Discusión:José Diez Canseco Pereyra

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hola no encuentro informacion acerca del cuento el trompo pero halle un poco por lo cual es dificil realiar su analisis literarioEL TROMPO (Fragmento)

Sobre el cerro San Cristóbal la niebla había puesto una capota sucia que cubría la cruz de hierro. Una garúa de calabobos se cernía entre los árboles lavando las hojas, transformándose en un fango ligero y descendiendo hasta la tierra que acentuaba su color pardo. Las estatuas desnudas de la Alameda de los Descalzos se chorreaban con el barro formado por la lluvia y el polvo acumulado en cada escorzo. Un policía, cubierto con su capote azul de vueltas rojas, daba unos pasos aburridos entre las bancas desiertas, sin una sola pareja, dejando la estela famosa de su cigarrillo. Al fondo, en el convento de los frailes franciscanos se estremecía la débil campanita con su son triste. En esa tarde todo era opaco y silencioso. Los automóviles, los tranvías, las carretillas repartidoras de cervezas y sodas, los "colectivos". Se esfumaban en la niebla gris-azulada y todos los ruidos parecían lejanos. A veces surgía la estridencia característica de los neumáticos rodando sobre el asfalto húmedo y sonoro y sufría también, solitario y escuálido. El silbido vagabundo de un transeúnte invisible. Esta tarde se parecía a la tarde del vals sentimental y huachafo que, hace muchos años. Cantaban los currutacos de las tiorbas: ¡La tarde era triste, la nieve ceda!... Por la acera Izquierda de la Alameda iba Chupitos y a su lado el cholo Feliciano Mayta. Chupitos era un zambito de diez anos. con dos ojazos vivísimos sombreados por largas pestañas y una jeta burlona que siempre fruncía con estrepitoso sorbo. Chupitos le llamaron desde que un día. Hacia más de un año más o menos, sus amigos le encontraron en la puerta de la Botica de San Lázaro pidiendo: -¡Despácheme esta receta!... Uno de los ganchos. Glicerio Carmona. Le preguntó: -¿Quién está enfermo en tu casa? -Nadie... Soy yo que me han salido unos chupitos... Y con "Chupitos" quedó bautizado el mocoso que ahora iba con Feliciano. Glicerio. El Bizco Nicasio. Faustino Zapata. Pendencieros de la misma edad que vendían suertes y pregonaban crímenes. Ávidamente leídos en los diarios que ofrecían. Cerraba la marcha Ricardo, el gran Ricardo, el famoso Ricardo, que cada vez que entraba en un cafetín Japonés a comprar un alfajor o un come y calla. Salía, nadie sabía como. Con dulces y bizcochos para todos los feligreses de la tira: -¡Pestañas que uno tiene, compadre! Gran pestaña, famosa pestaña que un día le falló, desgraciadamente, como siempre falla, y que le costó una noche íntegra en la comisaría, de donde salió con el orgullo inmenso de quien tiene la experiencia carcelera que él sintetizaba en una frase aprendida de una crónica policial: -Yo soy un avezado en la senda del crimen. El grupo iba en silencio. El día anterior. Chupitos había perdido su trompo jugando a la ^cocina" con Glicerio Carmona. Ese Juego infame y taimado, sin gallardía de destreza, sin arrogancia de fuerza. Un juego que consiste en ir empujando el trompo contrario hasta meterlo dentro de un círculo, en la "cocina". En donde el perdidoso tiene que entregar el trompo cocinado a quien tuvo la habilidad rastrera de saberlo empujar. No era ese un juego de hombres. Chupitos y los otros sabían bien que los trompos, como todo en la vida. Deben pelearse a tajos y a quines, con el puñal franco de las púas y sin la mujeril arteria del empellón. El pleito tenía que ser siempre definitivo, con un triunfador y un derrotado, sin prisionero posible para el orgullo de los mulatos palomillas. Y. naturalmente. Chupitos andaba medio tibio por haber perdido su trompo. Le había costado veinte centavos y era de naranjo. Con esa ciencia sutil y maravillosa, que solo poseen los iniciados. el muchacho había acicalado su trompo así como su padre acicalaba sus ajisecos y sus giros, sus cenizos y sus caramelos, todos esos gallos que eran su mayor y más alto orgullo. Así como a los gallos se les corta la cresta para que el enemigo no pueda prenderse y patear luego a su antojo, así Chupitos le cortó la cabeza al trompo, una especie de perilla que no servía para nada; lo fue puliendo. Nivelando y dándole cera para hacerlo más resbaladizo y le cambió la innoble púa de garbanzo, una púa roma y cobarde, por la púa de clavo afilada y brillante como una de las navajas que su padre amarraba a las estacas de sus pollos peleadores. Aquel trompo había sido su orgullo. Certero en la chuzada. Chupitos nunca quedó el último, y por consiguiente, jamás ordenó cocina, ese juego zafio de empujones. ¡Eso nunca! Con los trompos se juega a los quines, a rajar al chantado y a sacarle hasta la contumelia que. en lengua fardona viene a ser algo así como la vida. ¡Cuántas veces su trompo, disparado con toda su fuerza Infantil, había partido en dos al otro que enseñaba sus entrañas compactas de madera, la contumelia destrozada! Y cómo se ufanaba entonces de su hazaña con una media sonrisa, pero sin permitirse Jamás la risotada burlona que habría humillado al perdedor: -Los hombres cuando ganan, ganan. Y ya está. Nunca se permitió una burla. Apenas la sonrisa presuntuosa que delataba el orgullo de su sabiduría en el Juego y. como la cosa más natural del mundo. Volver a chuzar para que otro trompo se chantase y rajarlo en dos con la infabilidad de su certeza. Sólo que el día anterior, sin que él se lo pudiese explicar hasta este instante, cayó detrás de Carmona. ¡Cosas de la vida! Lo cierto es que tuvo que chantarse y el otro. Sin poder disimular su codicia, ordenó rápidamente por las ganas que tenía de quedarse con el trompo a sañudo de Chupitos. -¡Cocina! Se atolondró la protesta del zambito: -¡Yo no Juego cocina! Si quieres a los quines... La rebelión de Chupitos causó un estupor inenarrable en el grupo de palomillas. ¿Desde cuándo un chantado se atrevía a discutir ai prima? El gran Ricardo murmuró con la cabeza baja mientras enhuaracaba su trompo: -Tú sabes. Chupitos, que el que manda,, manda: así es la ley... Chupitos. Claro está. Ignoraba que la ley no es siempre la justicia y. viendo la desaprobación de la tira de sus amigotes. No tuvo más remedio que arrojar su trompo al suelo y esperar, arrimado a la pared con la huaraca enrollada en la mano. Que hicieran con su Juguete lo que les diera la gana. ¡Ah. de fijo que le iban a quitar su trompo!... Todos aquellos compadres sabían lo suficiente para no quemarse ni errar un solo tiro y el arma de su orgullo iría a parar al fin en la cocina odiosa, en esa cocina que la avaricia y la cobardía de Glicerio Carmona había ordenado para apoderarse del trozo de naranjo torneado, en que el zambito fincaba su viril complacencia y sin pronunciar las palabras en voz alta. Chupitos insultó espantosamente a Carmona pensando: -¡Chotano tenía que ser! Los golpes se fueron sucediendo y sucediendo hasta que al fin. El grito de Júbilo de Glicerio anunció el final del Juego: -¡Lo gané! Sí. ya era suyo y no había poder humano que se lo arrebatase, suyo. Pero muy suyo. Sin apelación posible, por la pericia mañosa de su Juego. Y todos los amigos le envidiaban el trompo que Carmona mostraba en la mano exclamando: -Ya no Juego más (...)

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