Discusión:Batería de Urrutia

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Dato relevantemente histórico[editar]

No estaría de más señalar a los distintos guardias -y a sus respectivas familias- que han estado trabajando y alojándose en Urrutia. Mi abuelo Pablo Pérez Oneto -cuyos nombre y primer apellido yo comparto-, sin ir más lejos, fue el penúltimo de ellos. Con él, como es de esperar, convivía mi abuela, Antonia Martínez García. Ambos, quienes perecieron hace varios años ya, eran prácticamente analfabetos, como a gran parte de la sociedad española en aquellos tiempos le ocurría.

Juntos ellos, concibieron doce hijos, quienes, ordenados cronológicamente por nacimientos, fueron -y son-: Teresa, Ángel (†), Antonia (†) -fallecida y sin llegar al año de edad-, Amparo, Manuel (†) -más conocido como Manolín entre nosotros, sus familiares-, Pablo -Pablín-, José -Pepe-, Carmen, María, Ana -Ani-, Antonio -mi progenitor- y Pilar (†) -quien murió a los dos años de edad-.

Cuanto más tíos míos nacían, más difícil era la vida allí; así, aunque mi abuelo seguía viviendo en la batería, ya que había de seguir trabajando para conseguir unas pésimas ochocientas pesetas al mes -y tenía que cuidar de la granja que allá había-, tuvieron todos los que había en aquellos momentos que mudarse a las Callejuelas, una zona bastante pobre de San Fernando. Allí nació mi padre, entre otros hermanos suyos. Años más tarde, se fueron a vivir a Carlos III, que se ubica cerca de la barriada de La Bazán; fue allí donde los más pequeños de la familia se criaron; aún así, bajo unas pésimas condiciones de vida.

A pesar de no alojarse en Urrutia, seguían todos yendo a la batería periódicamente, sobre todo en verano. Allí, tenían una burra, Catalina, quien les facilitaba el transporte. También, cazaban conejos y todo tipo de aves, además de pescar y mariscar, que son recursos que sigue ofreciendo Camposoto.

Bastantes años después, mi abuelo dejó el puesto de guardia debido a su ya avanzada edad, por lo que fue mi tío Pablín quien lo heredó -y sí que fue éste el último guardián-, algo nada favorable para la batería, pues ésta, una vez hecha pública la playa de Camposoto, cuando iba a serle literalmente regalada por parte de los militares, fue rechazada por él, tras no demasiados conflictos con los demás familiares, aunque sí ciertos rencores encerrados, por lo que se me ha sido contado. De este modo, acaba tristemente una larga historia de casi dos siglos de duración, culminado con el abandono total de la batería de Urrutia, que ahora no es más que una diana para la basura y la gentuza que no sabe apreciar la Historia cañailla.


Tiritol 25/X/2011

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