La música clásica occidental es un tipo de música académica que se basa principalmente en la música producida o derivada de las tradiciones de la música litúrgica y profana en Occidente, teniendo como foco mayoritario Europa Occidental. Posee un referente de transmisión fundamentalmente de tipo escrito (véase Historia de la notación en la música occidental) lo cual suele vincularse al carácter riguroso de su reproducción e interpretación. Aunque de forma amplia abarca un periodo de tiempo que va aproximadamente desde el siglo XI hasta la actualidad, es frecuente que se restrinja su uso para referirse a la música académica anterior al siglo XX. A pesar de que la música clásica del siglo XX posee estilísticamente diferencias substanciales con la producida en siglos anteriores, es está considerada el resultado del mismo proceso evolutivo. Si bien, las principales características del género fueron codificadas principalmente entre 1550 y 1900, que es habitualmente considerado como el período característico de producción de la música clásica, su desarrollo se extiende a todo el siglo XX y XXI.
La estructura de estos conciertos está escrita en tres movimientos siguiendo el esquema clásico: un primer movimiento rápido (suele ser un allegro), un segundo movimiento lento (suele ser un Adagio o un andante) y un tercer movimiento rápido (normalmante, allegro, aunque también aparece con indicaciones de allegretto o presto). En cuanto a la forma, los primeros movimientos siempre están compuestos en forma bitemática tripartita o forma sonata, el segundo movimiento en forma sonata abreviada, mientras que el tercero suele ser un rondó. Todos los conciertos están escritos en tonalidades mayores, excepto dos: el n.º 20, en re menor, y el n.º 24, do menor. Los conciertos presentan sus segundos movimientos en la tonalidad de la dominante, a excepción de siete: dos escritos en modo menor (números 20 y 24), en los que el segundo tiempo está en la tonalidad del VI, y otros cinco conciertos, cuyos segundos movimientos están escritos en el relativo menor de la tonalidad principal: el n.º 4 (KV 41), el n.º 9 (KV 271), el n.º 10 (KV 456), el n.º 22 (KV 482) y el n.º 23 (KV 488).
En sus conciertos para piano, Mozart exhibe una enorme habilidad técnica y un dominio completo de los recursos que ofrece la orquesta, creando un amplio abanico de afectos y emociones. Sus conciertos presentan, en líneas generales, un carácter improvisatorio y virtuosístico, sobre todo en los primeros movimientos, que explotan todas las posibilidades técnicas del piano de la época. En la actualidad, se considera que los conciertos para piano de Mozart constituyen la cumbre del concierto clásico y son los más influyentes para la posterioridad. Tres de sus conciertos para piano (números 20, 21 y 23) se hallan entre las obras más grabadas y conocidas del repertorio clásico.
La primera edición completa de los conciertos fue la de Richault de alrededor de 1850. Desde entonces las partituras y los autógrafos han resultado asequibles a través de las publicaciones de, entre otros, W. W. Norton, Eulenberg y Dover Publications.
Vivió durante toda su vida en Austria y desarrolló gran parte de su carrera como músico de corte para la rica y aristocrática familia Esterházy de Hungría. Aislado de otros compositores y tendencias musicales, hasta el último tramo de su vida, estuvo, según dijo: «forzado a ser original». En la época de su muerte, era uno de los compositores más célebres de toda Europa.
La Novena fue el primer ejemplo de un compositor importante que incluyó partes vocales en una sinfonía. El movimiento final, el cuarto, de la sinfonía presenta cuatro solistas vocales y un coro en la paralela tonalidad de re mayor modulada, conocida comúnmente como la «Oda a la alegría». El texto fue adaptado de «An die Freude», un poema escrito por Friedrich Schiller en 1785 y revisado en 1803, con texto adicional escrito por Beethoven.