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Durante el siglo XV, el ballet era simplemente una manera de mostrar la posición social de una persona.[1]​ Sin embargo, desde principios del siglo XIX, el mundo occidental ha considerado a los bailarines de ballet o danseurs como débiles, afeminados u homosexuales. Estos bailarines combaten, a través de expectativas de género y comportamiento, estereotipos con los que se les asocia.[2][3]​ No obstante, gracias a la educación y la visibilidad que se les da en los medios de comunicación, se producen cambios en la percepción que tiene la sociedad de ellos.[1][2]

Los comienzos del bailarín de ballet[editar]

El ballet tuvo su inicio en cortes italianas y francesas durante el siglo XV.[1]​ Por aquel entonces, la elegancia y la delicadeza eran símbolo de poder.[4]​ Muchos nobles comenzaron a bailar

para demostrar que ostentaban una posición privilegiada.[4]​ Luis XIV de Francia fundó la Academia Real de la Danza, que fue la primera escuela de ballet.[1]​ Se consideró a los hombres las estrellas del ballet hasta que, en el siglo XIX, las mujeres cobraron importancia.[1]​ Este cambio fue motivado por un par de factores más. En primer lugar, la audiencia cambió cuando el ballet se trasladó de palacios a escenarios.[4]​ En segundo lugar, hubo un movimiento cultural que creó más bandas sonoras etéreas.

La respuesta de los bailarines[editar]

La investigación de William L. Earl de 1988 sobre los estereotipos americanos lo llevó a pedir a compradores en los centros comerciales que le describieran a los bailarines de ballet, en general, usando hasta 15 palabras o frases. Las respuestas más comunes fueron: «muchachos apuestos con miedo a ensuciarse las manos en un trabajo digno», «esnobs», «reservados», «neuróticos», «narcisistas», «blandos», «vanidosos», «delicados», «homosexuales», «niños de mamá», «irresponsables», «probablemente trabajadores», «criaturas de la noche», «saltarines», «con miedo a la intimidad», «manipuladores», «fríos» y «sofisticados».[5]

Más tarde, en un estudio sociológico de 2003, los bailarines de ballet denunciaron algunos estereotipos a los que han tenido que hacer frente, como «femeninos, homosexuales, lloricas, niños mimados, gays, finolis, delicados, débiles, dóciles, niñitas, sabelotodos, diletantes y maricones».[6]

En 2009, como preparación para la antología sobre la masculinidad y el baile, Jennifer Fisher y Anthony Shay entrevistaron a varios bailarines de diferentes edades, etnias y sexualidades. En las entrevistas, les hacían preguntas basadas en la imagen que la gente tenía de ellos, como «¿Pensáis que estáis rodeados de estereotipos sobre los hombres y el baile?» y «¿Hay alguna opinión sobre los bailarines que necesita un cambio?».[7]

Uno de los bailarines entrevistados, Aaron Cota, se posicionó en contra de los prejuicios injustos y ayudó a desmontarlos. En su caso, dejó el baile durante un tiempo para entrar en la Marina y cuenta la reacción de sus compañeros marines: «Cuando descubrieron que me saqué el título de bailarín, estaban como “¿Qué? ¿Eres un qué?”. Estaban un poco confundidos, pero solo se lo tienes que explicar. Cuando mis compañeros vieron algunas de las cosas que había hecho o vídeos de otra gente bailando, decían cosas como “Hostia puta, ¿cómo pueden hacer eso?” y como “Es increíble” y “Eso me ha abierto los ojos…”».[8]

Otro bailarín, David Allan, tuvo una mala experiencia con estos estereotipos durante su infancia. Por su parte, habla sobre la época en la que actuó en un espectáculo de su escuela cuando tenía once años: «Estaba muy emocionado por hacer Un baile de David, mi primera coreografía. Pero entonces, cuando salí con mis mallitas blancas, todos estallaron en carcajadas… Después, me encontré con unos chicos en el pasillo de la escuela que me decían cosas horribles... como “Eres el típico bailarín que acaba rodando por las escaleras”».[9]

Por último y como curiosidad, el actor belga Jean-Claude Van Damme es un bailarín de ballet profesional que más tarde se convirtió en una estrella de las artes marciales en películas de acción.[10]

Expectativas de género y comportamiento[editar]

A menudo se menosprecia a los bailarines de ballet debido a la idea popularizada de que el ballet es femenino.[2]​ Los bailarines se enfrentan a esta idea de diferentes maneras: en primer lugar, se hacen cargo de diferentes características de movimiento y de una técnica diferente en comparación con sus compañeras bailarinas;[2][3]​ posteriormente, se espera que los hombres realicen movimientos de forma fuerte y poderosa. También se espera que sean lo suficientemente robustos como para levantar a una persona.[3]​ De este modo, en el mundo del baile, se han utilizado palabras como «fuerte», «orgulloso» y «seguro» para describir a un buen bailarín de ballet.[3]​ Por otra parte, se ha descrito a una buena bailarina de ballet como  «tímida», «modesta» y «ligera».[3]​ Los bailarines dominan una técnica más atlética, se centran más en los saltos y deben trabajar con más peso y poder en su técnica.[3]​ En el mundo de la danza se exige a los bailarines tener características varoniles: con frecuencia se les exige que bailen como hombres más jóvenes, y, además, se desprecia a los bailarines que bailan de forma más afeminada.​[2]​ A menudo se les califica de débiles, frágiles y fuera de lugar.[3]

Motivos del rechazo[editar]

Este rechazo hacia los hombres en el mundo de la danza viene dado por la falta de relación existente entre el típico estereotipo masculino y los estereotipos asociados con este arte. Normalmente, se percibe y se espera que los hombres exhiban cualidades como: dominio, independencia, autoridad, fuerza y una ausencia de emociones. Los estereotipos femeninos, en cambio, incluyen: sumisión, dependencia, conformidad, vulnerabilidad y emoción.[11]​ Es por esto que los femeninos están más estrechamente vinculados con los estereotipos de la danza, pues el baile es una manifestación de las emociones. En el ballet, uno depende de los que lo rodean, ya sea por tener que confiar en ellos para que lo levanten, lo cojan o para moverse de forma sincronizada.

Los hombres y la masculinidad están relacionados y, a menudo, no existe ninguna diferencia entre ambos conceptos. La masculinidad en sí es una posición social que se asocia con ciertos roles y costumbres. Esta cualidad crea un significado simbólico de lo que quiere decir ser un hombre ya que como posición social, se ejerce presión sobre los hombres en lo que respecta a la masculinidad, y si no cumplen con lo establecido, entonces la sociedad los ridiculiza y excluye fácilmente por haber fracasado en lograr dicho significado simbólico.[12]​ Como la danza es una manifestación de las emociones que se basa en la vulnerabilidad, los hombres se exponen a convertirse en objetos de burla al presentar características diferentes a los atributos masculinos esperados.

Efectos sobre la participación[editar]

En un estudio realizado acerca de las actitudes de los compañeros hacia aquellos que practicaban deportes considerados «para un solo género» (como por ejemplo el ballet o el fútbol americano), se observó que adolescentes de entre 14 y 18 años tenían firmes opiniones muy estereotipadas. Los chicos que realizaban con frecuencia una actividad deportiva «no apropiada para su género» se pensaba que eran más femeninos que aquellos que no la practicaban. Por otro lado, el estudio también sugería que: «Estos estereotipos acerca de los atletas pueden llegar a tener importantes repercusiones en la disposición de los deportistas a la hora de participar en algunos deportes. Asimismo, también pueden llevar a que ciertos tipos de posibles competidores ignoren dichos deportes, como por ejemplo los «machitos» que rehúsan las actividades deportivas «inapropiadas» para su género».[13]​ Victoria Morgan, ex bailarina principal del San Francisco Ballet y ahora directora artística y ejecutiva del Cincinnati Ballet, se siente identificada: «[…] Noto que hay un estigma asociado al ballet en América que no refleja la realidad… Esto complica el poder atraer a según qué espectadores y chicos a las compañías de ballet».[14]

Cambio de perspectiva[editar]

Para combatir las actitudes estereotipadas una de las estrategias utilizadas es la de discutir las construcciones sociales de género dentro de la educación de danza. También ha habido programas como Boys Dancing que se han opuesto a la idea de que los chicos no deberían bailar.[2]​ Asimismo, los medios de comunicación también pueden ayudar a cambiar el punto de vista desde el que se mira a los bailarines de ballet.

Después de la película Billy Elliot, estrenada en 2000, en las clases de danza hubo un drástico aumento de inscripciones masculinas. En la escuela de danza Royal Ballet, por ejemplo, se admitieron más chicos que chicas, cosa que nunca antes había sucedido.[1]​ Algunos programas de telerrealidad como Bailando con las estrellas o So You Think You Can Dance también han tenido un impacto positivo con relación a las inscripciones[1]​, es más, para muchos estudiantes han sido el empujón que necesitaban para empezar a bailar y estudiar ballet.[1]

Apariciones en la gran pantalla[editar]

  • En Paso decisivo (película de 1977), se da por hecho que Wayne Dodgers es homosexual porque es bailarín de ballet, así que se acuesta con Deedee para demostrar que es no lo es. El menor de sus hijos también toma clases de ballet y planea dedicarse a la danza de forma profesional.
  • Billy Elliot, película británica del año 2000, relata la historia de un niño de 11 años proveniente de la clase trabajadora que aspira a ser bailarín y tiene que lidiar con los estereotipos y reacciones negativas de todo el vecindario.
  • En The Company (film), el director artístico del Joffrey Ballet, Alberto Antonelli, al ganar un premio del consulado italiano, comentó que cuando empezó en el ballet, tuvo que mantenerlo en secreto y le pidió a la comunidad italiana que animase a todo aquel que sueñe con una vida dedicada al baile.
  • En la película ¿Bailamos? de 2004, el protagonista, interpretado por Richard Gere, le pregunta a su amigo por qué oculta que es bailarín. El hombre le contesta que de pequeño se burlaban de él, le llamaban gay y le pegaban porque bailaba.[15]

Citaciones[editar]

  1. a b c d e f g h Klapper, Melissa R. (2017). «“You Shouldn’t Tell Boys They Can’t Dance”: Boys and Ballet in America». The Journal of the History of Childhood and Youth 10 (2): 248-267. ISSN 1941-3599. doi:10.1353/hcy.2017.0027. Consultado el 8 de mayo de 2019. 
  2. a b c d e f Oliver, Wendy, editor. Risner, Douglas S., editor. Dance and Gender : an evidence-based approach. ISBN 0813052637. OCLC 967262761. Consultado el 8 de mayo de 2019. 
  3. a b c d e f g Haltom, Trenton M.; Worthen, Meredith G. F. (2014). «Male Ballet Dancers and Their Performances of Heteromasculinity». Journal of College Student Development 55 (8): 757-778. ISSN 1543-3382. doi:10.1353/csd.2014.0084. Consultado el 8 de mayo de 2019. 
  4. a b c Craig, Maxine Leeds. ([2014]). Sorry I don't dance why men refuse to move. Oxford University Press. ISBN 9780199369614. OCLC 984778645. Consultado el 8 de mayo de 2019. 
  5. THE MALE DANCER. Taylor & Francis. pp. 10-30. ISBN 9780203376522. Consultado el 8 de mayo de 2019. 
  6. Fisher, Jennifer (2007-05). «Make It Maverick: Rethinking the “Make It Macho” Strategy for Men in Ballet». Dance Chronicle 30 (1): 45-66. ISSN 0147-2526. doi:10.1080/01472520601163854. Consultado el 8 de mayo de 2019. 
  7. Metzger, Sean (2012). «When Men Dance: Choreographing Masculinities Across Borders edited by Jennifer Fisher and Anthony Shay. 2009. New York: Oxford University Press. 422 pp., photographs, appendix, index, $29.95 paper.». Dance Research Journal 44 (1): 118-119. ISSN 0149-7677. doi:10.1017/s0149767711000441. Consultado el 8 de mayo de 2019. 
  8. Metzger, Sean (2012). «When Men Dance: Choreographing Masculinities Across Borders edited by Jennifer Fisher and Anthony Shay. 2009. New York: Oxford University Press. 422 pp., photographs, appendix, index, $29.95 paper.». Dance Research Journal 44 (1): 118-119. ISSN 0149-7677. doi:10.1017/s0149767711000441. Consultado el 8 de mayo de 2019. 
  9. Metzger, Sean (2012). «When Men Dance: Choreographing Masculinities Across Borders edited by Jennifer Fisher and Anthony Shay. 2009. New York: Oxford University Press. 422 pp., photographs, appendix, index, $29.95 paper.». Dance Research Journal 44 (1): 118-119. ISSN 0149-7677. doi:10.1017/s0149767711000441. Consultado el 8 de mayo de 2019. 
  10. «Wallis, (Diana) Lynn, (born 11 Dec. 1946), freelance ballet teacher, producer, coach and consultant; Artistic Director, Royal Academy of Dance (formerly of Dancing), 1994–2016». Who's Who (Oxford University Press). 1 de diciembre de 2007. Consultado el 8 de mayo de 2019. 
  11. Koskoff, Ellen; Hanna, Judith Lynne (1990). «Dance, Sex and Gender: Signs of Identity, Dominance, Defiance, and Desire». Ethnomusicology 34 (3): 457. ISSN 0014-1836. doi:10.2307/851631. Consultado el 8 de mayo de 2019. 
  12. Schippers, Mimi (15 de febrero de 2007). «Recovering the feminine other: masculinity, femininity, and gender hegemony». Theory and Society 36 (1): 85-102. ISSN 0304-2421. doi:10.1007/s11186-007-9022-4. Consultado el 8 de mayo de 2019. 
  13. Alley and Hicks. "Peer Attitudes towards Adolescent Participants in Male- and Female-Oriented Sports.". 
  14. Valin, Kathy. “Fear of Men in Tights.”. 
  15. Chelsom, Peter. "Shall We Dance.". 

Referencias[editar]

  • FISHER, Jennifer y SHAY, Anthony: When Men Dance: Choreographing Masculinities Across Borders. Nueva York: Oxford, 2009.
  • FISHER, Jennifer y SHAY, Anthony: Make it Maverick: Rethinking the "Make it Macho" Strategy for men in Ballet. Studies in Dance and the Related Arts. 2007. p. 45-66.
  • BURT, Ramsay: The male dancer. Londres: Routledge, 1995.
  • ALLEY, TR y HICKS, CM:Peer Attitudes towards Adolescent Participants in Male- and Female-Oriented Sports. 2005. p. 273-280.
  • VALIN, Kathy. Fear of men in tights. Dance Magazine, 2005, p. 56-59.
  • BAILEY, J.Michael y OBERSCHNEIDER, Michael: Sexual Orientation and Professional Dance, 1997, p. 433- 444.
  • LEE, Carol: Ballet In Western Culture: A History of its Origins and Evolution. Routledge: 2002.
  • GARAFOLA, Lynn:Rethinking the Sylph:New Perspectives on the Romantic Ballet. Wesleyan University Press, 1997,  p. 197-244.