Discusión:Valdecasa
'''Valdecasa''' [[Pequeño resumen orientativo…]] Este pequeño pueblo se sitúa al abrigo de los cerros de la Sierra de Ávila, está orientado al sur-oeste y gracias a su altitud que lo convierte en atalaya, se puede disfrutar desde él de unas vistas inigualables. El paisaje es un magnífico ejemplo del Batolito Central de la península Ibérica, donde las formaciones de granito se tornan composiciones misteriosas y desde luego impactantes, entre las cuales, a lo lejos, emerge la anciana Serrota con su tono siempre azulado y a la que estos paisanos conocen como “Salrrota” y una visión al infinito morañego que se convierte en mar cuando el sol se encuentra cada tarde con el horizonte. Hasta él se llega por una estrecha y tortuosa carretera que parte de Cillán. A mitad de camino se pasa por un el único anejo de Valdecasa: Pasarilla del Rebollar que aparece mencionado en un antiguo documento como “Casas de la Paxara”. Más adelante, cuando se llega al Alto de las Navillas, ya se divisa alguna de sus casas y naves. Hasta hace poco su visión desde este punto era casi inapreciable al confundirse las escasas construcciones que se podían divisar, todas ellas de piedra berroqueña, con el mismo paisaje. Así, escondido y vigilante, a mano y a trasmano, guardó este municipio su sencilla historia. Sus gentes siempre vivieron de la ganadería y de una pequeña y humilde agricultura de subsistencia. Esto era normal, ya que se trata de un paisaje montañoso y rico en pastos, en su mayor parte comunales como es común en Castilla. Esta práctica de la ganadería marcó siempre y aún sigue marcando de algún modo, el ritmo vital de Valdecasa. Todavía hoy, familias enteras practican la trashumancia, desplazándose todos los inviernos en busca de pastos a las dehesas de Extremadura, costumbres que evocan un pasado nómada que, por ejemplo, practicaban ya los vettones. Se conoce por tradición oral la costumbre de alguna de estas familias que después de regresar al final de la primavera desde Extremadura, se desplazaban de nuevo en verano a las montañas de León con sus ganados. De épocas remotas se conserva también el uso común de los pastos y el pastoreo común de cabras, vacas y, en el pasado, incluso de cerdos. Tantas cabezas de ganado se llevaban a pastar, tantos días que la familia ponía pastor para cuidar el rebaño de todo el pueblo. Para pasar el relevo de familia en familia se utilizaba como testigo un cuerno hueco de vaca. Este, a su vez, tenía la utilidad de servir para convocar al rebaño comunal soplando por uno de sus dos orificios y haciéndolo sonar. Las ovejas, al formar rebaños más numerosos, no participaban en este sistema de pastoreo. La agricultura de secano se organizaba con un sistema de rotación que también seguía todo el pueblo. Se cultivaba en zonas alternas que quedaban exentas de animales hasta que, una vez finalizada la cosecha, los rastrojos quedaban libres al “soltarse la hoja” y todos eran llevados a esas zonas para aprovechar este festín de paja seca y aún vertical. La imagen provocaba admiración sobre todo entre los más ancianos que siempre se asomaban desde el “Canto del Calvario” o desde las “Lanchas de las Eras” para contemplar dicha concentración pecuaria. También se rotaba el tipo de cultivo y por eso se alternaban las herbáceas, sobre todo centeno, aunque también cebada y en menor medida trigo, con leguminosas como las algarrobas y los garbanzos. Todos estos cultivos eran llevados cada verano a las eras donde se culminaban los procesos antes del almacenaje en los sobraos de las casas y en los pajares. El pueblo entero pasaba el verano en las eras, no faltaban las tareas que se iban sucediendo, primero levantando la hacina, extendiendo la parva, trillando, limpiando el grano de la paja, barriendo la era… y ya al anochecer, cuando sólo los vencejos vigilaban, detrás de algún montón, en la era, sabe dios que otras cosas pasaban. Otra imagen recurrente de los atardeceres de Valdecasa era la llegada de algún rebaño de ovejas que no dormía aquella noche en una herrén en el campo y los pastores echaban sal en las lanchas de las eras y estás lamían y lamían hasta dejarlas impolutas. Debido a la abrupta orografía del terreno, era digno observar como los carros de dos ruedas con aro metálico, tirados por dos vacas de raza negra avileña y engalanadas con unas preciosas melenas de cuero que protegían sus ojos de las moscas y sobre las que se apoyaba el yugo de pesada madera, bajaban por esos pedregales. El volumen del carro cargado no tenía parecido al del carro vacío. Cuando en él se cargaba heno o los haces de cereal, aumentaban varias veces su tamaño. Era característico oír la voz del arriero llamando a las vacas por su nombre; a veces tenía que ver con el tipo de animal: Piñana, Jarda, Morucha... otras veces era el carácter, el color, la forma de los cuernos: Marquesa, Portuguesa, Colores, etc. Valdecasa dispuso, al menos en el siglo XX, de una tienda que a la vez era taberna. Se conocen dos casas que cumplieron esta misión. Había algún horno donde se cocía el pan, un solar cercano se denomina como “la fragua” por lo que se piensa que en su día hubo alguna y se conocen gentes del pueblo que no se dedicaron a la ganadería ni a la agricultura sino a oficios artesanales con la albañilería, la carretería, la carpintería… Todo esto fue perdiéndose al sufrir el retroceso provocado por un profundo aislamiento. Valdecasa no dispuso de carretera ni camino transitable hasta bien entrados los años 70. A partir de ahí se llevó el agua a las casas. La luz eléctrica llegó a comienzos de los 60. Por esto llegar a Valdecasa era toda una aventura. Alrededor del pueblo, apiñados entre un bosquete de negrillos, frutales, álamos temblones, morales, nogales y otras especies, se cultivaban numerosos y diminutos pequeños huertos para el gasto de la casa. También se regaban algunos prados y después se hacía el almiar con el heno recogido. A las afueras del pueblo antiguamente se cultivaba el lino y por eso hay una zona que conserva el nombre de Linares. Posteriormente era la mejor zona cercana al pueblo para obtener una buena cosecha de patatas. Aparte de los restos arqueológicos que se han encontrado en los pueblos circundantes como San Juan del Olmo, Cillán, Chamartín, Balbarda, Muñico, etc., de origen vetón, romano, visigodo y medieval, existen en el término municipal de Valdecasa, en la zona de la Dehesa de Rehollo, tumbas escavadas en piedra que parecen ser visigodas. Se habla también de que el viejo escudo del pueblo lucía una gran encina cuyas ramas colgaban hasta el suelo… quizá se trate de una vieja historia sin fundamento. Esta zona es de las denominadas por los historiadores de la provincia de Ávila como de repoblación tardía. Es decir la que se realizó aproximadamente rondando el año 1300. El origen euskera y del norte de Castilla de algún topónimo nos ofrece pistas sobre la procedencia de estos colonos: Gorría (Del euskera roja, posiblemente debido al color que tomaban las laderas en invierno al estar cubiertas de robles Quercus pyrenaica que como todo el mundo sabe se vuelven rojizos en invierno pues no llegan a perder la hoja y con mayor motivo si se contemplaba al atardecer. Pudiera ser que también quedase algún bosquete de hayas que, según análisis polínicos de estudios arqueológicos llevados a cabo en zonas circundantes, parece ser una especie que crecía en diversas zonas de la Sierra de Ávila). Canchilla Duero por ejemplo hace clara referencia al río que atraviesa Castilla Portugal… Otros topónimos nos derivan a la presencia musulmana como Valle Jarmó o Jalmín y sobre todo el del río Almar que nace en este término. Quizá, incluso pudiese haberse producido la existencia de algún colectivo hebreo, pues aparte de las costumbres que se conservan en Castilla procedentes de sus judíos y que en Valdecasa se podían observar como en cualquier otro pueblo, existen topónimos como la Cueva de Marranos (palabra de origen árabe con la que se nombraba a aquellas personas que practicaban el judaísmo) o las diferentes navas y navillas que se extienden por todo el término y que según las últimas investigaciones también pueden proceder de esa lengua. Eclesiásticamente, Valdecasa siempre perteneció a la parroquia de Grajos (hoy conocido como San Juan del Olmo aunque para sus vecinos Valdecaseros, de donde baja el helado viento “escorna cabras”, siempre serán “los de Grajos”), por lo que en este sentido y en muchos otros, siempre dependió de este pueblo ya que siempre fue más grande, mejor comunicado y disponía de un buen comercio, tahona, médico, cura… Y no faltaban ni faltan hoy los vecinos de Valdecasa en la romería de la Virgen de las Fuentes. Hasta la desamortización, los parroquianos pagaban los impuestos a las monjas del Convento de la Encarnación de Ávila, según consta en diferentes archivos. Se pueden observar algunos rasgos característicos en la construcción de las casas más antiguas. Sin alejarse en absoluto del más puro estilo serrano, presentan en la entrada un pequeño porche llamado “portalillo” que solía decorarse en su interior con figuras geométricas decoradas con tonos azules sobre el fondo blanco de la cal. El material utilizado para el exterior de las viviendas es el granito, dando pie a construcciones de anchos muros con pequeños huecos en las ventanas, siempre con reja de hierro forjado. La cubierta era de teja árabe que descansaba sobre madera entrelazada con piornos y ramos. Las puertas de las casas eran de doble hoja y permanecían con su parte superior abierta desde la mañana a la noche. Normalmente se entraba en un portal en el que solía encontrarse un vasar, la cantarera, alguna banqueta o silla y casi siempre algún almirez o cazo de metal por allí colgado, frente a la puerta. El portal cumplía la función de distribuidor entre las diversas estancias. Las paredes interiores eran de adobe, los techos de madera, normalmente de álamo y los suelos de piedra o directamente de barro que se regaba antes de ser barrido para evitar la polvareda. A izquierda y derecha podía haber una o dos salas que a su vez tenían una o dos alcobas cada una. Las alcobas se aislaban de la sala con cortinas de algodón blanco bordadas o con puntillas. En el centro de estas salas había una mesa redonda y alrededor, junto a las paredes, sillas, arcones, baúles y alguna mesa llena de vasos y pequeños recipientes de cristal colocados, por ejemplo, de mayor a menor. El mobiliario normalmente se fregaba con jabón y arena fina lo que le dotaba de un aspecto característico y blanquecino. Las paredes, en ocasiones estaban empapeladas, aunque en la mayoría de los casos era la cal la que las jalbegaba de un blanco deslumbrante. Era costumbre decorar las estancias con zócalos bajos de diferentes colores. Al fondo podíamos encontrar la cocina con una gran campana de chimenea en el techo. En ella solía haber un vasar con los huecos para los baldes de zinc donde se fregaban los cacharros, un escaño, una mesa para comer, banquetas y tajillas. Directamente en la pared había una oquedad con unas tablas que servía para almacenar las especias: el pimentón, el orégano, la sal… se usaba como una pequeña alacena y como tal se adornaba con puntillas realizadas con hilo o incluso recortadas en papel para ser anualmente sustituidas. La imprescindible despensa nunca faltaba, así como la escalera de acceso al sobrado bajo la cual se guardaban las tinajas para el vino o las aceitunas… El sobrado era una pieza fundamental de las casas porque además de servir como cualquier otro desván para guardar trastos en desuso, servía para almacenar el grano separado por las trojes que no eran otra cosa que unos pequeños tabiques de adobe; también algunos productos de la huerta como las cebollas, patatas, nueces… La mayor parte de las casas disponían de un corral y dependiendo del tamaño de éste, uno o más pajares. En el corral estaban las pilas talladas en piedra donde se servía el caldero de comida para los cerdos. El único monumento que destaca en el pueblo es su pequeña Iglesia. Está construida en piedra y parece por su estilo del siglo XV, aunque probablemente esté construida sobre otra anterior. Sorprende su pequeña espadaña mudéjar de ladrillo por lo que su origen pudiese ser anterior, de la época en que se produjo la repoblación de esta comarca de la sierra. En el patio hay una cruz de piedra y antes había una olma hueca donde se escondían los chavales para jugar y las lechuzas nocturnas para asustar. También se encuentra, pegado al ábside, el pequeño cementerio. Desde este parece observarse en el centro del ábside una lo que pudo ser una pequeña ventana saetera que probablemente diera luz al interior antes de instalar el magnífico retablo renacentista presidido por un hermoso y delicado relieve de la Anunciación en madera policromada. Lo flanquean diversas tallas de imágenes de santos y una virgen con niño, por el hábito y como es lógico debido a la vinculación con la Orden del Carmelo, parece tratarse de la Virgen del Carmen aunque en una mano porta una manzana. Hay un Cristo muy antiguo y deteriorado y un curioso calvario. Detrás del sagrario hay una pintura al óleo que debe describir algún milagro ocurrido en alguna contienda, aunque no se aprecia bien por la falta de luz en ese espacio y quizá porque necesita de forma urgente una restauración. Todo el suelo de la iglesia son sepulturas y antiguamente, cuando no había bancos para sentarse, las mujeres se colocaban sobre esas piedras, con un cojín para arrodillarse y un mantel con velas muy finas enroscadas en una tabla que encendían para alumbrar el alma de sus muertos. Los hombres se colocaban en la parte trasera y los mozos por la escalera del campanario. La “restauración” del suelo que tuvo lugar en la parte del altar sobre los años setenta fue muy desafortunada al sustituir las antiguas baldosas de barro cocido por un terrazo industrial blanco y horrible. Por eso es mejor mirar hacia arriba y contemplar el sencillo pero bonito artesonado. Además así no se piensa en los daños que dicha obra sin control causaría a las sepulturas que allí se ocultaban. Bajo la escalera del campanario se encuentra una rústica pila bautismal de granito. En ambos lados de la iglesia hay sendos altares. Uno de ellos lo preside una imagen policromada de San Blas que cedió el pueblo de Grajos a cambio de un verraco semental. Dice la leyenda que aquel invierno las gentes de Grajos padecieron mucho de la garganta como castigo por aquel desafortunado trueque. A un lado de esta imagen se encuentra la Virgen de la Estrella que ha perdido la policromía y al otro la que debe ser un exvoto y se denomina como “La Niña Lagañosa” que también luce el color y textura de su madera. Al otro lado se puede ver una imagen moderna de la Inmaculada y un cuadro de la misma de desconocido autor y valor. Con el tiempo, también fue colocada allí la imagen de la patrona del pueblo: Santa Teresa de Jesús que siempre había estado sobre sus andas, como dispuesta a salir de procesión por las calles del pueblo para que como el día de la fiesta, le bailen la jota. De esta imagen contaban una historia acompañada de un cantar que comenzaba así: Cantar dicen los cantares En El Parral te compusieron Y por Solana pasaste Y a Grajos te llevaron Para en esta prepararte… Por lo visto, a los vecinos de Grajos les gustó la nueva imagen o quizá vieron la oportunidad de desquitarse por el cambio del San Blas y no dejaban que “La Santa” saliese de su iglesia. Ante esta situación, los vecinos de Valdecasa, dirigidos por los representantes del Ayuntamiento, formaron una procesión y se dirigieron a buscarla… las campanas no dejaron de tañer y repicar y al ver los de Grajos que se acercaban al arroyo de La Canaleja salieron a su encuentro y les entregaron la imagen terminando con el malentendido… Detrás del muro del cementerio se conserva un potro de herrar bueyes y caballerías. En un paraje llamado El Prajoncillo, se encuentra una fuente de las llamadas romanas, bajo un arco de piedra perfectamente tallado y que probablemente sea de época románica. Esta se encuentra un poco deteriorada desde que construyeron las infraestructuras para llevar el agua potable a la población, así como los antiguos pozos de lavar. Uno de los cuales era un venero de agua cristalina que no cambiaba de temperatura ni en invierno ni en verano. De Valdecasa puede destacarse, sobre todo, la bondad y sencillez de sus gentes y el paisaje de montaña que rodea al pueblo. De hecho hay varias excursiones muy recomendables como la subida al cerro Berrocalejo que aparece como el respaldo del pueblo y que en su cima se puede encontrar el “Canto acuñado con queso” que es una gran bola de granito que parece que en cualquier momento rodará ladera abajo llevándose todo por delante. También se puede ascender por el Escalerón y tras clavar cualquier trozo de hierro en una de las grietas del “Canto de las Tachuelas” y casi jugar a la petanca con otras piedras que se tiran con el objeto de colocarlas sobre una con su parte superior plana, un poco más arriba. Se pueden ir atravesando cerros y visitar parajes como el Corral de los Hontanarejos donde se guarda algunas veces el ganado que cuida el pastor comunal hasta alcanzar el Cerro de las Navas, donde se puede disfrutar de una magnífica fuente de agua helada y subir a la cima del Cerro de Gorría (1717m) donde se puede ver el vértice geodésico del ejercito, llamado popularmente “el Tío Blanco”. Desde ese punto se controla todo el Valle Amblés y gran parte de la Moraña, así como buena parte de las sierras de Gredos y Guadarrama, la vista es impresionante. Otra excursión consiste en subir por La Cabeza hasta la “Lancha Ronchaera” que no es otra cosa que un tobogán natural en la piedra por la que antiguamente se deslizaban jugando los pastorcillos. Y para los más arriesgados y duchos en espeleología, debe resultar muy interesante adentrarse en la Cueva de Marranos, de la que parece no conocerse el fin. Hacia el oeste se puede disfrutar de un tranquilo paseo entre robles (quercus pyrenaica) centenarios. Es un paraje natural donde crece las peonías (peonia officinalis), las dedaleras (digitalis purpurea), los álamos temblones (populus tremula) y muchas más especies muy interesantes y fáciles de descubrir hasta adentrarnos en un magnifico encinar que es la dehesa de Rehollo. Sobre esta dehesa, perteneciente al término municipal, se cuenta que estuvo en venta o adjudicación sobre los años 50-60. Los vecinos del pueblo estuvieron muy interesados en adquirirla ya que eran los primeros con derecho a optar a la compra. De hecho, tuvieron tan clara esta postura que llegaron a labrar la tierra para tenerla a punto para la siguiente siembra. Pero el caciquismo de la época, el engaño, la traición y algún bolsillo repleto jugaron la baza en su contra y perdieron su derecho sin poder hacer nada por recuperarlo. Esta extensión que posee las mejores tierras de cultivo de todo el término municipal, paso a otras manos y con ello el municipio perdió su oportunidad de mantener, al menos, gentes que pudieran trabajar sus tierras. Todo esto lo escuché y lo viví durante los añorados veranos de mi infancia. Aquellos veranos que pasaba con mi abuela, Victoriana Muñoz, una gran mujer de la que aprendí otras muchas cosas que han sido de gran trascendencia en mi educación y formación como persona. Pero no se puede hablar de ella y no mencionar (aunque no voy a hacerlo por temor a omitir el nombre de alguna), a todas aquellas personas que por aquella época habitaban el pueblo. Recuerdo muchas veces a los que ya no están, sin duda eran parte de un paisaje, de una forma de vivir que nunca volverá pero que nos marcó mucho a los que aún tenemos la suerte de poder contarlo y que seguimos haciendo, aunque sea desde la distancia, que todo su legado no caiga en el olvido. Javier Úbeda
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