El arco geodésico de Struve es un conjunto de triangulaciones que se extiende por diez países, a lo largo de 2.820 km, desde Hammerfest (Noruega) hasta el Mar Negro. Compuesto por los puntos de la triangulación realizada entre 1816 y 1855 por el astrónomo Friedrich Georg Wilhelm Struve, este arco permitió realizar la primera medición precisa de un largo segmento del meridiano terrestre. Esta triangulación contribuyó a definir y medir la forma exacta de la Tierra y desempeñó un papel importante en el adelanto de las ciencias geológicas y la realización de mapas topográficos precisos. Es una muestra extraordinaria de la colaboración científica entre sabios de distintos países, así como un ejemplo de cooperación entre varios monarcas europeos en pro del progreso científico. El arco primigenio estaba constituido por 258 triángulos y 265 puntos fijos principales. El sitio inscrito en la Lista del Patrimonio Mundial comprende 34 de los puntos fijos originales señalados por medios diferentes: perforaciones en rocas, cruces de hierro, túmulos y obeliscos. (UNESCO/BPI)[2]
Localización del Patrimonio de la Humanidad en Moldavia. *Arco geodésico de Struve - Sito compartido con Bielorrusia, Estonia, Finlandia, Letonia, Lituania, Noruega, Rusia, Suecia y Ucrania.
La inscripción en esta lista es la primera etapa para cualquier futura candidatura. Moldavia, cuya lista indicativa fue revisada por última vez el 22 de febrero de 2017,[3] ha presentado los siguientes sitios:
Todos los años, antes de que lleguen las fiestas navideñas, en todos los pueblos de la República de Moldova y de Rumania se forman grupos de hombres jóvenes para preparar el “colindat”, una ronda que tiene lugar la víspera del día de Navidad en el transcurso de la cual los muchachos van de casa en casa entonando canciones festivas. Después de que los rondadores han cantado, las familias de los hogares visitados les ofrecen algunos presentes tradicionales y dinero. Los cantos son de temática épica y se adaptan a cada uno de los hogares a los que se va a rondar. Los jóvenes interpretan también canciones en las que desean buena suerte a las muchachas solteras y bailan con ellas porque, según se dice, esto las puede ayudar a que encuentren marido al año siguiente. A veces, los ronderos visten trajes tradicionales, acompañan sus cantos con instrumentos musicales y ejecutan danzas. Los principales depositarios y practicantes de este elemento del patrimonio cultural inmaterial son los propios grupos de jóvenes, generalmente solteros. Los que se encargan de formarlos en esta práctica suelen ser hombres experimentados de más edad, que en su juventud fueron cabezas de grupo. Las canciones tradicionales se aprenden en el transcurso de ensayos diarios que tienen lugar desde la formación del grupo hasta la víspera del día de Navidad. En algunas comarcas se admite que los niños asistan a los ensayos para que vayan aprendiendo el repertorio de canciones. Además de ser un medio de felicitar las Navidades, este elemento del patrimonio cultural desempeña un papel importante en la preservación de la identidad de las comunidades y en el reforzamiento de la cohesión social. (UNESCO/BPI)
La artesanía tradicional de tapices murales en Rumania y la República de Moldova
Los tapices murales fabricados por comunidades de tejedores de la República de Moldova y Rumania servían antaño como elementos decorativos y aislantes en los hogares, y también formaban parte de la dote nupcial de las jóvenes casaderas. Para confeccionar sus piezas de artesanía con motivos realmente impresionantes, los tapiceros utilizaban técnicas diversas. Algunos motivos de los tapices indicaban también el origen de los tejedores que los fabricaban. En las prácticas culturales de las comunidades, los tapices murales desempeñaban otras funciones, por ejemplo en los funerales simbolizaban el tránsito del alma al más allá. También se presentaban en exposiciones internacionales como signos de la identidad cultural de las comunidades. Hoy en día, en los lugares públicos y domicilios privados estos tapices se aprecian esencialmente como obras de arte, y como tales se exponen en las ciudades con motivo de la celebración de festividades y ceremonias diversas. Los métodos de su fabricación han evolucionado y en algunas regiones se ha pasado de usar telares verticales u horizontales a recurrir a la técnica del cordoncillo ejecutado hilo por hilo y a otras modalidades de tejer. Hoy en día los tapiceros pueden trabajar en sus propios domicilios. En los pueblos, las jóvenes aprenden este arte de sus madres y abuelas, mientras que en las ciudades se imparten cursos en diversos centros, asociaciones, colegios y museos. La confección de tapices murales no sólo se considera una expresión de la creatividad y la identidad cultural de quienes practican este arte tradicional, sino que también es un elemento del patrimonio cultural que permite crear vínculos de unión entre personas de grupos de edad y clases sociales diferentes. (UNESCO/BPI)[6]