Discusión:Pedro Serrano

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En el Archivo de Indias no hay constancia de ningún relato escrito por el náufrago Pedro Serrano. Mensaje del usuario con ip 87.218.87.228, quien olvdó firmarlo.

El relato de Pedro Serrano, según el Inca Garcilaso de la Vega[editar]

Se ha añadido el relato tal como aparece en la edición de 1991, preparada por el experto garcilacista peruano Carlos Araníbar, la cual puede ser consultada en Google Libros [1]

--Andesaa (discusión) 17:45 1 oct 2010 (UTC)[responder]

Referencia en el Archivo de Indias[editar]

Sería una aportación muy relevante que alguien añadiera le referencia de en qué parte del Archivo de Indias se encuentra el relato de Pedro Serrano. Saludos cordiales --Basquetteur (discusión) 16:59 4 jun 2020 (UTC)[responder]

Yo lo he buscado y no he encontrado ninguna relación a nombre de Pedro Serrano Manuel de Francisco (discusión) 16:16 4 abr 2024 (UTC)[responder]

Pedro Serrano: el náufrago que nunca existió[editar]

Hace unos días volqué en Wikipedia un trabajo de investigación propio que, en mi opinión, acredita que Pedro Serrano es un personaje de ficción y que ninguno de los españoles que sobrevivieron inicialmente al doble naufragio de la isla Serrana, salieron con bien de allí. Tan solo sobrevivieron un italiano y un chipriota. Es por eso que no existe ningún documento de Pedro Serrano. El problema es que soy novato en wiki y no debí de hacerlo bien, de manera que no veo el texto por ninguna parte. Os lo copio a continuación por si os sirve.


Pedro Serrano: El Robinsón Español

                                    o
                 el náufrago que nunca existió. 



Un manuscrito que contiene la relación escrita por Andrés de Urdaneta sobre el último viaje de Juan Sebastián Elcano está en el origen de esta historia. El manuscrito pertenece a la biblioteca del Palacio Real de Madrid y ya fue publicado hace más de un siglo…pero no en su totalidad. Sorprendentemente, las páginas que no llegaron a la imprenta contienen información de primerísima mano sobre un famoso naufragio en el Caribe: el naufragio de la isla Serrana.


Inca Garcilaso

Fue el escritor Inca Garcilaso quien, en sus Comentarios Reales, libro publicado en 1609, inmortalizó a Pedro Serrano. Según nos cuenta, Pedro Serrano con su aventura fue quien dio nombre a la isla. Lo más relevante sobre la veracidad de esta información es que el escritor asegura en su libro haber recogido la información de una persona que, a su vez, habría conocido al propio Pedro Serrano. Es decir, que Inca Garcilaso no responde de la veracidad de la historia, simplemente la recoge. Resumimos la narración de Garcilaso:

Pedro Serrano

Según Garcilaso, al naufragar su barco Pedro llegó nadando en solitario hasta la isla que luego tomaría su nombre: isla Serrana. Se trataba de un pequeño arenal sin árboles ni agua dulce y sin nada comestible. Posteriormente, un náufrago de otro barco se le sumó y allí sobrevivieron hasta un total de siete largos años, bebiendo la sangre de tortugas mezclada con agua salada y comiendo su carne. El compañero, del que no se da el nombre, fallecería al poco de ser recogidos ambos por un navío que acertó a pasar por allí. Garcilaso remata la narración con un viaje a Alemania del único superviviente para visitar al emperador Carlos V, quien le concedió a Pedro una renta anual de varios miles de ducados.

Dudosa veracidad del naufragio de Pedro Serrano Llama la atención que el presunto náufrago Pedro Serrano no aportó ningún dato contrastable: no hay fechas concretas, no hay nombres de barcos y no sabemos quiénes fueron los rescatadores ni a donde le llevaron. La llamativa visita del exótico náufrago al emperador con la barba hasta las rodillas no dejó ningún rastro documental y la magnífica pensión que se le habría otorgado (el sueldo de un marinero bien pagado a principios del siglo XVI no superaba los 40 ducados anuales y a Elcano por abrir el camino al negocio de las especias se le ofreció 500 ducados anuales) no aparece documentada. Además, esa pensión es un sinsentido, porque Pedro no estaba al servicio de la corona.

Naufragios documentados en la Isla Serrana

El cronista Antonio de Herrera, coetáneo de Inca Garcilaso, publicó prácticamente al mismo tiempo que éste la historia de un doble naufragio en la isla Serrana en su Década VI libro III capítulo XXI. Aunque no lo cita, Herrera se basa casi literalmente en una declaración realizada ante escribano en Sevilla en 1537 por el maestre Juan, quien dice ser uno de los dos supervivientes del doble naufragio. Esta declaración fue descubierta por el marino e historiador Martin Fernández de Navarrete y publicada íntegramente por Cesáreo Fernández Duro en su obra naufragios de la Armada Española, publicada en 1867.

Comparando el texto de la declaración de maestre Juan con la narración de Garcilaso vemos que tienen varios elementos fundamentales que son coincidentes: en ambos casos se trata de un doble naufragio, de muy larga duración, ocurrido más o menos en la misma época y en la misma isla, pero cambia el nombre del protagonista. Es decir, que están relatando el mismo hecho. No obstante, a diferencia de Pedro Serrano, Maestre Juan aporta una gran cantidad de detalles sobre el barco, sobre su estancia en la isla y sobre su rescate, dejando en evidencia las carencias del testimonio de Pedro Serrano.


Un nuevo testimonio El manuscrito del Palacio Real (signatura: II/1465. Urdaneta, Andrés de) cuya aportación al naufragio de la isla Serrana hasta ahora había sido ignorado, ofrece en sus primeras páginas un trabajo de investigación realizado in situ sobre aquel naufragio. El autor de la pesquisa habló personalmente con los dos supervivientes : …el uno se llama Tomás, dijo que era de la isla de Chipre, el otro dijo que se llamaba maestre Juan, natural de Venecia. Este hablaba con mayor soltura y tenía más sutil ingenio. Juan era de cuerpo mediano, los ojos garzos, la barba roja, el rostro colorado y muy consumido, la boca sin dientes, de unos 35 años, bien proporcionado y fuerte…


Mas adelante nos aclara que el nombre completo de Juan era Juan Mateo. Era maestre , pero no maestre de nao sino maestre artillero y dice que era analfabeto. El autor del texto hace gala, a través de varios incisos, de unos conocimientos históricos, geográficos, etnográficos y de navegación sobre América absolutamente extraordinarios. Es muy relevante, además, que toda la información que aporta sobre el doble naufragio es absolutamente coherente y complementaria con la declaración de 1537 de maestre Juan. Básicamente, entre ambos textos desmontan la veracidad de la historia magníficamente contada por Inca Garcilaso, evidenciando que el veneciano maestre Juan Mateo y el chipriota Tomás fueron los verdaderos y únicos supervivientes del doble naufragio en la isla Serrana.

Las fechas que aporta el manuscrito son absolutamente precisas: Tomás y sus compañeros llegaron a la isla en 1524; Juan Mateo y sus compañeros llegaron en abril de 1528. Se juntaron los ya pocos supervivientes de ambos naufragios en octubre de 1528 y, tras ser rescatados los dos únicos supervivientes conocidos el 20 de septiembre de 1536, llegaron a la Habana el 11 del mes siguiente.

Tanto la declaración de Sevilla como el manuscrito del Palacio Real aseguran que la isla en el momento de producirse el primer naufragio, en 1524, ya tenía el nombre de Serrana, lo que en la práctica hace imposible que a principios del siguiente siglo estuviera vivo quien decía haber dado su nombre a la isla, pedro Serrano. La conclusión parece evidente: el naufragio de Pedro Serrano es pura invención.

El manuscrito del Palacio Real aporta una descripción precisa de cómo se produjeron los dos naufragios. Sorprende cómo se produjo el primero de ellos:

El navío que era ligero en donde dio era arena, encallando en muy poca agua. Era la isla de arena y blanqueaba . Todos Se echaron al agua, que era poco profunda, y se fueron a ella sacando cosas de ropa, y no de alimento porque el piloto dijo que con la luz del día, por ventura, quitando el lastre al navío, lo podrían sacar. Y así dejaron el batel en el navío. Aquella noche con mucho reposo por verse en tierra y salidos de tan prolija tormenta quisieron tomar el sueño que en el navío habían perdido. Cuando amaneció, los primeros que despertaron no vieron el navío, pues el mar con la resaca de la creciente de aquella noche se lo había llevado. Llamando a gritos a los que dormían les dijeron cómo estaban aislados Todos hacían llantos, pero era por demás, pues quisieron más el sueño que la vida, a su negligencia echen la culpa.


Cuatro años después de que se produjera este primer naufragio, mientras Vicente y Tomás entretenían la vida en su isla sin siquiera disponer de fuego, una noche tempestuosa un barco fue a dar en otro arenal a no mucha distancia de donde había naufragado el primero, aunque sí la suficiente para que los nuevos náufragos no se encontraran con los ya veteranos. Era Abril de 1528.

Los recién naufragados bajaron a la arena y al amanecer se dieron cuenta de que allí no había ni qué beber ni qué comer, y tuvieron que recurrir al mismo remedio que sus todavía desconocidos vecinos: sangre y carne de lobos marinos. Cuatro de ellos armaron una balsa y se largaron rumbo a Jamaica. El texto no deja lugar a dudas sobre su destino:

De la manera de estos come y consume este mar cruel mucha gente, pues, anegándose el navío no hay quien de relación del desastrado suceso. De este segundo naufragio en pocos días ya solo dos quedaban con vida: Juan Mateo y un muchacho cuyo nombre desconocemos. Entonces Juan Mateo tomó la decisión de ir al barco semisumergido a rescatar enseres para hacer fuego.

Como hombre ingenioso, considerando que cualquier piedra herida con recio golpe puede dar chispa, se sumergió hasta el lastre y cogió algunos guijarros. Tornado a su balsa se vino a tierra, alegre con lo que traía. Quebró un guijarro con otro, porque de aquella quebradura más fácilmente podía sacar la lumbre y habiendo secado su pólvora daba golpes con el pedernal en el guijarro. Así cayeron centellas en la pólvora que levantó una llama.

Fortalecieron su fuego hasta que creció, y en adelante siempre tenían algún poco fuego con palos de los que la mar traía, que abundaban.

Al otear el humo los náufragos que primero habían llegado se acercaron a donde estaban Juan Mateo y el muchacho. Era octubre de 1528.

Admirados Juan Mateo y su compañero de cosa tan nueva, fue a ellos santiguándose. Pensaba empero que serían demonios, porque en aquella tierra no veía disposición para que pudiera morar criatura humana alguna. Cuando se juntaron, cada uno daba señales de su admiración pero, nombrando todos el nombre de Dios, se perdió el miedo y se conocieron por cristianos. Dieron gracias a Dios por la compañía y se regocijaron mucho. Los náufragos veteranos ilustraron a juan Mateo y al muchacho sobre cuál era el nombre de la isla: la Serrana.

Y mostraron un agua que a ellos les había hecho provecho, aunque era poca y no la había de continuo. Se trataba de los huevos de las tortugas.

El autor nos ofrece una escena impagable, desbordante de ternura, explicando cómo ayudaban a las tortuguitas a llegar desde el nido hasta el mar, librándoles de sus implacables depredadores, con la esperanza de que volvieran a poner sus huevos: Los cuatro náufragos cuidaban de las pequeñas tortugas por el buen alimento que les proporcionaban, y lo hacían con la intención de que se multiplicasen. Tiraban con piedras a las aves y tomaban a las tortugas más débiles y las echaban al mar, donde la naturaleza les ayudaba a ocultarse de su enemigo.

No todo fue amistad

Y como naturalmente la discordia se entremete donde hay compañía, un día, este maestre Juan se bebió la ración de sangre que tenían para todos y se conjuraron para matarle. Con una espada que tenían y un machete y con piedras fueron hacia él con furia y voces diciendo: ¡muera el que quiere que muramos de sed!. Con palabras humildes, derramando lágrimas y poniendo en cruz las manos, les decía que su muerte ninguna ganancia les traía. Si vuestra saña no se contenta con la sangre que me sale de estos golpes, que mañana yo no beba mi ración y entre vosotros se reparta. Volvió la calma y decidieron hacer un barco para escapar de su cautiverio. Sacaron del navío de maestre Juan Un cañón y una escopeta, y unos hierros como clavijas que servían de cinceles. Con estos cortó la escopeta por el medio y fabricó tubos, y con cueros de lobos secos y las tablas de los barriles que había traído la marea hicieron los fuelles para la fragua. El cañón servía de yunque y los palos que encontraban servían como carbón. Con espadas y machetes daban forma como podían a los maderos que utilizaban para construir el barco.

Tardaron cuatro años en terminar el barco, si se le podía llamar así, pero estaban determinados a navegar en él. La comida ya la habían preparado: eran huevos de tortuga secos y carne de lobo marino y pájaros bobos asados, y para llevar el agua, a modo de vasijas, llevaban papos de pájaros bobos y por dentro cueros de lobos cosidos, que son muy grandes y cada uno contenía más de media carga de agua. Apenas salidos al mar, el barco mostró su poca fortaleza, que por muchas partes se llenaba de agua. El temor les impulsaba a mirar con más consideración lo que hacían, y a tener en cuenta lo que antes del peligro no se pensó. Maestre Juan dijo que le parecía no ser suficiente aquel barco para aquel viaje donde había grandes mares y podría cambiar el tiempo y podrían perecer miserablemente. Juan mateo y Tomás de Chipre dieron marcha atrás …y los otros españoles se fueron a donde se ahogaron, pues nunca hubo nuevas de ellos. Diga el que esto leyere un pater noster y un avemaría por sus ánimas. Con la ayuda de su compañero que sabía escribir y le había dibujado la forma de las letras, Juan Mateo, había hecho de hierro en la fragua estas palabras: señores cristianos perdidos en la serrana, en la isla mayor, por amor de dios, socorredlos. Estas palabras, esculpidas en tablillas delgadas, las ataban a los pies de pájaros bobos y cuervos marinos y los soltaban. Tras unos accesos de desesperación, con apariciones del demonio incluidas, enfermó Tomás, pero se curó gracias a las plegarias de su compañero. Y, de improviso, el impacto de la visión de un barco que acudía al rescate les dejó mudos. Un día, estando el uno guisando en el fuego de comer lo que aquella escasa isla les daba, Tomás salió afuera y vio una vela y entró dentro corriendo, y del mucho placer no hablaba, pero con señas le dijo a maestre Juan que saliese. Vieron un navío que con tiempo muy bonancible tenía puesta la proa hacia aquella isla. Con gran placer y recelo de que se fuese sin ellos, pusieron fuego a aquel tugurio, que como era de palos y cueros de lobos y grasa levantó mucho humo. Acercándose a la orilla de la mar vieron como el navío había amainado la vela mayor y echaba el batel fuera. El autor del manuscrito del Palacio real detalla el aspecto de nuestros náufragos tras su aventura: Las barbas les pasaban de los muslos y los rostros traían muy consumidos; Las ropas que traían estaban rotas por muchas partes. Contemplando su hábito y la monstruosidad de las barbas…


El barco con ambos náufragos se dirigió a la Habana donde se encontraba a la sazón el adelantado don Pedro de Alvarado que esperaba navío para España. El adelantado, seguramente falto de gente, tras escuchar a los dos náufragos los tomó a su servicio.




Copia de lo de Wiki



Naufragios documentados en la Isla Serrana[editar]

El cronista Antonio de Herrera, coetáneo de Inca Garcilaso, publicó prácticamente al mismo tiempo que éste la historia de un doble naufragio en la isla Serrana en su Década VI libro III capítulo XXI. Aunque no lo cita, Herrera se basa casi literalmente en una declaración realizada ante escribano en Sevilla en 1537 por el maestre Juan, quien dice ser uno de los dos supervivientes del doble naufragio. Esta declaración fue descubierta por el marino e historiador Martin Fernández de Navarrete y publicada íntegramente por Cesáreo Fernández Duro en su obra naufragios de la Armada Española, publicada en 1867.

Comparando el texto de la declaración de maestre Juan con la narración de Garcilaso vemos que tienen varios elementos fundamentales que son coincidentes: en ambos casos se trata de un doble naufragio, de muy larga duración, ocurrido más o menos en la misma época y en la misma isla, pero cambia el nombre del protagonista. Es decir, que están relatando el mismo hecho. No obstante, a diferencia de Pedro Serrano, Maestre Juan aporta una gran cantidad de detalles sobre el barco, sobre su estancia en la isla y sobre su rescate, dejando en evidencia las carencias del testimonio de Pedro Serrano.

Un nuevo testimonio[editar]

El manuscrito del Palacio Real (signatura: II/1465. Urdaneta, Andrés de) cuya aportación al naufragio de la isla Serrana hasta ahora había sido ignorada, ofrece en sus primeras páginas un trabajo de investigación realizado in situ sobre aquel naufragio. El autor de la pesquisa habló personalmente con los dos supervivientes(los textos recogidos del manuscrito han sido adaptados al castellano actual): …el uno se llama Tomás, dijo que era de la isla de Chipre, el otro dijo que se llamaba maestre Juan, natural de Venecia. Este hablaba con mayor soltura y tenía más sutil ingenio. Juan era de cuerpo mediano, los ojos garzos, la barba roja, el rostro colorado y muy consumido, la boca sin dientes, de unos 35 años, bien proporcionado y fuerte…


Mas adelante nos aclara que el nombre completo de Juan era Juan Mateo. Era maestre , pero no maestre de nao sino maestre artillero y dice que era analfabeto. El autor del texto hace gala, a través de varios incisos, de unos conocimientos históricos, geográficos, etnográficos y de navegación sobre América absolutamente extraordinarios. Es muy relevante, además, que toda la información que aporta sobre el doble naufragio es absolutamente coherente y complementaria con la declaración de 1537 de maestre Juan. Básicamente, entre ambos textos desmontan la veracidad de la historia magníficamente contada por Inca Garcilaso, evidenciando que el veneciano maestre Juan Mateo y el chipriota Tomás fueron los verdaderos y únicos supervivientes del doble naufragio en la isla Serrana.

Las fechas que aporta el manuscrito del Palacio Real son absolutamente precisas: Tomás y sus compañeros llegaron a la isla en 1524; Juan Mateo y sus compañeros llegaron en abril de 1528. Se juntaron los ya pocos supervivientes de ambos naufragios en octubre de 1528 y, tras ser rescatados los dos únicos supervivientes conocidos el 20 de septiembre de 1536, llegaron a la Habana el 11 del mes siguiente.

Tanto la declaración de Sevilla como el manuscrito del Palacio Real aseguran que la isla en el momento de producirse el primer naufragio, en 1524, ya tenía el nombre de Serrana, lo que en la práctica hace imposible que a principios del siguiente siglo estuviera vivo quien decía haber dado su nombre a la isla, pedro Serrano. La conclusión parece evidente: el naufragio de Pedro Serrano es pura invención.

El manuscrito del Palacio Real aporta una descripción precisa de cómo se produjeron los dos naufragios.Sorprende cómo se produjo el primero de ellos:

"El navío que era ligero en donde dio era arena, encallando en muy poca agua. Era la isla de arena y blanqueaba . Todos Se echaron al agua, que era poco profunda, y se fueron a ella sacando cosas de ropa, y no de alimento porque el piloto dijo que con la luz del día, por ventura, quitando el lastre al navío, lo podrían sacar. Y así dejaron el batel en el navío. Aquella noche con mucho reposo por verse en tierra y salidos de tan prolija tormenta quisieron tomar el sueño que en el navío habían perdido. Cuando amaneció, los primeros que despertaron no vieron el navío, pues el mar con la resaca de la creciente de aquella noche se lo había llevado. Llamando a gritos a los que dormían les dijeron cómo estaban aislados Todos hacían llantos, pero era por demás, pues quisieron más el sueño que la vida, a su negligencia echen la culpa".

Cuatro años después de que se produjera este primer naufragio, mientras Vicente y Tomás entretenían la vida en su isla sin siquiera disponer de fuego, una noche tempestuosa un barco fue a dar en otro arenal a no mucha distancia de donde había naufragado el primero, aunque sí la suficiente para que los nuevos náufragos no se encontraran con los ya veteranos. Era Abril de 1528.Los recién naufragados bajaron a la arena y al amanecer se dieron cuenta de que allí no había ni qué beber ni qué comer, y tuvieron que recurrir al mismo remedio que sus todavía desconocidos vecinos: sangre y carne de lobos marinos. Cuatro de ellos armaron una balsa y se largaron rumbo a Jamaica. El texto no deja lugar a dudas sobre su destino:

"De la manera de estos come y consume este mar cruel mucha gente, pues, anegándose el navío no hay quien de relación del desastrado suceso".

De este segundo naufragio en pocos días ya solo dos quedaban con vida: Juan Mateo y un muchacho cuyo nombre desconocemos. Entonces Juan Mateo tomó la decisión de ir al barco semi sumergido a rescatar enseres para hacer fuego.

"Como hombre ingenioso, considerando que cualquier piedra herida con recio golpe puede dar chispa, se sumergió hasta el lastre y cogió algunos guijarros. Tornado a su balsa se vino a tierra, alegre con lo que traía. Quebró un guijarro con otro, porque de aquella quebradura más fácilmente podía sacar la lumbre y habiendo secado su pólvora daba golpes con el pedernal en el guijarro. Así cayeron centellas en la pólvora que levantó una llama. Fortalecieron su fuego hasta que creció, y en adelante siempre tenían algún poco fuego con palos de los que la mar traía, que abundaban".

Al otear el humo los náufragos que primero habían llegado se acercaron a donde estaban Juan Mateo y el muchacho. Era octubre de 1528:

"Admirados Juan Mateo y su compañero de cosa tan nueva, fue a ellos santiguándose. Pensaba empero que serían demonios, porque en aquella tierra no veía disposición para que pudiera morar criatura humana alguna. Cuando se juntaron, cada uno daba señales de su admiración pero, nombrando todos el nombre de Dios, se perdió el miedo y se conocieron por cristianos. Dieron gracias a Dios por la compañía y se regocijaron mucho".

Los náufragos veteranos ilustraron a juan Mateo y al muchacho sobre cuál era el nombre de la isla: la Serrana. El autor del texto nos ofrece una escena impagable, desbordante de ternura, explicando cómo ayudaban a las tortuguitas a llegar desde el nido hasta el mar, librándoles de sus implacables depredadores, con la esperanza de que volvieran a poner sus huevos:

"Los cuatro náufragos cuidaban de las pequeñas tortugas por el buen alimento que les proporcionaban, y lo hacían con la intención de que se multiplicasen. Tiraban con piedras a las aves y tomaban a las tortugas más débiles y las echaban al mar, donde la naturaleza les ayudaba a ocultarse de su enemigo".

No todo fue amistad

"Y como naturalmente la discordia se entremete donde hay compañía, un día, este maestre Juan se bebió la ración de sangre que tenían para todos y se conjuraron para matarle. Con una espada que tenían y un machete y con piedras fueron hacia él con furia y voces diciendo: ¡muera el que quiere que muramos de sed!. Con palabras humildes, derramando lágrimas y poniendo en cruz las manos, les decía que su muerte ninguna ganancia les traía. Si vuestra saña no se contenta con la sangre que me sale de estos golpes, que mañana yo no beba mi ración y entre vosotros se reparta".

Volvió la calma y decidieron hacer un barco para escapar de su cautiverio:

"Sacaron del navío de maestre Juan Un cañón y una escopeta, y unos hierros como clavijas que servían de cinceles. Con estos cortó la escopeta por el medio y fabricó tubos, y con cueros de lobos secos y las tablas de los barriles que había traído la marea hicieron los fuelles para la fragua. El cañón servía de yunque y los palos que encontraban servían como carbón. Con espadas y machetes daban forma como podían a los maderos que utilizaban para construir el barco".

Tardaron cuatro años en terminar el barco, si se le podía llamar así, pero estaban determinados a navegar en él:

"La comida ya la habían preparado: eran huevos de tortuga secos y carne de lobo marino y pájaros bobos asados, y para llevar el agua, a modo de vasijas, llevaban papos de pájaros bobos y por dentro cueros de lobos cosidos, que son muy grandes y cada uno contenía más de media carga de agua.Apenas salidos al mar, el barco mostró su poca fortaleza, que por muchas partes se llenaba de agua. El temor les impulsaba a mirar con más consideración lo que hacían, y a tener en cuenta lo que antes del peligro no se pensó. Maestre Juan dijo que le parecía no ser suficiente aquel barco para aquel viaje donde había grandes mares y podría cambiar el tiempo y podrían perecer miserablemente".

Juan mateo y Tomás de Chipre dieron marcha atrás:

…"y los otros españoles se fueron a donde se ahogaron, pues nunca hubo nuevas de ellos. Diga el que esto leyere un pater noster y un avemaría por sus ánimas".

Con la ayuda de su compañero que sabía escribir y le había dibujado la forma de las letras, Juan Mateo, había hecho de hierro en la fragua estas palabras: " señores cristianos perdidos en la serrana, en la isla mayor, por amor de dios, socorredlos. Estas palabras, esculpidas en tablillas delgadas, las ataban a los pies de pájaros bobos y cuervos marinos y los soltaban". Tras unos accesos de desesperación, con apariciones del demonio incluidas, enfermó Tomás, pero se curó gracias a las plegarias de su compañero. Y, de improviso, el impacto de la visión de un barco que acudía al rescate les dejó mudos: "Un día, estando el uno guisando en el fuego de comer lo que aquella escasa isla les daba, Tomás salió afuera y vio una vela y entró dentro corriendo, y del mucho placer no hablaba, pero con señas le dijo a maestre Juan que saliese. Vieron un navío que con tiempo muy bonancible tenía puesta la proa hacia aquella isla. Con gran placer y recelo de que se fuese sin ellos, pusieron fuego a aquel tugurio, que como era de palos y cueros de lobos y grasa levantó mucho humo. Acercándose a la orilla de la mar vieron como el navío había amainado la vela mayor y echaba el batel fuera". El autor del manuscrito del Palacio real detalla el aspecto de los dos náufragos tras su aventura: "Las barbas les pasaban de los muslos y los rostros traían muy consumidos; Las ropas que traían estaban rotas por muchas partes. Contemplando su hábito y la monstruosidad de las barbas"…


El barco con ambos náufragos se dirigió a la Habana donde se encontraba a la sazón el adelantado don Pedro de Alvarado que esperaba navío para España. El adelantado, seguramente falto de gente, tras escuchar a los dos náufragos los tomó a su servicio. --83.213.163.250 (discusión) 15:35 22 jun 2021 (UTC) Julián Díaz Alonso[responder]

No encuentro en PARES la referencia de "El manuscrito del Palacio Real (signatura: II/1465. Urdaneta, Andrés de)"
¿Podrías enviarla? Manuel de Francisco (discusión) 16:22 4 abr 2024 (UTC)[responder]