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Organización política de Cartago[editar]

Notas de Polibio[editar]

CAPÍTULO XVI Paralelismos de la República cartaginesa y la romana.

En mi concepto, la República de Cartago en sus principios fue muy bien establecida, por lo que se refiere a los puntos principales. Porque había reyes o sufetes, existía un senado con una autoridad aristocrática, y el pueblo era dueño acerca de ciertas cosas de su inspección. En una palabra, el enlace de todas estas potestades se asemejaba al de Roma y Lacedemonia. Pero en tiempo de la guerra de Aníbal era inferior la cartaginesa, y superior la romana. Esta es una ley de naturaleza, que todo cuerpo, todo gobierno y toda acción tengan sus progresos, su apogeo y su ruina; y que de todos el segundo sea el más poderoso. En este estado es cuando se ha de ver lo que va de gobierno a gobierno. Todo cuanto tuvo de anterior el estado de perfección y vigor de la República de Cartago respecto de la de Roma, otro tanto tuvo de anticipada su decadencia; en vez de que la de Roma se hallaba entonces en su mayor auge. Ya el pueblo se había arrogado en Cartago la principal autoridad en las deliberaciones, cuando en Roma estaba aún en su vigor la del senado. Allí era el pueblo quien resolvía, cuando aquí eran los principales quienes deliberaban sobre los asuntos públicos. Y he aquí por qué a pesar de la entera derrota de Cannas, las sabias medidas del senado vencieron finalmente a los cartagineses. Sin embargo, si reflexionamos sobre ciertos puntos particulares, por ejemplo, sobre el arte militar, encontraremos que los cartagineses tenían más disposición e inteligencia de la guerra de mar que no los romanos, ya porque desde la antigüedad habían heredado esta ciencia de sus mayores, ya porque la habían ejercitado más que otro pueblo. Mas sobre la guerra de tierra eran muchísimas las ventajas que los romanos llevaban a los cartagineses; puesto que Roma ponía sobre este ramo el mayor esmero, mientras que Cartago lo tenía del todo abandonado, aunque cuidase algún tanto de su caballería. La causa de esto es porque esta República se sirve de tropas extranjeras y mercenarias, y aquella, por el contrario, saca las suyas del país y de la misma Roma. Cuanto a esta parte, es más plausible el gobierno romano que no el cartaginés. Porque el uno tiene puesta siempre su libertad en manos de tropas venales, y el otro en su propio valor y en el auxilio de sus aliados. Por eso, bien que tal vez reciba un golpe mortal el estado, los romanos en la hora recobran sus fuerzas, pero los cartagineses se levantan con trabajo... Además de que, como los romanos pelean por su patria y por sus hijos, jamás se enfría en ellos aquel primer ardor, por el contrario, permanecen resueltos hasta triunfar del contrario. He aquí por qué, no obstante ser muy inferiores en habilidad sus tropas de mar, como manifestábamos antes, con todo han salido vencedores por el valor de sus soldados. Pues aunque la ciencia náutica contribuye muchísimo para los combates navales, sin embargo, el esfuerzo de la marinería hace un gran contrapeso para la victoria. A más de que la naturaleza ha diferenciado a los italianos de los cartagineses y africanos tanto en la fuerza corporal como en el ardor y espíritu, tienen asimismo ciertos institutos que excitan infinito el valor en la juventud. Un solo ejemplo bastará para dar una idea del cuidado que tiene el ministerio en formar hombres que arrostren todo peligro por lograr aplauso en su patria. Cuando muere en Roma algún personaje de consideración, a más de otros honores que se le tributan en el entierro, se le lleva a la tribuna de las arengas, donde se le expone al público comúnmente en pie, y rara vez echado. En medio de una innumerable concurrencia sube a la tribuna su hijo, si ha dejado alguno de edad competente y se halla en Roma, o cuando no un pariente, y hace el panegírico de las virtudes del difunto y demás acciones y exponer a la vista de la multitud los hechos del muerto; de que proviene que no sólo los partícipes en sus acciones, sino aun los extraños toman parte en el sentimiento, que más parece luto general del pueblo que particular de su familia. Después de enterrado el cadáver y hechos los sufragios, se hace un busto que representa a lo vivo el rostro con sus facciones y colores, y se coloca en el lugar más visible de la casa, dentro de una urna de madera. Regularmente en las funciones públicas se descubren estos bustos y se adornan con esmero. Cuando fallece otro personaje de la misma familia los llevan al entierro, y para que iguale en la estatura al que representa, se les pone un tronco de madera. Todos estos simulacros están con sus vestidos. Si el muerto ha sido cónsul o pretor, con la pretexta; si ha sido censor, con una ropa de púrpura; si ha logrado el triunfo o algún otro honor parecido, con una tela de oro. Se les lleva sobre sus carros, precedidos de las fasces, hachas y demás insignias propias de la dignidad que obtuvo en la República en el transcurso de su vida. Así que se ha llegado a la tribuna, se sientan todos en sus sillas de marfil, lo cual representa el espectáculo más agradable a un joven amante de la gloria y de la virtud. Efectivamente, ¿habrá alguno que a la vista de tantas imágenes de hombres recomendables por la virtud, vivas, digámoslo así, y animadas, no se sienta inflamado del deseo de imitarlas? ¿Se puede representar espectáculo más patético? Después, que el orador ha finalizado el panegírico del que ha de ser enterrado, pasa a hacer el elogio de las gloriosas acciones de los otros, empezando por la estatua más antigua de las que tiene delante. Con esto se renueva la fama de los ciudadanos virtuosos; con esto se inmortaliza la gloria de los que se han distinguido; con esto se divulga el nombre delos beneméritos de la patria y pasa a la posteridad; y lo más importante de todo, con esto se incita a la juventud a pasar por todo, si media el bien público, por conseguir la gloria que se concede a la virtud. Sirva de prueba para todo lo que he manifestado, a ver a muchos romanos que voluntariamente han salido a un combate particular por la decisión de los asuntos del Estado; no pocos que han apetecido una muerte inevitable; unos en la guerra por la salud de sus compañeros, otros en la paz por la defensa de la República. Aun ha habido algunos que, teniendo en sus manos el poder, han sacrificado sus hijos contra toda ley y costumbre, pudiendo más en ellos el bien de la patria que los vínculos de la naturaleza y de la sangre. Muchos casos se pudieran referir de esto entre los romanos; pero por ahora bastará uno, que sirva de ejemplo y comprobación de lo que digo. Cuentan que Horacio llamado el Tuerto, estando peleando con dos enemigos (506 años antes de J. C.) a la entrada del puente que se halla junto a Roma sobre el Tíber, luego que advirtió que venían más en su socorro, temiendo que, forzado el paso, no penetrasen en la ciudad, se volvió a los que tenía a la espalda, y a grandes voces les dijo que se retirasen y cortasen el puente. Obedecida la orden, mientras que éstos lo desbarataban, él, a pesar de las muchas heridas que había recibido, sostuvo el choque, y contuvo el ímpetu de los enemigos, que quedaron admirados no tanto de sus fuerzas, cuanto de su constancia y atrevimiento. Arrancado el puente, y frustrado el empeño del contrario, Horacio se lanza con sus armas en el río, prefiriendo una muerte voluntaria por la salud de la patria, y la gloria que después le redundaría, a la vida presente y los años que le quedaban. Tanto es el ardor y emulación que inspiran en la juventud las costumbres de los romanos para las bellas acciones.


CAPÍTULO XVII Continúa la comparación entre las dos repúblicas.- Influencia que posee en la de Roma la superstición.- Decadencia y perturbación que la espera.

Hasta las formas de ganar la vida son más legítimas entre los romanos que entre los cartagineses. En Cartago no existe torpeza donde hay ganancia; en Roma no hay cosa más indecorosa que dejarse corromper, y enriquecerse con malas artes. Todo lo que tiene de honroso entre ellos ganar de comer honestamente, tiene de abominable atesorar riquezas con malos tratos. Prueba de esto es que en Cartago se compran públicamente los cargos a fuerza de dádivas; en Roma es un crimen capital. A la vista de esto no hay que extrañar que, siendo tan contrarios los premios que se proponen a la virtud en uno y otro pueblo, sean también diferentes los medios de conseguirlos. Pero la principal excelencia de la República Romana sobre las otras, consiste en el concepto que se tiene de los dioses. En mi juicio la superstición que en cualquier otro pueblo es reprensible, aquí es la que sostiene el Imperio romano. Ella tiene tal imperio y tal influencia en los asuntos, tanto particulares como de Estado, que toda ponderación es poca. Esto sin duda causará admiración a muchos; pero, a mi modo de entender, se halla introducido por causa del pueblo. Si fuera dable que un Estado se compusiese de sabios, tal vez no sería preciso semejante instituto; mas como el pueblo es un animal inconstante, lleno de pasiones desarregladas, y en quien domina la ira, la inconsideración, la fuerza y la violencia, es necesario refrenarle con el temor de las cosas que no ve, y con otras parecidas ficciones que le horroricen. He aquí por qué, a lo que yo alcanzo, no sin motivo ni al aire introdujeron en el pueblo los antiguos estas ideas y opiniones acerca de los dioses y de las penas del infierno, y sería una locura e inconsideración que nuestro siglo las desechase. Porque sin meterme en otras consecuencias de la irreligión, en Grecia por ejemplo, si confiáis un talento a los que manejan las rentas públicas, aunque se lo entreguéis delante de diez escribanos, aunque le exijáis diez firmas, y aunque lo atestigüéis con veinte testigos, no podréis conseguir la fidelidad. Por el contrario en Roma, siendo así que en las magistraturas y embajadas se manejan cuantiosas sumas de dinero, la religión sola del juramento les hace observar una fe inviolable. Y lo que en otros pueblos sería un prodigio, hallar un hombre que se hubiese abstenido del dinero público y estuviese limpio de tal crimen, en Roma al contrario, es muy raro encontrar un reo de peculado manifiesto. Mas que todas las cosas de este mundo perecen y están sujetas a mudanza, es excusado advertirlo; bastante prueba de esto es la misma ley de naturaleza. De dos formas perece todo gobierno: la una le viene del exterior, la otra le nace dentro. El conocimiento de la exterior es vago e incierto, pero el de la interior fijo y determinado. Ya hemos manifestado antes cuál es la primera forma de gobierno, cuál la segunda, y cómo se transforman unas en otras; de suerte que en esta materia el que consiga unir los principios con el fin, podrá asimismo predecir lo que ocurrirá en lo futuro. Al menos, a mi modo de entender, es evidente. Porque cuando una República, después de haberse liberado de grandes y terribles vaivenes, llega a su mayor elevación y a conseguir un poder incontrastable, no hay duda que, como la abundancia llegue a hacer asiento en ella mucho tiempo, el lujo se introducirá en las costumbres, y la ambición desmedida de honores y otros desordenados deseos se apoderará de sus particulares. Con los progresos que cada día harán estos desarreglos, la pasión de mandar y la especie de mengua que se tendrá en obedecer empezarán el trastorno del gobierno; el fausto y el orgullo llevarán adelante lo comenzado; y el pueblo, cuando la avaricia de unos se crea ofendida, y la ambición de otros lisonjeada y satisfecha, dará la última mano. Entonces irritado, y consultando sólo con la cólera, ya no sólo rehusará obedecer y dividir por igual la autoridad con los magistrados, sino que querrá disponer de todo o de mayor parte. Después de lo cual, el gobierno toma el más bello nombre, esto es, de estado libre y popular; pero en realidad no es sino la dominación de un populacho el peor de todos los estados. Ahora, pues, hemos expuesto la constitución de la República Romana, sus progresos, su apogeo, su estado actual, y su superioridad o inferioridad respecto de las otras, daremos aquí fin al discurso. Pero antes, a semejanza que un buen artífice saca al público una pieza por muestra de su habilidad, referiremos también nosotros brevemente un hecho, tomado de aquella parte de la historia que pertenece al tiempo de donde nos hemos separado, para que, no sólo las palabras, sino las obras hagan evidencia del alto grado de poder y vigor que tenía entonces esta República. Aníbal, tras de la derrota de los romanos en Cannas (217 años antes de J. C.), habiendo hecho prisioneros ocho mil hombres que habían quedado para guarda, del campo, los dejó ir todos libres a Roma para procurar su libertad y rescate. Ellos eligieron diez de los más principales, a los cuales Aníbal tomó juramento de que regresarían, y permitió que marchasen. Uno de los elegidos, luego que estuvo fuera del real, cuando diciendo que se le había olvidado una cosa, tornó al campamento, cogió lo que había dejado y volvió a emprender su viaje, creyendo que con este regreso había cumplido con el pacto y se había eximido de la fe del juramento. Llegados a Roma, suplicaron y exhortaron al Senado que no negase a unos prisioneros la vuelta a su patria, que les permitiese pagar tres minas por cada uno y volver a ver sus parientes, que esto era en lo que se habían convenido con Aníbal; que ellos eran tanto más acreedores a esta gracia, cuanto que no habían temido venir a las manos ni hecho cosa indigna del nombre de romano, sino que dejados para custodia del campo, después de muertos todos sus compañeros, la desgracia les había reducido a venir a poder del enemigo. Los romanos habían sufrido por entonces grandes pérdidas, se veían casi privados de todos sus aliados, y amenazaba a la sazón a la patria un peligro cual nunca se había imaginado; sin embargo, oída la propuesta, inflexibles a la desgracia cuando se atraviesa el desdoro, ni hicieron caso de la demanda, ni omitieron providencia de las que pudieran conducir a la República. Por el contrario, conociendo que el propósito de Aníbal con esta acción era tener abundancia de dinero y apagar al mismo tiempo en sus contrarios aquel ardor y emulación en los combates, dándoles a entender que aún quedaba esperanza de salud a los vencidos, estuvieron tan distantes de otorgar lo que se les pedía, que sin compadecerse de sus parientes ni estimar los servicios que pudieran obtener de estos prisioneros; al contrario, les negaron el rescate y dejaron frustradas las intenciones y esperanzas de Aníbal. Promulgaron después una ley que obligaba a las tropas a vencer o morir, para quitar todo otro recurso de salud a los vencidos. Tomada esta decisión, despacharon los nueve diputados, que voluntariamente se retiraron por cumplir con lo pactado, y al que había pretendido eludir el juramento le remitieron atado a los cartagineses; de suerte que Aníbal no tuvo tanto gozo de haber vencido a los romanos, como consternación y espanto de haber visto la constancia y magnanimidad que brillaba en sus deliberaciones.

Necesario es a los que desean adquirir buena educación aprender y ejercitar desde la infancia las demás virtudes, especialmente el valor.

El que asegura cosas no sólo falsas, sino imposibles, comete una falta sin excusa.

Como sabio y prudente obra quien, según Hesiodo, sabe cuándo vale más la parte que el todo.

Aprender a no mentir a los dioses es base del culto de la verdad entre los hombres.

Hay un sitio llamado Rhuncus en las inmediaciones de Stratum en Etolia, según dice Polibio en el libro sexto de su historia.

Olcium, ciudad de Etruria.

Ejército de Cartago[editar]

Información sacada de un foro militar (no me responsabilizo de las faltas de ortografía):[editar]


CARTAGINESES: Se calcula que Anibal dispondría de más de 12.000 infantes púnicos entrenados para combatir en una falange griega, aunque hay dudas sobre si se trataría de una falange tipo macedonio, o simplemente una formación cerrada con lanzas de longitud normal. Hay que tener en cuenta que la falange macedonica no habría sido la mas eficaz para combatir al tipo de enemigos, frecuentemente bárbaros, a los que los cartagineses se habian enfrentado hasta ese momento[1]​. La falange punica contaría con algo más de 6.000 hombres, lo que nos indica que en la epoca de Cannas (217 a.c) Anibal debía disponer aún de casi 12.000 hombres ya que empleó 2 falanges en sus despliegue, equipadas además con cotas de malla romanas capturadas, y posiblemente cascos de hierro celtas, tributo de las tribus aliadas. A la salida de España habrían dispuesto aún de el equipo griego convencional de hoplita, con tunicas de lino prensado y cascos tracios, pero lo habrían mejorado en lo posible para enfrentarse de igual a igual a los bien equipados legionarios romanos. Su número sigue sometido a debate...Si contaba quizas con 12.000 hombres, ¿De cuantos disponía antes del cruce de los alpes?.¿Utilizó reclutas iberos "civilizados" para rellenar los huecos de sus unidades principales?. Ahhhh...misterios de la historía.

No podemos asegurar casi nada sobre el reclutamiento de estas tropas, a excepción de que tenia una base racial, basandose en púnicos, y de que era dirigida por oficiales entrenados por griegos ( cuando no por mercenarios helenos como Jantipo). Ya que el ejército punico en el norte de Africa nunca superó una fuerza de 18.000 hoplitas, todo parece indicar que Anibal tuviese que contar en gran medida con los púnicos que poblaban las colonias cartaginesas del sur de España, ya que de lo contrario la ciudad de Cartago habría quedado privada de su unica infanteria totalmente fiable y que era dificil de reponer, ya que el reclutamiento era desconocido en la ciudad.

Cuando Aníbal se ve obligado a embarcarse de nuevo en su patera para volver a Africa, la ciudad va a poner a su disposición a la "banda sagrada" (liga,batallón...)[2]​ una unidad local compuesta únicamente por ciudadanos púnicos, y destinada a la defensa de la ciudad, que estaría compuesta por los 18.000 hoplitas cartagineses de los que he hablado. Esta unidad tendría un apoyo de unos 2.000 jinetes ( supuestamente la fuerza permanente mas antigua de cartago) que funcionaria en cierta medida como la unidad de caballería de los compañeros que protegía a Alejandro: Una mezcla de estado mayor, guardia del comandante en jefe y escuela de oficiales. Los cartagineses ya no usaban carros de guerra al estilo de oriente próximo, ya que la guerra contra Agatocles de Siracusa había demostrado su inutilidad incluso en el terreno abierto de Tunez[3]​.

Se supone que en un primer momento el ejercito púnico en Hispania estaría dotado de mercenarios de origen siciliano y griego veteranos de la primera guerra púnica. Si Anibal contaba aún con contingentes de origen helénico sería mas que nada a titulo testimonial[4]​.

Sacado de los textos de Polibio[editar]

Los cartagineses movilizaron tropas a sueldo en las regiones ultramarinas, la mayoría españolas y muchas de ellas ligures y celtas, enviándolas todas a Sicilia. Polibio I, cap. IV.

Esta entrada de Polibio recoge fielmente la naturaleza mercenaria del ejército de Cartago. Tropas "a sueldo" de "regiones ultramarinas". Sin embargo, no hace referencia a fuerzas libias.

En Cartago se embarcaron las tropas y elefantes que se pudieron juntar.

Los elefantes eran tropas indígenas africanas, en cuanto a las "tropas que se pudieron juntar", no se especifica si se trata de mercenarios reunidos en Cartago, o de militares de la propia Cartago.

En el capítulo V se habla de la campaña de un general llamado Hannón, al que fueron destinadas estas tropas:

Viendo Hannón a los romanos debilitados a causa de la peste y el hambre (...) dispone cincuenta elefantes con el resto de su ejército, saliendo de Heraclea, y ordenando a los jinetes númidas batir el campo.

En esta entrada se nos menciona por primera vez a los jinetes númidas. Estos serían algunos de los soldados embarcados en Cartago, lo que no queda claro es si actuaban como mercenarios o como tributarios/aliados de los púnicos. Todavía no se menciona fuerzas libias entre las tropas cartaginesas.

los romanos rechazaron a los mercenarios cartagineses que peleaban en la vanguardia, que chocaron con los elefantes y el resto de líneas de su ejército.

Esta frase de la batalla de Agrigento nos indica la forma de combatir que adoptó Hannón (que no tenía por qué ser la más común): los mercenarios luchaban en vanguardia, una decisión lógica, en cierto modo, pues así evitarían deserciones y traiciones, controlándoles desde la espalda, y se perderían las tropas más prescindibles y gravosas. Lo extraño es que los elefantes combatieran en segunda línea. Esto hace pensar que quizá se utilizaran como plataformas de arqueros más que como antiguos "carros de combate", pues en segunda línea no podían embestir al enemigo, y sin embargo permitían a los arqueros situados en su grupa una línea de tiro directa hacia el enemigo.

Durante la batalla de Adís se dice que:

Cartago tenía puestas sus principales esperanzas en la caballería y los elefantes

Esta afirmación es una constante durante la primera y segunda guerra entre Roma y Cartago.

En esta época regresó a Cartago cierto conductor, de los que habían sido enviados a Grecia, conduciendo un gran reemplazo de tropas, entre las que venía un general llamado Jantipo, lacedemonio, educado en el arte de la guerra al estilo de su país Polibio L.I Cap. IX

En el año 255 llega Jantipo a Cartago. Parece que los cartagineses enviaron a Grecia emisarios destinados a reclutar mercenarios, y en este párrafo tenemos la prueba de que varios contingentes griegos lucharon a sueldo en el bando cartaginés. Jantipo se ganará el favor del senado púnico, que le concede el mando del ejército, al que entrena al modo griego (¿macedonio?).

(Jantipo) sacó el ejército fuera de la ciudad, le puso en formación, y comenzó, dividido en trozos, a hacer evoluciones y a mandar según las reglas del arte

Poco más tarde Polibio nos da alguna pista sobre la disposición del ejército cartaginés bajo el mando de Jantipo, en la batalla de los llanos del Bagradas.

(Jantipo) posicionó los elefantes en línea, delante de la infantería. Tras ellos dispuso, a cierta distancia, a la falange cartaginesa. Las tropas extranjeras las divide, colocando a las pesadas en el flanco derecho, y a las más ágiles junto con la caballería, al frente de una y otra ala.

La disposición nos recuerda a la típica formación de armas combinadas del ejército macedonio de Alejandro, con algunas variantes. La utilización de elefantes es una de ellas, y en esta ocasión los dispone al frente del ejército, al contrario que Hannón (como antes vimos) que los colocó en segunda línea. Las "tropas extranjeras" son los mercenarios, a los más ligeros les otorga la función clásica de los peltastas, apoyar a la caballería entre líneas, mientras el flanco derecho es ocupado por la infantería pesada. En este párrafo, por cierto, llega la primera referencia a tropas libias: la falange cartaginesa, que es explícitamente diferenciada de las "tropas extranjeras". Por otro lado, tanto Polibio como Jantipo son griegos, luego dicha falange podría estar compuesta de mercenarios griegos, que serían extranjeros a Cartago pero no al general. Lo más probable es que se compusiera en esencia de lanceros africanos apoyados por destacamentos mercenarios griegos.

En la descripción que de la batalla hace Polibio, vemos que Jantipo basa su empuje en la carga de los elefantes (pasan a desempeñar pues una tarea más activa) y el frente sólido de la falange cartaginesa detrás, situada en llano. Las tropas mercenarias, de hecho, son derrotadas y expulsadas del combate. Mientras, la caballería cartaginesa bate a su contraria y apoya desde los flancos. La victoria es completa, y exprime al máximo la utilidad de las armas combinadas (caballería, elefantes, tropas ligeras y falange).

la falta de fe en las tropas extranjeras puso a pique de perecer a los cartagineses Polibio L.I, Cap. XII

Esta es una entrada interesante de Polibio que hace referencia a la cantidad de traiciones y pequeñas rebeliones ocurridas en el seno del ejército púnico, lo que pone de relieve la superioridad del ejército regular ante uno de mercenarios.

Hace una descripción detallada Polibio de la campaña de Amílcar en Ericté y Monte Erice, describiendo una guerra de guerrillas que mantuvo durante cinco años. No voy a reproducirla aquí por su extensión, pero se encuentra en Pol I, XVI.

Información de http://www.carloscanales.com/EXPERIMENTA/Miniaturas[editar]

Los elefantes de Cartago contaban con poderosas torres con tres hombres que formaban un equipo adecuado a su misión. El primero, el mahout, el conductor, era normalmente un númida, al menos hasta la batalla de Zama, en la que los númidas combatieron del lado romano, lo que afectó mucho al ejército cartaginés, que hubo de contratar conductores indios sin experiencia militar, algo que sin duda influyó en la pésima conducción de los elefantes durante la batalla. El conductor se sentaba detrás de la cabeza y se protegía con las orejas. Portaba una especie de pico con el que abatir al animal si enloquecía. Luego había tres hombres, un oficial, un arquero y un lancero o piquero armado con la larga lanza de los hóplitas. Los tres iban equipados con armadura pesada.

Notas personales[editar]

  1. Nota de Red: ¿Por qué no había sido la más eficaz? Precisamente una falange macedónica habría arrasado a cualquier ejército bárbaro, máxime en las llanuras del desierto tunecino
  2. Me suena muy tebano... tengo que encontrar referencias fiables sobre la existencia de esta unidad
  3. Los carros de guerra, en llano, seguían siendo un rival formidable, aunque la superior movilidad de la legión romana los haría prácticamente inútiles en un enfrentamiento directo.
  4. En todo caso, veteranos de la Guerra de los Mercenarios. No creo que quedaran muchos "veteranos de la Primera Guerra Púnica" vivos tras la rebelión y sangrienta guerra en África

Información sobre avituallamiento de las tropas púnicas (ánforas de salazones) en Terrae Antiquae[editar]

Un camino localizado en 1997 en la calle San Juan Bautista atestigua igualmente una presencia cartaginesa que está muy documentada en el alfar de Torre Alta, en San Fernando, donde se imitaba un ánfora cartaginesa característica de las empresas de los bárcidas en la península, y donde se marcaban las ánforas con estampillas con un repertorio iconográfico con emblemas característicos del estado cartaginés, que mostrarían probablemente el monopolio que los bárcidas ejercieron sobre el comercio de salazones, "cosa que no es de extrañar si tenemos en cuenta que estos productos se convirtieron en un elemento de capital importancia para el avituallamiento de las tropas". El itinerario de los ejércitos púnicos en su proceso de conquista por el sur y el este peninsular puede ser seguido, a grosso modo, a través de la dispersión de los envases anfóricos destinados a contener las salazones gaditanas. Como un camino de guijarros en un bosque.

Carros de combate púnicos[editar]

While there are no illustrations of Carthaginian chariots, we do have representations of Phoenician and Cypriot vehicles (and actual excavated examples) which we can assume were similar if not identical. Chariots were still used in warfare on Cyprus into the early C5th BC (Herod. V,113, war chariots of Salamis) which seems to mirror other Punic practice, and there are very many Cypriot terracotta models of chariots from the C7th to the C6th, plus actual chariot remains from Salamis in Cyprus (mid C8th-C7th BC, see AANE fig 191 and text). There are also representations of Sidonian royal or sacred chariots on C5th Sidonian coins. Phoenician silverware of the C8th-C7th (found throughout the Med. area) is also a prolific, if eclectic, source of chariot representations, to which we can add Punic chariot parts and illustrations of grave slabs from C8th-C7th Spain.

Taken together, the above sources indicate that, as one might have expected, Punic chariots followed NE styles and closely matched the latest designs and practice of Assyrian chariotry from the C8th-C7th (e.g. royal or command chariots were similarly distinguished by parasols). They continue to keep up with the latest forms in the C6th, e.g. the later Salamis chariots and chariot models from the Levant have double draught poles for the 4-horse yoke. The continued use of war chariots is interesting, as the Phoenicians were the last semi-independent NE power with an unbroken military tradition. I'd use parts from late neo-Assyrian and Persian scythed-chariot models to make them. I think the Essex versions have double draught-poles, but I might be wrong.

Interestingly, Diodorus records 300 Punic "2-horse" chariots, plus 2000 2-horse teams as "spares" (xvi, 67,2), again, supporting the idea of 4-horse chariots based on the NE tradition, despite first impressions from the text. It's also another pointer to why chariot-use was so expensive.

Autor: Nigel Tallis ([1])

Enlaces[editar]