Discusión:Familia Sucre

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Tomasa Bravo, una hermosa mulata oriunda del Yaguachi de inicios del siglo 19, es ahora reconocida históricamente como otra de las protagonistas indirectas de la campaña patriótica por la independencia, que tuvo su punto culminante un día como hoy en las faldas del Pichincha, donde se selló la libertad de lo que ahora es el Ecuador.

Y es que de su romance con el general Antonio José de Sucre, durante la primera estadía de este a cargo del Cuartel General en Guayaquil (entre 1821 y 1822), Tomasa trajo al mundo una niña, en abril de 1822, a la que se le puso por nombre Simona, coincidencia o no, un femenino poco común del nombre del mentor y padre militar del prócer venezolano, el Libertador Simón Bolívar.

El hecho de esta descendencia guayaquileña de Sucre no está ya en discusión, porque incluso se han ubicado las cartas en las que el posteriormente inmortal Mariscal de Ayacucho, de su puño y letra, comenta de su hija a sus amigos locales. Y los investigadores históricos Alfonso Rumazo González, Rodolfo Pérez Pimentel y Arturo Costa de la Torre también resaltan que Sucre tuvo descendencia no solo en el Ecuador, sino también en Bolivia, donde fue Presidente.

Muy joven y por circunstancias que no se han podido precisar, Tomasa Bravo falleció en 1825, y al enterarse, el Mariscal le envía desde Bolivia una carta al coronel Vicente Aguirre, en Quito, a quien le solicita que se haga cargo de la niña y cubra todos sus gastos.

En su misiva, Sucre le dice a Aguirre: “Abuso de la amistad de usted, para rogarle que me haga llevar esta niñita a Quito y la ponga en una casa en que la críen y la eduquen con mucha delicadeza y decencia, la enseñen cuanto se pueda a una niña y en fin, me la haga tratar tan bien como espero de usted”.

De la pequeña Simona y lo que fue luego su vida, se sabe muy poco. Se cree que ingresó a un convento para convertirse en religiosa, lo cual significaría que con ella terminó esa descendencia del Mariscal.

Pero en Guayaquil quedan algunos rasgos: Simona fue bautizada en la catedral por el padre Fray Alipio Laram el 20 de abril de 1822. Es decir, poco más de un mes antes de que su célebre padre lidere a las tropas en las faldas del Pichincha, declarando libre del mando español este territorio, para anexarlo definitivamente a la Gran Colombia que diseñaba Bolívar.

El documento del bautizo de Simona permanece en el archivo de la catedral de Guayaquil, libro 17, folio 7.

En 1822 posterior al triunfo de Pichincha, el militar venezolano conoce a Mariana Carcelén, marquesa de Solanda, de 17 años de edad, con quien se casa el 20 de abril de 1828.

En julio de 1829 nació Teresa, hermana quiteña de Simona, quien para entonces ya tendría 7 años. Pero Teresa murió a los 2 años de edad al caer accidentalmente –algo que se ha cuestionado– del balcón de su casa, ya cuando el heroico padre de ambas no estaba: había sido asesinado en Berruecos, en junio de 1830.

Simona y Teresa, sin embargo, tuvieron hermanos en Bolivia, hasta donde Sucre llegó con el ejército libertador y país del que fue Presidente y cuya capital histórica lleva su nombre. Sucre conoció allá a Rosalía Cortés y Silva, aristócrata de La Paz, con la cual tuvo un hijo –enero de 1826– que fue bautizado con el nombre de José María. Tras un fugaz paso por la carrera militar, este se retiró a la vida privada. Tuvo 11 hijos.

En Tarija, también en Bolivia, el Mariscal tuvo otro romance con María Manuela Rojas, fruto de lo cual nació, el 7 de junio de 1828, su hijo Pedro César Sucre. El hijo de Pedro César se llamó Julio César y tuvo dos hijos más, que a la postre se convirtieron en los bisnietos del prócer.

Dos temporadas, de dos años cada una, pasó Antonio José de Sucre en lo que ahora es el Ecuador. Nacido en Cumaná, Venezuela, el 3 de febrero de 1795, desde los 15 años se unió a la milicia tras abandonar sus estudios de Ingeniería.

Su paso por estos territorios se dieron entre el 1 de mayo de 1821 hasta abril de 1823, tras su triunfo en el Pichincha; y, desde septiembre de 1828 hasta noviembre de 1829, cuando dejó establecido su hogar en Quito y partió después a tratar de evitar la disolución de la Gran Colombia. Cuando intentó regresar al país, fue asesinado en Berruecos, el 4 de junio de 1830.

En estas tierras que él liberó con su espada encontró el cariño de la gente, el amor en su esposa, Teresa Carcelén, y sobre todo la paz familiar que siempre anheló y que lamentablemente siempre le fue esquiva.

Los historiadores resaltan su deseo de radicarse en Ecuador definitivamente para llevar una vida sencilla en el campo. Y se considera muy significativa la carta que le dirige al general Trinidad Morán el 12 de diciembre de 1825 en donde dice: “Pienso que mis huesos se entierren en el Ecuador, o que se tiren dentro del volcán Pichincha”, cual declaración de amor. O como cuando el 3 de diciembre de 1822 escribe al Cabildo de la capital identificándose como “un ciudadano de Quito como cualquiera de los que vieron en él la luz”.

Y si Guayaquil le dio una hija, también fue el escenario de la mayor prueba de fuego que como alto militar le hiciera Simón Bolívar al confiarle el mando de sus propias tropas para que desde este puerto apoye la campaña de liberación de los territorios de la Real Audiencia de Quito y contribuya a sostener el movimiento independentista guayaquileño.

La estrategia de Sucre, de escalar por la noche el volcán Pichincha (24 de mayo de 1822) para luego lanzarse sobre las huestes realistas, selló la derrota española en estos lares.

El triunfo en Ayacucho, Perú (9 de diciembre de 1824), que le dio el título de Mariscal, lo confirmó como gran estratega militar. A pesar de contar con desventaja numérica, apenas 5.780 hombres frente a 9.300 españoles, fue utilizado para hacer creer a los hispanos que combatían con un ejército debilitado. El exceso de confianza pasó factura a los españoles. Igual táctica utilizaría en su victoria aplastante contra el ejército peruano en la batalla de Tarqui, el 27 de febrero de 1829.

Y aunque no está registrado históricamente, al buscar una explicación al nombre de Simona que puso a su hija guayaquileña, podría servir una carta que Sucre escribió, el 28 de junio de 1829, al libertador Simón Bolívar: “Creo que toda mi carrera y mi vida están marcadas por los testimonios del más sincero afecto por usted, y dudo mucho si a mi padre mismo he querido más que a usted”.

Ángel Emilio Hidalgo Historiador “Sucre cumplió con la tarea que en su momento recibió de una sociedad que procuraba y demandaba cambios sociopolíticos y lo supo hacer desde su posición de militar”.

“Sucre fue un padre preocupado que a pesar de sus ocupaciones y avatares no se olvidó de su hija. Los mismo ocurrió con sus hijos en Bolivia. Reconoció a todos y evidentemente es un acto de bien, de un hombre de valores y principios”.

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