Paul Valéry decía que la historia más completa muestra tan solo el 0,001 % de lo real observable por los medios más burdos. Y la peor acusación que tenía Paul Valéry contra la historia es que ese muy pequeño porcentaje ocultaba el resto, ocultaba lo demás.
La desesperanza está fundada en lo que sabemos, que es nada. Y la esperanza sobre lo que ignoramos, que es todo. (Maurice Maeterlinck)
En los días actuales muchos hombres doctos dicen y escriben más de lo que saben; en los tiempos pasados, algunos de ellos sabían más de lo que escribían. (Matthias Claudius)
La ignorancia es la maldición de Dios; el saber es el ala que nos permite volar hacia el cielo. (William Shakespeare)
En la literatura y en el arte, ningún hombre que se preocupe por la originalidad será original: mientras que si usted simplemente trata de decir la verdad (sin importarle un comino con qué frecuencia se ha dicho antes), usted, nueve de cada diez veces, se convertirá en original sin siquiera haberlo notado. (C. S. Lewis)
(Y sin embargo, humildemente recomiendo la lectura del artículo de: Corral Talciani, Hernán (2010). «El proceso contra Tomás Moro». Revista de estudios histórico-jurídicos (Valparaíso) (32): 221-280. ISSN0716-5455. (o aquí), entre muchos otros. El caso de Tomás Moro es emblemático como ejemplo de que también se puede procesar, juzgar y ejecutar por noblemente callar...
Todos los hombres que no tienen nada importante que decir, hablan a gritos. (Enrique Jardiel Poncela)
Dos excesos igualmente equivocados: excluir la razón, no admitir más que la razón. [...] La suprema característica de la razón consiste en reconocer la existencia de una infinidad de cosas que la superan. Muy débil es la razón que no llega a ello. (Blaise Pascal)
La paradoja de los asnos construyendo una enciclopedia
Alguien me dijo al oído que los wikipedistas somos asnos ignorantes construyendo una enciclopedia, y que eso conforma una paradoja, puesto que una de las funciones de la enciclopedia es desasnar. Este concepto bien puede alcanzar a la mayoría de nosotros, con excepción —por supuesto— del lector que lee estas líneas.
En verdad, no es novedoso decir que ignoramos infinitamente más de lo que sabemos. No es novedoso, y es algo que conviene rememorar con insistencia.
Esa realidad conlleva varias ventajas, entre las que se cuentan la propensión al alejamiento de la vanidad. El conocerse «ignorante por defecto» tiende a evitar que asome en nuestras pupilas el vislumbre, siquiera fugaz y leve, del orgullo atroz de creerse «el gran sabedor».
Se trata, pues, de una paradoja conveniente, porque tiende a evitar que nos sintamos los maestros de nuestros lectores, los padres de nuestros hermanos, los redentores de una enciclopedia incompleta u ocasionalmente errada.
Pero además la paradoja de los asnos construyendo una enciclopedia arroja un enorme consuelo: que colaborando se aprende mucho más de lo que aportamos —una recompensa al deseo de colaborar más que a nuestro aporte en sí— y que resulta posible que, ocasionalmente y sin saberlo, traigamos con nosotros para la enciclopedia una carga que en verdad valga la pena, por el bien que haga.
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