Usuario:Jose Carlos Gonzalez Gonzalez/Taller

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Jose Carlos Gonzalez Gonzalez/Taller

Francisca Santos Melián en sus primeros años como maestra.
Información personal
Nacionalidad española
Información profesional
Ocupación Maestra, Profesora y Enseñante

Francisca Santos Melián nació en Tegueste cuando el siglo XX daba sus primeros pasos, en el año 1903, y a los 22 años, en 1925, terminó la carrera de Magisterio. Ejerció como maestra en El Socorro, luego pasó por Las Socas (San Miguel), El Puerto de la Cruz, Icod El Alto (Los Realejos) y finalmente recaló de nuevo, en el año 1948, en la Escuela Mixta de El Socorro, mediante una permuta con doña Rosario Hernández Herrera; y en ella permaneció durante 25 años, hasta 1973 en que se jubiló a los 70 años. Doña Francisca murió en La Laguna en 1982, a la edad de 79 años.

Sus primeros pasos como maestra[editar]

Doña Francisca, así la conocíamos todos, fue, ante todo, nuestra maestra; pero también fue nuestra madre, amiga, confidente, catequista, educadora..., una persona que siempre permanecerá en la memoria de aquellos que fuimos sus discípulos.

De esa época tenemos muy buenos recuerdos ya que aprendimos muchas cosas: cultura general, religión, respeto a los mayores. Nos inculcó valores que nos han servido toda nuestra vida. De ella destacaríamos su fuerza, su bondad, su generosidad y el cariño y devoción que ponía en todo su trabajo. Era muy humana, siempre estaba dispuesta a ayudar a las personas necesitadas y fue muy querida en el barrio. Se le consideraba una vecina más de El Socorro.

Su primera escuela en Tegueste[editar]

Su escuela, pequeña, estaba situada en El Calvario, donde hoy está ubicada La Venta de Eduardo y Carmela. Al lado estaba el comedor escolar que se fundó gracias a su esfuerzo. El salón, rectangular, de unos 28 metros cuadrados, tenía dos puertas, la de entrada muy alta, y dos ventanas, una de ellas daba al barranco y sólo se abría cuando bajaba el agua en invierno, y nos asomábamos para verla correr. El recinto estaba presidido por la mesa de la maestra y, a lo largo, se distribuían dos filas de pupitres de la época (de madera y dos asientos) separados por un pasillo y, al fondo, un armario lleno de libros. En la pared de enfrente, como correspondía a una escuela de la posguerra, la foto de Franco, el crucifijo, un cuadro octogonal de la Virgen, y un almanaque de la Sagrada Familia que cambiaba sus faldillas todos los años; en una esquina, sobre una repisa, la Virgen de la Inmaculada, siempre con flores frescas. En las paredes laterales, la pizarra y el mapa de España, con las Islas Canarias en un recuadro. Sobre la mesa estaba la enciclopedia Álvarez, la cartilla, una esfera del mundo, un frasco de tinta y dos huchas, la cabeza de un negrito y la de un chinito, para recoger dinero para la Santa Infancia. La escuela tenía un patio pequeño, donde jugábamos. En la entrada había un árbol, con una enredadera alrededor del tronco, que doña Francisca quería mucho. En Navidad decorábamos la escuela con las figuras de un Belén hechas de cartulina negra, que pegábamos en las paredes.

A la escuela acudíamos niños y niñas de edades comprendidas entre 6 y 10 años, en un número variable, ya que si el tiempo lo requería, muchos iban a trabajar con sus padres al campo, o tenían que salir más temprano para llevarles el almuerzo. Con regularidad solíamos acudir entre 50 y 60, aunque en algún momento llegamos a estar hasta 100 niños y niñas, unos sentados en los bancos y otros en cajas de naranjas.

¡Cómo recordamos el día que estrenamos uniforme!: una blusa de color beige con un lazo de terciopelo verde en el cuello y falda verde con tablas y tirantes, calcetines blancos y zapatos negros. La mayoría de ellos fueron costeados por doña Francisca, pues las familias no podían hacer frente a esos gastos. Compró la tela necesaria y la distribuyó entre las costureras del barrio para que todas contribuyesen a su confección.

Doña Francisca vivía en La Laguna, en la calle Tabares de Cala. Y desde allí venía en la guagua que llegaba hasta Las Toscas, a la entrada de El Socorro, y bajaba la carretera caminando. Nosotras la esperábamos, e íbamos a su encuentro para traerle el bolso. Nos gustaba mucho acompañarla. Todos los días almorzaba en la casa de don Juan Suárez, que, a su vez, era el propietario de la casa donde estaba enclavada la escuela.

Para volver a casa nos mandaba a parar el coche de don Emilio Gutiérrez, que era el dueño de la finca donde se encuentra actualmente el colegio, quien la llevaba hasta La Laguna, pues él vivía en la calle San Agustín. Otras veces la trasladaba don Juan Suárez en su camión de estiércol.

Su carácter[editar]

Doña Francisca era una mujer elegante, alta y delgada. Tenía un pelo blanco, ondulado, muy cuidado, con reflejos grisáceos. Iba siempre vestida de negro, con zapatos también negros con un poco de tacón y medias finas, que cuando se le rompían las cambiaba por otras que llevaba en su bolso, siempre el mismo, un bolso grande, donde le cabía todo. Para dar clase siempre se ponía una bata blanca, igual que sus discípulos.

Era una mujer sencilla, dulce, muy respetuosa y educada, de carácter fuerte, extremadamente cuidadosa, ordenada y limpia. Teníamos que ir impecables a clase. Siempre preocupada porque no se estropeara el material escaso que tenía, como era el caso de las láminas de Historia Sagrada o los mapas de España. Cuando terminaban las clases miraba todos los pupitres para ver si estaban limpios. Cada cierto tiempo fregábamos los pupitres, las sillas y el piso de cemento, ¡qué hay que ver cómo brillaba!, con agua, polvos de aluminio y un cepillo. Le gustaba el orden y la disciplina, las cosas bien hechas y luchaba mucho por conseguir sus objetivos.

Amable y aunque no lo demostraba, muy cariñosa. Le encantaban los pequeños detalles, desde un saludo hasta una flor. En el recreo, algunas veces, jugaba con nosotras a la “gallinita ciega” y “a ratón que te pilla el gato”.

También era muy generosa. Nos hacía muchos regalos: en Navidades, en las primeras comuniones... Al final de cada semana sorteaba algún regalito que ella traía. Y los sábados nos repartía entradas para ir al cine del pueblo.

Su afán era que “sus niños” (como ella nos llamaba) fuéramos personas buenas y educadas. Hacía mucho hincapié en que debíamos ser respetuosos con nuestros padres, ayudar a las personas a llevar los bolsos, levantarnos en los lugares públicos para ceder el sitio... Se disgustaba mucho cuando tenía algún problema con nosotros. Nunca nos llamaba la atención fuera de la escuela, sino cuando regresábamos.

Se preocupaba si faltábamos a clase y si no estudiábamos. Nos animaba a que hiciéramos alguna carrera, sobre todo Magisterio, e insistía en que todos sacáramos, al menos, el certificado de Estudios Primarios.

Siempre estaba muy pendiente de la caligrafía y la ortografía. Era muy rigurosa y perfeccionista. Éramos los alumnos y alumnas que menos faltas de ortografía teníamos de todo el municipio, y eso era un gran orgullo para ella.

Enseñando con el entorno[editar]

Francisca Santos Melián y sus alumnos 1970

Fue una persona adelantada a su tiempo en el estudio sobre nuestra tierra y en la aplicación de algunos métodos de enseñanza. Por ejemplo, nos enseñaba el nombre de los municipios de la isla de Tenerife. Para ello, le ponía el nombre de cada municipio a un niño o niña y, luego, todos formaban la isla y le iba preguntando a cada uno cómo se llamaba. También, vinculaba su enseñanza a lo que ocurría a nuestro alrededor. Cuando el abuelo de una de sus alumnas castraba las colmenas siempre le mandaba un trozo, que ella previamente le había pedido, y con él nos explicaba todo el proceso que seguían las abejas trabajadoras. Terminaba dándonos a probar un trocito y recomendándonos que lo tomáramos “para que no nos entrara catarro y no faltáramos a la escuela”. Nos mantenía siempre informados, leyéndonos todos los días aquellas noticias del periódico que ella consideraba oportunas. Y más de una vez, mientras ella enseñaba a las niñas a coser y bordar, ponía a los mayores a enseñar a los más pequeños.

Tenía una libreta donde se escribía el resumen del trabajo del día, para mostrársela al inspector cuando visitara la escuela. La escribían los niños que estaban más adelantados.

Nos enseñó a bordar, a hacer punto de cruz y punto yugoslavo, ganchillo, punto de dos agujas. Hicimos tapetes, “tú y yo”, manteles... Cuando le enseñábamos las labores, se ponía las gafas y las observaba muy detenidamente; y como era muy detallista se las llevaba a su casa y les hacía los bordes con una puntilla menudita de croché.

La religión era muy importante para ella. Todos los días rezábamos antes de iniciar las tareas docentes; a las doce, antes de irnos a casa, el ángelus, y cuando llegábamos, a las dos de la tarde, rezábamos el rosario. Nos preparaba para la primera comunión. Y los sábados copiaba en la pizarra el evangelio del domingo siguiente y lo explicaba. Nos hacía padrinos de niños de la Santa Infancia. Tenía una libreta donde apuntaba el dinero que cada uno le iba dando, hasta que llegabas a apadrinar a un niño, momento en que te daba la foto de éste.

La alimentación en la enseñanza[editar]

Francisca Santos Melián con sus alumnos

El comedor escolar era una prolongación de la escuela. El mantel de la mesa era beige y las servilletas verdes. La mesa, siempre ordenada por las alumnas mayores: el tenedor a la izquierda, el cuchillo y la cuchara a la derecha (“pobre de la que se equivocara”). Allí nos enseñaba a comportarnos en una mesa. Cuando se repartía el queso y la mantequilla del famoso Plan Marshall, ella traía el pan, a pesar de sus escasos recursos, y lo repartía entre “sus niños”.

Hubo un tiempo en el que también se sirvió el almuerzo en aquel comedor, siendo la cocinera doña Carmen Díaz.

Cuando se acercaba el fin de curso nos llevaba, en el camión de Antonio “el morro”, un señor de Tejina, a bañarnos a Bajamar y a visitar la iglesia de La Punta del Hidalgo, cuando ésta todavía estaba en construcción. Pagábamos una peseta por ir de excursión.

La escuela y la educación eran su vida. Daba lo puesto por “sus niños”. No sólo se preocupaba por los aspectos académicos y culturales, sino también por nuestros asuntos personales: en más de una ocasión llamó a la madre de alguno de sus alumnos para advertirle de la falta de vista de éste. “Aún recuerdo cuando me recogía todos las mañanas en el Mercado de La Laguna, a donde yo iba a vender, para traerme a la escuela, para que no perdiese las clases”, comenta una de sus alumnas. Cuando terminaba las clases nunca tenía prisa y daba clases de bordado a personas adultas. Y también fuera del horario escolar, dedicó muchas horas a preparar a alumnos para su ingreso en el Instituto de Segunda Enseñanza.

Doña Francisca adoraba la música. Nunca cantaba porque no tenía “buen oído”, pero admiraba a la gente que sí poseía este don. “En una ocasión, estando yo ya casada, me esperó al finalizar una misa en Tejina. Me dijo que no me había visto, pero que había reconocido mi voz en los cantos de la Iglesia”, recuerda con cariño otra de sus alumnas.

Nunca olvidaba a sus alumnas y alumnos, aunque ya hubieran dejado la escuela. Los preparaba, de forma desinteresada, para que superasen el certificado de Estudios Primarios, o para el Graduado Escolar, si éste les hacía falta para trabajar.

La etapa más mayor[editar]

Aún después de jubilada, seguía vinculada al barrio de El Socorro, pendiente de las bodas, de los nacimientos, de los entierros, etc. Muchas de sus alumnas seguíamos yendo a su casa en La Laguna a visitarla y a aprender a bordar. Si la invitábamos a nuestra boda, siempre nos regalaba un portarretrato o una jarra de plata, y cuando teníamos a nuestro primer hijo unas tijeras para que le cortáramos las uñas.

Son muchas las anécdotas que podríamos contar sobre nuestra convivencia con doña Francisca, como cuando nos enviaba a casa a cambiarnos de ropa porque la maestra de Tegueste había mandado recado de que venía el Inspector. O aquella otra vez en que el Inspector preguntó: “¿qué es un archipiélago?”. Y ella, por detrás, le hacía señas con sus manos a la niña que debía responder, uniendo los dedos para transmitirle muchos, y la alumna contestó “un bicho”. O el día que leyó en el periódico una noticia sobre las inundaciones ocurridas en Valencia, que hablaba de que todas las plantas bajas habían quedado inundadas, y entonces preguntó: “¿qué son las plantas bajas?”. Y una alumna contestó: “las papas, las habichuelas...”.

También tuvo doña Francisca, como toda maestra que se precie, que aguantar las ”pillerías” de alguno de sus alumnos. A ella le molestaban mucho las moscas, le hacían mucho daño; así que tenía siempre el alcohol a mano. Y algunos niños, cuando los ponía de rodillas a su lado, le picaban los pies con una aguja y entonces ella decía: “tráiganme el alcohol que me pican otra vez las moscas”. Sus sentimientos afloraron más de una vez. Aún recordamos la ocasión en la que salió detrás de uno de sus alumnos, un niño que nunca se estaba quieto, ella resbaló y se cayó, quedándose sentada en el suelo. Entonces dijo: “perdóname Dios mío, que eso fue por irle a pegar al niño”, y se puso a llorar.

La huella de doña Francisca[editar]

Doña Francisca murió en La Laguna en 1982, a la edad de 79 años. Estaría muy feliz de ver que el colegio lleva su nombre, que muchos alumnos y alumnas la recordamos con afecto y que la comunidad educativa de este centro se siente orgullosa de que nuestro colegio se llame como ella. Siempre tendremos en nuestro corazón a una mujer luchadora que dedicaba una sonrisa y una palabra amable a todos, una mujer que dedicó su vida a educarnos, que nos infundió ánimo y valores para ser buenas personas, una MAESTRA EJEMPLAR que contribuyó a que construyéramos nuestras vidas, activando nuestros cuerpos y nuestras mentes, con su voz, sus ojos y sus manos.

Sus alumnos y alumnas opinan de su maestra[editar]

  • Fui alumna de Dña. Francisca desde el año 1958. Estuve mucho tiempo haciendo el “diario escolar”. Echo de menos el “negrito” y el “chino”. Eran tantos los alumnos que nos sentábamos en periódicos y en bancos prestados por “Zenona” la vecina. Como alumna aplicada tuve que con 11 años ayudar a dar clase a los más pequeños. Eramos un buen equipo. GRACIAS
  • Fui alumna de Dña. Francisca que fue una maestra abnegada que se preocupaba por sus alumnos, fue una pionera de la Santa Infancia, nos hacía unas llaves con ceros, que cada vez que le dábamos “una perra gorda” tachaba uno uno; te recuerdo querida maestra: Felicidades al trabajo que han realizado. Gracias por mi maestra. Ana María
  • Somos tres alumnas de Doña Francisca Santos Melián, recordamos con nostalgia esos grandes momentos que vivimos y que no olvidamos. Como cuando decía: ¡Anita de rodillas! Y luego decíamos todas Anita no vino a la escuela hoy. O Cuando confundía a Fátima por Begoña y cuando se iba a casa de Carmen a beber el café, que nos comíamos las tortas que compraba en casa de Teodorita. 31-05-2002. Begoña, Fátima y María del Carmen.
  • Como antigua alumna vienen a mi mente tantos recuerdos, que es muy difícil de detallar. Pero como una compañera ya ha escrito, también recuerdo el chinito y negrito de la Santa Infancia y ser madrina de algún niño de la S.I. De rezar el rosario en el mes de Mayo todos los días, a las 2 de la tarde, cada alumno tenía que saber los misterios para rezarles cuando le tocaba. De los bocadillos con aquellas lonchas de queso amarillo y los vasos de leche en polvo. Del comedor, aquel arroz amarillo hecho por Carmen la mujer de Juan Suárez que a todas tanto gustaba, ella era la cocinera de dicho comedor. Algunos recuerdos quedan en mi mente donde siempre los conservaré y los comento con mi familia. Creo que a aquella maestra nunca la olvidaremos. Conchita.
  • Para mi es una alegría volver a revivir los recuerdos de mi infancia, como alumna de Doña Francisca Santos Melián, y recordar con mis antiguas compañeras de colegio los buenos momentos. Inés Hernández Molina.
  • No tengo palabras para expresar mi gratitud para con todo el colegio, el paso de mi hija e hijo por el ha sido una experiencia irrepetible y TODOS nos hemos sentido como en nuestra propia casa. Por todo ello gracias a TODOS los profesores y en especial a Mary Luz (maestra directora). Siempre les tendré en mi corazón. María Reyes.