Situado en el oeste de Uganda, este parque de 100.000 hectáreas abarca la mayor parte del macizo montañoso de Rwenzori, que culmina a 5.109 metros de altura en la cumbre del pico Margarita, la tercera cima de África. Es un sitio de gran belleza, con glaciares, cascadas y lagos que forman un paisaje alpino sin parangón en el continente africano. El parque posee numerosos hábitats naturales donde viven animales en peligro de extinción, así como una flora rica y rara compuesta por múltiples especies, entre las que destaca el brezo gigante. (UNESCO/BPI)[1]
Situado al sudoeste de Uganda, en el punto de convergencia de los bosques de planicie y de montaña, el parque de Bwindi tiene una superficie de 32.000 hectáreas y es reputado por su rica biodiversidad. Posee 160 especies de árboles y más de 100 clases de helechos, numerosos tipos de pájaros y mariposas, y varias especies animales en peligro de extinción como el gorila de montaña. (UNESCO/BPI)[2]
Emplazadas en Kasubi, las tumbas de los kabakas (reyes) de Buganda ocupan unas 30 hectáreas de colinas del distrito de Kampala. La mayor parte del sitio es una zona agrícola cultivada con métodos tradicionales. En su centro, en la cima de una colina, se alza el antiguo palacio de los kabakas construido en 1882 y transformado en cementerio real en 1884. El Muzibu Asala Mpanga –edificio principal de planta circular rematado por una cúpula– alberga hoy cuatro tumbas reales. Es un ejemplo notable de obra arquitectónica realizada con materiales orgánicos: madera, paja, juncos, cañas y adobe. No obstante, la importancia del sitio estriba en su valor inmaterial, ya que está íntimamente vinculado a las creencias y la espiritualidad de la población, así como a las nociones de continuidad e identidad. (UNESCO/BPI)[3]
La inscripción en esta lista es la primera etapa para cualquier futura candidatura. Uganda, cuya lista indicativa fue revisada por última vez el 30 de enero de 2007,[4] ha presentado los siguientes sitios:
Bien inmaterial inscrito en 2008 (originalmente proclamado en 2005).
La fabricación de tejidos de corteza vegetal es una artesanía antigua de los baganda, un pueblo que vive en el reino de Buganda, al sur de Uganda. Tradicionalmente, los artesanos del clan de Ngonge, dirigidos por un kaboggoza, el artesano-jefe hereditario, fabricaban tejido de corteza vegetal para la familia real baganda y el resto de la comunidad. Para su elaboración se necesita recurrir a una de las técnicas más antiguas de la humanidad, una técnica prehistórica anterior a la invención del telar.
La corteza interna del árbol mutuba (Ficus natalensis) se cosecha durante la estación de las lluvias. Luego, en un proceso largo y agotador, se bate con diversos tipos de mazos de madera para darle una textura suave y fina y un color ocre uniforme. Los artesanos trabajan en una choza abierta para impedir que la corteza se seque demasiado rápidamente. Los tejidos de corteza vegetal los llevan en forma de toga hombres y mujeres, pero las mujeres lo ciñen con un cinturón. El tejido tiene color ocre para los hombres ordinarios, pero el que utilizan los reyes y los jefes es teñido de blanco o de negro y se lleva en un estilo diferente para resaltar su condición social. El tejido se usa principalmente en las ceremonias de coronación, curación, en funerales y reuniones culturales, pero también sirve para hacer cortinas, mosquiteras, ropa de cama o para almacenar productos.
Antes, la producción de tejidos de corteza vegetal estaba muy extendida y había talleres casi en cada aldea del reino de Buganda. Con la introducción de tejidos de algodón por las caravanas de mercaderes árabes en el siglo XIX, la producción disminuyó y más tarde desapareció, limitando el uso de tejidos de corteza vegetal a funciones culturales y sociales. Sin embargo, dentro de la comunidad baganda, el tejido de corteza vegetal todavía se reconoce como un símbolo distintivo de tradiciones sociales y culturales. En los últimos años, se ha fomentado la producción de tejidos de corteza vegetal en el reino. (UNESCO/BPI)[5]
La práctica cultural del pueblo basoga de Uganda denominada bigwala está constituida por la música y danza ejecutadas para celebrar ceremonias reales, en particular entronizaciones y funerales, y en los últimos decenios para conmemorar eventos comunitarios. Por bigwala se entiende la música ejecutada por cinco o más trompas de calabaza que emiten al unísono un sonido monótono para acompañar un canto y una danza peculiar. El espectáculo tradicional comienza a los acordes de una sola trompa, a la que se van incorporando las trompas restantes, y luego vienen sucesivamente los redobles de tambores, los cantos y las danzas. Los cantantes y bailarines se desplazan formando un círculo en torno a los cinco tamborileros, se contonean con gracia, levantan las manos y van imprimiendo un ritmo frenético a la danza al compás de la música. Las mujeres del público prorrumpen en gritos cuando el espectáculo alcanza su apogeo. Este elemento del patrimonio cultural del pueblo basoga contribuye de forma importante a su espíritu de unidad. Las letras de las canciones, que narran la historia de los basoga centrándose especialmente en la figura de su rey, constituyen una reafirmación simbólica de la identidad de este pueblo y de los vínculos que mantiene con su pasado histórico. Esta práctica cultural aborda temas como la autoridad, los problemas matrimoniales y las normas y prácticas sociales aceptables. Sin embargo, hoy en día solamente quedan cuatro depositarios ancianos de este arte tradicional capaces de dominar todos los conocimientos y técnicas imprescindibles para la ejecución de las danzas y la fabricación y manejo de los instrumentos musicales. Las recientes tentativas realizadas para garantizar la transmisión de este elemento del patrimonio cultural han fracasado debido a problemas financieros. Por eso, las representaciones de bigwala son poco frecuentes y su supervivencia se ve realmente amenazada. (UNESCO/BPI)[6]
El empaako es un sistema onomástico utilizado por las comunidades batooro, banyoro, batuku, batagwenda y banyabindi de Uganda para imponer a los niños, además de su nombre propio y el de su familia, uno de los doce nombres que comparten en común todas esas comunidades. Dirigirse a una persona llamándola por su nombre empaako es una forma de reafirmar los vínculos sociales. Este nombre se puede utilizar para dar parabienes a una persona, y también para darle muestras del afecto, respeto, estima o amor que se le profesa. El uso del nombre empaako apacigua las tensiones o amansa la cólera y envía al interlocutor un vibrante mensaje no sólo de afirmación de la identidad y unidad comunitarias, sino también de paz y reconciliación. El nombre empaako se impone en el transcurso de una ceremonia presidida por el jefe de clan, que se celebra en el hogar del niño. En primer lugar, las tías paternas del bebé proceden a examinar sus rasgos, ya que su parecido con otros miembros de la familia constituye la base de elección del nombre empaako. Luego, el jefe del clan proclama el nombre del niño. Los participantes en la ceremonia comparten después en común una comida a base de mijo y carne ahumada de buey, ofrecen presentes al niño y plantan un árbol en su honor. La transmisión del nombre empaako por conducto de la celebración de rituales onomásticos ha disminuido enormemente debido a que están decayendo el aprecio de la cultura tradicional y el uso del idioma inherente a esta práctica consuetudinaria. (UNESCO/BPI)
Koogere fue una jefa del pueblo basongora hace unos 1.500 años. En un conjunto de relatos de la tradición oral –que forman parte de la memoria colectiva de las comunidades basongora, banyabindi y batooro del distrito de Kasese– se hace referencia a su excepcional sabiduría y a la prosperidad que reinó en el territorio donde ejerció su jefatura. Compuesta por adagios y relatos que describen la riqueza y la abundancia como recompensas del esfuerzo en el trabajo e ilustran el encanto y heroísmo de la mujer, la tradición oral de Koogere es parte integrante esencial y fuente de inspiración de la filosofía social y las expresiones culturales populares de esas comunidades. Los custodios y practicantes de este legado cultural son ancianos y sabios, narradores y poetas, músicos y artistas, y familias autóctonas que viven en la vecindad de los sitios vinculados a esa tradición oral. La historia de Koogere se relata y se canta repetida y espontáneamente en torno al fuego del hogar, o cuando se realizan actividades colectivas como la fabricación de objetos artesanales, el pastoreo del ganado y el recorrido de largos trayectos. Los narradores experimentados de mayor edad son los que transmiten esta práctica cultural a los más jóvenes. Esta tradición oral fomenta las actividades en común, es un vector de sabiduría, proporciona distracción y facilita el aprendizaje y transmisión de informaciones, valores y competencias entre las diferentes generaciones. Hoy en día, sin embargo, el sistema formal de enseñanza y formación predomina cada vez más, mientras que la transmisión de conocimientos y competencias relacionados con la práctica de la tradición de Koogere no resulta adaptada a la nueva situación, habida cuenta de que se efectúa de manera informal y espontánea. Además, está declinando el uso del runyakitara (runyoro-rutooro) que es el idioma en el que se relata la historia de Koogere. De ahí que el conocimiento de esta tradición oral esté disminuyendo rápidamente: solamente quedan cuatro maestros narradores capaces de relatar más de un episodio de esa historia. La frecuencia de la práctica y transmisión de la tradición está disminuyendo también, debido a que en los espacios sociales vinculados a ella predominan distracciones de otro tipo. (UNESCO/BPI)
La danza y música con lira arqueada del pueblo madi
Las danzas y cantos al son de la música de la lira arqueada constituyen una de las prácticas culturales más antiguas del pueblo madi de Uganda. Transmitidos por los antepasados de la comunidad, los cantos y bailes tradicionales al son de este instrumento se interpretan con motivo de casamientos, reuniones políticas, festejos por buenas cosechas y duelos por los seres queridos difuntos, o para educar a los niños y resolver conflictos. La producción y el uso de la lira arqueada conllevan la celebración de diversos rituales, a saber: preparar una comida especial para bendecir el instrumento en curso de fabricación; insertar en la caja del instrumento piedras y trozos de escoba pertenecientes a una “mujer pendenciera”, acompañando este acto con una oración a los antepasados para que la lira tenga un sonido similar; imponer un nombre al instrumento; y zarandear la lira en signo de respeto, antes y después de tocarla. Esta práctica cultural tradicional no sólo refuerza los vínculos familiares y la unidad del clan, sino que también transmite a las jóvenes generaciones la historia, los valores y la cultura de la comunidad. Son las personas de más edad las que transmiten a las más jóvenes las técnicas y los conocimientos vinculados a esas prácticas. Sin embargo, la continuidad de esta tradición cultural corre peligro de desaparecer porque las generaciones jóvenes la consideran obsoleta y porque los materiales utilizados para fabricar el instrumento provienen de especies animales y vegetales amenazadas. (UNESCO/BPI)[9]