Discusión:Consejo de Estado de 1942

Contenido de la página no disponible en otros idiomas.
De Wikipedia, la enciclopedia libre

batllismo por camila escobar.BATLLISMO

Por batllismo entendemos la ideología más influyente de la clase dominante local durante gran parte del siglo XX, y también un conjunto de políticas que tuvieron por objetivo el desarrollo económico industrial de la nación. Ambas, dieron forma al Uruguay moderno.

José Batlle y Ordóñez (1856-1929) fue la figura política más importante de la primera mitad del siglo. Creó una democracia fuertemente arraigada en las clases media montevideanas, condujo a grandes masas a la familiarización con la cultura, impulsó el desarrollo de la industria y creó ese estado modélico que, hasta la década de 1970, mereció el nombre de “ La Suiza de América”. La expresió “Uruguay batllista” es asociada de manera muy extendida con las ideas de “Suiza de América”, “vacas gordas” y “reformas sociales”. Entre la clase trabajadora y la gente de izquierda de edad adulta, incluso es habitual la añoranza del Uruguay batllista que encarnan esas imágenes. Pero el “batllismo realmente existente” representó en lo ideológico y en la acción política intereses bien distintos. Fueron los intereses de la burguesía nacional, articulados por una audaz burocracia estatal que persiguió el desarrollo de una economía y una sociedad industrial. Con ese objetivo eliminó los últimos desafíos al poder estatal central y utilizó el relevo de hegemonías imperialistas para obtener ventajas; transfirió recursos del sector ganadero al sector industrial, protegió la producción nacional y promovió la sustitución de importaciones. Junto con esto consagró reformas sociales que brindaron derechos y beneficios inéditos a gran parte de la población, al tiempo que aseguraban su respaldo y organizaban el mercado de trabajo, permitían administrar la lucha de clases, e impedían que los partidos de izquierda lograran el apoyo masivo de la clase trabajadora. No obstante, el proyecto de levantar una economía industrial desarrollada naufragó. Esta no es la nota distintiva del proceso –ya que ninguna nación atrasada logró este objetivo en la primera mitad del siglo XX, salvo la Rusia estalinista– sino los agudos contrastes que exhibió. El acelerado crecimiento económico convirtió a Uruguay a mitad de los años 50 en el país de mayor ingreso per cápita de América Latina, y en el tercero en desarrollo industrial, superado en este plano sólo por las economías argentina y mexicana. Pero la segunda mitad del siglo fue escenario de un estancamiento casi ininterrumpido, y de un retroceso relativo constante en comparación con las demás economías pobres. Los índices de

crecimiento fueron la mitad y los niveles de inversión la tercera parte del promedio alcanzado en todo el Tercer Mundo. El aparato estatal utilizado en primera instancia para impulsar el desarrollo industrial, fue usado luego por las élites para mitigar los efectos de su fracaso, sin más horizonte que mantener la estabilidad política a espera de circunstancias internacionales más favorables. Estas nunca llegaron, y el Uruguay batllista colapsó.

La modernización que el batllismo completó a inicios del siglo XX, comenzó durante la época militar que inauguró el Coronel Lorenzo Latorre en 1876. Hasta esos años las periódicas guerras civiles diezmaban los rodeos y desalentaban las inversiones; el derecho de propiedad dependía de su defensa con armas y peones; y la estructura ganadera basada en animales criollos, estancias abiertas y pasturas naturales, impedía aumentar la producción y las exportaciones. Al mismo tiempo, las divisiones internas en la clase dominante rural no dejaban de aumentar, entre los terratenientes más adelantados –que exigían estabilidad política y modernizar la actividad ganadera, para competir en el creciente mercado mundial de carnes y lanas– y los terratenientes tradicionales del centro y del norte del país, más preocupados por mantener y extender su control político territorial. Los siguientes treinta años vieron al poder estatal imponerse sobre los poderes locales, ayudado por los máusers, el ferrocarril y el telégrafo; el comienzo del cruzamiento de razas y del alambramiento de los campos, la emigración de la población rural y el crecimiento de la producción ganadera. Para cuando José Batlle y Ordóñez asumió la presidencia en 1903, Montevideo reunía ya al 30% del total de la población y su crecimiento era explosivo, fruto sobre todo de la migración europea. Existía una burguesía urbana y una burocracia estatal (ambas surgidas en el período en que el puerto de la ciudad tenía un papel clave en el comercio regional) con intereses propios claramente diferenciados del sector terrateniente. El crecimiento de la ciudad estimula la producción agrícola en su periferia y una próspera actividad comercial, al tiempo que surgen pequeñas industrias que abastecen al mercado interno, y se desarrollan los servicios públicos. En 1904 la sublevación de Aparicio Saravia al frente de un sector del Partido Nacional y de los terratenientes tradicionales, inclina la balanza en

forma definitiva en favor de la burguesía urbana y de la burocracia estatal. Buscando estabilidad los terratenientes progresistas deciden respaldar al

Partido Colorado y al poder central, la clase dominante rural se fractura, y esto determina que vea debilitada su influencia política por las siguientes dos décadas –aún siendo el sector con mayor poder económico.

Los problemas del latifundio y de la ganadería tradicional recibieron la atención del batllismo, pero este fracasó en modificar la estructura agraria nacional. Se introdujeron o incrementaron los impuestos sobre la tierra, las herencias y el ausentismo; salarios mínimos rurales, programas de colonización, investigaciones agronómicas y préstamos tendientes a estimular la agricultura. Estas medidas fueron evadidas o fallaron en alcanzar sus objetivos. La industria frigorífica, la circunstancia de que las exportaciones duplicaran su valor entre 1900 y 1914, y que lo hicieran de nuevo durante la Primera Guerra Mundial, parecieron volver innecesario un choque con los terratenientes que podría poner en riesgo al régimen. Las crecientes exportaciones brindaron al batllismo los fondos públicos para estimular y proteger el desarrollo industrial, ampliar el aparato estatal y realizar reformas sociales. Se estableció la reducción de la jornada laboral y los descansos semanales para los obreros, se expandieron el sistema de seguridad social, la enseñanza y la universidad. Y se colisionó con los capitales británicos por los onerosos y deficitarios servicios públicos que controlaban. La estrategia con que el batllismo enfrentó los problemas del ferrocarril británico, del monopolio exportador que detentaban los frigoríficos extranjeros, y de la creciente importación de insumos industriales, manifiesta otra dimensión de su proyecto. La opción estatal tuvo más que ver con asegurar el desarrollo nacional que con rechazar el mercado. Se hicieron carreteras paralelas al ferrocarril para obligarle a bajar costos; se fundó el Frigonal (1929) para que los privados pagaran mayores precios por las carnes; y se fundo Ancap (1931) para bajar las importaciones de combustible y de cemento. Pero la crisis económica mundial se hallaba en su apogeo. En 1932 el valor de las exportaciones cayó a menos de la mitad del que tenían en 1930. La clase dominante rural retorna al escenario político culpando al estatismo, los impuestos, la corrupción, el gasto público y al sistema político de la debacle. El presidente Gabriel Terra y un sector del Partido Colorado adopta esta posición, y en 1933 da su golpe, recibiendo el apoyo de la mayoría

herrerista del Partido Nacional y de sectores urbanos de la burguesía opuestos al reformismo laboral y social batllista. Pero la misma crisis mundial que devolvió la influencia política al sector ganadero (beneficiado con la suspensión de ejecuciones, la reducción de impuestos y la devaluación monetaria) espoleó un intenso proceso de

sustitución de importaciones que extendió la industrialización a nuevas ramas y ciudades. Las fábricas y los talleres se multiplicaron, al mismo tiempo que los obreros y el poderío de la burguesía urbana. La nueva relación de fuerzas entre el campo y la ciudad no tardó en llevar al batllismo de nuevo al poder (con efectos como la Ley de Consejos de Salarios de 1943). La Segunda Guerra Mundial y la Guerra de Corea incrementaron las exportaciones ganaderas, calmaron las demandas ruralistas, acrecentaron los fondos públicos y aceleraron la sustitución de importaciones. Luis Batlle Berres asumió la presidencia en 1947, y la década en que se extendió su influencia constituyó el último capítulo del proyecto batllista. El aparato estatal tomó control sobre los antiguos servicios públicos británicos, incrementó la transferencia de ingresos del sector ganadero al industrial vía los valores de cambio múltiples, y promovió alzas salariales.

Cuando a mitad de los 50’ culmina la Guerra de Corea y las economías avanzadas aceleran su expansión, la exportación de carnes disminuyó y más todavía lo hicieron sus valores. Al mismo tiempo, la producción ganadera estaba estancada desde los años 30’ debido al atraso; el intento de ampliar la agricultura cerealera agravó la situación, puesto que fueron utilizadas las tierras donde estaban las mejoras pasturas; y la industria utilizaba la mitad de la capacidad instalada, sobreviviendo del proteccionismo y las subvenciones. Se evidenció la debilidad de un desarrollo industrial liviano e intermedio, enfocado en el mercado interno, dependiente casi totalmente de insumos y bienes de capital importados, y de las divisas generadas en el sector ganadero. Al colapso del proyecto de desarrollo industrial siguió la crisis del régimen político batllista, basado en la administración de la lucha de clases en favor de los sectores urbanos dominantes y subalternos, el gobierno colegiado, un partido-estado, y la asignación masiva de empleos públicos y pensiones. La burguesía rural y el herrerismo lanzaron su ofensiva, y el batllismo perdió el poder en 1958. .. jajajaja