Diferencia entre revisiones de «Olivares»

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Revisión del 19:15 3 jun 2010

Para otros significados de Olivares, ver Olivares (desambiguación).
Olivares
municipio de España


Bandera

Escudo

País  España
• Com. autónoma  Andalucía
• Provincia  Sevilla
• Partido judicial Sanlúcar la Mayor
Ubicación 37°25′07″N 6°09′21″O / 37.418611111111, -6.1558333333333
• Altitud 169 m
Superficie 45,53 km²
Población 9427 hab. (2023)
• Densidad 206,94 hab./km²
Gentilicio Olivaretos/as
Código postal 41804
Alcalde (2007) Isidoro Ramos García
Patrón Sebastián de Milán
Sitio web www.olivares.es


Olivares es un municipio español de la provincia de Sevilla, Andalucía. En el año 2008 contaba con 9.182 habitantes. Su extensión superficial es de 46 km² y tiene una densidad de 201,67 hab/km². Sus coordenadas geográficas son 37º 25' N, 6º 09' O. Se encuentra situada a una altitud de 169 metros y a 16 kilómetros de la capital de provincia, Sevilla.

Está a orillas del río Agrio, afluente del río Guadiamar en dirección a las localidades de Gerena y Aznalcóllar.

Limita al Norte con Albaida del Aljarafe, al Sur con Villanueva del Ariscal, al Oeste con Sanlúcar la Mayor y al Este con Salteras.

Demografía

Número de habitantes en los últimos diez años.

Plantilla:Demo

HISTORIA

Su término contiene vestigios romanos, destacando los restos del acueducto que se halla en el Cerro de las Cabezas destinado a llevar agua desde el desaparecido poblado de Tejada hasta Itálica. A escasa distancia de la villa existió hasta 1843 un pueblo llamada Heliche. El origen de la villa de Olivares se remonta a la época romana, en la cual la alquería situada en los terrenos que hoy ocupa el pueblo pasó posiblemente tras la conquista de la Bética a manos de un militar romano, Turculus, cuyas sucesivas derivaciones y cambios a lo largo del tiempo cristalizaron en Estercolines.

De la época árabe queda en el término una torre al pie de la carretera Olivares-Gerena, denominada como la finca en que se enclava, Torre de San Antonio, datada en el S.XII.

La villa comienza su máximo esplendor con D.Gaspar de Guzmán, Conde-duque de Olivares, valido de Felipe IV, fundando la Iglesia colegial y de la consiguiente conversión en abadía en 1.623.

CONDE-DUQUE DE OLIVARES

Gaspar de Guzmán y Pimentel (Roma, 6 de enero de 1587 - Toro, 22 de julio de 1645), noble y político español, III conde de Olivares, I duque de Sanlúcar la Mayor, I Marqués de Heliche y I Conde de Arzarcóllar, conocido como el Conde-Duque de Olivares, valido del rey Felipe IV.

Reseña biográfica

Nieto de Pedro Pérez de Guzmán y Zúñiga, I conde de Olivares (Genaro), y bisnieto del III duque de Medina-Sidonia, nació en Roma, donde su padre, Enrique de Guzmán, era embajador de España. Vivió en Italia hasta los doce años, pues su padre fue sucesivamente virrey de Sicilia y de Nápoles. Como tercer[1] hijo de la Casa de Olivares, rama menor de la poderosa Casa de Medina-Sidonia, se le destinó a la carrera eclesiástica. A los catorce años fue enviado a estudiar derecho canónico a la Universidad de Salamanca. Sin embargo, las muertes sucesivas de sus dos[cita requerida] hermanos mayores le convirtieron en heredero del título, de forma que tuvo que abandonar en 1604 los estudios para acompañar a su padre en la corte de Felipe III, donde éste había sido nombrado miembro del Consejo de Estado y Contador Mayor de Cuentas. Al morir su padre en 1607, heredó el mayorazgo de Olivares y se concentró en cortejar a su prima, Inés de Zúñiga y Velasco, con la que se casaría ese año, con la pretensión de obtener el título de grande. Ante el fracaso en esta pretensión, se retiró a Sevilla para administrar sus dominios, donde pasaría ocho años y compraría la jurisdicción de la villa de Bollullos de la Mitación.

Ascenso al poder

En 1615 consiguió que el duque de Lerma le nombrase gentilhombre de cámara del príncipe Felipe, futuro Felipe IV, con lo que regresó a la corte. Desde ese cargo intervino en las luchas de poder entre el valido del rey, el duque de Lerma y su hijo, el duque de Uceda, apoyando a este último. A la caída de aquél, en 1618, Olivares se encontró formando parte de la facción ganadora. Desde ese papel, emprendió la creación de un polo de poder alternativo, apoyándose en su tío Baltasar de Zúñiga, que había sido llamado a la corte en 1617 por el duque de Uceda, a sugerencia de Olivares. Éste, hombre inteligente y de gran influencia, supo hacerse con el favor del futuro Felipe IV, de forma que cuando accedió al trono en 1621 le nombró primer ministro en lugar del duque de Uceda, triunfando la facción de Olivares. El 10 de abril de ese año, el rey concedió a Olivares el título de grande de España, utilizando la fórmula convencional "Conde de Olivares, cubríos". Finalmente, a la muerte de su tío en 1622, se hizo cargo del gobierno como valido.

Desde 1622 sus cargos en la corte fueron sumiller de corps y caballerizo mayor, con los que se garantizaba el acceso constante a la persona del rey, tanto dentro de palacio como cuando salía de caza, e incluso con la obligación de dormir en sus aposentos. Desde 1636 también fue camarero mayor. Aparte de otras dignidades y oficios, llegó a ser Comendador Mayor de la orden de Alcántara, Alcaide del Alcázar de Sevilla, Gran Canciller de Indias, General de la caballería española, Tesorero general de la Corona de Aragón y Teniente General. Tuvo asiento en las Cortes de Castilla.

Obra como ministro

Una vez instalado en el poder inició una actividad política trepidante. En el interior trató de llevar a cabo un amplio programa de reformas, mientras que en el exterior tuvo que hacer frente a una serie de compromisos bélicos ocasionados por la reanudación de la guerra con Holanda, el apoyo a los Habsburgo austriacos y la enemistad de Francia, dirigida por el cardenal Richelieu.

Entre las reformas internas, llevó a cabo una campaña contra la venalidad y corrupción del anterior reinado, eliminando de la corte a los miembros de las facciones de Lerma y Uceda y condenando los abusos del reinado anterior con castigos ejemplares. Sin embargo, para afianzar su poder, situó en puestos clave a sus propios parientes, amigos y clientes, acumuló para su casa títulos, rentas y propiedades. Asimismo sustituyó el tradicional sistema de consejos por una serie de juntas, que abarcaban diversos ramos de la administración pública (Armada, Sal y Minas, Obras y Bosques, Limpieza y Población), o que cumplían otras funciones como la Junta de Reformación, que velaba por la moralidad de la Corte, o la Junta de Ejecución, organismo ejecutivo para la rápida toma de decisiones. También trató de implantar una serie de medidas económicas de corte mercantilista, como incentivos a las manufacturas de lana y seda, fomento del comercio, medidas proteccionistas, etc., que sin embargo no llegaron a cuajar ante la falta de vigor y constancia. Sin embargo, los proyectos más ambiciosos se referían a la Hacienda y consistieron en la supresión del impuesto de los millones, la creación de unos erarios estatales para la financiación de las obras públicas y el fin de las acuñaciones masivas del reinado anterior, a fin de contener la inflación. No obstante, todas las reformas se estrellaron siempre con el hecho fundamental de la ruina de la economía de los reinos de la monarquía y la pérdida de crédito internacional.

El conde-duque también se preocupó del problema fundamental de la monarquía, consistente en la diversidad de prerrogativas reales en cada uno de los reinos de la monarquía. El programa político de Olivares quedó recogido contenido en el Gran Memorial que presentó al rey en 1624 y en el que se sugiere una solución diametralmente opuesta a las que habían ensayado anteriores soberanos, introduciendo la uniformidad legal en los diversos reinos. Para ello, proponía un plan de reformas encaminadas a reforzar el poder real y la unidad de los territorios que dominaba, con vistas a un mejor aprovechamiento de los recursos al servicio de la política exterior. En su opinión, la eficacia de la maquinaria bélica de la monarquía, sostén de su hegemonía en Europa, dependía de la capacidad para movilizar los recursos de sus reinos, lo cual requería una administración más ejecutiva y centralizada. Esto es lo que se llamó la Unión de Armas, proyecto para incrementar el compromiso de todos los reinos de España para compartir con la Corona de Castilla las cargas humanas y financieras del esfuerzo bélico. De esta forma, se preveía la creación de una reserva común de 140.000 hombres, aportados proporcionalmente a su población por todos los reinos de la monarquía. Esta medida fue interpretada por los territorios de la Corona de Aragón (Reino de Aragón, Principado de Cataluña, Reino de Valencia y Reino de Mallorca) como un peldaño más en su sumisión a la monarquía.

En el exterior, aunque Olivares dejó a un lado las campañas imperialistas y agresivas, se concentró en la defensa de los bienes heredados del siglo anterior. Los Países Bajos y Alemania fueron los escenarios donde se llevó a cabo esta lucha por la supervivencia. La lucha ya había comenzado en Alemania en 1618, con el desencadenamiento de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648). Los Habsburgo españoles no se involucraron directamente, sino que enviaron dinero y hombres a sus parientes austriacos. Estas tropas colaboraron en el aplastamiento de la rebelión bohemia, al tiempo que se invadió el Bajo Palatinado. La rebelión de los católicos de la Valtelina contra sus señores protestantes de la Liga Grisona, permitió estacionar tropas españolas en el valle y proteger el camino español entre Génova y los Países Bajos, operación refrendada por el tratado de Monzón en 1626. Con respecto a Holanda, se reanudaron las hostilidades con las Provincias Unidas al no prorrogarse la Tregua de los Doce Años, considerada ruinosa por la corte hispánica. En un principio se consiguieron algunas victorias, como Fleurus (1622) o la rendición de Breda (1625).

Sin embargo, las guerras provocaron un endeudamiento creciente por la falta de de nuevos recursos financieros, hasta llegar a la bancarrota de 1627. Desde entonces, las derrotas militares se sucedieron, abriendo el camino para la decadencia del poderío español en Europa. La monarquía había perdido las buenas relaciones con la Inglaterra de los Estuardo, al fracasar las negociaciones para casar a la Infanta María Ana con el príncipe de Gales. En Flandes se perdieron Bolduque (1629), Maastricht (1632) y Breda (1637), en tanto que la flota española era derrotada por la holandesa en la batalla de las Dunas (1639). En Italia, la segunda guerra de sucesión de Mantua se había resuelto con la anexión del por parte de por Francia del Marquesado de Montferrato, mediante el tratado de Cherasco en 1631, al tiempo que se perdía definitivamente la Valtelina, en 1639. En el Imperio, la resonante victoria española de Nördlingen de 1634, en la que el Cardenal-Infante Fernando arrolló el ejército de Gustavo Adolfo de Suecia, dio paso a la irrupción de Francia en la guerra, que entraba así en su fase decisiva.




Véase también

Enlaces externos