Arwad

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Isla de Arwad / Isla de Ruad
أرواد
lista indicativa del Patrimonio de la Humanidad
Ubicación geográfica
Mar Mar Mediterráneo
Coordenadas 34°51′22″N 35°51′30″E / 34.856111111111, 35.858333333333
Ubicación administrativa
País Bandera de Siria Siria
División Arwad Subdistrict
Gobernación Gobernación de Tartus (مُحافظة طرطوس)
Características generales
Superficie 0,20
Longitud 710 m
Anchura máxima 515 m
Punto más alto 0 m
Población
Población 10,000 hab.
Mapa de localización

Mapa satélital de la Isla

Arwad (en árabe أرواد), es una isla de Siria. También recibe el nombre de Isla de Ruad.

Toponimia histórica

Anteriormente era conocida como Arado (en griego Άραδο), Arados (en griego Άραδος), Arvad, Arpad, Arphad y Antioquía de Piera.

Contexto geográfico

El puerto pesquero de Arwad ocupa la totalidad de la isla, situada a 3 km de Tartus, el segundo puerto más grande del país tras Latakia. Arados también fue posiblemente otro nombre antiguo de Baréin.

Historia

Los fenicios ocuparon la isla a principios del 2000 a. C., llegando a ser un reino independiente llamado Arvad o Jazirat (“isla”). Ha sido citada en diversas fuentes como uno de los primeros ejemplos conocidos de república, donde se describe como soberano al pueblo, en vez de al monarca. En griego era conocida como Arado o Arados. La ciudad también aparece en fuentes antiguas como Arpad o Arphad,[1]​ y fue rebautizada como Antioquia de Pieria por Antíoco I Soter. Destacó como base para incursiones comerciales en el valle de Orantes.

La isla se menciona dos veces en la Biblia, Profeta Ezequiel en la ciudad de Tiro, c. 27:8 y 11

“Los habitantes de Sidón y Arvad fueron tus remeros: tus hombres sabios, Oh Tiro, estaban en ti, ellos fueron tus pilotos. Los hijos de Arvad con tu ejército estuvieron sobre tus muros alrededor, y los gamadeos en tus torres; colgaron sus escudos en torno a tus murallas; ellos completaron tu belleza.”

Época de las Cruzadas

Durante la época de las Cruzadas, los Cruzados utilizaron la isla como puente o zona de acantonamiento, en su intento de recuperar la ciudad de Tartús tras perderla en 1291.

A finales de 1299, el líder mongol Ghazan envió un mensaje a los chipriotas en el que los invitaba a reunirse con él en Armenia, con el objetivo de coordinar operaciones.[2]​ Los chipriotas prepararon una fuerza terrestre de unos 600 hombres: 300 bajo el mando de Amalrico de Lusigan, hijo de Hugo III de Chipre, y otros contingentes similares procedentes de Templarios y Hospitalarios.[2]​ Los hombres, con sus caballos, fueron trasladados en barco desde Chipre hasta la isla de Ruad, zona de acantonamiento, a una milla de Tartus.[3]​ Desde allí, atacaron Tartus con un éxito considerable (algunas fuentes afirman que acometieron ataques e incursiones, otras que llegaron a capturar la ciudad) pero cuando los refuerzos mongoles esperados se retrasaron (las fuentes difieren sobre si fue por causa del clima o de enfermedades), los Cruzados se vieron obligados a retirarse a Ruad.[4]​ Finalmente, y como los mongoles continuaban sin aparecer, la mayoría de las fuerzas cristianas regresó a Chipre, aunque mantuvieron en Ruad una guarnición compuesta de grupos rotativos de distintas fuerzas chipriotas, mandadas por el mariscal de la Orden, fray Bartolomé de Quincy y por templarios catalanes como fray Hugo de Ampurias y fray Dalmau de Rocabertí. El Papa Clemente V premió formalmente a los Caballeros del Temple otorgándoles la isla, el último pedazo de tierra que los Cruzados conservaron en Tierra Santa, en plena batalla perdida contra los musulmanes.

Pocos meses después, en febrero de 1301, los mongoles volvieron a aparecer en Siria con una fuerza de 60.000 hombres, pero poco pudieron hacer, aparte de hostigar mediante incursiones distintos puntos de Siria. Kutluka (Qutlugh-Shah para los mongoles, Cotelesse según las fuentes francas), destinó a 20.000 jinetes al valle del Jordán con el objetivo de proteger Damasco, donde se encontraba un gobernador mongol. Muy pronto se vieron obligados a retirarse.

La guarnición de la isla de Ruad estaba compuesta por Templarios: 120 caballeros, 500 sargentos y 400 turcopolos (ayudantes sirios), bajo el mando del Mariscal de Quincy. En septiembre de 1302, el desembarco de una flota de mamelucos (mandada por el emir Zarrak) supuso el inicio del Asedio de Ruad. El 26 de septiembre de 1302 los Cruzados se rindieron bajo la promesa de un salvoconducto[5]​ que nunca recibieron. Todos los sargentos y los ayudantes sirios fueron asesinados, mientras que los caballeros templarios fueron enviados a prisiones en el Cairo.[6]​ El rey de Aragón, de Valencia y de Sicilia y conde de Barcelona, Jaime II, intentó incansablemente rescatar a Fray Dalmau de Rocabertí, hijo del vizconde de Peralada-Rocabertí, mandando, entre otros, a Eymeric de Usall en 1303-1304 y 1305-1306, aunque sólo terminó regresando a Cataluña en marzo de 1315, ya disuelto el Temple, para morir unos diez años después.

Bibliografía

  • Malcolm Barber, Trial of the Templars
  • Martin Bernal, Black Athena Writes Back (Durham: Duke University Press, 2001), 359.
  • Alain Demurger, The Last Templar
  • Hazlitt, The Classical Gazetteer, p. 53.
  • Newman, Sharan (2006). Real History Behind the Templars. Berkley Publishing Group. ISBN 978-0-425-21533-3
  • Jean Richard, Les Croisades
  • Sylvia Schein, "Gesta Dei per Mongolos"

Referencias

  1. Hazlitt, pág. 53
  2. a b Schein, pág. 811
  3. Demurger, pág. 147
  4. “El Juicio de los Templarios", Malcolm Barber, 2ª edición, pág. 22: "En noviembre de 1300, Jacques de Molay y el hermano del rey, Amaury de Lusignan, intentaron ocupar el antiguo fuerte templario de Tartús. Una fuerza de 600 hombres, 150 de ellos Templarios, fracasaron en su intento de establecerse en la isla, aunque consiguieron mantener una guarnición de 120 hombres en la isla de Ruad, junto a la costa.
  5. Demurger, pág. 156
  6. De esos hombres, unos 40 continuaron en prisión en El Cairo durante años. Un compañero de cárcel, el genovés Matteo Zacarías, relató que murieron de inanición, tras rechazar ofertas de “riquezas y bienes materiales” a cambio de apostatar. El juicio de los templarios, Malcolm Barber, p.22

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