Quemadmodum
Quemadmodum De la misma manera | |||||
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Carta encíclica del papa Pío XII | |||||
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Fecha | 6 de enero de 1946 | ||||
Argumento | Sobre el cuidado de los niños pobres del mundo | ||||
Encíclica número | 9 de 41 del pontífice | ||||
Fuente(s) | en latín, en español | ||||
Quemadmodum es una encíclica del papa Pío XII pidiendo el cuidado de los niños pobres del mundo después de la Segunda Guerra Mundial, dada en Roma, el 6 de enero, en la fiesta de la Epifanía, en 1946, en el séptimo año de su pontificado.
Contenido
[editar]El papa señala que durante la Segunda Guerra Mundial, usó toda su capacidad de persuasión para poner fin al conflicto y para garantizar una paz basada en la justicia, la equidad y el derecho. A medida que la guerra terminó, socorrió a varias naciones devastadas por la guerra.
Hay millones de niños inocentes en muchos países, sin las necesidades básicas de vida, sufriendo de frío, hambre y enfermedades. El pontífice y sus organizaciones de ayuda habían ayudado a muchos de ellos, pero su ayuda era insuficiente para la inmensa tarea. Por lo tanto, se dirige a los obispos del mundo pidiendo ayuda adicional y alivio.[1]
A nuestros ojos se presentan, Venerables Hermanos, esas ingentes multitudes de niños que, pereciendo de hambre y casi acabados, piden pan con sus tiernas manitas «y no hay quien se lo distribuya; que, sin habitación y sin vestido bajo el rigor invernal, agonizan temblorosos, sin un padre y una madre que les vistan y les libren del frío; que, enfermos o minados por la tuberculosis y miseria, carecen de los oportunos cuidados y de las adecuadas medicinas. Con dolor Nos parece verles errar en gran número por las ruidosas calles de las ciudades, entre el ocio y las atracciones del vicio, o por los pueblos, por las aldeas y por los campos, vagando inciertos y errantes, sin que nadie ¡oh dolor! les procure un asilo seguro contra la pobreza y la vida viciosa y criminal. ¿Por qué, pues, los, que tan intensamente amamos a estos hijitos «en las entrañas de Jesucristo»; por qué, Venerables Hermanos, no hemos de alzar una y mil veces nuestra voz, juntamente con vosotros y con todos los que alimentan sentimientos de humanidad, de misericordia y de piedad, para que con todos los recursos de la caridad cristiana, que son muchísimos, os dediquéis, con ánimo generoso y noble, a mitigar y a suavizar esta miserable situación en todas partes?.[2]Pío XII
Las órdenes del papa, en cada diócesis católicas, deben dar un día en las oraciones públicas asignadas a advertir a los fieles de esta necesidad urgente, y exhortó a que apoyen con sus oraciones, buenas obras y ofrendas para los niños necesitados y abandonados. "En verdad os digo, siempre y cuando lo hiciste por uno de ellos, el más pequeño de mis hermanos, lo hicisteis por mí" (Mt. 25, 40).[3]
El pontífice señala que estos niños serán los pilares de la próxima generación y por lo tanto es fundamental que crezcan sanos de mente y cuerpo. Nadie debe dudar, entonces, en contribuir con tiempo y dinero para una causa tan oportuna y esencial. Los menos ricos que dan lo que pueden con la mano abierta y el corazón dispuesto. Los que viven en el lujo recuerden que la indigencia, el hambre y la desnudez de estos niños constituyen una acusación grave de ellos ante Dios. Todos deben estar convencidos de que su generosidad no será pérdida sino ganancia. Que dar a los pobres es un préstamo a Dios que, en su propio tiempo, pagará su generosidad con intereses abundantes.[4]
La Iglesia cuida de los bebés y los niños siguiendo el ejemplo de su Fundador. Mientras que los ejercicios dan todo el cuidado posible para ver que se les proporcione comida, refugio y ropa para sus cuerpos, que no ignoran o descuidan sus almas -nace, por así decirlo, de la respiración de Dios- parecen retratar la belleza radiante de los Cielos.[5]Pío XII