Ir al contenido

Usuario:EDIXON BRICEÑO

De Wikipedia, la enciclopedia libre

ELECCIONES MUNICIPALES. ESPAÑA 1995

Al haber dejado de ser parte relevante de la confrontación política el Centro Democrático y Social, sólo entraban realmente en liza, al iniciarse la campaña electoral, las tres únicas fuerzas «estatales» consideradas como significativas (esto es, el Partido Popular, el Partido Socialista Obrero Español y la coalición Izquierda Unida), que eran las que, en principio, estaban llamadas a repartirse la mayoría de los escaños en disputa, haciendo, claro es, la salvedad de algunas circunscripciones, tanto autonómicas como municipales, donde determinados partidos de corte nacionalista o regionalista o determinadas candidaturas independientes del ámbito local también aspiraban, con más o menos garantías, a entrar en el reparto. En líneas generales, la campaña electoral se caracterizó por una gran dosis de vehemencia y agresividad verbal, así como por la ausencia de debate sobre los grandes temas de fondo. En los mítines pudo observarse una acentuada tendencia a la «americanización», primando la televisión sobre los demás medios de comunicación de masas. Los despliegues técnicos fueron, en efecto, impresionantes (megafonía, luminotecnia, escenarios móviles, efectos especiales, etc.) y todos ellos dirigidos a ser captados, en algún momento, por las cámaras de televisión, pues eran los televidentes quienes, en último término, debían ser los destinatarios del mensaje electoral. La radio y la prensa escrita fueron, por el contrario, casi ignoradas". La estrategia electoral del PP se encaminó fundamentalmente a convencer a los votantes del carácter «primario» de estas elecciones, a su consideración como una «antesala» de las próximas generales, las cuales —según apreciación mayoritaria— pensaban exigir inmediatamente en caso de producirse el descenso de votos socialistas que pronosticaban las encuestas. Coincidían en la atribución de tal carácter destacados analistas políticos de distinto signo. Así, para J. TUSELL, « [...] la campaña ha tenido una dimensión de política nacional. Es obvio que [...] lo que parece en cuestión no es tanto unos alcaldes o unos presidentes como los límites de una ola política de fondo en la sociedad» ^; y, según A. ELORZA, «el hecho de [considerar] estas elecciones como primarias se deriva de una conciencia generalizada: existe gran distancia entre lo que representa el Gobierno y las opciones políticas dominantes en la sociedad española» ^. Independientemente de la dosis cierta de subjetivismo que encierran estos análisis, no puede desconocerse que la vinculación entre una política nacional salpicada por diversos escándalos de corrupción y la futura política municipal y autonómica que nacería de las urnas no era, desde luego, un argumento rechazable a priori por los responsables de la estrategia popular. Como subrayaba R. OROZCO, para los electores «era, sin duda, muy difícil separar el nombre del alcalde de su pueblo o del presidente de su Comunidad de los Rubio, Roldanas, Filesas y otros [...]»^ y de ello pretendían aprovecharse los estrategas del Partido Popular, cuyo discurso básico venía a centrarse en la urgente necesidad de cambio en las instituciones que, tanto a nivel central como autonómico y municipal, demandaba la sociedad española. Ahora bien, como ha puesto de relieve el politólogo J.l. WERT^, esta estrategia de «primarizar» en exceso las elecciones tenía el riesgo de incentivar a última hora a los llamados «votantes de baja intensidad» del PSOE, que podían finalmente —como ya ocurriera en las elecciones generales de 1993— inclinar la balanza a favor de este partido. De ahí que tanto para prevenir dicho riesgo, como para ofrecer una imagen más adecuada a su carácter de «fuerza de gobierno» ^, en la campaña protagonizada por los populares (y centrada, particularmente, en la incesante actividad de su líder nacional, José María Aznar) se rehuyera, en la medida de lo posible, el debate sobre los grandes temas conflictivos que habían sacudido la vida política del país en los meses previos a la confrontación electoral. Sólo las circunstancias obligaron en una ocasión a los populares al enfrentamiento abierto con los socialistas y fue cuando éstos sacaron «oportunamente» a la luz el tema de la supresión de desgravaciones fiscales que incluía el programa de gobierno del PP. Y cierto es que algunas declaraciones contradictorias sobre dicho tema por parte de diversos dirigentes populares debilitaron, en alguna medida, la posición del partido ante los electores. Pero no debían ir muy descaminados los estrategas del PP en su advertencia sobre el aludido riesgo de movilización electoral de última hora cuando sus más directos adversarios —los responsables de la campaña socialista— propugnaron un cambio de ésta, en el sentido de dirigirla primordialmente a potenciar la participación del electorado «pasivo» socialista. En la campaña socialista pueden distinguirse, en efecto, dos diferentes fases: en la primera de ellas, el eje principal de la campaña consistió en desvirtuar ese carácter de «primarias» que los populares adjudicaban a las elecciones, haciendo hincapié en la desvinculación existente entre unos comicios de ámbito autonómico y municipal y los que tienen una dimensión nacional, y advirtiendo, con vistas a lo que pudiera ocurrir, que los resultados de aquéllos no tenían por qué influir en la gobernación del Estado, determinada exclusivamente por el resultado de las elecciones generales; en una segunda fase, sin embargo, y quizás motivado por unos pronósticos no demasiado halagüeños, se percibe una cierta aproximación al enfoque dado por la estrategia popular, propugnándose una «lectura política general del proceso electoral» ^°, cuya clave se sitúa en el slogan de la campaña («Precisamente ahora») y que debía conducir a una movilización de todo el potencial electorado socialista en orden a evitar el riesgo cierto de un desplome del PSOE ante la avalancha electoral de los populares. En esta segunda fase de la campaña destacados dirigentes socialistas plantean «un discurso fundamentalmente estatal» ", defendiendo la acción del gobierno socialista, llamando ahí «voto útil» y utilizando argumentos de corte «catastrofista», dirigidos a descalificar apriorísticamente la política de derechas a que conduciría una hipotética victoria del PP. Podría decirse que, al menos en parte, este giro estratégico consiguió el efecto deseado, pues propició una altísima participación en relación con la que suele ser habitual en este tipo de comicios, lo que contribuyó, sin duda, a suavizar los términos de la derrota socialista. Por su parte, el discurso electoral de la tercera gran fuerza «estatal» —la coalición Izquierda Unida— se basó en la peculiar «teoría de las dos orillas», defendida por su líder nacional Julio Anguita. Para éste, en efecto, tanto el PP como el PSOE se hallaban situados en la «orilla derecha», siendo en exclusiva su coalición la que, situándose en solitario en la «orilla izquierda», podía defender los intereses de la clase trabajadora y, en general, los valores del progresismo político. La campaña de lU se dirigió, pues, a buscar el voto del electorado de izquierdas, mediante un discurso de ciertas connotaciones «didácticas», que a veces rayó en la agresividad (se llegó, por ejemplo, a culpar a los trabajadores de buscarse su propia «desgracia» por votar socialista). Con ello se pretendía conseguir nada menos que un histórico sorpasso^^ del PSOE por parte de lU, que se convertiría así en el partido hegemónico de la izquierda. Éstas fueron, pues, en general, las líneas estratégicas de las tres grandes fuerzas electorales del Estado que sirvieron para encauzar las respectivas campañas. Su éxito o fracaso sólo puede ser calibrado —como parece evidente— por referencia a los resultados obtenidos en la confrontación electoral.