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HACIENDAS DE MOSQUERA

Las haciendas del municipio de Mosquera Cundinamarca fueron un grupo de propiedades dedicadas a diferentes actividades económicas (agricultura, ganadería entre otras), que se ubican en la Sabana del Occidente de Bogotá, producto de la subdivisión de lo que se llamó La Dehesa de Bogotá o mayorazgo de la hacienda El Novillero; abarcando un área de aproximadamente 45.000 hectáreas que incluyen parte de los municipios de Funza, Subachoque y Tenjo.

LA DEHESA DE BOGOTÁ

El núcleo germinal de la Dehesa de Bogotá comenzó a configurarse desde el mismo momento en que el presidente Díaz de Armendáriz legitimó formalmente la encomienda de Antón de Olalla. En el mismo año de 1547 recibió éste del cabildo de Santa Fé su primera estancia de ganado mayor, en pleno corazón de su encomienda. Pero ya desde 1543 el cabildo había hecho mercedes de tierra en la Sabana y Olalla se esforzó por adquirirlas. Así, en 1557, luego de haber permanecido por cinco años en España, compró dos estancias: una a Juan Avellaneda y otra a Honorato Bernal. Al año siguiente obtuvo del cabildo otras dos estancias de ganado mayor. Un año más tarde compró la hacienda “El Novillero” que había fundado don Pedro de Ursúa y que a la sazón contaba con 95 vacas, 120 cerdos y bien construidos “aposentos”, por todo lo cual pagó Olalla la suma de 777 pesos y 4 tomines de oro de 20 quilates. Don Antón muere en 1581, pasando su fortuna a manos de su esposa doña María de Orrego y de su hija Jerónima, quien por entonces estaba casada con el hijo del poderoso Visitador General del Nuevo Reino don Juan Bautista Monzón. Don Fernando de Monzón no tuvo ocasión de convertirse, a causa de su prematura muerte, en beneficiario de la encomienda de Bogotá y propietario de El Novillero, empeño en el cual su padre había puesto todas sus influencias. Doña Jerónima contrae nupcias con el almirante Francisco Maldonado de Mendoza, en 1586. En 1592 doña Jerónima hizo formal la “dejación” de la dehesa con el fin de que se le adjudicara a su esposo (los argumentos se solicitaron el presidente Antonio González).1​

Entrado el siglo XVII, la hacienda poco a poco se fue apuntalando como unidad de capital de diferentes facetas, al tiempo que la encomienda accedía como medio de trabajo e institución social. En la segunda etapa del periodo colonial, la hacienda sustituyó a la explotación minera. La tierra se valorizó y los terrenos empezaron a ser apetecidos por quienes antes no los contemplaban como importantes.2​

EL MAYORAZGO EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XVIII

El señor don Jorge Miguel Lozano de Peralta y Varaes, Maldonado y Olalla, primer marqués de San Jorge de Bogotá, octavo poseedor del mayorazgo nacido en 1731 destaca como uno de los pioneros empresarios quien centró su economía en las haciendas. Aunque fue su cuñado, encargado de administrar el novillero; él mismo tomó el control de la hacienda hacia 1758. Fue el comienzo de un modelo agro-mercantil-financiero.

Como es normal, parte de la producción ganadera era absorbida por las haciendas en forma de raciones para los jornaleros y concertados, otra se dedicaba a la manutención del propietario y su familia. En el primer caso, el ganado consumido hacía parte de los costos de producción de las haciendas; en el segundo, constituía parte del ingreso del hacendado, pues disminuía el costo de la “canasta familiar” alimentaria. En 1786 el marqués fue puesto en prisión. Había tenido serios problemas con colegas del cabildo por la forma soberbia y altanera con que solía tratarlos. Los cargos fueron arbitrariedad, corrupción y negligencia. Fue conducido al fuerte de Cartagena donde permaneció preso hasta su muerte en 1793. Su hijo José María siguió explotando la hacienda El Novillero, ahora arrendándola a Estanislao Gutiérrez. En 1802 solicitó la restitución del título de marqués de San Jorge y el de vizconde de Pastrana para Jorge Tadeo Lozano (quien se había casado con su sobrina María Tadea Lozano). Sin embargo el turbión de la independencia terminó con las ambiciones del clan Tadeo Peralta, pues luego de ser presidente Tadeo Lozano, murió fusilado en 1816. La ley de la naciente República expedida el 10 de julio de 1824, determinó la extinción de todos los mayorazgos apenas diez días después de expedida y se procedió a la inexorable desvinculación, avalúo y repartimiento de El Novillero.3​

MODELO ECONÓMICO DE LA SABANA DURANTE EL SIGLO XIX

Partiendo del hecho que el sistema colonial dominó y adjudicó las tierras conquistadas como un patrimonio que le pertenecía a la Corona española, las cuales fueron ofrecidas a los conquistadores como tierras realengas (o de regalías) entregadas principalmente por capitulaciones o contratos celebrados por la Corona y el conquistador, cuyos contratos principalmente se basaban en el descubrimiento, la conquista y la población. Estas reparticiones estaban objetadas en el marco de la Legislación de las Indias que condicionaba la asignación de tierras a los interesados, el historiador colombiano Tirado Mejía (1971) comenta que éstas adquisiciones de tierras se daban a partir del objetivo de la Conquista, ya que para el Estado resultaba ser muy importante la debida administración de las tierras con fines productivos que alimentaría la Corona española: –Como la tierra era abundante, en un comienzo las adjudicaciones abarcaron grandes extensiones. Por lo común se repartían varias “peonias” o “caballerías”. Una caballería abarcaba cinco peonías y equivalía a “quinientas fanegadas de labor para pan de trigo o cebada; cincuenta de maíz; diez hierbas de tierra para huertas, cuarenta para plantas de otros árboles de secadal; tierra de pastos para cincuenta puercas de vientre, cien vacas, treinta yeguas, quinientas ovejas y cien cabras– (Tirado Mejía, 1971, Pág. 61)

En muchos casos, en las asignaciones de las tierras los propietarios abarcaban más tierras de las que les pertenecían en linderos declarados inciertos, teniendo como resultado latifundios improductivos, “estas circunstancias, para fines del siglo XVI, ya unas pocas personas habían acaparado las tierras mejores, más cercanas a los poblados y con vías de comunicación, dando lugar a un agudo problema de tierras padecido no solamente por los indígenas, sino también por los nuevos inmigrantes europeos” (Tirado Mejía, 1971, Pág. 61).

Desde la década de 1930, se iniciaron las primeras aproximaciones a las dinámicas socioeconómicas de la región, lo que permitió observar cambios en el orden colonial relacionados con la hacienda. Chevalier (1952) en sus investigaciones se remite a la hacienda como un latifundio de grandes propiedades que emergieron a partir del siglo XVI del cual su actividad principal no se fundaba principalmente en generar importantes rentas sino al prestigio social generado por la posesión de la tierra.

Wolf y Mintz publicaron su estudio Las haciendas y plantaciones en Mesoamérica y Las Antillas (1975), quienes consideraron la hacienda a partir de la construcción de un modelo operacional generalizado basado en mecanismos sociales, psicológicos y económicos vinculados a la hacienda.

La hacienda será una propiedad agrícola operada por un terrateniente que dirige y una fuerza de trabajo que le está supeditada, organizada para aprovisionar un mercado de pequeña escala por medio de un capital pequeño, y donde los factores de la producción se emplean no sólo para la acumulación de capital sino también para sustentar las aspiraciones de estatus del propietario. La plantación, será entonces una propiedad agrícola operada por propietarios dirigentes (por lo general organizados en sociedad mercantil) y una fuerza de trabajo que les está supeditada, organizada para aprovisionar un mercado a gran escala por medio de un capital abundante y donde los factores de producción se emplean principalmente para fomentar la acumulación de capital sin ninguna relación con las necesidades de los dueños. (Wolf y Mintiz, 1975, p. 493)

Desde éste hecho, la configuración socioeconómica de América Latina desde el siglo XVII ha tenido como protagonista los modelos productivos de asociación de la tierra, con la apertura económica y los nuevos procesos de exportación, la hacienda tendrá un papel importante que definirían algunos expertos en el tema como una de las causas del subdesarrollo de América Latina, dado que la hacienda se representaba como un gran latifundio improductivo que no reflejó un establecimiento oportuno de una reforma agraria.

Por otro lado, las mayores concentraciones productivas de las haciendas y los territorios latifundistas se enfocaron básicamente en el desarrollo de la ganadería, en todas las regiones del país este fenómeno se dio con tal auge que terminó siendo uno de los grandes protagonistas en el mercado acompañado del café y el azúcar. La ganadería como actividad importante en el siglo XVIII fue un factor determinante en la creación de la hacienda (Kalmanovitz, 1976) como desarrollo natural de la economía de la Nueva Granada siendo complementada en parte por “una nueva zonificación ganadera con la incorporación de la producción de las altiplanicies cundiboyacenses” (Kalmanovitz, 1946, Pág. 121), el cual el autor describe: la actividad productiva ganadera en términos generales era baja debido a la base genética y el manejo de los ganaderos en los hatos, en la Sabana de Bogotá las razas europeas de mayor rendimiento sólo se adaptaron en climas fríos, Eder (2001, Pág. 152) menciona que en torno a Bogotá se encontraban ejemplares de durhams y polled angus.

El modelo de explotación económica implantado para la colonización, en un primer momento se conoció como la encomienda, denominada al comienzo repartimiento, como reminiscencia de lo ocurrido en España durante la reconquista a los moros, apenas terminada con la toma de Granada el mismo año del descubrimiento de América. La encomienda, originada en 1503, legaliza el trabajo forzoso y el repartimiento de la población indígena entre los conquistadores y colonos, buscando la intensificación de la producción. El sistema consistía en repartir un número de indios, en una relación de reciprocidad, por medio de la cual el indígena aportaba mano de obra y un tributo a cambio de la evangelización y de la “protección del encomendero”. El siglo XIX trae unos nuevos polos de colonización, y por tanto de desarrollo de la población. La economía se basa en la explotación agrícola en grandes haciendas, en ocasiones gracias a la adjudicación de grandes extensiones de terrenos baldíos; descansa cada vez menos en la minería y la industria. La agricultura aparece como la actividad más importante de Colombia en el siglo XIX. Su principal producción fue de tabaco. Otros productos fueron la quina, el añil, el algodón y en las últimas décadas del siglo fue el café. La agricultura y la minería eran la base de la economía colombiana. La reforma agraria de 1850, aunque de carácter débil, atacó los latifundios y realizó la desamortización de los bienes de manos muertas, en contra de las propiedades eclesiásticas. Se hizo la abolición de los mayorazgos; se suprimieron los diezmos y se abolió el patronato, que llevó a la separación entre la iglesia y el Estado.4​

LA CONFEDERACIÓN GRANADINA

El territorio del hoy Mosquera estuvo habitado por los Muiscas, quienes se dedicaron principalmente a la agricultura; entre los principales productos que cultivaban estaban el maíz, la papa, la arracacha, la quinua, el tabaco, la yuca y el algodón, además de hibias, cubios, tomate, ají, fríjol, ahuyama y calabaza. Comerciaban frutas con tribus vecinas, especialmente los muzos y los panches, e intercambiaban mediante el trueque algodón y oro por sal, esmeralda y tejido. La actividad agrícola como base económica de los Muiscas influyó notablemente en la organización sociopolítica de los pueblos de la Sabana y en la estructura religiosa. Uno de los aspectos claves en la organización del espacio agrario fue el surgimiento de la hacienda, durante el período colonial (siglos XVIII y XIX), como un sistema de explotación agrícola orientado a la producción de cultivos de exportación; durante varios años la hacienda fue el eje de la actividad económica, política y social del país. Su consolidación permitió definir dos sistemas productivos: el primero conformado por las haciendas localizadas en los departamentos del Tolima, Cundinamarca, Cauca, Boyacá, Valle, Santander y la llanura caribe, orientadas hacia la producción de tabaco para exportación y de algunos bienes de consumo local, como ganado, azúcar y trigo. El segundo, localizado en las laderas y partes altas de los departamentos de Cundinamarca, Boyacá y Nariño, basado en unidades pequeñas orientadas a la producción de alimentos para el autoconsumo y algunos excedentes para mercados locales.5​

LAS HACIENDAS

Las Haciendas han sido un elemento permanente en la estructura territorial de la Sabana y de su explotación. A la llegada de los conquistadores españoles estos solo recibían un solar en la terraza de la ciudad más una estancia en sus inmediaciones, medida en peonías o caballerías, dependiendo de la jerarquía del soldado. Entonces las tierras eran “realengas”, o sea del rey, y solo mediante “mercedes” el monarca otorgaba unas pocas a algunos afortunados. Los indios vivían y laboraban en los campos, en áreas específicas pero no propias, si bien desde finales del siglo XVI les fueron asignadas áreas de resguardo y no fue hasta el siglo XVII que comenzaron a ser reducidos en poblaciones. Por eso salvo pequeñas estancias, los encomenderos no poseían las tierras y mucho menos a los indios, quienes eran libres y solo súbditos del rey. Pero este los había encomendado a aquellos para que los protegieran y adoctrinaran, por lo que percibían un tributo –la demora- que debía serles entregado cada tanto. Tal tributo podía consistir en algunas libras de oro, mantas de algodón y hanegas de sembradura, mas unos días que debían laborar en la estancia del encomendero. A finales del siglo XVI la corona instauró las “composiciones de títulos”, para legitimar las propiedades de algunos encomenderos que habían crecido demasiado. Tal fue el origen de muchos latifundios, aunque la realidad histórica ha sido mucho más compleja que este esquema general. La encomienda resultó, al lado de las minas del comercio y de la política, una instancia fundamental de la economía colonial y del control de la población nativa. La hacienda devino en instrumento crucial para el dominio del territorio y la producción económica de la Colonia, su problema fue la disponibilidad de mano de obra. Sin embargo, con limitaciones, los indios primero y luego los mestizos campesinos labraron en ellas para abastecer las ciudades. Produjeron papa, trigo, cebada y maíz, sostuvieron hatos lecheros, de carne, ovinos y caballos. Estas instalaciones fueron testigos y protagonistas del cambio del paisaje, de la tumba de los bosques, de la desecación de los humedales, de la introducción de nuevas especies de flora y fauna, hasta hacer de la sabana un medio muy diferente al que había en tiempos precolombinos. Dentro de las haciendas más reconocidas del municipio de Mosquera se encuentran San José, El Playón, La Pesquerita, La Esmeralda, El Diamante, El Rubí, la Ramada, Los Andes, Venecia, La Victoria, La Holanda, Quito, San José, Mondoñedo, La Fragua, Malta y Novillero.

Las haciendas de Mosquera abastecieron al municipio y parte de la ciudad de los principales productos agrícolas y ganaderos que requirió desde su fundación. Los cambios que sufren las haciendas son, producto de la relación hombre-naturaleza a lo largo del tiempo; alterando los modos de vida y formas de producción, debido a que el espacio es un satisfactor para las exigencias del vivir y el producir; él está vivo, se transforma, ya que lo analizamos a través de un periodo de tiempo determinado, en este caso una larga duración, en el que el espacio está en constante cambio. En cuanto a espacio construido, la sociedad es protagonista en el proceso de transformación del espacio natural y los recursos que la sitiaron para satisfacer sus necesidades favoreciendo la construcción de un nuevo paisaje cultural. La hacienda se constituyó como núcleo importante relacionado con la familia, el desarrollo económico del territorio, las relaciones sociales y políticas. Representaba con su presencia una fortaleza de la identidad del municipio, lograda a base de experiencias, costumbres y toda clase de formas y tradiciones que crean la identidad.6​

Al combinarse los modos de vida con las formas de producción, surgen las necesidades específicas que concibieron espacios apropiados para la producción y habitación, esta aseveración se evidencia en las haciendas, en la actividad agropecuaria y ganadera. El área de las haciendas es consecuencia de las convenciones de vida y los modos de producción que se llevaron a cabo en estas, fue inevitable que se aprovecharan los recursos para una mayor producción. El espacio alimentó a la sociedad, además se alimentó de ésta para la creación de lugares adecuados para la producción agrícola y ganadera.7​

ARQUITECTURA DE LAS HACIENDAS

A nivel de arquitectura en las haciendas habría que registrar procesos de cambio similares a los observados para la arquitectura urbana. Habría que señalar la perfección arquitectónica implícita en el arquetipo de la casa de hacienda colonial, y la consiguiente dificultad para determinar una transformación del mismo sin alterar la delicada relación que plantea entre el medio natural y la arquitectura. En segundo término la lentitud con la que pasa el medio rural colombiano de una etapa histórica a otra. Así, las adiciones o transformaciones de época republicana tardan mucho más en producirse que en ningún otro género arquitectónico. Vendría un gradual fraccionamiento de las grandes y medianas haciendas coloniales, y con él la aparición de casas de campo republicanas que, sin excepción, fueron siempre inferiores, ambiental y formalmente, a sus predecesoras coloniales, aunque no exentas, en muchos casos, de un carácter propio que también las tornaría históricamente válidas. Su nivel cualitativo artesanal es en general, bien inferior al de la construcción colonial, y menos notable el acierto en su localización dentro del paisaje circundante. La casa de hacienda republicana resultará más alta y desgarbada, más vulgar, si se quiere, que su antecesora colonial, menos ceñida a un canon estético y dimensional largamente madurado por la tradición. A su modo, reflejará el proceso histórico trunco y desordenado de la época republicana, y la búsqueda confusa de un nuevo rumbo y un nuevo sentido de vida. Con sus paredes blancas y sus formas nítidas, marcan el territorio y definen su topología social y física. Contraste que se atenúa con la dulzura del barro de la cubierta, en un diálogo de materiales, de suelo y arquitectura, de labor y de silencio. Son edificaciones modestas pero imponentes, integradas al entorno con gran sentido del lugar, con una sobriedad que le da su carácter y cimenta su valor y su presencia. El tipo más corriente es el de casa con patio central, aunque las hay en U, en L, en H o de un solo cuerpo, de variadas formas pero dentro de la misma familia. Tienen cubiertas de teja de barro que desaguan en el impluvium del patio, con corredores aporticados alrededor del mismo, salones y espacios sociales en la parte Fontal, prolongados en el balcón abierto que observa el horizonte y controla las actividades de la hacienda. Unas pocas tuvieron capillas exentas u oratorios menores en un cuarto especial de la casa, todas tenían cocinas, alacenas y dependencias para el trabajo del campo. Para el aseo no había espacios especiales, el baño se hacía en los mismos cuartos o al aire libre y abastecido por agua corriente. Algunas tienen casas para trabajadores, como también caballerizas o corrales para ganado, en número variado. El gran conjunto, rodeado por muros de tapia pisada con remate de teja de barro al imponente camino del acceso, flanqueado por altos árboles en línea continua. En estas casas las gruesas paredes son en adobe, tapia pisada o ladrillo revocado y blanqueado con cal; en madera son las ventanas, puertas, dinteles, columnas, vigas y barandas, pocas veces en madera cruda, muchas con pinturas de colores. Unas cerchas de armadura de madera, rolliza o aserrada sostienen la base de cañabrava o chusque amarrados con cáñamo, fique o cuero, más la cama de barro y cal en que descansa la teja. Los aleros se sostienen con canes, sencillos o con perfiles labrados, sin canal ni bajantes entubadas, las que se añaden en latón en siglos posteriores. Las piezas de madera tienen muy pocas dimensiones: las mayores para las soleras –la base de madera sobre el muro que soporta los tirantes de las armaduras-, las medianas para columnas, dinteles, vigas y zapatas –los capiteles-, las menores para los canes y piezas secundarias, en una estandarización pragmática y modular que le confiere gran fuerza compositiva. Los pisos externos suelen ser en piedra (plana e irregular o de bola) o baldosas de ladrillo tablón, en tanto que los internos son de madera o esteras de fique y algunas veces de baldosas de arcilla. En general emplearon materiales modestos y las construían alarifes sin arquitectos, pero sorprende como de tanta economía y pragmatismo surgieron edificios con proporciones armónicas y sentido clásico. En el siglo XIX, fueron renovadas con el lenguaje conocido en nuestro medio como “el estilo republicano”, que en términos generales corresponde al Neoclasicismo. Se trata de transformaciones especialmente decorativas, con la aparición de columnas de piedra, capiteles, basamentos, frontones y cornisas, elementos propios de la sintaxis clásica, superpuestos para “dignificar” y modernizar el sencillo lenguaje colonial anterior. Aparecieron los grandes ventanales con pequeños vidrios en cuadrícula, rejas y puertas en hierro forjado, los cielorrasos planos, de cal sobre camas de caña o láminas importadas, además de rosetones o molduras en los pisos o parquet de madera. De igual forma se incluyeron los cuartos de baño y, por supuesto, se renovó también el mobiliario. Entonces se dio gran importancia a la simetría compositiva y, en general, al sentido clásico de la edificación.

Sobre todo se buscaron los cerramientos, para responder a un verdadero problema de las casas coloniales en el campo y en la tierra fría: demasiado abiertas y poco protectoras del clima. Por la misma razón aparecen chimeneas y alfombras, los balcones se vuelven gabinetes, se cierran partes del corredor aporticado, siempre en la búsqueda desesperada de abrigo. 8​

DESINTEGRACIÓN DE LAS HACIENDAS

En el proceso de desintegración de las haciendas las relaciones entre el casco y el asentamiento como forma de vivienda se transforman y dan como resultado diferentes esquemas, en donde el casco aparece en diferente posición respecto al asentamiento humano; ya sea en una esquina, en el extremo, en la parte central; dentro o fuera del espacio que de alguna manera es urbano.

La arquitectura como construcción social y representativa se relega con el paso del tiempo, se fracciona al tiempo con la concepción de la hacienda como unidad perteneciente a una sola persona, más no como símbolo de explotación. Después de la desintegración de las haciendas se crearon nuevos espacios como urbanizaciones. La arquitectura ha sufrido cambios importantes en los últimos años, deterioro y modificaciones que no están acorde al modelo original.

La hacienda sufrió transformaciones a través del tiempo y es hasta la desintegración en que se modifica tajantemente, convirtiéndose a la fecha en espacio de urbanización de diferentes proyectos de vivienda en su mayoría de interés social.9​

Volver arriba ↑ Gutiérrez Ramos, Jairo (1998). «1». El mayorazgo de Bogotá y el marquesado de San Jorge. Instituto colombiano de cultura hispánica. p. 24. ISBN 9589004598. Volver arriba ↑ Gispert, Carlos (2002). Enciclopedia de Colombia. Océano. p. 178. Volver arriba ↑ Tirado Mejía, Álvaro (1940). Introducción a la historia económica. p. 60-61. Volver arriba ↑ Kalmonovitz, Salomón. La agricultura colombiana en el siglo XX. Fondo de cultura económica. p. 121, 319. Volver arriba ↑ Kalmanovitz, Salomón (2010). Nueva Historia Económica de Colombia. Aguilar. Volver arriba ↑ Chevalier, Francois (1952). La formación de las grandes propiedades en México. Tierra y sociedad en los siglos XVI-XVII. Fondo de Cultura Económica. Volver arriba ↑ Wolf, Eric (1975). Las haciendas y plantaciones en Mesoamérica y las Antillas. p. 493-531. Volver arriba ↑ Arango, Silvia (01-10-17). «Guía de arquitectura y paisaje Bogotá y la Sabana». 03-12. Volver arriba ↑ Sarmiento, José (2011). El globo, ed. Historia que vive 150 años. La República. ISBN 9789585729001.