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Torre de la Parada

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La Torre de la Parada fue un pabellón de caza que se ubicaba a las afueras de Madrid, en la Sierra de Guadarrama, no lejos del Palacio de El Pardo. Hacia 1635-40 fue uno de los principales proyectos arquitectónicos y decorativos del rey Felipe IV, gran aficionado a la caza que deseaba un caserón de descanso en la zona para las largas jornadas cinegéticas.

El palacete (un edificio de dos pisos de planta rectangular, rematado por torres de finos chapiteles en sus extremos, muy del gusto de los Austrias), fue el resultado de la ampliación, llevada a cabo en 1636 y por iniciativa del propio Felipe IV, de una pequeña fortaleza con cuatro torres de esquina edificada en tiempos del emperador Carlos V. Su finalidad última fue la de servir de descanso al monarca durante las largas jornadas cinegéticas a las que fue tan aficionado. El edificio, en forma de torre con pequeños añadidos, se cubría con tejados de pizarra y se rodeaba de un muro perimetral como una fortaleza. Resultó destruido y apenas subsisten imágenes suyas en pinturas de la época.

El principal atractivo del edificio radicó en sus extensas series de pinturas, mitologías y paisajes en su mayor parte, que fueron encargadas a Rubens y otros pintores flamencos, así como unas pocas a Velázquez. La serie de Rubens, formada por lienzos de gran formato, fue realizada en sus talleres de Amberes con colaboración de ayudantes como Jacob Jordaens, Theodor van Thulden, etc. Por su parte, Velázquez aportó los tres memorables retratos con atuendo de cazador, de Felipe IV, su hermano el Cardenal Infante y el príncipe heredero, Baltasar Carlos.

La mayor parte de las pinturas que subsisten se guarda en el Museo del Prado, si bien se exhiben pocas de ellas por problemas de espacio que se verán paliados gracias a la última ampliación de Rafael Moneo. Es de creer que a medio plazo, este ciclo de cuadros volverá a exhibirse públicamente.