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Clara de Rueda

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Clara de Rueda
Información personal
Nacimiento Las Campas (España) Ver y modificar los datos en Wikidata
Fallecimiento 1917 Ver y modificar los datos en Wikidata
Las Campas (España) Ver y modificar los datos en Wikidata
Nacionalidad Española
Información profesional
Ocupación Sanadora Ver y modificar los datos en Wikidata

Clara de Rueda, conocida también como "a bruxa das Campas", fue una célebre sanadora, adivina o bruja, que vivió en el lugar de Las Campas, del concejo de Castropol, en el noroccidente de Asturias y que gozó de gran popularidad a principios del siglo XX. Murió en el año 1917.[1]

Fuentes sobre Clara de Rueda

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Tres son las fuentes escritas que disponemos, fundamentalmente, para su conocimiento: un artículo de José Díaz Fernández, publicado en el decenario Castropol, un pasaje de la novela Recelo, de José Fernández-Arias Campoamor y un apartado del libro de Daniel Vargas Vidal, Añoranzas y recuerdos de Tapia de Casariego. Contrasta tanto interés frente a la escasez habitual de noticias, y es señal manifiesta de la importancia que tuvo la bruxa en los años finales del XIX y primeros del XX.

Son estos testimonios de valor desigual, y en ningún caso rigurosos. Los de Díaz Fernández y Arias Campoamor parecen haber sido el resultado de una visita a la bruja que ambos convirtieron en material literario, y están lastrados por un escepticismo en el que no queda lugar, lamentablemente, para el menor interés antropológico. Daniel Vargas Vidal, en cambio, no llegó (en apariencia) a conocerla, pero transcribe lo que había oído a la gente crédula de su entorno, y por ello proporciona datos de mayor interés.

Lo que sabemos

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Una de las cosas que los textos nos permiten reconstruir con cierta precisión es la casa de la bruxa, y a ellos deberá remitirse el curioso, porque en Las Campas no se conservan ni los cimientos, a no ser -tal vez- unas piedras de la cerca de la finca, medio ocultas por la maleza. “Clara de Rueda –dice Díaz Fernández- vive en una choza negra escondida entre romero; tan escondida que apenas se divisa desde el camino y para llegar a ella hay que internarse por un sendero que se retuerce en caprichosas curvas”. Es una descripción que confirma Arias Campoamor: “Uno de los factores que ponían el sello inquietante y turbador en la vivienda de la adivinadora, era el ver las miserables paredes envueltas y escondidas entre ramajes de laurel y mirto... Estaba al final de un caminito bordeado de mirto que dividía el huerto, a ratos jardín, en donde en verdad, no se había hecho cultivo de ninguna flor exótica, ni de ningún árbol extraño, de cuya copa colgasen frutos de jugos misteriosos”.

El interior de la casa, para Díaz Fernández, resulta levemente decepcionante. “La choza es oscura y angosta, sin más luz que la de la puerta y una pequeña ranura en la pared trasera; es como la vivienda de un ermitaño ancestral en la paz del monte... Entré. Al hallarme en el interior de la cabaña confieso que tuve un poco de miedo... El aposento no tiene nada de particular no siendo su negrura alarmante y unos arcones centenarios donde la sibila guarda cirios y santos mutilados”.

Tal vez la apariencia vulgar, carente de misterio, de la casa llevase a Arias Campoamor, en Recelo, a ofrecer al lector el apunte siniestro del subterráneo, del que no he podido averiguar si fue artificio literario suyo, o creencia popular: “La casa tenía dos cuartos, sin ventana alguna. El primero recibía la luz por la puerta y con la que le sobraba alumbrase incompletamente el cuarto interior. El primero venía a ser zaguán, cocina y locutorio. De las paredes ennegrecidas por el humo del hogar, pendían algunos cuadros piadosos y algunos retratos de familia. El cuarto interior estaba encerrado, tenebrosamente, en el misterio. Allí no entraron jamás los extraños. Decíase que en suelo había un subterráneo repleto de calaveras y signos de comunicación con ultratumba. Pero en él no penetró jamás la mirada del curioso. A través de la puerta, confusamente, se percibía un catre con las ropas desechas y sin aguzar el olfato, llegaba a las narices un desagradable olor de suciedad y moho...”

Los gallegos que llegaban hasta Las Campas a consultarla,[2]​ y eran muchos, solían hacer noche en la casa que llaman “de la torre”, pues la bruxa necesitaba de este plazo para dar su respuesta. Venían cargados de pollos, tocinos, chorizos y otros tesoros aldeanos, porque Clara de Rueda no admitía dinero, sino solo lo que se quisiera dar de voluntad, y aun esto en especie. Maliciaban los vecinos que la bruxa, en vez de conjurar a todos los demonios, iba entrada la noche a la casa de la torre, y con lo que allí le habían averiguado sus propietarios, remedaba ella a la mañana siguiente los poderes que de otra manera carecía. Pero lo cierto es que nunca se llevó bien con sus vecinos, y ya se sabe lo que son las lenguas...[1]

Características de la brujería gallegoasturiana

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Posiblemente también hace alusión a ella Eduardo Lence Santar[3]​ en un artículo publicado en el volumen VI de la serie Mondoñedo, retorno al pasado (en la cual, periódicamente, se viene recopilando la obra ingente del gran erudito mindoniense), cuando se refiere a la “santa das Figueiras”.

Contaba Lence la conversación que mantuvo (era el 27 de abril de un año que no precisa, pero que supongo inmediatamente posterior a la Guerra Civil), camino del convento de los Picos, con un “socarrón y enxebre labriego”, que hablaba al erudito de una “santa” que había vivido cerca de la villa asturiana de Figueras:

“Santa coma a das Figueiras –dice Farruco a todos– non-a houbo n-o mundo, ¡agal-a Virxen!”

La “santa” de Farruquiño levantaba la “espiñela”, “cortaba” las lombrices, curaba el mal de ojo y mataba la “avelaiña” y el “ronco” de las patatas, de palabra. Pero, su “santa” poseía, además, el don de conocer si las almas de los antepasados estaban condenadas o en la Gloria, o, si estaban en el Purgatorio, la cantidad de misas necesarias para redimir sus penas; y también podía averiguar si el difunto había dejado en este Valle de Lágrimas una promesa incumplida, una cuenta pendiente o una voluntad postrera.

Este don, que la diferenciaba de tantos otros sanadores o menciñeiros, y la hacía temible y poderosa, era una característica general –que aparece en la primera bruxa conocida, la de San Pol– a las “santas” del occidente de Asturias, y causa de su inmenso prestigio en tierras gallegas.[1]

Referencias

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  1. a b c S.P, Fon (6 de noviembre de 2020). «Brujería en Asturias: Clara de Rueda, una bruja en Castropol a principios del siglo XX». Astures, historia y arqueología del noroeste de Hispania. Consultado el 28 de octubre de 2024. 
  2. Diaz, Victor Manuel Diaz (2 de marzo de 2020). «CASTROPOL: HISTORIA Y ARQUEOLOGIA: Clara de Rueda, a Bruxa d'As Campas.». CASTROPOL. Consultado el 28 de octubre de 2024. 
  3. Morán, Xurde (15 de septiembre de 2014). «Xurde Morán: PÉLIGOS Y "A BRUXA DAS CAMPAS" (CASTROPOL ASTURIAS): CAMINO NORTE HISTÓRICO (2)». Xurde Morán. Consultado el 28 de octubre de 2024.