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Pablo López Aguirre

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Pablo Lopez Aguirre
Información personal
Nacimiento Siglo XIX Ver y modificar los datos en Wikidata
Fallecimiento 13 de junio de 1916 Ver y modificar los datos en Wikidata
Información profesional
Ocupación Militar Ver y modificar los datos en Wikidata
Lealtad Villismo Ver y modificar los datos en Wikidata
Rango militar General
Conflictos Revolución mexicana:
Título General Pablo Lopez Aguirre

General Pablo López Aguirre fue un militar mexicano que participó en la Revolución mexicana. Fue uno de los jefes más importantes de las fuerzas comandadas por Francisco Villa. Luego de la Batalla de Columbus, el general Pablo López fue herido de las dos piernas. Su hermano Martín López Aguirre, optó por subirlo a su caballo para salvarle la vida. Pablo huyó a la Sierra de la silla, recuperándose de sus heridas. Cayó prisionero en esa misma cueva. Se le es recordado por la respuesta que dio a la pregunta de sus captores, ya que le gritaban: "Ríndete Pablo López, ya sabemos que estás aquí", a lo que él contestó, "Aquí estoy... si son mexicanos me rindo, si son gringos moriré peleando". Finalmente se rindió a las fuerzas federales y fue fusilado el 13 de junio de 1916 en Chihuahua.

Bibliografía

  • NARANJO, Francisco (1935). Diccionario biográfico Revolucionario (Imprenta Editorial "Cosmos" edición). México. 

LEON DE LA SIERRA Por Juan Holguín Rodríguez I ¿Qué si conocí a Pablo López? En desde en antes, así era de chiquito –Nabor apunta con su brazo derecho a la altura de sus rodillas dándole verticalidad a su índice calloso para mostrar la altura del personaje requerido a su esponjosa memoria. - Nació en el Charco, una de las haciendas más prósperas del estado de Chihuahua en 1889. Échele números pal diez apenas si tenía veinte años cumplidos. Su nombre de pila era el mismo que se conoce: Pablo López Aguirre. - II

Por conjurar, maquinar, confabular, intrigar, tramar e incitar a la rebelión en contra del orden establecido por el gobierno revolucionario y constitucionalista. Por el asesinato de diecisiete ciudadanos norteamericanos pacíficos que se dirigían a Cusihuiriachi con el único afán de explorar aquella rica zona minera. Por haber invadido a los Estados Unidos en el ataque a Columbus el día nueve de marzo de este año de gracia, poniendo a nuestro valeroso país al borde de la guerra con aquella nación amiga. Y por ser aliado incondicional del enemigo número uno del gobierno el bandolero Pancho Villa. Este Supremo Tribunal de Guerra lo declara culpable de todos los cargos atribuidos y le sentencia a morir pasado por las armas a las doce del medio día del cinco de junio de mil novecientos dieciséis en esta ciudad de Chihuahua en público de la gente.

III El siempre verde del pinar lentamente se va a un gris primero, para después hacer un frío blanco, blanco. Casi a la vera de la vía férrea aguardan con sus ojos sin sueño diez, veinte, treinta y más. El comandante es el último, el más joven, también cuida la noche. En su desvelo, piensa, primero en lo que piensa cuando no se quiere pensar, en lo que sea, en su adherencia con aquella cobija de lana tarahumara, la que se conservó sobre la teja de su silla de montar en la desgracia de Celaya. Qué buen tiempo el tiempo que hace en aquellas tierras, allá no existe la helada ni esta nieve. De pronto cruza por su cabeza la realidad suya, se anida la imagen del guerrero primero, la del gran General, la del amigo de los pobres. Se agolpan en su pecho las derrotas, la sangre derramada, la retirada que los ha devuelto a las montañas. Todo el andar en el camino a la gran capital fue de vivas y alientos. Desfilamos entre calles tapizadas de flores lanzadas desde los balcones por las manos de miles de muchachas que a nuestro paso también disparaban las frases más hermosas que haya oído en mi vida, lo mismo fue en Aguascalientes, en Querétaro, en la Capital… El regreso fue otra cosa: el dolor confundido con el grito en los heridas, ríos repletos, despojados por tanta lágrima que nos costó ver lo que vimos, la caída de la División del Norte, al General tirando al norte, a nuestro norte, y más que eso, nos dolieron las traiciones, esas son las dagas que te apuntan al mero corazón, los meros leones se cuartearon, tomaron por suyo el bando de la traición y siguieron la de los perfumados, la de los viejos hacendados con mascaras de pueblo. Como nos dolió Maclovio Herrera, Pánfilo Natera y tantos que de verdad fueron buenos, pero a luego se les nublo el entendimiento cuando el Primer Jefe se quitó las vestiduras de nuestra lucha por el ropaje que le exigía de Gran Señor el ansia por la silla. Herrera, Natera y los Arrieta torcieron camino como en el cuento relatado por el general Ángeles, donde el gran Ulises, un valiente de a deberás, embrujado por el canto embriagador de las sirenas perdió el rumbo. Aquellos, los antes nuestros, cambiaron el verde, blanco y rojo que lucieron por leguas y leguas en las banderas de sus brigadas por el blanco de la plata y el amarillo del oro. La ambición borro su lucha. Para nada tenía sentido la bandera mexicana y menos el sermón que en palabras de mucha ciencia nos dirigiera un tal Soto y Gama, de la gente de mi General Zapata, cuando los grandes jefe, como bordando sobre seda, firmaron su venia por los acuerdos de la Convención de Aguascalientes sobre nuestro pabellón tricolor. Con que amor patrio aquel hombre reprochó la profanación a lo que nos hermana en la revolución. No, de plano estos traidores se quedaron sin la que los trajo al mundo, el primer paso fue a los brazos del barbón de Cuatro Ciénegas y el segundo será a los pies de los causantes de todos nuestros males.

Buscando el amanecer aquellos hombre se enredan en la primera tinta alba de la aurora y a la señal de Pablo López detienen con la fuerza de su empuje preñado de una fe ciega al ferrocarril que lentamente pretende tomar la curva para avistar desde muy lejos el pueblo de San Antonio de los Arenales. Su carga es un tesoro intensamente ambicionado, un pedacito de venganza por todos los daños recibidos. En aquella mole viajan más libres que los que aguardan, un puñado de científicos de la existencia metálica, diecisiete especimenes “were born in United States”. Para los emboscados Villistas aquelos números de primera que van camino a Cusihuiriachi, para buscar en las entrañas montañosas de Chihuahua nuevas vetas a la mina grande llamada de Santa Rosalia, son un ejercito mas peor que el Carranclán porque este se llevará las riquezas muchas de la patria, y el otro se morira aquí por su ambición.


EL CORREO DE CHIHUAHUA Enero de 1916

“Asaltado el tren en Santa Isabel, son pasados por las armas diecisiete ingenieros de minas, norteamericanos. Uno de los sobrevivientes asegura haber reconocido en la horda atacante al mismo Pancho Villa… otros aseguran que Pablo López fue quien dirigió el funesto asalto”.

LO DE COLUMBUS


Desde lo de Celaya, se notó que nosotros ya no éramos santos de su devoción, esto quedo en forma más cabal en el estado de Sonora en donde los verdaderos vencedores fueron los gringos, ellos trasladaron, afananosos, por el sur de su territorio, a las tropas carrancistas; ellos apuntaron con sus faros a la oscuridad de la noche, la noche de la batalla, para que sus luces descubrieran a nuestra gente y la hicieran presa fácil del fuego enemigo, ellos ya habían pactado con Carranza, imponiendo voluntades y ventajas, y ellos, ya merecían el castigo de nosotros y fue cómo y por medio de nuestros “correos” supimos de la existencia de un destacamento gringo apostado en el poblado de Columbus, Nuevo México, tierra de Samuel Ravel, el bandido que tanto nos engañó en las horas más sentidas de la causa. Para entonces el General ya había metido en su entender que el verdadero peligro para nuestra patria ya no eran los carrancistas sino los bolillos mismos, así lo expreso el 16 de diciembre del año pasado (1915) en una carta dirigida a los generales carranclanes: “…mis tropas han dejado de pelar en contra de los carrancistas pata no derramar más sangre mexicana…” y proponiendo una alianza continuaba: “…una alianza que pueda uniros a todos en contra de los yanquis, quienes debido a su antagonismo racial y comercial y a sus ambiciones económicas, son el enemigo natural de nuestra raza y de todo los países latinos”. En la misma, el General clarito les decía: “…si esta alianza se hace, yo, Francisco Villa, renuncio al comando de mis tropas”. Aquella idea no progreso porque ya los generales de Carranza se sentían los legítimos hijos del heredero de la Grande, en nada tenían ya cabida el sacrificio por los ideales que nos expusieran con claridad hombres como Felipe Ángeles. Por eso atacamos Columbus y por eso lo de ahora, mi fin aquí en Chihuahua. “Quien lo creyera, yo el General Pablo López, el más consentido de mi General, el hermano del siempre valeroso General Martín López, sentenciado por encarar al destino de la patria en un nuevo intento de ultraje por los güeros.

LO DEL FUSILAMIENTO

En la entrada que nos dimos en Columbus resulté herido en mis dos piernas, tuve por hospital la sierra de Chihuahua y como no pasaré a la historia por ser del bando de los “malos” mi refugio ya había sido bautizado y su nombre remontará sobre los tiempos de los tiempos: La cueva de Pablo López, aunque mis adentros me dicen lo que yo quisiera: que la nación mexicana tuviera de mis esfuerzos por la patria tan solo un poco de consideración. Qué bien se leería: Escuela Elemental Pablo López. Otra cosa sería. Por la escuela el gusto me vino a más desde que el General nos hizo a todos oficiales de su tropa buscar y reunir a todos los niños huérfanos de guerra o de pestes que en aquel tiempo en mucho se apreciaban, con ellos formamos las primeras escuelas de la revolución. Pero ahora lo único verdadero es que el paredón me aguarda. Ya oigo las órdenes y los redobles llenos de orgullo de los que viene por mí. Ellos me fusilarían sin saber que acaban a un hermano más. Los que vienen los trae el viento de la victoria que ahora les pertenece, pero no saben que mi muerte y las muertes de los que quedan se llevaran consigo la esperanza que nació en Cerro Prieto, Las Escobas, Tierra Blanca, Paredón, Zacatecas, Parral, Chihuahua y ciudad Juárez. La sangre que inundó los surcos que aramos con nuestros andares revolucionarios.

Ya voy camino a mi patíbulo, mi último andar es un remedo, a mis veintiséis años la muerte me ha ganado la carrera. Estas muletas sostienen mi cuerpo dolorido, muy pronto partirá al confín lejano y desde ahí estaré mirando lo incierto del futuro de mi pueblo. ¡Cuánta gente! Mi muerte parece la feria de mi amado Satevó, aquel lugar hecho nudo en mis recuerdos de donde me trajeron prisionero y en donde quise cobrar cara la afrenta, ahorita en el mero final de mis finales me acuerdo que, arrastrándome, carabina en mano grité: “Si son mexicanos me entrego, si son gringos no”. Ya escucho la primer campanada de las doce. Mi adiós al pueblo todo, a todos y a los que no han venido a verme morir, a los que están a mi derecha: hambrientos y harapientos que sé muy bien que están comiéndose las lágrimas. A los de la izquierda: señores biennacidos los preocupados por la paz para poder vivir de sus nuevos intereses, y a los del centro: primer pelotón de fusilamiento que ya se apresta a revivir el mandato del verdugo, y al pelotón extraordinario que está por si mi pecho no recibe en su seno la primera descarga.

-Soldado primero, dos últimas gracias antes de morir: una cerveza y que se lleven al gringo, a ese que está ahí, ordenando con sus ojos: mi fin, mi muerte, su venganza.