocos resaltados en las piedras sillares o tallados en los rojos ladrillos de tipo romano. Es así que, luego de la expulsión de los jesuitas, muchos guaraníes se trasladarían a las ciudades coloniales, como Corrientes, Asunción o Buenos Aires, donde se destacaron como compositores y maestros de música, plateros y pintores.[12]

  1. a b Solari, Manuel Horacio (1991). Historia de la educación argentina. Paidós. 
  2. Di Stefano y Zanatta (2000): 23-25.
  3. Puiggrós (2003): 31.
  4. Di Stefano y Zanatta (2000): 56-59.
  5. Mayo, Carlos A. (1999). «La educación». En Academia Nacional de la Historia, ed. Nueva Historia de la Nación Argentina. Tomo III. Planeta. p. 168. 
  6. Soulés, María I. (1997). Instituto de Investigaciones Históricas de la Manzana de las Luces "Dr. Jorge E. Garrido", ed. San Ignacio, la iglesia más antigua de Buenos Aires. Manrique Zago. 
  7. Burrieza Sánchez, Javier; Revuelta González, Manuel (2004). Los Jesuitas en España y en el mundo hispánico. Volumen 1. Marcial Pons. p. 201. 
  8. Salas, José Luis (2000). «La Evangelización franciscana de los guaraníes: Su apóstol fray Luis Bolaños». Ediciones y Arte. 
  9. González Azcoaga, Miguel Fernando. «IVº Centenario de la Misión Franciscana de Itatí». Franciscanos.es. Archivado desde el original el 25 de noviembre de 2015. Consultado el 25 de noviembre de 2015. 
  10. Bruno (1993): 84-87.
  11. Mörner, Magnus (1985). Actividades políticas y económicas de los jesuitas en el Río de la Plata. Hyspamérica. 
  12. Furlong, Guillermo y Piazzesi, Gianfranco (1984). Los jesuitas y la cultura rioplatense. Huarpes.