Discusión:Única mirando al mar

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--Karolacordero (discusión) 02:50 29 nov 2013 (UTC)a mi parecer deberían incluir el resumen muchos jóvenes lo ocupan y buscan este servicio adjunto capitulo 1--Karolacordero (discusión) 02:50 29 nov 2013 (UTC)[responder]


Única Mirando al Mar (Fernando Contreras Castro) Capítulo Primero Más por la vieja costumbre que por cualquier principio ordenador del mundo, el solcomenzó a salir agarrado del filo de la colina, como en un último esfuerzo demontañista pendiendo sobre el abismo de la noche anterior.El bostezo imperceptible de las moscas y el estirón de alas de la flota de zopilotes, nosignificaron novedad alguna para los buzos de la madrugada. Entre la lloviznapersistente y los vapores de aquel mar sin devenir, los últimos camiones, ahoravacíos, se alejaban para comenzar otro día de recolección. Los buzos habían extraídovarios cargamentos importantes de las profundidades de su mar muerto y antes deque los del turno del día llegaran a sumar sus brazadas, se apuraban a seleccionar sus presas para la venta en las distintas recicladoras de latas, botellas y papel, o enlas fundidoras de metales más pesados.Los buzos diurnos comenzaban a desperezarse, a abrir las puertas de sus tuguriosedificados en los precarios de las playas reventadas del mar de los peces de aluminioreciclable. Los que vivían más lejos, se preparaban para subir la cuesta de arcillafosilizada que contenía desde hacía ya veinte años el paradero de la mala concienciade la ciudad.Como fue al principio, y lo sería hasta el apocalíptico instante de su cierre, a eso de lasseis de la mañana, los lepidópteros gigantes esperaban a sus operarios paracomenzar a amontonar las ochocientas toneladas de basura que la ciudad desechadiariamente; como fue al principio, los operarios de los tractores se calentaban primerocon un café con leche que servían de una botella de coca cola envuelta en una bolsade cartón; después, a bordo de sus máquinas, emprendían la subida.Salvo el descanso del almuerzo y el del café de la tarde, todo el día removían yamontonaban basura, como una marea artificial, de oeste a este, de adelante haciaatrás, con la vista fija en las palas, mientras las poderosas orugas vencían losespolones de plástico de las nuevas cargas que depositaban los camionesrecolectores; de adelante hacia atrás, todo el día, como herederos del castigo de Sísifosin haber ofendido a los dioses con ninguna astucia particular. A las ocho de la mañana el sol ya alumbraba precariamente la podredumbre de algúnoctubre ahogado entre los nueve meses de lluvia anuales de la SuizaCentroamericana.El Bacán, con sus cuatro o cinco años, esperaba sentado sobre los restos mortales deuna cocina, encallados ahí desde hacía tanto tiempo que ya era casi inimaginable elbasurero de Río Azul sin ellos. No muy lejos, los buzos trabajaban con el único horarioposible en ese lugar: el flujo y reflujo de los camiones recolectores.Mujeres de edades indescifrables a menudo, hombres y niños sin edad algunarumiaban lo que la ciudad había dado ya por inservible, en busca de lo que el azar también hubiera tirado al basurero.El Bacán esperaba aperezado en su cocina usual vigilando de cuando en cuando auna de las mujeres, tratando de distinguirla entre las demás compañeras de buceo;

cada vez que se percataba, espantaba las moscas de su cara y sus brazos, mientras jugaba con un juguete hallado ahí mismo no hacía mucho tiempo, su juguete nuevo. Algo brilló un instante entre lo negro de la basura e hizo que el niño dejara su lugar privilegiado y se internara un poco entre los desechos. El niño perdió de vista, elresplandor, por lo que tuvo que devolverse caminando hacia atrás hasta encontrarlonuevamente. En ese juego estuvo largo rato, hasta que logró seguir el brillo fugaz quelo llevó hasta un objeto medio enterrado en la basura. Lo tomó por donde pudo y tiróde él. Algo casi redondo salió de entre la basura y se fue pareciendo a una manzanaconforme El Bacán lo frotaba contra su camiseta. Era una manzana dorada, con unainscripción: "Paaaa-rr-ra llla mmmmás belllllla", "Para la más bella" leyó el niñocomprendiendo a duras penas la frase.La escondió bajo su ropa y regresó a su lugar. Pasó un par de horas repitiéndose lafrase en voz alta sin que la belleza como concepto acabara de cuajar en su mente. Aquella frase no tenía ningún sentido posible más allá de unas cuantas palabras de lasque usaba sueltas en su lenguaje cotidiano.El niño se puso de pie guardando el equilibrio sobre sus piernas flacas, se afirmó lomejor que pudo y lanzó la manzana hacia la basura de donde había salido. Comoaspirada en un bostezo de la tierra, la manzana se hundió con su vocación frustrada.La mujer que el niño esperaba, vio de lejos la escena y dejó su búsqueda para correr hacia el lugar donde creía haber visto caer el objeto dorado; pero ni su mejor esfuerzo,ni su vasta experiencia en el buceo de profundidad sirvieron para recuperar la cosa.Volvió la cara hacia el niño y lo miró con las cejas y los labios arqueados, como siaquel hecho intrascendente hubiera tensado en su rostro el arco de su desesperanza.El Bacán correspondió el gesto añadiéndole un subir y bajar de hombros que terminóde aclarar a la mujer que ni tirando al tiempo hacia atrás de los cabellos de la nucapodría saber de qué se trataba aquello que el niño había menospreciado sin criterio.El niño, de inteligencia precoz, y Única Oconitrillo, maestra agregada, pensionada a lafuerza a sus cuarenta y pico de años, por esa costumbre que tiene la gente de botar loque aún podría servir largo tiempo, formaban un binomio indisoluble. Ella lo adoptó y éla ella. Ella le enseñó a hablar, y él le imprimió un sentido a su vida. A alturas de sus presumibles cuatro años ya Única le había enseñado a leer, y no lepermitió bucear hasta casi sus diez años, cuando se percató de que, hacía tiempo ya,El Bacán buceaba a sus espaldas en busca exclusivamente de cualquier cosa quéleer, de octubre en octubre, o de nada en nada, entre las coordenadas de un tiempo,que de puro estar tirado ahí, también se venía pudriendo en vida, pasandovertiginosamente despacio, o lentamente apresurado, como abstrayendo a sususuarios de la milenaria tradición de sentir que se le va a uno la vida entre las faucesde lo irremediable.La luz del mediodía se filtró en las pestañas escasas de un viejo, y una figura difícil dedeterminar le dirigía palabras que no comprendía. El viejo se atrevió a abrir más susojos para dar cabida a la figura que se agitaba enfrente. Un pedazo de cartón leabanicaba precariamente la cara; unido al cartón, la mano que lo agitaba parecíasostener a la vez al cartón y a la mujer apenas un poco menos vieja que él, empeñadaen hacerle sombra y librarlo de las moscas que ya se lo disputaban en medio de sualegato ininterrumpible de zumbidos. -Mucho gusto, Única Oconitrillo para servirle.El hombre se incorporó y miró a la mujer. Él tenía esa cara de asombro de quien se hadado por muerto y de pronto, sin previo aviso, se despierta para comprobar que aúnno le había sido dado el beneficio de la muerte.

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Elvisor (discusión) 02:53 29 nov 2015 (UTC)[responder]

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