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A pesar del pesimismo actual que asola toda Europa, ayer los líderes del continente demostraron que todavía tienen la capacidad de permanecer unidos, cuando es realmente necesario. El primer presidente de la UE, Herman Van Rompuy, tenía la esperanza de aprovechar el breve encuentro de esta semana en Bruselas para levantar los ánimos y convencer al eurogrupo, que lleva invertida una década empleando cada ápice de energía en reescribir su legislación, de mirar más allá y trazar un camino hacia un futuro en el que Europa pueda sobrellevar toda su influencia. Desgraciadamente, no salió del todo como se esperaba. Pero, ¿cómo iba a salir así en mitad del problema más grave al que se iba a enfrentar la moneda del continente? La cepa griega en la prima de riesgo amenaza con afectar también a España e incluso a Italia, lo cual podría acabar con el euro. Los dirigentes nacionales simplemente han elaborado un boceto como remedio, pero al menos han reconocido que la zona euro podría, con el tiempo, o bien mantenerse o desmoronarse como unidad. No obstante, el resultado ha sido una declaración confusa de disposición a tomar medidas “determinadas y coordinadas” si fuese necesario, que, en la práctica, sería muy probable que implicase que París y Berlín avalarían algo de la deuda ateniense a cambio de austeridades adicionales. Esto ha resultado ser insuficiente para equilibrar los mercados inestables, porque la determinación de actuar no es lo mismo que la acción en sí. La reunión de la próxima semana entre los ministros de Finanzas podría llegar a un punto de inflexión por la diferencia entre lo que se esperará que recorten aquellos que se encuentran en problemas, y qué tipo de apoyo recibirán. Los alemanes, que han albergado siempre grandes miedos porque el euro es un recurso que permite a los vecinos malgastadores aprovecharse de la fuerza del antiguo marco (divisa) alemán, esperarán que su gobierno encuentre un remedio que sea lo suficientemente amargo como para asegurar que no se tomará a la ligera. Los griegos, que a menudo son más reticentes a pagar impuestos del estado que sus impuestos, insistirán efusivamente en que la economía, al igual que la política, debería ser un arte de lo posible. El regateo no será agradable.