Ejército realista en América

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Estandarte de Fernando VII de Borbón, «Hispaniarum et Indiarum Rex» durante el absolutismo, y rey constitucional de «las Españas» bajo el régimen liberal.

Los realistas fueron el bando formado principalmente por españoles peninsulares y americanos, aparecido en el primer tercio del siglo XIX como reacción a la Revolución independentista hispanoamericana, y caracterizado por la defensa de la Monarquía española. En España, se ha denominado también así a los defensores de la monarquía absolutista, llamados generalmente carlistas.

Los diccionarios de la Real Academia[1]​los definieron desde 1803 como regiarum partium sectator, el que en las guerras civiles sigue el partido de los reyes. En 1822 se añade potestatis regia defensor, que defiende regalías y derechos de los reyes. En 1832 se suprime guerra civil, y desde el año 1869 se añade a los partidarios de la monarquía absoluta.

Situación de la monarquía española

La monarquía española y sus defensores se verán afectados por la Revolución liberal a través de dos procesos paralelos y simultáneos, el Constituyente español y la Independencia hispanoamericana, y ambos procesos darán origen a los nuevos estados nacionales que señalarán el final del Absolutismo en todo el mundo hispánico.

El sentido patrimonial de la reunión de distintos Reinos (en plural) de Europa y Ultramar en una misma Corona, bajo una dinastía absolutista, y que pretende mantenerse en el estatuto de Bayona de 1808 con el nombre de Reinos de las Españas y de Indias, desaparecerá con el establecimiento del Estado Nacional denominándose Reino (en singular) en la Constitución de 1812, con un retroceso transitorio durante la restauración absolutista. Sin embargo el territorio seguirá denominándose en plural, las Españas, hasta la Constitución del año 1869 donde finalmente dejará de llamarse Reino de las Españas, y pasa a denominarse Reino de España, ambos en singular.

Efectos de la revolución hispanoamericana en la monarquía

Testamento de Isabel la Católica

Geográficamente, por su enorme amplitud, el conflicto militar tuvo por escenario los dominios americanos de la monarquía en las zonas continentales en que estaba presente y algunas de sus islas, con exclusión de las islas de Cuba, Puerto Rico, los dominios monárquicos continentales cedidos a Estados Unidos como tampoco sus territorios en la península Ibérica, las islas Canarias u otras posesiones coloniales fuera de América.

Políticamente el conflicto tiene a la vez, un marcado carácter civil e internacional. Inicialmente, algunas juntas americanas proclamaron su lealtad al monarca Fernando VII, prisionero de Napoleón. Luego, existieron algunos proyectos americanos de monarquías independientes, como en México o Perú, o de monarquía incaica, como en Argentina. También hubo proyectos americanos no concretados para apoyar el régimen monárquico liberal establecido en España, con el objetivo de detener el proyecto monárquico absolutista de las potencias de la Santa Alianza. En todos los casos manteniendo la independencia de las nuevas naciones hispanoamericanas.

La intervención oficial de las potencias europeas se limita a la restauración en España de Fernando VII en el trono absoluto, manteniendo respecto a los dominios de la monarquía una neutralidad en el conflicto, aunque permisiva con la contratación de contingentes militares o voluntarios para los ejércitos independientes.

Socialmente ambas posiciones enfrentadas, realista y patriota, tuvieron una trascendencia incierta para los súbditos de la monarquía. En España se empleó el reclutamiento indiscriminado para las expediciones, en general forzado. Para la movilización americana se apeló al fidelismo de comunidades nativas americanas enfrentadas a los estados nacientes,[2]​ a las mejoras sociales o promesas de ellas, por parte de unos y otros, a los indígenas y las diferentes castas coloniales mestizas, como mulatos («pardos»), cholos etc, y hasta la leva de esclavos africanos.[3]​ Los potentados criollos de origen europeo darían su apoyo a la causa realista, o independentista, en relación al posicionamiento comercial de cada región, y que puede estar circunscrita a ciudades pobladas o intendencias, o incluir globalmente un virreynato. La Iglesia estaba dividida, el bajo clero era el motor de una verdadera revolución social en el primer movimiento insurgente de México, mientras que la mayoría de los obispos permanecieron más partidarios del rey que de los nuevos gobiernos debido al patronato en cabeza del Rey de España.[4]

Liberales y absolutistas

Constitución de Cádiz, La promulgación de la Constitución de 1812 obra de Salvador Viniegra (Museo de las Cortes de Cádiz)

En España la Monarquía española que gobernaba a través de un régimen de absolutismo fue abatida en 1808 por Napoleón, y desde 1812 controlada por los españoles partidarios de una monarquía constitucional. La defensa de la Monarquía española en América había quedado casi a sus propios medios locales, con auxilios esporádicos de Europa, hasta que Fernando VII y los partidarios del absolutismo, tras recuperar el gobierno en 1815, llevaron adelante acciones de verdadera envergadura, como la primera expedición de ultramar de unos 10.000 españoles, que bajo el mando de Pablo Morillo tenían como objetivo reprimir la insurrección hispanoamericana.

Sin embargo en 1820, una segunda expedición a ultramar de unos 20.000 españoles que había sido organizada en Cádiz por el antiguo virrey de Nueva España, don Félix María Calleja del Rey, nunca llegó a partir porque fue sublevada contra el propio Fernando VII y en favor del Trienio liberal. Seguidamente, el gobierno del Trienio liberal suprime cualquier auxilio a los realistas, paraliza las operaciones militares de forma unilateral, y envía negociadores a los independentistas americanos sin ningún resultado, convirtiéndose de facto en una renuncia a los territorios de ultramar. El año 1820 marca el declive de los realistas.

En América, las luchas de absolutistas y liberales que polarizaban España, también dividía a los defensores de la Monarquía española. Los militares españoles, en su mayoría partidarios de la monarquía constitucional pero sin ningún auxilio de España desde el año 1820, serían abandonados a su vez por los caudillos criollos partidarios del absolutismo, quienes renunciaban a la defensa de la Monarquía española por su oposición al Trienio liberal. De esta forma los absolutistas de Nueva España, a pesar de haber reducido a los insurgentes, resolvieron negociar con los insurrectos la independencia del Imperio Mexicano con el Plan de Iguala, los Tratados de Córdoba y el pacto trigarante.

La situación de España daría otro vuelco más en el año 1823, esta vez los partidarios españoles del absolutismo recurrieron a las potencias europeas triunfadoras de Napoleón, llamada la Santa Alianza, y pedir el auxilio de un ejército de 132.000 franceses para invadir España y reprimir el Trienio liberal, suprimir la Constitución española y restaurar a Fernando VII en el gobierno absoluto de España. El 1 de octubre de 1823, Fernando VII, ya reinstaurado en el gobierno, decretaba la abolición de todo lo aprobado durante el Trienio liberal; lo que también incluye los nombramientos de jefes militares que comandaban ejércitos en América, y que desata insubordinación y nuevas insurrecciones, que como la de Pedro Antonio Olañeta y su rebelión, obstaculizan y dividen a los últimos defensores de la Monarquía española.

Rafael del Riego, caudillo de los sublevados de Cádiz, moría ahorcado el 7 de noviembre de 1823, y los propulsores del movimiento liberal fueron ajusticiados, marginados o exiliados de España. El ejército de la Santa Alianza permaneció ocupando España varios años más hasta el año 1830 en la llamada Década Ominosa para sostener la Monarquía absoluta y reprimir nuevas revoluciones de los caudillos liberales. Definitivamente ya no se formaría ninguna expedición en España, y el colapso en América ya era irreversible. Los jefes realistas supervivientes y sus ejércitos, relegados por el desgobierno de España, y fracturados por las discordias de liberales y absolutistas, serían batidos finalmente en la batalla de Ayacucho, aunque todavía hasta enero del año 1826 se sostendrían contra todo pronóstico el archipiélago de Chiloé y la Fortaleza del Real Felipe de El Callao y que finalmente capitularon, quedando bajo soberanía de España sólo las islas de Cuba y Puerto Rico en América.

El ejército realista

Plantilla:Infobox Unidad Militar El ejército realista no es el ejército colonial del Imperio Español. El ejército realista no tuvo la misma misión ni la organización que tenía el ejército colonial del Imperio Español durante la época colonial, y que iba dirigida a la defensa frente a potencias enemigas del exterior. Sin embargo, ya desde la introducción de las reformas borbónicas, la proporción de sus componentes europeo y americano no varía, y se estabiliza en torno a un 80-85% de americanos en los regimientos veteranos.[5][6]​ Al iniciarse la revolución hispanoamericana el propio ejército colonial español se desintegró y grandes sectores del mismo se integraron a los ejércitos independentistas y dependieron de las juntas de gobierno americanas.

El ejército realista fue una organización improvisada, surgida de la reacción de los defensores de la Monarquía española, que sólo reconocían la autoridad del rey español a través de los virreyes y las autoridades instaladas en España, y tuvo como fin intentar detener el proceso generalizado de independencia de las colonias americanas.

La mayor parte de las agrupaciones militares realistas fueron entonces de nueva creación y se formaron por unidades americanas nuevas en su mayoría, por unidades recicladas del desarticulado ejército colonial americano que permanecían leales y por unidades expedicionarias formadas en España ad hoc, que a su vez mantendrán su continuidad únicamente por reemplazos de americanos.

La población de españoles peninsulares en las colonias americanas a fines del siglo XVIII, era de 150.000 personas, cifra inferior al 1% de la población total.[7]​ En el año 1820 el número de españoles peninsulares combatiendo en América llegaba a 9.954 hombres[8]​ y a partir de 1820 el gobierno español no envió más expedicionarios desde Europa para reforzar el ejército realista. En ese mismo año en Chile los independentistas formaban una Expedición al Virreinato del Perú, que entonces contaba con una fuerza de 7000 hombres[9]​ en su mayoría movilizados sobre el Alto Perú. Para diciembre de 1824, punto culminante de las guerras de independencia en Sudamérica, un diezmado componente europeo de apenas 1500 hombres se repartían para toda la extensión de aquel virreinato.[10]

Componentes americanos y europeos del ejército realista

Por su origen se puede clasificar dos grandes clases de unidades dentro del ejército realista, las unidades creadas en América y las unidades creadas en España. Por su número los americanos formarán, en palabras de estudiosos del ejército realista, la inmensa mayoría del conjunto del ejército realista, superando como porcentaje el noventa por cien de las tropas,[11][12]​ pero reducen su proporción en los mandos superiores, según el origen de la unidad, siendo españoles peninsulares casi el cien por ciento de los virreyes realistas, exceptuando a D. Pío Tristán, el último Virrey.

Las unidades creadas en América se formaban por tropas originarias americanas, y su componente social y étnico era el reflejo de su población local. Asi por ejemplo, en el Virreinato del Perú, los oficiales y suboficales del Ejército Real hablaban en la lengua Quechua o Aimara para dirigir a las tropas amerindias ya que "La inmensa mayoría sólo hablaban su lengua nativa por lo cual los oficiales debían conocerla para poder dirigirlos".[13]​ Estas tropas "del país" se movilizaron para sus respectivos teatros de guerra locales, y con raras excepciones partieron fuera de sus lugares de origen. De esta forma, y también para los independentistas, las personas identificadas con las multiples castas de amerindios mestizos, o de negros mestizos (mulatos o pardos), junto con negros esclavos liberados fueron el grueso de la tropa realista dependiendo del predominio étnico en la población. De otra parte, por su movilidad geográfica y por su instrucción, las tropas americanas se pueden dividir en unidades de milicias y unidades veteranas. Los batallones de milicias que para su mejora recibían un núcleo de instructores veteranos, a veces europeos, pasan a denominarse milicias disciplinadas.

Las unidades creadas en España eran las llamadas expedicionarias, pero desde su llegada al continente americano recibían un flujo continuo de tropas americanas que suplantaba sus bajas europeas, es decir, a más tiempo de llegada más americanizada se quedaba la teórica unidad expedicionaria. Por ejemplo, una conocida unidad expedicionaria, el batallón Burgos, tras el trayecto naval desde la Península Ibérica tuvo que completar sus filas a su llegada a puertos con un tercio de americanos, sin siquiera haber trabado combate alguno. De esta forma únicamente un cuarto del ejército real en la batalla de Maipú era español. A partir del año 1817 no llegaría ningún refuerzo europeo para los realistas del Perú, y desde el año 1820 para ningún lugar de América. En el año 1820 las unidades expedicionarias tenían un 50% de europeos, en general, y Pablo Morillo afirma que en esa fecha tenía unos 2000 europeos bajo su mando. En el año 1824 unicamente 500 españoles peninsulares formaron parte del ejército realista que combatió en la batalla de Ayacucho.[14]

La característica que se atribuye a los soldados expedicionarios europeos es una teórica mayor lealtad, que sirviera de cohesión para las unidades, sobre todo en los teatros de guerra de Costa firme o Nueva España, y finalmente en las campañas del Perú. Pero por el contrario esta tropa europea era más susceptible a enfermar, y sin disciplinar eran más insubordinados que los americanos. Lo cual es extensible también para los miles de mercenarios británicos y de otras naciones europeas contratados por los independentistas para sus ejércitos.

Sobre el desempeño de las fuerzas peninsulares en el teatro de guerra en el Alto Perú en la campaña de 1817, el general realista García Camba señalaba:

Los cuerpos peninsulares ostentaron en todos los lances de esta activísima campaña, constante y decidido valor, mas la falta de conocimientos en esta clase de guerra enteramente nueva para ellos y el desventajoso concepto que ligeramente habían formado del enemigo varios de sus individuos, fueron la causa de algunas temeridades tan sensibles como costosas. Las tropas del país (americanas) llevaban algunas ventajas a las europeas, por la práctica que habían adquirido, por la menor impresión que les hacia la frecuente variación de temperaturas y aun por su imponderable sobriedad.
Andrés García Camba.[15]

Jefes del movimiento realista

Procedencia de la oficialidad.

Los españoles peninsulares ocuparon los puestos de jefes de gobierno, y también los puestos de alto rango, sobre todo de los cuerpos expedicionarios llegados de España, sin que por ello falten oficiales americanos que se incorporan en América hasta alcanzar un tercio de sus mandos,[19]​ lo que implicó una pérdida de la identidad ibérica de los ejércitos realista, pero a la vez facilitó la continuidad de estas formaciones militares en base a tropas americanas.

Por el contrario, no ocurría así con los mandos militares de las unidades americanas, ya sean veteranas o de milicias, calculada en dos tercios de oficiales del país en los veteranos, o casi el total de jefes en las milicias, o inclusive tampoco el mando de ejércitos enteros en teatros de guerra, como los casos muy conocidos de los americanos José Manuel de Goyeneche o Agustín de Iturbide, y que fue decisiva en cada caso.[20]

Composición y descomposición del ejército realista.

Desde la sublevación de Las Cabezas de San Juan del 1 de enero del año 1820 contra el monarca Fernando VII realizada por 20.000 españoles que formaban la gran expedición a ultramar y que había sido organizada en Cádiz por el antiguo virrey de Nueva España, don Félix María Calleja del Rey con el propósito contrario de decidir la contienda americana, pero que nunca llegó a partir por la mencionada rebelión de Rafael de Riego en favor del Trienio liberal, se suceden hechos que durante la guerra, a partir del año veinte, desmontan del movimiento realista desde propias sus filas también en América.

Así en Costa firme, en diciembre de 1820 el militar liberal Pablo Morillo consigue su retorno a España, solicitado en 16 ocasiones anteriormente. También se puede objetivar la evolución de las tropas del ejército en Costa Firme por las nóminas de la secretaría real del estado mayor y las listas de desertores. Y al margen del cuerpo expedicionario, que sigue siendo el más operativo y cohesionado y que duplica su número con tropas americanas como antes, se distingue que hay una deserción masiva de tropas del país desde principios de 1821, por lo que en consecuencia se disuelven sin combatir los batallones americanos: Clarines, Barinas, La Reina, Cumaná.

Unidades americanas. Costa firme, febrero de 1821 Infantería Caballería Total
Blancos del país 633 210 843
Castas (mestizos y morenos) 3.169 2.209 5.378
Nativos indios 935 45 980

(Nectario María, Carabobo. La batalla de Carabobo, 1971, pp. 39–45 y siguientes.)

El problema era más acuciante en los criollos de origen europeo, solo durante el mes de abril de 1821 abandonan las armas 230 soldados, y en un listado de desertores de esas fechas con nombre y apellido y unidad perteneciente de 1.600 americanos quedaron solamente seis. El abandono del combate alcanza el mismo despliegue de unidades en el campo de batalla de Carabobo, y así la caballería de milicias americana que agrupaba 1.372 Llaneros en el regimiento llamado Lanceros del rey, desertará en su totalidad sin combatir.

La desarticulación del ejército realista desde finales del año 1820 no afectó únicamente a las unidades combatientes de Costa Firme. En todos los frentes de lucha se producían sucesos similares. No se puede achacar a una sola causa, pero como se ha mencionado, destacan las mismas que originaron el abandono mexicano de las filas realistas, ya que al tratarse de un territorio pacificado casi en su totalidad, fue el más drástico y notable.

Evolución de la estructura del ejército realista

Banderas, condecoraciones y música

Las banderas de los ejércitos de la Monarquía española, tanto para los regimientos de línea como para los batallones ligeros, están representadas por la bandera Coronela, que mostraba el estandarte real y se entregaba una para cada regimiento, siendo portada por el primer batallón, y por las banderas de Ordenanza o Batallona, que mostraban la Cruz de Borgoña que portaban el segundo y tercer batallón. Todas se acompañaban de cuatro coronas con cuatro pequeños escudetes de la ciudad de origen de la la unidad. A las banderas se añadían adornos y lemas.

Estas banderas fueron usadas tanto por unidades españolas como por unidades americanas. Para conservar los símbolos, cuando por cualquier razón los batallones se fundían en un único batallón del Regimiento, las unidades peninsulares superponían ambas banderas una sobre la otra, mientras que las unidades americanas las ponían también en la misma bandera pero una al anverso y otra al reverso.

Banderas de los ejércitos de la Monarquía española.
Lemas: [9] «Por la Religión, la Patria y el Rey», «Viva Fernando VII».

Además de lemas en las banderas, existían distintivos como colores en cintas atadas al vestido o las armas, en rojo y negro que significaban «No dar tregua», moda traída de la guerra en la península Ibérica contra Napoleón, o rojo y blanco que significaban «La unión» de españoles y americanos. Se entregaban condecoraciones y medallas a los jefes y tropas realistas por los hechos notables, tanto en acciones del ejército, como de guerrilla, o civiles.[21]

Los ejércitos realistas, tanto europeos como americanos, veteranos o milicias tocaban la música de las reales ordenanzas (archivo mp3[22]​), y no habían toques particulares ni marchas especiales, pero las unidades expedicionarias también cantaban las canciones traídas de la guerra de independencia española (archivo mp3[23]​). Los cuerpos de infantería tenían plazas de pífanos y tambores. En los de infantería ligera figuraban cornetas. Los de caballería llevaban cornetas y tambores montados, como timbales.

Equipo y uniforme del soldado realista

Infantería de línea — Alto Perú ([10])
Cuerpos veteranos—Alto Perú ([11])

Desde finales del siglo XVIII la Corona intentó unificar los uniformes del Ejército Colonial de América pero siempre con variantes locales. Pese a ello el ejército virreinal a principios del siglo XIX tenía un vestuario generalizado. Desde 1795 el estilo con uniforme de color azul era el mayoritario. La diferenciación de unidades venía dada por el distinto color de cuellos, chalecos, botones, bordados, etc.

Así por real orden del año 1796 las milicias (disciplinadas y urbanas) se uniformaron «mandando que el de todas las milicias disciplinadas de Indias sea casaca (larga) azul con la vuelta solapa y collarín (cuello) encarnado, chupa (chaqueta corta) y calzón blanco, distinguiéndose los cuerpos de infantería de los de caballería y dragones en que los primeros llevan galón de oro en el collarín y los segundos de plata. Y el de las milicias urbanas en los mismos términos y con las propias diferencias para infantería caballería y dragones con la sola distinción entre disciplinadas y urbanas de no llevar estas solapas».[24]

Hacía 1810 todas las unidades de milicias llevaban el reglamento vigente en las guías de forasteros de Madrid. El estilo inglés que se reglamentó en España en el año 1811 puede haber sido adoptado por unidades expedicionarias enviadas en auxilio de Montevideo o de Costa firme. Está documentado que el Talavera arribó a Chile en 1813 con la uniformidad del año 1811. Desde el año 1814 se generalizó el uso de Shakó para todas las unidades, en reemplazo de los bicornios. Aunque el azul sigue siendo el color mayoritario, algunas unidades especiales, sobre todo en caballería usan estilos más modernos y coloristas.

Realistas en la batalla de Maipú ([12])
Escarapela

Con la llegada del ejército expedicionario en 1815 llegará el estilo de uniformidad basada en reglamentación española de 1815 y que se traslada al resto de unidades por real orden del año 1818. Se señala que únicamente los granaderos de regimientos de línea usaran el característico gorro con piel de oso. En el año 1816 y 1817 aparecen los uniformes de color brin (lino) para las campañas de verano en ultramar, modalidad no usada por el ejército español, y característica de la campaña de Maipú.

A partir del año 1818 y 1819 debido al agotamiento por la prolongación de la guerra proliferan en el ejército real los vestuarios de color gris plomo y pardo, sin solapas más baratos que el azul. También se recortan los faldones de los chaquetones y se generaliza la chaquetilla corta. Algunas unidades como los voluntarios de Chiloé llevaran uniforme verde de cazadores.

Desde 1821 las cortes liberales fijaron reglamentos con uniformidad azul, pantalón gris de invierno y blanco de verano y las unidades ligeras en verde oscuro y pantalón gris. Esto solo se consiguió desde el año 1823 y 1824 debido a las carencias de los años finales de la guerra.

El distintivo español y realista más socorrido era la escarapela roja, la que lucían los soldados en el chakó o en el bicornio. En el ejército la presilla de sujeción de la cucarda roja iba a juego con el color de los botones de la casaca de la unidad militar en cuestión, luego las presillas de la cucarda podían ser blancas o amarillas. Las corbatas de la moharra de las banderas del ejército español de la época también eran rojas.[25]

Armamento, táctica y sanidad

Las magnitudes de los llamados ejércitos enfrentados en las guerras hispanoamericanas no superan las unidades de división de las guerras napoleónicas durante la guerra de independencia española. La estrategia estaba fuertemente influenciada por la lealtad y la geografía de las provincias americanas. Y la operatividad de las unidades dependía según la concepción de hacer una guerra regular o irregular.

Infantería en orden cerrado: en línea o batalla
Infantería en orden abierto: en guerrilla

Durante las batallas, la táctica de las formaciones regulares venía determinada por las armas blancas y las limitaciones de las armas de fuego napoleónicas, que podían ser de montaje local o producción importada. La artillería de la época, de tiro directo, era inefectiva en selvas o terreno montañoso. La infantería empleaba las clásicas formaciones en orden cerrado, una llamada en línea o batalla, formada por dos o tres líneas de fusileros que descargaban por escalones, o las muy instruidas por secciones, aunque todas finalmente terminaban con una carga de bayoneta; y la otra formación era en cuadro, que se tomaba únicamente como medida defensiva urgente frente a las cargas de caballería. Y finalmente está la formación en orden abierto, llamada guerrilla, que no se refiere a los guerrilleros, sino a la formación de combate de unidades de élite como voltígeros, tiradores o cazadores que se desplegaban para tirar a discreción, especialmente en terrenos boscosos o de montaña. La caballería tenía una misión fundamental de choque, y su uso en exploración era menos sistemático. Finalmente en estas grandes concentraciones humanas, las bajas por enfermedades y el hambre, especialmente durante los asedios, eran una preocupación constante en el mando.

Guerrillas realistas

Serán organizadas de forma permanente para la guerra irregular, aunque otras, las llamadas «montoneras», eran fuerzas reunidas espontáneamente tras el resultado de un alzamiento abandonaban las luchas. Se pueden distinguir en primer lugar los tipos de guerrillas que se componen de los habitantes autóctonos de su propia área de actuación, y que son las más numerosas y están formadas por indígenas generalmente; y cuyas poblaciones estarían integradas dentro de los territorios virreinales, como en el caso de los pastusos de Nueva Granada; o estarían integrados por indígenas de zonas periféricas de los virreinatos, como el caso de los araucanos del sur de Chile o los indios Guajira del caribe neogranadino. En segundo lugar están algunas formaciones guerrilleras que tienen su origen en agrupaciones militares realistas que se han dispersado, y son del país pero no son autóctonos.

Por su localización todas las guerrillas realistas se situaron en América del Sur, sin que se presente ninguna en Nueva España, reprimida por los propios realistas mexicanos debido al carácter social de la revolución de Hidalgo y Morelos. Tampoco se formaron guerrillas realistas en el Alto Perú, ni Jujuy o Salta (donde las fuerzas realistas regulares sostuvieron el control del territorio), ni en Paraguay, Córdoba y Buenos Aires, bajo control independentista desde los inicios mismos del proceso de descolonización.

  • En Venezuela tras el triunfo inicial independentista, las guerrillas de Siquisique en la provincia de Coro, al mando de Juan de los Reyes Vargas, apoyaron la llegada de una compañía de marines españoles al mando de Monteverde, y tras su desaparición, los restos de las milicias realistas de esclavos y de llaneros se consolidaron en el territorio de los Llanos para formar un verdadero ejército que al mando de Tomás Boves destruiría los ejércitos independentistas dominando toda Venezuela, antes y sin apoyo de la expedición española de Morillo. Tras la caída de Puerto Cabello en 1823, las guerrillas siguieron actuando hasta el año 1829, y apoyaron una última incursión del Coronel Arizabalo.
  • En la región de Pasto, al sur de Nueva Granada, y tras la capitulación de las tropas regulares del Coronel Basilio García en octubre de 1822, el fidelismo a la monarquía española origina la aparición de guerrillas y montoneras. Las guerrillas serán dirigidas por el caudillo Agustín Aqualongo hasta junio de 1824, que es tomado prisionero y ajusticiado. Las guerrillas combatirán hasta el año 1830.
  • En Perú, las guerrillas realistas de Ica, Huamanga y Huancavélica, se desarrollan tras el repliege del ejército de la Serna a su bastión de la Sierra. En el año de 1823 la creciente reputación de las armas reales lograron la adhesión de los pobladores de Tarma, Huancavelica, Acobamba, Palcamayo, Chupaca, Sicaya y muchos otras ciudades y villas de la sierra central, el mismo virrey intervino en la organización de fuerzas irregulares que brindaron importantes servicios combatiendo a las guerrillas independentistas, informando de los movimientos enemigos y cubriendo las bajas que tan prolongada campaña causaba en el ejército real. Las guerrillas de Iquichanos continuaron su beligerancia contra el proyecto republicano más allá de la capitulación del virrey, bajo la dirección de Antonio Huachaca, caudillo indígena que empezó como combatiente contra la rebelión del Cuzco de 1814.[26]
Bandera de la flota naval y de fortalezas navales españolas. Bandera Nacional del Reino de las Españas por decreto de la monarquía constitucional de Isabel II

Operaciones navales y los últimos reductos

Las flotas de aquella época se componían de barcos mayores, de tres mástiles, que como los navíos tenían de dos o tres baterías en sus costados, las fragatas con una o dos baterías y hasta 60 cañones, y las corbetas de menos de 16 cañones. También de barcos menores, de dos mástiles, como bergantines, goletas y pailebotes, con menos de ocho cañones. A esto se suman las embarcaciones costeras y fluviales más pequeñas, como balandras, faluchos, flecheras y bongos de un solo cañón.

En el año 1800 la flota española estará formada por más de 50 navíos y otros 50 entre fragatas y barcos menores. La mayor parte de la flota había sobrevivido a Trafalgar, pero tras la paralización de la toda actividad de reparación y construcción naval motivada por la invasión de España por Napoleón, para el año 1814 únicamente restaba de aquella flota española cinco navíos y diez fragatas. En 1818, incluida una compra sin pago hecha a Rusia, se contaba con un navío y diez fragatas, de las que cuatro estaban fuera de uso. En 1822 el número de fragatas se había reducido ya a ocho.