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Usuario:Sayumi y./Taller

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LA GANCHA NA (devoradora de niños) se dice que en esa época era época de la sequía los campos morían secos el pueblo entero se moría muchas personas partían a otros lugares buscando mejor vida para su familia. De los pocas familias que quedaban había una familia con dos hijos hermosos y buenos: una niña pequeña de 8 años y un niño de 4 años inseparable compañero de su hermana aterrados por la sequía los padres en un poco tiempo había dejado de querer a sus hijos los veían como unos estorbos de quien buscaban deshacerse. Una noche cuando los padres creían que sus hijos dormían profundamente el padre pregunto muy discretamente que si había algo para comer en ese instante los niños saltaron de la cama con ansias de comer. pero su madre les dijo no niños tenemos que guardar comida para mañana así que ya váyanse a dormir Así sucedía siempre los padres egoístas no sabían como deshacerse de ellos. Una noche cuando los niños dormían profundamente después de haber jugando tanto el padre envolviéndolos en una enorme manta se ley llevo muy lejos y les abandono en el campo. Cuando los niños despertaron del profundo sueño se dieron cuanta que ya no estaban en casa agarrados de la mano tomaron una dirección a caminar en busca de ayuda.

Ya habían avanzado un trecho considerable, cuando se encontraron con una encorvada anciana que les invito a vivir con ellos.

Con mucho hambre los niños esperaban que les invitara un poco de comida al rato la anciana abriendo su olla les dijo: Sírvanse un poco de papa siquiera -¿Por qué no comen mis papitas?… – Tronó la vieja. -¡Son collotas, abuelita! –Respondieron los niños. – ¿Cómo que collotas? –Gritó la mujer. cogió una piedra que, a la suave presión de sus manos sarmentosas, se abrió como si fueran auténticas papas. Haciendo esto, compartió las piedras con su hija (La vieja tenía una hija), tan odiosa como horrible. Los niños miraban impotentes. Llegada la noche, frotándose las manos de un desconocido contento que le hacía brillar los ojos, la tenebrosa vieja dijo a la niña: – Hace mucho frío. Esta noche yo dormiré con tu hermanito y tú con mi hija. – Ya, abuelita –aceptó la niña, inocentemente. Hacia la medianoche, la niña que apenada de su suerte no había podido conciliar el sueño, escuchó un sordo quejido de su hermanito. Al amanecer la vieja fue muy sigilosamente a la cama que compartían la niña y la bruja le dijo – Le dices a esta intrusa que esté moviendo el perol grande y, cuando lo esté haciendo, la empujas dentro, no lo olvides… – Ya… – Le contestó la hija.

Dadas las canallescas instrucciones a su hija, la vieja, cogiendo por los hombros a la niña, la sacudió para que despertara. -¡Despierta haragana, despierta!…¡Ya es de día!. -¡Bien, bien abuelita… y… ¿Mi hermano? –Preguntó la niña, fingiendo despertarse. -Tu hermanito es muy tierno y aún duerme; ¡déjalo así, que descanse!. -Ya, abuelita. -Entretanto, tú, toma esta canasta y trae agua del puquial. Yo, como lo hago diariamente, buscaré algo de comer.

Abrumada por un negro presentimiento, la niña dedujo que se encontraba ante la “Achkay”, cruel y maligna bruja devoradora de niños, a la que todos conocían como la Ganchana. Con gran dolor, juzgó que su hermanito había sido degollado por la siniestra mujer ya que, en la madrugada, no lo había oído quejarse.

Cansada por los vanos esfuerzos desplegados en su intento de llenar de agua la enorme canasta, la niña retornó a la cueva. – No se puede llenar esta canasta, abuelita –dijo. – Lo que pasa es que eres ociosa… ¿Cómo no vas a poder traer agua en la canasta?… ¡trae acá… vas a ver!. -¡Mientras yo vaya al puquial, tú encárgate de ayudar a mi pobre hijita!… – Bien, abuelita.

Cuando la iracunda Ganchana hubo salido llevando el canasto, la hija, siguiendo los consejos de su madre, dijo: -¡Chica!…¡mueve el perol!. – No sé como hacerlo. Enséñame.

Cuando la pequeña Ganchana se puso a mover el perol para mostrarle como se hacía, la niña aprovechó el instante para empujarla dentro del enorme recipiente que hervía. En cuanto la brujita hubo caído en el perol, la niña, utilizando una gran espumadera, sacó el cuerpo de su hermanito y, envolviéndolos en un “pullo”, salió para escaparse por el escabroso camino que partía de la cueva.

Al poco rato, fatigada llegaba la Ganchana, en sus manos llevaba ¡oh prodigio!, ¡La canasta colmada de agua cristalina, cual si fuera una urna de cristal!.

Al no encontrar a nadie en derredor, la vieja golosa decidió probar el potaje que se preparaba en el perol, pero viendo que la carne estaba muy dura examinó el contenido del enorme perol dándose la sorpresa de estar comiéndose a su propia hija. Indignada y lanzando tamaños gritos, salió en busca de la niña.

Entre tanto, la niña al salir de la cueva con los restos de su hermanito había emprendido una carrera desesperada tratando de huir de la cruel “Achkay”. Ya había avanzado un trecho considerable cuando alcanzó a oír los desaforados gritos de la devoradora de niños. Desesperada siguió corriendo, cuando a la vuelta de una loma se topó con la huachwa que barbechaba diligente.

- Tía… ¡tiacitaaa! –Suplicó la niña- ¡La Ganchana ha matado a mi hermanito y ahora me está persiguiendo para hacer lo mismo conmigo… ¡Sálveme tiacita!.. ¡sálveme! –Sollozó la niña. -¡Está bien, niña!, No te aflijas. Yo te protegeré… escóndete detrás de aquel pedrón y la “Achckay” no te encontrará, — ¡Gracias tiacita, gracias! –Dijo la niña en tanto corría a esconderse detrás de un gran monolito que allí se levantaba.

No había pasado mucho tiempo, cuando la bruja muy agitada, preguntó. – ¡Oye hachwa!… ¿ha pasado una chica llevando un bulto a sus espaldas?… – ¡No, abuelita! –Respondió la huachwa, tratando de demostrar indiferencia. -¡¡¿Qué no le has visto?!!… – No, – repitió la huachwa – y siguió trabajando. – ¡Entonces!… ¿Qué cosa no más ves tú, patuleca desgraciada?… ¡ladrona de granos! –gritó exaltada la Ganchana. -¿Qué has dicho bruja mal oliente?… –la labradora cogiendo la chaquitaclla comenzó a propinar una paliza a la bruja.

Aprovechando la descomunal escaramuza, la niña prosiguió su huída a toda carrera.

En su desesperada fuga, se dio con un zorrillo que se ocupaba muy diligente en hacer forados. Le suplicó como a la huachwa y el zorrillo hizo un gran hueco donde introdujo a la niña. Cuando llegó la Ganchana, sus gritos se escuchaban a media legua. – ¡Oye añas apestoso!… ¿Has visto a una chica con su “quipe” a las espaldas?… – No –respondió secamente el zorrillo. -¡Maloliente destructor de sementeras!… ¿Qué haces que no ves ni siquiera eso, en lugar de estar rascándote la panza?…

Enojado, el zorrillo le orinó en los ojos cegándola momentáneamente y cubriéndola con un olor tan fétido que se podía percibir a muchas leguas a la redonda.

El siguiente en ayudar a la niña fue el cóndor. Cariñoso y comprensivo, la cubrió con sus grandes alas. Cuando le respondió negativamente a la vieja, ésta gritando a grandes voces, le dijo: -¡Arrastrado carnicero, pico de cacho, patas de leña!… ¿Qué haces parado como un poste, tremendo manganzón?… ¿Qué haces que no ves nada?…, ¡¡Ratero!!

De dos certeros picotazos, el iracundo cóndor le sacó los dos ojos a la bruja; pero ésta, a tientas, cogiendo dos guijarros y poniéndolos a sus órbitas vacías, gritaba… – ¡Cuticamuy ñahui!… ¡Cuticamuy ñahui! (¡Vuélvete ojos!, ¡Vuélvete ojos!), y efectivamente, la bruja recobró la vista.[1]

Mientras tanto, agitadísima, la niña llegó a una cumbre y casi sin aliento, se hincó de rodillas y comenzó a pedir.

-¡Dios mío, sálvame ¡… ¡La Ganchana me persigue y quiere matarme…!!!.

Ni bien había terminado de hablar, vio que desde lo alto descendía una hermosa jaula de oro a la que trepó en cuanto la tuvo a su alcance. Teniendo a su hermanito en brazos arrullada por una música misteriosa y celestial, ascendió a los cielos con gran contento.

Con la visibilidad recobrada y con sus negras polleras al aire, como envenenando el ambiente con una pestilencia insoportable, la bruja llegó a la misma cumbre donde comenzó a gritar descomedidamente como una condenada para que le enviaran urgentemente otra cadena y su jaula de oro. El señor en lugar de la jaula de oro, le hizo llegar una vieja y tosca soga. La bruja maldiciendo la odiosa discriminación, se ató la cuerda a la cintura y ordenó que la subieran. Así ocurrió. Entre bruscos tirones, fue ascendiendo. Ya había pasado las nubes, cuando alcanzó a oír un ruido peculiar del ratón al comer sus alimentos. – ¡Cuidado, cuidado “ucush”!… ¿creo que te estás comiendo mi cadena de oro?… – gritaba la vieja – No, sólo estoy comiendo mi canchita –respondió el ratón.

Después de un buen rato, la vieja volvió a escuchar el mismo ruido y enojada tronó: -¡Cuidado no más desgraciado “ucush”!. ¡Te conozco!

Más tarde, de nuevo. -¡Maldito “ucush”!… ¡tus dientes te voy “apachurrar”!

La soga se había adelgazado tanto que finalmente se rompió estrepitosamente. Al caer, la vieja gritaba frenéticamente. -¡Sobre la “pachpa” nomás¡… !Sobre la “pachpa” nomáaaaas!

Y sobre la hierba, como lo pedía, cayó la bruja haciéndose pedazos. Su sangre que saltó a muchos kilómetros a la redonda, se convirtió en espinas. Desde aquella vez, sobre las pampas serranas abunda el “ucushcasha”, que es la espina de ratón.

En cambio, cuando la niña llegó al cielo, fue recibida con muy buena disposición por la Virgen Santísima que cariños amente le hizo entrega de un hermoso cofre para que en él guardara los despojos de su hermanito hasta el momento en que el Señor le diera el soplo divino que le devuelva la vida. Este cofre, no debería ser abierto por ningún motivo. La niña, no obstante la gran alegría que le deparaba estar en los cielos, extrañaba en demasía a su hermanito. Un día, desobedeciendo las órdenes de la Virgen, abrió el cofre para verlo y, al momento, su hermanito se convirtió en un perrito lanudo.

Desde entonces, cuando se mira con mucho detenimiento a la luna llena, muy claramente se puede distinguir a la niña tejiendo y, al lado de ella, al perrito lanudo.

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