Península itálica
Península itálica | ||
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Penisola italiana / Pæninsula Italica | ||
Península | ||
Vista de satélite | ||
Ubicación geográfica | ||
Mar | Liguria, Tirreno, Jónico y Adriático (mares interiores del Mediterráneo) | |
Región | Europa | |
Estrecho | Estrecho de Mesina | |
Coordenadas | 42°N 14°E / 42, 14 | |
Ubicación administrativa | ||
País | Italia, San Marino, El Vaticano | |
Características | ||
Longitud | aprox. 1000 km | |
Anchura | 150-230 km | |
Superficie | 149 000 km² | |
La península itálica o apenena es una de las tres grandes penínsulas del sur de Europa, junto a la balcánica y la ibérica. Situada en el centro del Mediterráneo, entre los mares Tirreno y Adriático, limita al norte con los Alpes, al este el mar Adriático la separa del resto de Europa y de la península balcánica, al sur el mar Jónico la separa de la isla de Sicilia (en especial el estrecho de Mesina de apenas 2,0 km) y al oeste las aguas del mar Tirreno y del mar de Liguria la separan de las islas de Córcega y Cerdeña.
Los límites geográficos de la península itálica no están claros, aceptándose unas veces el curso del río Po, otras una línea que une el golfo de Génova con Venecia y otras la propia cordillera de los Alpes. Toda la península, administrativamente, pertenece a Italia, aunque una parte muy pequeña depende de los pequeños países de Ciudad del Vaticano y San Marino. No forman parte de la península los territorios italianos de la parte norte, la zona de los Alpes y la llanura del Po, además de las islas de Sicilia y Cerdeña.
Se caracteriza por su forma de «bota», por lo que es llamada en italiano Lo stivale, «La bota». Es una de las penínsulas más grandes de Europa, extendiéndose unos 1000 km de noroeste a sudeste. Entre sus accidentes geográficos más significativos, se encuentra la cadena montañosa de los Apeninos, que se extiende a lo largo de la península desde los Alpes. Uno de sus más importantes montes, el Vesubio, situado cerca del golfo de Nápoles, ha mostrado actividad volcánica desde hace milenios, con algunas erupciones célebres como la que afectó a Pompeya, Estabia y Herculano en el año 79 d.C.
La península itálica fue durante siglos la zona central del Imperio romano, pieza clave en la configuración de la cultura occidental. De esta manera, el legado arqueológico y cultural de tipo clásico es notable en esta zona. Los límites geográficos de la península itálica no están claros, aceptándose unas veces el curso del río Po, otras una línea que une el golfo de Génova con Venecia y otras la propia cordillera de los Alpes. Toda la península, administrativamente, pertenece a Italia, aunque una parte muy pequeña depende de los pequeños países de Ciudad del Vaticano y San Marino. No forman parte de la península los territorios italianos de la parte norte, la zona de los Alpes y la llanura del Po, además de las islas de Sicilia y Cerdeña.
Toponimia
La palabra Italia designaba en el siglo V a. C., según el historiador griego Antíoco de Siracusa, la parte meridional de la actual región italiana de Calabria —el antiguo Brucio—, habitada por los ítalos. Dos escritores griegos algo más recientes, Helánico y Timeo, relacionan el mismo nombre con la palabra indígena vitulus ('ternero'), cuyo significado explicaron por el hecho de ser Italia un país rico en ganado bovino.
En el siglo I a. C., el toro, símbolo de los pueblos sublevados contra Roma, es representado en la monedas emitidas por los insurrectos abatiendo a una loba, símbolo de Roma: la leyenda viteliú (de los ítalos) confirma que vinculaban el nombre de Italia con el ternero-toro. Por otra parte también es posible que los ítalos tomaran su nombre de un animal-totem, el ternero, que, en una primavera sagrada, los había guiado hasta los lugares en los que se asentaron definitivamente.
Con el tiempo, el nombre se extendió por toda la Italia meridional para abarcar después toda la península. En el siglo II a. C., el historiógrafo griego Polibio llama Italia al territorio comprendido entre el estrecho de Mesina y los Apeninos septentrionales, aunque su contemporáneo Catón el Viejo extendió el concepto territorial de Italia hasta el arco alpino. Sicilia, Cerdeña y Córcega no pasarán a formar parte de Italia hasta el siglo III d. C., como consecuencia de las reformas administrativas de Diocleciano.
Otra teoría sostiene que la denominación Italia derivaría casi con toda seguridad de una colonia griega en el Brucio (actual Calabria), la de los ítalos (referible a los italiotas). Por su parte la palabra ítalos en griego antiguo aludía al toro joven; cuando concluyó la hegemonía de los rasena («etruscos») en Italia y comenzó la romana, los pueblos peninsulares que se coaligaron contra la incipiente potencia romana adoptaron como emblema al toro.
Panorama general
Comprender el mapa étnico de la península itálica al principio de su historia significa tomar conciencia de la movilidad que en ella tiene lugar, por lo menos, a lo largo de las diferentes fases de la Edad del Hierro, para lo que también es preciso tener en cuenta el carácter específico de las fuentes.[1] La arqueología reseña los cambios en los materiales, sus transformaciones, difusiones, superposiciones, no siempre resultado de cambios étnicos.[1]
Las fuentes literarias pertenecen a una época en que el mapa sufre nuevas alteraciones, o bien por la presencia de colonias griegas, o bien por la conquista romana.[1] Por fin, son precisamente estos fenómenos los mismos que provocan la alteración total del mapa etnográfico primitivo, los que promueven, de otra parte, la auténtica identificación de los grupos étnicos como realidades históricas con conciencia de tener una personalidad colectiva propia.[1]
Sólo con la Edad del Hierro, como primer fenómeno histórico en el sentido de iniciar el desarrollo de los elementos suficientes para crear las imágenes que favorecen la identificación étnica, comienzan a darse las circunstancias que permiten el reconocimiento de los pueblos.[1] Cada vez está más admitido que el mismo proceso de identificación de los grupos lingüísticos, el establecimiento de límites diferenciadores tanto como las mutuas influencias, se produce en la Italia protohistórica a consecuencia de las migraciones, pero también de los distintos modos de contacto que se operan como resultado del encuentro de colectividades en que los rasgos comunes se alternan con rasgos desiguales, que afectan tanto a los niveles culturales como a los sociales y económicos.[1]
Si los estudios arqueológicos han aportado resultados capaces de configurar una secuencia cultural de la península Itálica desde la Prehistoria a la Historia, si los estudios de lingüística comparada, principalmente del área indoeuropea, han proporcionado además un mapa donde se diferencian las ramificaciones de la lengua común, si las tradiciones antiguas han transmitido también las imágenes de un mosaico de pueblos en que no siempre es fácil hacer coincidir las distintas fuentes, todos los conocimientos adquiridos en cada campo anduvieron durante mucho tiempo por caminos separados y las versiones procedentes de la arqueología, de la lingüística o de la interpretación de las fuentes se mantuvieron sin comunicaciones entre ellas.[1]
Afortunadamente, desde hace ya bastante tiempo, se están realizando nuevos esfuerzos desde cada campo para llegar a una coordinación de los resultados.[1] El esfuerzo es evidentemente digno de alabanza y los progresos aparecen favorables.[1] Sin embargo, también se han manifestado diversos problemas procedentes de la misma metodología utilizada para el estudio, problemas que, desde luego, sólo se han hecho a la luz gracias a la aplicación misma, rigurosa y sistemática de dicha metodología.[1] La identificación estricta de cada fenómeno arqueológico con cada variante lingüística o con cada mención de la nomenclatura étnica en las fuentes antiguas no responde a la realidad histórica.[1]
Lenguas
Con respecto al panorama lingüístico de Italia, su estudio lleva a conclusiones similares.[1] La comunidad de los ligures son los predominantes en la Italia primitiva, así como constituyen el núcleo que, a través del latín, se impondría en época histórica por medio de la expansión romana.[1] Queda, de momento, al margen el pueblo etrusco que, con una implantación problemática y un evidente protagonismo a mediados del I milenio a. C., resulta por fin también absorbido en el proceso de expansión romana.[1]