Discusión:Quisqueyanos valientes

Contenido de la página no disponible en otros idiomas.
De Wikipedia, la enciclopedia libre

Cambio de nombre[editar]

Ya eliminé el nombre de Quisqueyanos valientes como nombre del Himno Nacional. Puse mis observaciones abajo y nadie respondió por lo que me consideré en el deber de cambiarlo. No he cambiado el nombre del artículo (habría que hacer un traslado a una nueva página: Himno nacional dominicano?) pero lo dejo para que alguien lo haga. Ya se ha hecho un gran daño al país; en todas las Wikipedias aparece Quisqueyanos valientes como nombre del himno; no sé quien se lo inventó pero no fueron ni Emilio Prud'Homme ni José Reyes ni los legisladores. --Jmarcano 22:10 21 oct 2007 (CEST)

El nombre no es Quisqueyanos valientes[editar]

El nombre del Himno Nacional es simplemente "Himno Nacional"; ese es el nombre con que Emilio Prud'Homme bautizó su poema. Nunca le llamó Quisqueyanos valientes; ese es un invento de alguien que cree que los himnos tienen que tener nombre. Esto lo acabo de consultar con la Comisión Permanente de Efemérides Patrias.

Y si alguien quiere hacer un bien, además de cambiar el nombre, borren todo lo que aparece debajo que no corresponde al himno sino al nombre de la isla además de que tiene errores graves como decir que la isla nunca fue llamada La Española. Entonces, ¿cómo la bautizó Colón? --Jmarcano 07:03 14 oct 2007 (CEST)

¿Quisqueyanos o Dominicanos?[editar]

EL QUID DE QUISQUEYA[editar]

Dr. Apolinar Tejera -1855-1922[editar]

La Verdadera Historia[editar]

Hace mucho tiempo, el suficiente para tener carta de naturaleza, que al hablarse de la antigua parte española de la isla de Santo Domingo, se le designe a veces con el nombre de Quisqueya. Rarísimo será el literato dominicano que no haya empleado esta palabra en más de una ocasión, sobre todo el memorar o alabar en rapto de cívico entusiasmo la gloria de la patria. De vez en cuando sale a lucir el vocablo en la cátedra sagrada, en solemnidades como las del 27 de febrero y 16 de agosto, y no falta quien lo haya encontrado hasta a propósito para nombre de pila. No puede negarse que el término es eufónico, y que especialmente en poesía viene como anillo al dedo `por la sonoridad de la consonancia.

Pero esta voz no es indígena, como generalmente se cree, sino hija de un error que ha medrado y se ha propagado como otros de igual jaez a despecho de la verdad. Procede este concepto equivocado de una especie incierta a todas luces y patrocinada por Pedro Mártir de Anglería, que escribió una obra en latín acerca de los viajes y descubrimientos de Colón, intitulada Décadas, reimpresa recientemente por el doctor Joaquín Torres Asencio, la cual es fama que contiene muchas inexactitudes. Uno de esos yerros consiste en afirmar que Quisqueya era uno de los nombres que los aborígenes le daban a la isla de Haití. No hay empero tal cosa, como se va a demostrar.

No está demás advertir que Pedro Mártir de Anglería era hombre de buenas letras EL DICTI ONN AIRE HISTORIQUE OU BOIGRAPHIA INVERSALLE CLASSIQUE, etc.,T. I. PARIS, MDCCXXVI (1726), nos dice que nació en Arona, situada a orillas del Lago Mayor (Italia), en el año 1455, aunque don Martín Fernández de Navarrete lo tiene por milanés; que se dirigió a Roma en 1477, donde se puso al servicio del cardenal Ascanio Sforza Visconti, y luego a las órdenes del arzobispo de Milán; que más tarde se encaminó a España y fue presentado a los reyes Fernando e Isabel; que ahí trocó la espada por la sotana; que la reina le encargó de enseñarle Humanidades a los jóvenes de la corte y el rey lo nombró su consejero privado en los negocios de las Indias, y le dio una pingüe gruesa en una iglesia de Granada; que muerto Fernando, continuó bienquisto y obtuvo una rica abadía del emperador Carlos V, y que murió en la histórica ciudad de los abencerrajes en 1526, altamente estimado. Según Del Monte y Tejada (Historia de Santo Domingo. T. II, Cap. XII, Pág. 214), copiando a Oviedo, “fue abad de Jamaica, abadía que después de su fallecimiento se incorporó al obispado de Santo Domingo< pero él no estuvo nunca en América. Se le reprocha que no obstante enorgullecerse por sus intimidades con el Almirante, no habló ni de su enfermedad ni de su último trance aunque residía en Villafranca de Valcazar, lugar de la provincia de Valladolid, cuando murió Colón (Los restos de Cristóbal Colón en la Catedral de Santo Domingo, por MRG. Roque Cocchía, Pág. 30, 1879). La biografía moderna registra un estudio sobre Pietro Mártyr d’Anghiera, que publicó Mariejal en Paris en 1877.

Para convencerse de la poca confianza que inspira a veces como historiador, basta conocer los juicios que respecto de su obra han emitido algunos escritores competentemente autorizados para juzgarla. Las Casas lo elogia en el protocolo de su HISTORIA DE LAS INDIAS, pero declara que en lo concerniente “al discurso y progreso desta, algunas falsedades contienen sus Décadas”. En el ENSAYO CRITICO del nimio y escrupuloso norteamericano Henrry Harrisse, sobre DON FERNANDO COLON HISTORIADOR DE SU PADRE. Sevilla, (1821), se lee en la página 43: “Juan Vasoeus (bibliotecario de la Fernandina), es el autor de cierta crónica de que solo salió a la luz el tomo primero (Chronici rerum memorabilium Hispaniae, Salamanca, 1552. Inclúyese en él, en cuando al Nuevo Mundo, la historia de Hernández López de Castañeda, los veinte libros primeros de Gonzalo Fernández de Oviedo, y se queja de no haber podido procurarse las Décadas de Pedro Mártir de Anglería, con esta opinión: “sed in iis a quibusdan manquam suspectae fidei reprehenditur in nonnullis”. Don Martín Fernández de Navarrete en la introducción a la COLECCIÓN DE LOS VIAJES Y DESCUBRIMIENTOS QUE HICIERON POR MAR LOS ESPAÑOLES DESDE FINES DEL SIGLO XV, al referirse a Pedro Mártir de Anglería, lamenta que “un hombre tan docto y aficionado a escribir, fuese tan descuidado y negligente para rectificar sus narraciones y corregir sus obras, como lo demuestra don Juan Bautista Muñoz, aconsejando la reflexión prudente con que debe procederse en su lectura para salvar errores y equivocaciones consiguientes a la facilidad y ligereza con que escribía” . Oigamos ahora a Charlevoix (HISTOIRE DE L’ISLE ESPAGNOLE OU DE SAINT DOMINGUE, Paris, 1730, T. I, Pág. 4) “Sus primeros habitantes la llamaron Quisqueya y Haití. El primero de estos nombres significa una gran tierra, y el segundo una tierra montañosa, pero ella ha perdido los dos nombres al cambiar de dueños. Si se cree a don Pedro Mártir de Anglería, esta isla al principio fue poblada por salvajes de la Martinica, o Matinino, quienes sorprendidos por su tamaño, se figuraron que era la más grande del mundo, y la llamaron Quisqueia, de la palabra Quisquey , que en su lengua significaba todo; luego en vista de la larga cadena de montañas que ocupaban casi toda la mitad de la isla y de las cuales muchas la atraviesan de un extremo a otro, la nombraron Haití , es decir país quebrado y montañoso. En fin, como entre estas montañas vieron algunas bastante parecidas a las de su isla, cuyo nombre en su idioma era Cipangi, le dieron el de Cipanga. Pero yo creo que mi deber es advertir aquí que he encontrado muchas veces a Pedro Mártir de Anglería un poco exacto en lo que escribió sobre el Nuevo Mundo. Su historia se reduce a una serie de cartas que dirigió a diferentes personas, y parece que las escribía conforme a los primeros rumores que circularon en la corte de España, donde él se hallaba cuando ocurrieron los descubrimientos de Colón”.

Por el hilo puede sacarse el ovillo. Las aseveraciones de Pedro Mártir de Anglería acerca de los primitivos habitantes de Haití, que no vinieron de las islas de barlovento, como nadie ignora, y lo de Zipango, nombre del Japón según las relaciones del veneciano Marco Polo, y que nunca se le aplicó a la isla de Santo Domingo, demuestran el embrollo y la confusión de sus datos o noticias sobre el particular. No existe la menor versión de que así se denominase originariamente ninguna de las islas del hermoso y vasto archipiélago que se extiende desde la península de la florida hasta el golfo de Parias. Muchas de las islas del mismo grupo en que está la Martinica, Marigalante, la Guadalupe, Monserrate, Santa Marías de la Antigua, San Martín, Las Vírgenes, San Juan Bautista (Puerto Rico) y la Trinidad. Impresionado vivamente Pedro Mártir de Anglería por las exageradas y espeluznantes leyendas que en los días del descubrimiento del Nuevo Mundo se propalaron respecto de los caribes, las comenta de lo lindo, y en una carta a Julio Pomponio Leto, refiriéndose al canibalismo de los indios exclama esta suerte “ Los cuentos de los Lestrigones y Polifemos, que se nutrían de carne humana, no pueden hoy ponerse en tela de duda. Lee las páginas que os envío, pero debéis estar prevenido, para que su relato no erice vuestros cabellos”. Y sin embargo, en el curso de la narración, nada vuelve a decir de la isla de Cipangi, que debía estar habitada por monstruos cuyos infandos hechos podía horripilar al distinguido calabrés locamente enamorado del paganismo. ¿Y qué pensaría el horrorizado abad, si viera en el siglo XX, de la antropofagia del Mundo Novísimo?

Como puede verse en las apuntaciones del Diario de Colón correspondientes al 23 y 24 de octubre del 1492, él se figuraba que Cuba era la isla de Zipango “de que se cuentan cosas maravillosas, y en las esferas que yo vi, y en las pinturas de mapamundis, es ella en esta comarca”. En este mismo Diario, del 4 de noviembre al 11 de diciembre, cuantas veces alude el Almirante a la isla de Haití, la llama Babeque o Bohío, y da a entender que así era como la denominaban los indios de Guanahamí que venían a bordo. Podría objetarse que el de Quisqueya se lo dieran los caribes, que habitaban lo que hoy se conoce con el término de Antillas menores, pero ese nombre no es de estructura indígena, como lo evidencia el que no haya indicios de dicha voz en los catálogos de vocablos o dicciones de la lengua india conocidos hasta la fecha. En la HISTOIRE NATVRELLE ET MORALE DES ILES ANTILLES DE L’AMERIQUE, etc., DE ROCHEFORT, RÓTERDAM, MDCLXV (1665), hay un VOCABULAIRE CARAIBE, sumamente interesante, y no existe la palabra Quisquey, ni otra alguna que se le asemeje. Y si Quisquey significa todo, ¿ de dónde sacó la tierra grande y madre de las tierras? Conforme al mencionado VOCABULAIRE, tierra se expresaba de dos modos entre los caribes, lo que pasaba también con otras locuciones: decíase nonum si hablaba un hombre, y noná si era mujer la que profería el vocablo. En cuanto a la isla de la Martinica, llamábase, según el autor citado, Madanina y no Matinino.

El aserto de Pedro Mártir de Anglería no está corroborado por ninguno de los coetáneos. Ni Las Casas ni Gonzalo Fernández de Oviedo, que vivieron largo tiempo en La Española, mencionan en sus obras el consabido nombre. Anexa a la HISTORIA DEL ALMIRANTE DON CRISTÓBAL COLON POR FERNANDO COLON SU HIJO, hallase una Escritura de Fray Román (Pané) del Orden de San Jerónimo. De la antigüedad de los indios, la cual como sujeto que sabía su lengua recogió con diligencia de orden del Almirante, y que comienza como sigue: “La isla Española, que antes se llamaba Ahití, y así se llamaban los habitadores, y aquella y las demás islas las llaman Bouhí”. ¿Por qué el humilde eremita, como se titula el mismo Fray Román, omite el nombre de Quisqueya en su escritura, y sólo se contrae a los de Haití y Bohío, como hacen también los historiadores de su época, habiendo estudiado por encargo de Colon, como dice igualmente el expresado religioso, cuanto atañía a las cosas de los indios de Santo Domingo, lo que hizo con el mayor cuidado? ¿ Por qué en el importante DICCIONARIO GEOGRAFICO-HISTORICO DE LAS INDIAS OCCIDENTALES O AMERICA, que publicó don Antonio de Alcedo en el año 1786, en el artículo Santo Domingo o isla Española, se encuentra que tenía entre los indios el nombre de Haytí, y nada se halla en cuando al de Quisqueya?...

Testis enus, testis nullus (testigo solo, testigo nulo/ DC) Puesto que Pedro Mártir de Anglería es el único cronista contemporáneo del descubrimiento y la colonización de Santo Domingo, que nos explica de una manera tan peregrina la causa del fabuloso nombre, y muchas de sus narraciones no son dignas de fe, porque no se cuidaba de reducir los hechos expuestos en sus Décadas a la debida exactitud, claro es que el nombre no pasa de ser apócrifo o supuesto, y debe figurar entre las consejas que se hallan en su obra, por lo mismo que no hay prueba fehaciente que abonen su autenticidad.

     Siguiendo sin dudas a Pedro Mártir de Anglería han participado de su error don Antonio Sánchez Valverde en su IDEA DEL VALOR DE LA ISLA ESPAÑOLA DE SANTO DOMINGO Y UTILIDADES QUE DE ELLA PUEDE SACAR SU MONARQUIA (Madrid 1785). FACE ABOUT SANTO DOMINGO, BY J. WAREN FABENS (New York 1862). El padre Meriño en sus ELEMENTOS DE GEOGRAFIA FISICA, POLITICA E HISTORICA DE LA REPUBLICA DOMINICANA (Santo Domingo1867), y Thomas Madiou, historiador haitiano. El señor Javier Angulo Guridi en los ELEMENTOS DE GEOGRAFIA FÍSICA, HISTORICA, ANTIGUA Y MODERNA DE LA ISLA DE SANTO DOMINGO (1866), apunta que Quisqueya era el nombre primitivo de la parte oriental de la isla, lo que repiten el señor José Gabriel García en su COMPENDIO DE LA HISTORIA DE SANTO DOMINGO, y el Dr. J. B. Dehoux en su ETUDE SUR LES ABORÍGENES D’AHITI, dato que difiere, aunque no en lo esencial, de la fantástica ocurrencia del candoroso progenitor de Quisqueya.

     Ni así se llamó nunca la Española, porque la afirmación de Pedro Mártir de Anglería estriba en circunstancias completamente falsas, ni ese nombre sirvió jamás para designar especialmente la vasta región que demora hacia el levante de Santo Domingo. Discurre en sentido contrario el doctor Chanca, quien acompaño a Colón en su segundo viaje como “físico de la armada”, en la carta que le mandó a los señores del cabildo de Sevilla en 1494, carta en cuyo encabezamiento, de extraña mano, se cita a Pedro Mártir de Anglería, que escribió también acerca de este viaje, y se declara que “el uno cuenta como lo oyó, y el de Sevilla como lo vio, y no se contradice” He aquí sus palabras: “Entre esta isla e la otra de Burinquen parecía de lejos otra (la Mona y el Monito), aunque no era grande. Desde que llegamos a esta isla Española, por el comienzo de ella era tierra baja y muy llana (cabo Engaño), del conocimiento de la cual estaban todos dudosos si fuese la que es, porque aquella parte ni el Almirante ni los otros que con él vinieron habían visto e aquesta isla como es grande es nombrada por provincias, e a esta parte que primero llegamos llaman Haití, y luego a la otra provincia junto con ésta llaman Xamaná, e a la otra Bohío, en la cual agora estamos”. Esto sirve para demostrar que el nombre de Quisqueya sólo existió en la imaginación de su inventor, porque si bien es cierto que el doctor Chanca, recién llegado a la Española, y sin conocer el idioma de los aborígenes, se equivoca al darle la denominación de toda la isla a una banda de ella, no es menos cierto que emplea los únicos términos genuinos con que la llamaban sus naturales.

¡Raro fenómeno! Merced a las simplicidades de Pedro Mártir de Anglería, se han perpetuado dos nombres que carecen de legitimidad. Es uno de ellos el de Quisqueya, muy difícil ya de desterrar de la literatura dominicana, pero que no resiste a la crítica histórica, porque está basada en una ficción: el otro es el genérico de “las islas más hermosas de América y del mundo, en frase de un distinguido tratadista español; isla de una belleza tan incomparable, que la imaginación no puede concebir, ni nada más espléndido, ni nada más poético, ni nada más hermoso”. Profesando Pedro Mártir de Anglería como una verdad la fábula de la Antilia ínsula, que los mapas de la Edad Media situaban al occidente del Atlántico, reminiscencia quizás de la isla oceánica de que hablaba Aristóteles y Ptolomeo, bautizó con ese nombre a las del grandioso archipiélago del caribe, grave error que propagaron después geógrafos tan sobresalientes como los flamencos Abrahan Ortell y Cornelio Wytfiet, y que se acentuó a partir del siglo XVII. The West Indies continúan llamando los ingleses a las islas colombinas, reminiscencia asimismo de las erradas ideas de su inmortal descubridor acerca del llamado Nuevo Mundo