Gaspar de la Huerta

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Virtudes teologales, detalle de la pintura al óleo del techo de la Sala de la glorificación, en la Galería dorada del Palacio Ducal de Gandía.

Gaspar de la Huerta (Campillo de Altobuey, 1645 – Valencia, 1714), fue un pintor barroco español.

Biografía

Aunque nacido en Campillo de Altobuey, Cuenca, donde lo bautizaron el 9 de septiembre de 1645, con apenas seis años fue llevado a Valencia, según la biografía que le dedicó Antonio Palomino, quien le conoció personalmente por haber coincidido pintando en la basílica de la Virgen de los Desamparados, donde Palomino se encargó de la pintura de los frescos de la bóveda y Huerta del telón bocaporte del altar mayor.[1]​ Formado en el taller de Jesualda Masot, viuda del pintor Gaspar Infant, contrajo matrimonio con una hija de su maestra, Pascuala Infant, con quien tuvo dos hijos: Gaspar, muerto prematuramente, y María Rosa, casada con un médico.

Huerta se estableció en el domicilio de su suegra, encargándose de la dirección del taller que, a juzgar por el inventario de los bienes dejados por Gaspar Infant, hacía compatible la pintura de devoción con los fruteros y paisajes, de los que dejaba cuarenta y nueve cuadros pequeños.[2]​ Palomino cuenta de él que era hombre muy devoto de san Francisco de Asís, vistiendo siempre el hábito de la Orden Tercera, además de ayudar con frecuentes limosnas a los frailes, a quienes regalaba el breviario, y que llevaba cuenta de todo lo que había ganado con su pintura, que al final de su vida ascendía a 35.000 pesos, «que para ser en Valencia, y sin más obras que las de caballete (porque él jamás pintó a el temple, ni a el fresco) fue buen ganar».[3]​ Hizo testamento el 17 de diciembre de 1714, dejando por única heredera a su hija María Rosa, y falleció al día siguiente siendo enterrado en el convento de San Francisco.

Obra

Palomino, que elogia su genio natural y su mucho estudio, con los que pudo suplir «la corta pericia de su maestra», afirma que en Valencia gozó del reconocimiento popular, por el «suficiente dibujo» y grato colorido, «de suerte, que apenas hay templo en aquella ciudad, y Reino de Valencia, donde no haya pintura suya».[1]Antonio Ponz, Orellana y los antiguos catálogos del Museo de Bellas Artes de Valencia, al que pasaron las obras procedentes de los conventos desamortizados, confirman que eran efectivamente muy numerosas las pinturas de Huerta en las iglesias valencianas, pero casi todo ello se ha perdido por diversas razones, incluyendo el cambio en los gustos, que hizo que ya en el siglo XVIII el gran lienzo del Jubileo en la Porciúncula del altar mayor del desaparecido convento de San Francisco fuese sustituido por otro de fray Antonio de Villanueva.[4]

De lo conservado, lo más valioso son sin duda las pinturas al óleo sobre lienzo de los techos de la llamada Galería dorada en el Palacio Ducal de Gandía, formada por cinco salas sucesivas tras la remodelación ordenada por el X duque, Pascual de Borja y Centelles, en conmemoración de su ilustre antepasado san Francisco de Borja. La influencia de Palomino es manifiesta en ellas, aunque pintadas al óleo, por el dinamismo de su composición y la paleta de colores claros, con los que Huerta se distancia del estilo de Espinosa predominante todavía en Valencia a finales del siglo XVII y también en alguna pintura temprana de Huerta, como la Santa Rosa de Lima y el Bautismo de san Agustín del convento de agustinas de Segorbe,[5]​ o el Santo Tomás de Villanueva repartiendo limosnas de la catedral de Coímbra (Portugal), firmado y fechado en 1676.[6]​ Tras los dos primeros techos, puramente decorativos a base de motivos heráldicos y florales, pintados por el taller, el «Salón de la Glorificación» se cubre con un lienzo rectangular de gran tamaño (aproximadamente 10 x 5 m) en el que se representa la canonización de Francisco de Borja en una sucesión de escenas, con una representación del colegio cardenalicio asistido por la Iglesia en el primer nivel, la alegoría de las Virtudes teologales junto a medallones con las efigies de los papas de la familia Borja (Calixto III y Alejandro VI) y el toro heráldico, y el arcángel san Miguel presentando a san Francisco a la Trinidad en presencia de la Virgen y otros santos. En la cuarta sala una Sagrada Familia con San Joaquín y Santa Ana y el Padre Eterno en lo alto. La quinta, Salón del Cielo y de la Tierra, muestra la apoteosis del santo elevado a la presencia del Padre Eterno entre santos, patriarcas y coros angélicos dispuestos en composición circular, fingiendo una cúpula inexistente.

Notas

  1. a b Palomino, p. 565.
  2. Montoya, p. 37.
  3. Palomino, p. 566.
  4. Montoya, p. 41.
  5. Montoya, p. 47.
  6. Montoya, p. 48.

Bibliografía

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