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LOS NIETOS DE LA GUERRA Crónica de una familia de desplazados por la violencia. INTRODUCCIÓN:

Alba Mery Mejía Sánchez es una mujer de 43 años de edad, que actualmente trabaja como empleada del servicio doméstico, los días martes, en la casa de la familia de una de las autoras de esta crónica. Al verla limpiando los sanitarios de la casa con tanto esmero, nadie se puede imaginar los difíciles momentos que ha atravesado en su vida, marcada desde su infancia por arduos trabajos de sol a sol que nunca le permitieron salir de la pobreza, sino que la han mantenido encerrada en un círculo de desdichas y sufrimientos que parecen haber heredado sus 9 hijos y ahora sus nietos, de los cuales 3 pequeños viven con ella compartiendo las mismas penurias, como si de verdad no fueran nietos de ella, sino Los Nietos de La Guerra.

Alba Mery nos contó su historia para poder nosotras elaborar esta crónica, dentro de las tareas escolares de la asignatura de Español y Literatura. Durante su relato no pudimos evitar nuestras lágrimas, al darnos cuenta que alrededor nuestro ocurren cosas tan espantosas y como la gente sufre los efectos de la violencia en nuestro país sin que nadie haga nada para evitarlo. Pero lo que más nos llamó la atención fue la fuerza y valentía de esta mujer, que a pesar de todas las adversidades que ha sufrido, se mantiene firme en su propósito de sacar adelante a sus hijos y ahora a sus nietos, dando gracias a Dios con alegría por cada bocado de comida que puede conseguirles con su trabajo y pensando en un futuro mejor para ellos. Alba Mery, aunque la vida la ha vuelto insegura, es feliz porque asegura que Dios no la ha abandonado. Su felicidad se le ve en el rostro cuando afirma: “Me está yendo bien en el trabajo, estoy bien con mis hijos, gracias a Dios”.

No hemos salido de nuestro asombro. La historia de Alba Mery nos enseñó que la mayor riqueza que tenemos es la vida. Ella no cuenta con ninguno de los lujos y comodidades que nosotras disfrutamos y sin embargo es feliz en su mundo aunque la ha golpeado tan duro. Y aprendimos que lo que nosotras tenemos, es mas que suficiente para sentirnos felices por la vida que llevamos, pues al conocer la vida de Alba Mery nos damos cuenta que en verdad vivimos como reinas.


CAPITULO I

LEVÁNTESE A TRABAJAR, MIJITA.


Aunque el día 20 de julio de 1976 estaba marcado en el calendario como día festivo, para Alba Mery Mejía Sánchez no era ningún día de fiesta. Apenas había cumplido los 11 años de edad, el 31 de diciembre del año anterior y dormía plácidamente en su colchón de paja, arropada hasta la cabeza para evitar el frío en la región de San Antonio donde estaba ubicada su humilde casa de bahareque con techo en tejas de barro traídas desde la cabecera municipal del municipio de Jamundí, a dos horas de camino en yegua. Vivía con su madre, doña Gloria Sánchez, su padre don Hernando Mejía, ambos campesinos de la región y siete hermanos menores que ella de nombres Ana Ligia, Luz Amparo, Luz Dary, Nubia, Fanny, Hernando y Jairo. Eran muy pobres, pero según su decir, no les faltaba nada.

Eran apenas las cinco de la mañana y todavía estaba oscuro. Doña Gloria sacudió fuertemente a la niña Alba Mery diciéndole: “Tiene que levantarse ya mi niña que la coge la tarde para llegar al trabajo. Acuérdese que a sus patrones no les gusta que llegue tarde”. La niña sin quitar la cobija de su cabeza le respondió a su madre con un desesperado ruego: “No mamá, todavía nooo; tengo mucho sueño y estoy muy cansada. Allá me hacen trabajar muy duro arreglando esa casa que es muy grande y hasta me hacen ir a la quebrada por el agua que todos necesitan. Déjeme dormir otro ratico”.

Doña Gloria estuvo a punto de complacer a su niña, dejándola dormir otros cinco minutos, pero recordó que los sábados a Alba Mery le pagaba su patrón el salario de diez pesos por la semana de trabajo como empleada del servicio en la hacienda de su propiedad. Y recordó también que con esos diez pesos era que se completaba el dinero para comprar el mercado para toda la familia, pues lo que ganaba don Hernando era muy poco y no alcanzaba para mantener sus ocho hijos. Con gran dolor en el alma, doña Gloria tomo fuerzas y regañó a la niña: “No mijita, no puede dormir más, levántese a trabajar que necesitamos la plata que le están pagando y no quiero que su patrón la regañe por llegar tarde; acuérdese que la hacienda queda lejos y tiene que irse a pié. Levántese mijita que ya le tengo la aguadepanelita lista con sus patacones asados”. La niña se levantó llorando y se dirigió a la cocina para tomar su desayuno, aguadepanela con patacones asados, como siempre. Solo los domingos comían pan, pues lo traían del mercado que hacía don Hernando todos los sábados en Jamundí. Sin decir nada, la niña comió todo lo que le sirvió su madre y con la misma ropa con que había dormido salió para su trabajo. A limpiar la casa de sus patrones y ayudar en las labores domésticas en su inmensa hacienda.

Así transcurrieron los dos años siguientes en la vida de Alba Mery. Trabajando duro en las haciendas de la región como empleada doméstica, para ganar un pequeñito salario que entregaba en su totalidad los sábados a su madre, para completar el dinero para poder mantener a su numerosa familia.

CAPITULO II

¡ESTOY EN EMBARAZO!

Carlos Arturo Echeverri Bermúdez también trabajaba en la misma hacienda que Alba Mery. Era un joven apuesto de 25 años de edad, 11 años mayor que la niña. Le tocaba preparar la siembra de café y ayudar en la recolección del grano que era vendido en Jamundí. Era muy atento con Alba Mery y siempre la acompañaba hasta su casa cuando salían del trabajo en la hacienda a las cinco de la tarde. En una tarde del mes de diciembre de 1980, Carlos Arturo le dio el primer beso a la niña y le pidió que fueran novios. Ella gustosa aceptó porque se había enamorado de él, porque era muy bueno y cariñoso. Ella no sabía nada del amor ni de relaciones, pues su madre no le había enseñado nada de eso. Debió ser porque era muy niña aún. Carlos Arturo aprovechó esa inocencia de la niña y abusó de ella, hasta que la dejó en embarazo cuando ella aún no había cumplido los 14 años de edad. Así nació Sandra Milena, su primera hija, que fue la primera muñeca que la niña tuvo para jugar.

Desde entonces, Alba Mery se fue a vivir con Carlos Arturo, en una pieza que el tenía alquilada en una casita humilde en la región de Santo Domingo. Apenas terminó la dieta, Alba Mery tuvo que volver a trabajar en el mismo oficio de siempre, pero ahora tenía que trabajar muy duro, pues no solo tenía que seguir ayudando a su madre para mantener a sus siete hermanos, sino que ahora tenía una boquita propia para ayudar a alimentar, su hijita. Y después de año y medio del nacimiento de Sandra Milena, le llegó su segundo hijo, un hermoso niño, al que bautizaron en la Parroquia de Jamundí como Luis Carlos. Siete años después tuvo a Faber Antonio, después llegaron los mellizos Víctor Alfonso y Diana Marcela, al año siguiente de estos llegó Leydy Johana y finalmente nació Marlon Stiven, el último de sus 8 hijos con don Carlos Arturo, que lo tuvo en el año 1995, cuando ella contaba tan solo con treinta años de edad.

Entre más hijos tenía, mas duro le tocaba trabajar a Alba Mery. Llegó a trabajar incluso en una fábrica de carbón, siendo a ella a quien le tocaba quemar la leña para obtener el producto. Siempre se ganaba menos del salario mínimo que ordenaba el gobierno, según ella, porque en el campo pagan menos que en las ciudades. Y aunque su esfuerzo era muy grande, nunca tuvo para mandar sus hijos al colegio. En San Antonio no había escuelas y era imposible mandar los niños a estudiar a Jamundí. Sus hijos estaban destinados a correr la misma suerte de ella, que solo alcanzó a estudiar dos años de primaria, en un tiempo cuando el trabajo le quedaba cerca de la escuela.

Así transcurrieron los siguientes 20 años de Alba Mery. Y en ellos, como ella repite, eran muy pobres “pero no les faltaba nada, gracias a Dios”.


CAPITULO III

SE LARGA O LA MATAMOS COMO A SU ESPOSO

Era un frío amanecer en San Antonio y Alba Mery dormía como siempre con su cabeza tapada con la cobija. A su lado don Carlos Arturo también dormía, descansando de sus largas jornadas en el campo. Faltaba solo una hora para levantarse a trabajar cuando fueron despertados por unos fuertes golpes en la puerta. Era el 11 de diciembre de 2004 y los esposos y sus 8 hijos salieron a abrir la puerta para ver que pasaba. Apenas don Carlos Arturo abrió la puerta de madera, fue empujado brutalmente quedando tirado en el suelo. En ese mismo instante entraron cinco hombres vestidos con uniforme militar camuflado y portando todos inmensos fusiles. Antes de que todos salieran del susto tan enorme, dos de los hombres empezaron a disparar sus armas contra don Carlos Arturo, que murió inmediatamente. El que parecía el jefe de los uniformados, se dirigió con odio a Alba Mery y le gritó: “Somos de las Farc, el ejercito del pueblo, y vinimos a ejecutar a este traidor. Ustedes tienen cinco minutos para que se larguen del pueblo o los matamos como a este perro”.

Alba Mery no preguntó nada ni dijo nada. Su instinto de conservación la hizo tomar en sus brazos al más pequeños de sus 8 hijos, a Marlon Stiven, que tenía tan solo 9 años de edad y gritó a sus demás hijos: “¡Caminen niños, muévanse, salgan, salgan!. Todos corrieron durante horas interminables. Corrían y lloraban sin comprender que cosa mala habían hecho para merecer ese suplicio. Alba Mery se preguntaba porqué si ella y su esposo solo se dedicaban a trabajar todo el día para mantener a sus hijos y no pertenecían a ningún grupo armado, ni se metían con nadie, porqué entonces eran objeto de esa injusticia. Nunca logró comprender a que se debió el asesinato de su esposo, ni menos porqué la obligaron a abandonar su casa en esa forma tan inmisericorde. “Gracias Dios mío por proteger a mis hijos”, fue lo único que dijo y se sintió tranquila porque los guerrilleros no habían disparado contra ellos. Los abrazaba y los besaba para sentir que aún estaban vivos y corrió y corrió apurándolos hasta que llegaron a la plaza principal de Jamundí.

Fue la única época en que Alba Mery tuvo que recurrir a la limosna para alimentar sus hijos. Fueron muchos los días en que tuvo que dormir con ellos en la calle, velando su sueño porque ella no podía dormir, ni aún cuando la vencía el cansancio. Reunía lo suficiente para comprar una bolsa de leche y un pan, lo cual repartía entre todos, quedándose ella sin comer en muchas ocasiones. Los transeúntes pasaban a su lado indiferentes y muy pocos le daban una moneda de escaso valor. Los niños también le ayudaban a recolectar monedas, con el mismo estribillo: “Somos desplazados de San Antonio. Por favor ayúdenos”. Esto no conmovía a nadie. Era un espectáculo común en la región. Había miles de desplazados como ellos y la gente pobre que vive en Jamundí no tenía como ayudarlos, ni siquiera dándoles trabajo porque no tenían ningún trabajo para darles.

Alba Mery tomó entonces una decisión. “Vámonos para Cali que allá si puedo conseguir trabajo. Aquí nos vamos a morir de hambre”. Y reunió un poco de dinero para que un conductor de la empresa de buses Transur, de buen corazón, la transportara hasta la terminal de Transportes de Cali, aunque lo que recibió no equivalía ni a la mitad de lo que costaban los pasajes de los nueve. De la Terminal se fueron a pie hasta el barrio La Base, donde llegaron a la casa de una amiga de Alba Mery que después de escuchar la aterradora historia, los dejó quedar en su casa mientras Alba Mery conseguía un trabajo y pudiera parar un arriendo.

Dormían todos en la sala de la casa, en colchones viejos que les consiguieron para tirar en el piso durante la noche y al otro día guardaban para dejar libre la salita. Al día siguiente de la primera noche en esa casa de su amiga, Alba Mery se levantó a las seis de la mañana que vio a su amiga y le dijo: “Présteme una escoba mijita que me voy a rebuscar como sea”. Su amiga le pasó la única escoba que tenía y Alba Mery se fue por todo el barrio a barrer calles y andenes, para después tocar en las casas de las viviendas vecinas para que le dieran alguna moneda por su trabajo. Como era de esperarse, en muchos hogares le respondían lo de siempre: “Perdone pero no hay nada”. Y ella seguía llamando a todas las puertas hasta que algún vecino que le permitía contar su historia se conmovía y le daba alguna moneda. Cuando Alba Mery la recibía, le daba gracias a Dios por ser tan bueno con ella.

Alba Mery se hizo así muy conocida en los vecinos de la Base. Después de muchos meses de verla trabajar barriendo en las calles, algunos vecinos la contrataron permanentemente para que les barriera sus andenes y hasta la empezaron a contratar para que les hiciera el aseo dentro de sus casas, con lo que empezó a ganar mas dinero. Por fin pudo reunir los $80.000.oo que costaba el arriendo en una humilde casa ubicada en el Barrio Manuela Beltrán de Cali, uno de los barrios mas pobres en el Distrito de Aguablanca.

Sus hijos mayores ya se habían ido para otra parte, prácticamente abandonándola. Solo le quedaban Diana Marcela, Leydi Johana y Stiven, pues Lucero, de tan solo 10 años cuando mataron a don Carlos Arturo, fue enviada donde una tía, hermana del finado, quien se amañó con la niña porque no había podido tener hijos. Con los 3 que le quedaron se trasladó a su nueva casa de bahareque, con solo dos piecitas y una sala donde solo había un viejo asiento que le habían regalado.

Después, un vecino de buen corazón le regaló una estufa eléctrica de dos boquillas y otro le regaló una pequeña nevera vieja pero que aún funcionaba. La dicha de Alba Mery era tanta que no dejaba de darle gracias a Dios por ser tan bueno con ella, y como aún estaba muy joven, pues en el año 2004 solo contaba con 39 años de edad, los hombres la cortejaban y al final cayó ante los encantos de don Alex Manguero, de quien quedó enamorada por ser tan bueno y cariñoso con ella. En ese año Alba Mery quedó en embarazo de don Alex y así nació Nicol Dayana, la última de sus hijas y quien es su adoración.

Cuando Alba Mery quedó en embarazo de Nicol, don Alex le confesó que no se podía hacer cargo de la niña ya que el era casado y tenía un hogar estable, con seis hijos que tenía que mantener con el escaso sueldo que se ganaba como operario en la fábrica de Maizena. Don Alex entonces no volvió a visitarla y ni siquiera se asoma por allá para ver como está su hija y darle algo para su sustento. Alba Mery siguió entonces trabajando para sostener una nueva boca, junto con la de sus hijos menores que aún la acompañaban.


CAPITULO IV

NIETOS DE ALBA MERY, NIETOS DE LA GUERRA

Diana Marcela y Leydi Johana a sus 14 y 13 años respectivamente, eran igual de inocentes a su madre Alba Mery cuando ella tenía esa misma edad y conoció a don Carlos Arturo. También eran muy bonitas, aunque no tanto como su hermana Lucero, que a los 11 de edad en el 2005, disfrutaba de buena ropa de marca y finos zapatos que le compraba su tía rica con quien vivía en Palmira. A Lucero le daban mucho gusto en todo lo que pedía y Alba Mery era muy feliz porque su pequeña hija podía disfrutar de las comodidades que ella nunca hubiera podido brindarle.

En ese año de 2005, Diana Marcela conoció un señor que le llevaba 32 años de edad, pero era muy amoroso con ella y le daba buenos regalos. Era don Gabriel Vergara, un viejo cincuentón que supo ganarse el cariño de la niña y la sacaba a pasear y a bailar, junto con su hermana Leydi Johana, un año menor que ella, y a quien don Gabriel le llevaba como parejo a un hijo suyo, de nombre también Gabriel Vergara como su padre, e igual de amoroso aunque solo tenía 18 años de edad en esa época. En una de las primeras salidas de las dos parejas, Gabriel hijo le hizo el amor a Leydi Johana y la dejó en embarazo. Don Gabriel papá les dijo que no se preocuparan que el respondía por el niño y así lo hizo en un principio. Pero al viejo cincuentón le gustaba tanto acostarse con Diana Marcela que a los seis meses de quedar en embarazo Leydi, Diana Marcela también resultó en embarazo. La historia volvió a repetirse y la niña tuvo un lindo niño a quien le pusieron Juan Diego. A la hija de Leydi la bautizaron por su parte como Wendi Paola. Ambos niños nacieron en el 2006 y Alba Mery recibió a sus dos nietecitos con resignación, decidiéndose entonces a trabajar mucho mas duro porque había dos bocas nuevas para mantener. Además al esposo de Sandra Milena lo metieron a la cárcel porque lo cogieron robando, y a Alba Mery le tocó empezar a ayudarle a su hija y a los dos nietos que le había dado ella, de 7 y 5 años de edad.

El año pasado don Gabriel volvió a embarazar a Diana Marcela. Hace tres meses nació el nuevo hijo de ellos, de nombre Juan David, pero ni así don Gabriel se lleva a vivir con él a Dianita. El dice que no puede hacerlo porque tiene un hogar estable, con dos hijos, el de 20 años que fue novio de Leydi Johana y otro de 17 años. Juan David es la nueva boca que le toca alimentar a Alba Mery, pero allí no paró el asunto. Su hija Leydi Johana terminó su relación con Gabrielito Vergara porqué este no volvió a verla cuando se dio cuenta que ella estaba en embarazo. Fue entonces cuando Leydi se ennovió con Oscar Iván, un vecino del barrio que a veces le ayuda cuando puede, pero es tan pobre que le tocó que irse a vivir a la casa de Alba Mery. Alba Mery se lo permitió, porque según su decir: “Es un muchacho muy bueno, ayuda a la niña mía y a la niña de ella, a Wendy. Yo tengo que apoyar a mis niñas para que no les falte nada”.

Ayer Leydi Johana le dio la buena nueva a su madre Alba Mery: “Mamá, vas a ser abuela otra vez. Tengo tres meses de embarazo”.

Fin. Para que más Dios mío.


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