Diferencia entre revisiones de «Paisaje protegido de la Rambla de Castro»

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La costa del municipio de [[Los Realejos]] encierra numerosos atractivos de carácter histórico y natural. El verdor de las plataneras y el encanto de sus ricas haciendas, nos conducen a uno de los espacios protegidos más relevantes de la geografía canaria: La Rambla de Castro.
La costa del municipio de [[Los Realejos]] encierra numerosos atractivos de carácter histórico y natural. El verdor de las plataneras y el encanto de sus ricas haciendas, nos conducen a uno de los espacios protegidos más relevantes de la geografía canaria: La Rambla de Castro.


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Vagar por sus senderos serpenteantes y escuchar la canción continua de sus múltiples fuentes, era el pasatiempo preferido de poetas y viajeros ilustres. Célebres visitantes la han descrito con los mayores elogios. Fue para Sabino Berthelott, que la visitó en 1825, “los jardines de Armida sin necesidad de la mano del hombre”. Para Jules Leclercq, que tuvo la oportunidad de conocerla a finales del Siglo XIX, “las palmeras de la Rambla de Castro le hicieron soñar con encontrarse en la célebre Alameda de Río de Janeiro, y sus grutas le trajeron recuerdos clásicos de la isla de Calypso”. Jean Mascart, astrónomo del Observatorio de París, que visitó la isla en 1909, la describió como “el Edén que se extiende hasta las olas del mar”, y [[José de Viera y Clavijo]], ilustre polígrafo nacido en Los Realejos, dijo de ella en 1773, en su Historia de las Islas Canarias, que era “una hacienda deliciosa de terreno amenísimo”. Según Benigno Carballo Wangüemert, “no hay entre la Orotava e Icod un rincón más admirable y más hermoso que éste. Los viajeros que pasan por allí, forzosamente han de detenerse a contemplarlo desde un balcón natural que forma la misma carretera. Sin embargo, desde esta altura, no es posible imaginar que abajo exista un verdadero paraíso terrenal”.
Vagar por sus senderos serpenteantes y escuchar la canción continua de sus múltiples fuentes, era el pasatiempo preferido de poetas y viajeros ilustres. Célebres visitantes la han descrito con los mayores elogios. Fue para Sabino Berthelott, que la visitó en 1825, “los jardines de Armida sin necesidad de la mano del hombre”. Para Jules Leclercq, que tuvo la oportunidad de conocerla a finales del Siglo XIX, “las palmeras de la Rambla de Castro le hicieron soñar con encontrarse en la célebre Alameda de Río de Janeiro, y sus grutas le trajeron recuerdos clásicos de la isla de Calypso”. Jean Mascart, astrónomo del Observatorio de París, que visitó la isla en 1909, la describió como “el Edén que se extiende hasta las olas del mar”, y [[José de Viera y Clavijo]], ilustre polígrafo nacido en Los Realejos, dijo de ella en 1773, en su Historia de las Islas Canarias, que era “una hacienda deliciosa de terreno amenísimo”. Según Benigno Carballo Wangüemert, “no hay entre la Orotava e Icod un rincón más admirable y más hermoso que éste. Los viajeros que pasan por allí, forzosamente han de detenerse a contemplarlo desde un balcón natural que forma la misma carretera. Sin embargo, desde esta altura, no es posible imaginar que abajo exista un verdadero paraíso terrenal”.

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Revisión del 00:42 30 ene 2010

La costa del municipio de Los Realejos encierra numerosos atractivos de carácter histórico y natural. El verdor de las plataneras y el encanto de sus ricas haciendas, nos conducen a uno de los espacios protegidos más relevantes de la geografía canaria: La Rambla de Castro.

En su interior podemos encontrar elementos naturales que destacan por su rareza o singularidad, teniendo además, interés científico especial, el caso de los bosquetes de palmeras canarias que alberga, que son elementos testimoniales de antiguas formaciones vegetales.

Además, cuenta con poblaciones catalogadas como especies protegidas de la flora endémica de Canarias y especies de interés comunitario en el marco de la normativa de la Unión Europea.

El Mayorazgo de Castro data de comienzos del Siglo XVI y sus orígenes se remontan al reparto de tierras y heredades que se fraguó al finalizar la Conquista de Tenerife, por el Adelantado Alonso Fernández de Lugo. Enmarcados en esta zona, no podemos obviar tres referencias importantes del entorno: la Ermita de San Pedro, la Hacienda de Castro y el Fortín de San Fernando.

Sobre un altozano desde donde se contempla todo el paraje, se eleva la ermita dedicada a San Pedro. Es una edificación del Siglo XVIII y alberga la imagen del Apóstol, talla completa del barroco isleño. Más abajo encontramos la Hacienda de Castro, situada entre la desembocadura del barranco de Godínez y la Rambla del Mar. Es la hacienda más importante de la zona costera y tiene fechados sus primeros comienzos como hacienda en el Siglo XVI.

En uno de los extremos del Mayorazgo encontramos El Fortín de San Fernando, una fortaleza defensiva que fue construida a finales del Siglo XVIII y que en 1808 contaba con una tronera compuesta por cinco cañones (de los que actualmente se siguen conservando tres), colocados por Agustín de Bethencourt y Castro. Su construcción se debió principalmente al estado de inseguridad que reinaba en las aguas costeras, por la presencia de piratas que asaltaban las embarcaciones que partían de las islas rumbo a la península.

Desde la mansión de los Castro y desde muchas zonas de este paraje natural, se puede contemplar hacia el este, las ruinas del Elevador de Aguas de Gordejuela, industria construida en 1903 por la casa Hamilton. Una obra que marcó un hito en su tiempo por lo complicado de la orografía del terreno y por haberse instalado en su interior la primera máquina de vapor de la Isla de Tenerife. Su objetivo era utilizar las aguas que nacen en Gordejuela para dar fuerza motriz a un molino harinero, y elevarlas hasta la zona de cultivo del plátano, que comprendía terrenos de ambos Realejos.

El agua, siempre presente en este espacio protegido, garantizaba que esta región fuera la más verde, fecunda y rica de toda la isla. La vegetación que alberga estos acantilados, además de los bellos palmerales ya mencionados, está compuesta por una serie de especies adaptadas a vivir en condiciones adversas, abundando una de las comunidades de plantas más comunes de las zonas costeras de nuestra isla: el Tabaibal-Cardonal. Tampoco podía faltar el drago, símbolo vegetal por excelencia de los canarios.

La mayor parte de la avifauna nidificante en la Rambla de Castro es endémica a nivel subespecífico y supone el exponente más claro de adaptación al medio natural de nuestra Isla y de la evolución de cada especie. Incluye zonas de importancia vital para determinadas fases de la biología de las especies animales, tales como áreas de reproducción y cría de la pardela cenicienta, especie considerada como “amenazada” y calificada como “de interés especial” en el Catálogo Nacional de Especies Amenazadas.

Vagar por sus senderos serpenteantes y escuchar la canción continua de sus múltiples fuentes, era el pasatiempo preferido de poetas y viajeros ilustres. Célebres visitantes la han descrito con los mayores elogios. Fue para Sabino Berthelott, que la visitó en 1825, “los jardines de Armida sin necesidad de la mano del hombre”. Para Jules Leclercq, que tuvo la oportunidad de conocerla a finales del Siglo XIX, “las palmeras de la Rambla de Castro le hicieron soñar con encontrarse en la célebre Alameda de Río de Janeiro, y sus grutas le trajeron recuerdos clásicos de la isla de Calypso”. Jean Mascart, astrónomo del Observatorio de París, que visitó la isla en 1909, la describió como “el Edén que se extiende hasta las olas del mar”, y José de Viera y Clavijo, ilustre polígrafo nacido en Los Realejos, dijo de ella en 1773, en su Historia de las Islas Canarias, que era “una hacienda deliciosa de terreno amenísimo”. Según Benigno Carballo Wangüemert, “no hay entre la Orotava e Icod un rincón más admirable y más hermoso que éste. Los viajeros que pasan por allí, forzosamente han de detenerse a contemplarlo desde un balcón natural que forma la misma carretera. Sin embargo, desde esta altura, no es posible imaginar que abajo exista un verdadero paraíso terrenal”.