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La Escuela Cusqueña de pintura surgida durante la colonia es uno de los fenómenos más originales y valiosos del arte americano en general. Nació de la colisión de dos corrientes poderosas: la tradición artística occidental, por un lado, y el afán de los pintores indios y mestizos de expresar su visión del mundo, por el otro.

Pocos años después de la llegada de los españoles al Cusco se puede rastrear la presencia de pintores europeos en la ciudad, trabajando en lienzos y retablos para la primera Catedral. La intensa actividad desplegada por el pintor italiano Bernardo Bitti marca un primer momento del desarrollo del arte cusqueño."City Tours Cusco Tradicional"

Este artista, nacido en Camerino en 1548 y miembro de la Compañía de Jesús desde los veinte años, introdujo en el Cusco una de las corrientes en boga en la Europa de entonces, el manierismo, cuyas principales características eran el tratamiento de las figuras de manera un tanto alargada, como en las famosas imágenes de El Greco, con la luz focalizada en ellas y un acento en los primeros planos en desmedro del paisaje y otros detalles.


Durante sus dos estancias en Cusco, la primera hacia 1583 y la segunda en 1595, Bitti recibió el encargo de hacer el retablo mayor de la iglesia de su orden y pintó algunas obras maestras, como La coronación de la Virgen (actualmente en el Museo de la iglesia de La Merced) y la Virgen del pajarito, en la Catedral, pero sobre todo hizo escuela y dejó numerosos seguidores.

Otro de los grandes exponentes del manierismo cusqueño es el pintor Luis de Riaño, nacido en Lima y discípulo del italiano Angelino Medoro. A decir de José de Mesa y Teresa Gisbert, autores de la más completa historia del arte cusqueño, Riaño se enseñorea en el ambiente artístico local entre 1618 y 1640, dejando, entre otras obras, los murales del templo de Andahuaylillas. En este mismo templo pinta un Arcángel San Miguel y un Bautismo de Cristo. Una Inmaculada concepción suya se conserva en el convento de La Recoleta y otra en un retablo del convento de Santa Clara, junto a los demás lienzos que conforman el conjunto.


En la pintura cusqueña, el Barroco es sobre todo resultado de la influencia de la corriente tenebrista a través de la obra de Francisco de Zurbarán y del uso como fuente de inspiración de los grabados de arte flamenco provenientes de Amberes. Marcos Ribera, nacido en el Cusco en los años 30 del siglo XVII y fallecido en 1704, es el máximo exponente de esta tendencia. Cinco pinturas suyas de apóstoles se aprecian en la iglesia de San Pedro, otras dos en el retablo mayor y un par adicional en un retablo lateral. El convento de Santa Catalina guarda La piedad, y el de San Francisco algunos de los lienzos que ilustran la vida del fundador de la orden, que pertenecen a varios autores. De Ribera son, entre otros, La visión de la cruz y San Francisco recibe los estigmas.

El término de Escuela Cusqueña se ajusta más estrictamente a la producción artística de los pintores indios y mestizos de fines del siglo XVII. Esta pintura es “cusqueña” no sólo porque sale de manos de artistas locales, sino porque se aleja de la influencia de las corrientes predominantes en el arte europeo y sigue su propio camino.


Este nuevo arte nacido en el Cusco se caracteriza, en lo temático, por el interés puesto en asuntos costumbristas, como la procesión del Corpus Christi, y por la presencia, por vez primera, de la flora y la fauna andinas. Aparecen, asimismo, una serie de retratos de caciques indios, así como cuadros genealógicos y heráldicos. En cuanto al tratamiento técnico, ocurre un desentendimiento de la perspectiva sumado a una fragmentación del espacio en varios espacios concurrentes o en escenas compartimentadas. La predilección por los colores intensos es otro rasgo típico de este estilo pictórico.

Un hecho ocurrido a fines del siglo XVII resultó decisivo para el rumbo que tomó la pintura cusqueña. En 1688, luego de permanentes conflictos, se produjo una ruptura en el gremio de pintores que terminó con el apartamiento de los pintores indios y mestizos debido, según ellos, a la explotación de que eran objeto por parte de sus colegas españoles, que por lo demás constituían una pequeña minoría. A partir de este momento, libres de las imposiciones del gremio, los artistas indios y mestizos se guiaron por su propia sensibilidad y trasladaron libremente al lienzo su manera de concebir el mundo.

La serie más famosa de la Escuela Cusqueña es, sin duda, la de los dieciséis cuadros del Corpus Christi, que originalmente estuvieron en la iglesia de Santa Ana. Ahora, 13 de ellos se encuentran en el Museo de Arte Religioso del arzobispado y tres están en Chile. Realizados por un pintor anónimo de fines del siglo XVII, estos lienzos son considerados verdaderas obras maestras por la riqueza de su colorido, la calidad del dibujo y lo bien logrados que están los retratos de los personajes principales de cada escena, ya sean los caciques indios, las autoridades españolas o los religiosos que acompañan las imágenes. Por si fuera poco, la serie tiene un enorme valor histórico y etnográfico, pues muestra en detalle los diversos estratos sociales del Cusco colonial, así como gran cantidad de aspectos costumbristas de una celebración que ya entonces era central en la vida de la ciudad.


El pintor indio más original e importante es Diego Quispe Tito, nacido en la parroquia de San Sebastián, aledaña a Cusco, en 1611 y activo casi hasta finalizar ese siglo. Es en la obra de Quispe Tito que se prefiguran algunas de las características que tendrá la pintura cusqueña, como cierta libertad en el manejo de la perspectiva, una importancia nunca antes otorgada al paisaje y la abundancia de aves en los frondosos árboles que forman parte del mismo. El motivo de las aves, sobre todo del papagayo selvático, es interpretado por algunos investigadores como un signo evocativo de la resistencia andina o, en todo caso, una alusión a uno de los símbolos de la nobleza incaica.

La parte más valiosa de la obra de Quispe Tito se encuentra en la iglesia de su pueblo natal, San Sebastián. Destaca la serie de doce composiciones sobre la vida de San Juan Bautista en la nave principal del templo, con La danza de Salomé como la obra más lograda. De gran maestría son, asimismo, los dos enormes lienzos dedicados a San Sebastián, el del asentamiento y el de la muerte del santo. Famosa es, por último, la serie del Zodiaco que el artista pinta para la Catedral del Cusco hacia 1680. Se trata de escenas de la vida de Cristo y de parábolas evangélicas dedicadas cada una de ellas a un mes y marcadas por el signo del zodiaco correspondiente. Entre los nueve lienzos que se han conservado, los mejores son La huida a Egipto y la Parábola de los viñateros infieles.

Otro de los gigantes del arte cusqueño fue Basilio Santa Cruz Pumacallo, de ascendencia indígena como Quispe Tito, pero a diferencia de éste, mucho más apegado a los cánones de la pintura occidental dentro de la corriente barroca. Activo en la segunda mitad del siglo XVII, Santa Cruz dejó lo mejor de su obra en la Catedral, pues recibió el encargo de decorar los muros del costado del coro y de los brazos del transepto. Los mejores lienzos de este último conjunto son San Felipe Nieri y San Idelfonso, ¡unto a los dedicados a Santa María Egipciaca y María Magdalena. En el cuadro de la Virgen de Belén ubicado en el coro, sobresale un retrato del obispo y mecenas Manuel Mollinedo que es considerado por los especialistas obra capital de la pintura cusqueña.


Tal es la fama que alcanza la pintura cusqueña del siglo XVII que durante la centuria siguiente, y siempre de la mano de los numerosísimos pintores indios y mestizos que trabajan en la ciudad, se produjo un singular fenómeno que curiosamente dejó huella no sólo en el arte sino en la economía local. Nos referimos a la aparición de talleres industriales que elaboran lienzos en grandes cantidades por encargo de comerciantes que venden estas obras en ciudades como Trujillo, Ayacucho, Arequipa y Lima, o incluso en lugares mucho más alejados, en lo que hoy son Argentina, Chile y Bolivia. El pintor Mauricio García, activo hacia la mitad del XVIII, firmó un contrato para entregar cerca de quinientos lienzos en siete meses. Por supuesto que se trataba de lo que se conocía como pintura “ordinaria”, para diferenciarla de la pintura “de brocateado fino”, de diseño mucho más elaborado y colorido más rico.

El artista más importante del siglo XVIII es Marcos Zapata. Su producción pictórica, que abarcó más de 200 cuadros, se extiendió entre 1748 y 1764. Lo mejor de él son los 50 lienzos de gran tamaño que cubren los arcos altos de la Catedral del Cusco y que se caracterizan por la abundancia de flora y fauna como elemento decorativo.

El desarrollo artístico esbozado hasta aquí ha llevado a los ya mencionados José de Mesa y Teresa Gisbert a afirmar con fundados argumentos que “el fenómeno cusqueño es único y señala en lo pictórico y cultural el punto en que el americano enfrenta con éxito el desafío que supone la constante presión de la cultura occidental.”