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Imperium Rōmānum
Senātus Populusque Rōmānus
Rēs pūblica populī rōmānī
Imperio romano[nota 1]






27 a. C.-476 d. C.[1][2]



Archivo:File:Flag of the Roman Empire.svg Escudo
Bandera Escudo
Ubicación de Roma
Ubicación de Roma
El imperio hacia el año 117, bajo el reinando de Trajano, cuando alcanzó la máxima expansión de toda su historia.
Capital Roma (27 a. C.-330)
Constantinopla (330-1453)
Idioma principal Latín
Otros idiomas Véase Lenguas del Imperio romano
Religión Religión romana (27 a. C.-380)
Cristianismo (380-476)
Gobierno Monarquía absoluta y teocrática
Emperador
 • 27 a. C.-14 d. C. César Augusto
 • 475-476 Rómulo Augusto
Cónsul
 • 27-23 a. C. César Augusto
 • 476 Basilisco
Legislatura Senado romano
Período histórico Edad Antigua
 • César Augusto es proclamado emperador 16 de enero de 27 a. C.
 • Batalla de Accio 2 de septiembre de 31 a. C.
 • Diocleciano divide la administración imperial entre Oriente y Occidente 1 de mayo de 285
 • Constantino I declara Constantinopla nueva capital imperial 11 de mayo de 330
 • Rómulo Augusto es depuesto por Odoacro 4 de septiembre de 476
Superficie
 • 117 6 500 000 km²
Población
 • 117 est. 88 000 000 
     Densidad 13,5 hab./km²
Moneda Denario, sestercio, sólido bizantino


Vexillum —bandera generalmente empleada por el ejército romano— con la inscripción SPQR.

El Imperio romano (en latín: Imperium Rōmānum, Senātus Populusque Rōmānus o Rēs pūblica populī rōmānī, entre otros nombres)[nota 1]​ fue el tercer periodo de civilización romana en la Antigüedad clásica, posterior a la República romana y caracterizado por una forma de gobierno autocrática. El nacimiento del Imperio viene precedido por la expansión de su capital, Roma, que extendió su control en torno al mar Mediterráneo. Bajo la etapa imperial los dominios de Roma siguieron aumentando hasta llegar a su máxima extensión durante el reinado de Trajano, momento en que abarcaba desde el océano Atlántico al oeste hasta las orillas del mar Caspio, el mar Rojo y el golfo Pérsico al este, y desde el desierto del Sahara al sur hasta las tierras boscosas a orillas de los ríos Rin y Danubio y la frontera con Caledonia al norte. Su superficie máxima estimada sería de unos 6,5 millones de km².

El término es la traducción de la expresión latina «Imperium Romanum», que significa literalmente «El dominio de los romanos». Polibio fue uno de los primeros hombres en documentar la expansión de Roma aún como República. Durante los casi tres siglos anteriores al gobierno del primer emperador, César Augusto, Roma había adquirido mediante numerosos conflictos bélicos grandes extensiones de territorio que fueron divididas en provincias gobernadas directamente por propretores y procónsules, elegidos anualmente por sorteo entre los senadores que habían sido pretores o cónsules el año anterior.

Durante la etapa republicana de Roma su principal competidora fue la ciudad púnica de Cartago, cuya expansión por la cuenca sur y oeste del Mediterráneo occidental rivalizaba con la de Roma y que tras las tres guerras púnicas se convirtió en la primera gran víctima de la República. Las guerras púnicas llevaron a Roma a salir de sus fronteras naturales en la península itálica y a adquirir poco a poco nuevos dominios que debía administrar, como Sicilia, Cerdeña, Córcega, Hispania, Iliria, etc.

Los dominios de Roma se hicieron tan extensos que pronto fueron difícilmente gobernables por un Senado incapaz de moverse de la capital ni de tomar decisiones con rapidez. Asimismo, un ejército creciente reveló la importancia que tenía poseer la autoridad sobre las tropas para obtener réditos políticos. Así fue como surgieron personajes ambiciosos cuyo objetivo principal era el poder. Este fue el caso de Julio César, quien no solo amplió los dominios de Roma conquistando la Galia, sino que desafió la autoridad del Senado romano.

El Imperio romano como sistema político surgió tras las guerras civiles que siguieron a la muerte de Julio César, en los momentos finales de la República romana. Tras la guerra civil que lo enfrentó a Pompeyo y al Senado, César se había erigido en mandatario absoluto de Roma y se había hecho nombrar Dictator perpetuus (dictador vitalicio). Tal osadía no agradó a los miembros más conservadores del Senado romano, que conspiraron contra él y lo asesinaron durante los Idus de marzo dentro del propio Senado, lo que suponía el restablecimiento de la República, cuyo retorno, sin embargo, sería efímero. El precedente no pasó desapercibido para el joven hijo adoptivo de César, Octavio, quien se convirtió años más tarde en el primer emperador de Roma, tras derrotar en el campo de batalla, primero a los asesinos de César, y más tarde a su antiguo aliado, Marco Antonio, unido a la reina Cleopatra VII de Egipto en una ambiciosa alianza para conquistar Roma.

A su regreso triunfal de Egipto, convertido desde ese momento en provincia romana, la implantación del sistema político imperial sobre los dominios de Roma deviene imparable, aún manteniendo las formas republicanas. Augusto aseguró el poder imperial con importantes reformas y una unidad política y cultural (civilización grecorromana) centrada en los países mediterráneos, que mantendrían su vigencia hasta la llegada de Diocleciano, quien trató de salvar un Imperio que caía hacia el abismo. Fue este último quien, por primera vez, dividió el vasto Imperio para facilitar su gestión. El Imperio se volvió a unir y a separar en diversas ocasiones siguiendo el ritmo de guerras civiles, usurpadores y repartos entre herederos al trono hasta que, a la muerte de Teodosio I el Grande en el año 395, quedó definitivamente dividido.

En el inmenso territorio del Imperio Romano se fundaron o se hicieron muchas de las principales ciudades de la actual Europa Occidental, el norte de África, Anatolia, el Levante. Ejemplos son: París (Lutecia), Estambul (Constantinopla), Barcelona (Barcino), Zaragoza (Caesaraugusta), Mérida (Emerita Augusta), Cartagena (Carthago Nova), Milán (Mediolanum), Londres, (Londino), Colchester (Camulodunum) o Lyon (Lugdunum) entre otros.

Finalmente en 476 el hérulo Odoacro depuso al último emperador de Occidente, Rómulo Augústulo. El Senado envió las insignias imperiales a Constantinopla, la capital de Oriente, formalizándose así la capitulación del Imperio de Occidente. El Imperio romano oriental proseguiría casi un milenio en pie como el Imperio romano (aunque usualmente se use el moderno nombre historiográfico de Imperio bizantino), hasta que en 1453 Constantinopla cayó bajo el poder del Imperio Otomano.

El legado de Roma fue inmenso; tanto es así que varios fueron los intentos de restauración del Imperio, al menos en su denominación. Destaca el intento de Justiniano I, por medio de sus generales Narsés y Belisario, el de Carlomagno con el Imperio Carolingio o el del Sacro Imperio Romano Germánico, sucesor de este último, pero ninguno llegó jamás a reunificar todos los territorios del Mediterráneo como una vez lograra la Roma de tiempos clásicos.

Con el colapso del Imperio romano de Occidente finaliza oficialmente la Edad Antigua dando inicio la Edad Media.

Historia

Los primeros emperadores desde Augusto hasta la muerte de Nerón, es decir, entre 27 a. C. y 68 d. C., formaron la dinastía Julio-Claudia, que tras el periodo del 68 al 69, el año de los cuatro emperadores, dio paso a la dinastía Flavia con tres emperadores del 69 al 96 y a la dinastía Antonina, los 5 buenos emperadores, del 96 al 180. El 180 se inició la dinastía Severa que duró hasta la muerte de Alejandro Severo en el 235. Con la muerte de Alejandro, se da por iniciada la crisis del siglo III

Dinastía Julio-Claudia (27 a. C.-69 d. C.)

Expansión del Imperio romano en 218 a. C. (rojo), 89 a. C. (rosa), 44 a. C. (naranja), 14 d. C. (amarillo), y 117 d. C. (verde).

Los sucesores de Augusto no demostraron ser especialmente dotados, lo que evidenciaba las debilidades de un sistema dinástico hereditario. Tiberio, Calígula y Nerón fueron especialmente despóticos e incluso se dejaron llevar por excesos que pusieron a prueba la fortaleza del sistema consolidado bajo la administración de Octavio.

Dinastía Flavia (69-96 d. C.)

Esta dinastía de emperadores sobresalió en el aspecto de la administración y la construcción. Mantuvieron protegidas las fronteras mediante campamentos militares y otorgaron derechos de ciudadanía romana a los habitantes de las provincias del imperio.

Dinastía Antonina (96-180 d. C.)

Mayor extensión
Mapa del Imperio hacia el año 117 d. C. (arriba) y 150 d. C. (abajo), cuando alcanzó su mayor extensión.

Los Cinco Buenos Emperadores llevaron Roma a su culmen territorial, económico y de poder: Nerva; Trajano, de origen hispano y gran conquistador; Adriano, querido emperador que realizó grandes reformas y visitó numerosas partes del imperio; Antonino Pío; y Marco Aurelio, pensador a la par que defensor de las fronteras.

Dinastía Severa (193-235 d. C.)

Crisis del siglo III (235-284)

El Bajo Imperio (284-395)

Diocleciano y la Tetrarquía

Dinastía Constantiniana (305-363)

Dinastía valentiniana (364-395)

La división del Imperio (395-476)

El Imperio romano de Occidente es la parte occidental del Imperio romano, después de su división en Occidente y Oriente, iniciada con la tetrarquía del Emperador Diocleciano (284-305) y efectuada de forma definitiva por el Emperador Teodosio I (379-395), quien lo repartió entre sus dos hijos: Arcadio recibió el Imperio de Oriente y Honorio recibió el de Occidente.

El fin del Imperio romano de Occidente (395-476)

Sólido bizantino de Odoacro acuñado en nombre del emperador Zenón

A principios del siglo V, las tribus germánicas, empujadas hacia el oeste por la presión de los pueblos hunos, procedentes de las estepas asiáticas, penetraron en el Imperio romano. Las fronteras cedieron por falta de soldados que las defendiesen y el ejército no pudo impedir que Roma fuese saqueada por visigodos y vándalos. Cada uno de estos pueblos se instaló en una región del imperio donde fundaron reinos independientes. Uno de los más importantes fue el que derivaría a la postre en el Sacro Imperio Romano Germánico.

El emperador ya no controlaba el Imperio, de tal manera que en el año 476 Odoacro, rey de los hérulos, destituyó a Rómulo Augústulo, un niño de quince años que fue el último emperador romano de Occidente y envió las insignias imperiales a Zenón, emperador romano de Oriente.

Supervivencia del Imperio romano de Oriente (395-1453)

Intentos de restauración del Imperio

Evolución del Imperio Bizantino

A lo largo de los siglos que suceden a la caída del Imperio Romano de Occidente, muchas civilizaciones de la edad media y más tarde, de la edad moderna, se proponen restaurar el Imperio Romano a su antigua gloria. El intento más antiguo y el que más se acercó fue el del Imperio Bizantino, por decisión de Justiniano I, en el siglo VI utilizó a sus mejores generales (Narsés y Belisario) para devolver la antigua gloria del Imperio.

Imperio Carolingio en su máxima extensión.

Tres siglos más tarde, un rey Franco, Carlomagno, hijo de Pipino el Breve, fundó la dinastía Carolingia, convirtiendo el reino Franco en el Imperio Carolingio. Carlomagno se hizo con el poder de la mayoría de territorios en Europa Central, convirtiéndose en la principal potencia de Europa en ese momento. Después de la muerte de Carlomagno, el imperio se dividió en tres, un reino para cada hijo de Carlomagno. A pesar de que fuera muy extenso, no se asemejaba en tamaño ni siquiera al Imperio de Occidente en su apogeo territorial.

Evolución del Sacro Imperio Romano

Un reino sucesor del Imperio Carolingio se hizo con mucho territorio en Europa, fue entonces cuando fue rebautizado como Sacro Imperio Romano. Este Imperio no fue tan extenso como su antecesor, el Imperio carolingio, pero fue mucho más duradero, llegando hasta la edad contemporánea.

Ejército romano

Recreadores como legionarios de la segunda mitad del siglo I.

El mando supremo del ejército correspondía al Emperador. En provincias el mando correspondía al gobernador provincial (pero éste a su vez estaba supeditado al Emperador que podía apartarlo cuando quisiera), pudiendo también asumirlo temporalmente el Emperador. El número de legiones osciló en toda la época imperial, con un número cercano a la treintena.

Los caballeros y las clases altas habían desaparecido prácticamente del ejército y las legiones debían reclutar entre los ciudadanos, primero en Italia, pero se reclutaron progresivamente en las provincias donde estaban acantonadas, y si era necesario se recurría a mercenarios extranjeros (sobre todo germanos). Con la entrada de los proletarios del ejército tendió a una profesionalización, si bien estos soldados tenían más facilidad para el saqueo. Los ascensos se ganaban por méritos, por favores o por dinero. El tiempo de servicio fue aumentado progresivamente y no eran excepcionales servicios de treinta o más años. Para ejercer algunos cargos municipales había un cierto tiempo de servicio en el ejército.

La legión disponía de arsenales (armamentos) y de talleres de fabricación y reparación. Los soldados recibían un sueldo, donativos imperiales en ocasión del acceso al trono, las fiestas o los motines, regalos (stillaturae) y el botín de guerra. La ración de alimentos diaria fue creciendo y se le proporcionaba trigo, sal, vino, vinagre, carne fresca y carne salada.

Los campamentos se convirtieron en plazas fuertes. Disponían de murallas y torreones y se dividían interiormente en cuatro partes marcadas por dos vías perpendiculares. Contenían sala de baños, sala de reuniones, capillas, oficinas, cárcel, hospital y almacenes. Los mercaderes, artistas, prostitutas y otros acudían a sus alrededores y se establecían constituyéndose aglomeraciones urbanas, y crecían las poblaciones civiles (canabae) y las casas de baños y anfiteatros. Los terrenos próximos se utilizaban como pastos para el ganado, y en general se arrendaban por ello los agricultores de la zona.

Estructura de la legión

Una legión romana (cuyo emblema era un águila plateada) consistía en diez cohortes (con su respectivo estandarte) cada una de ellas con cinco o seis centurias de ochenta hombres subdivididas en diez contubernios (unidad básica de ocho legionarios que compartían tienda), contando pues cada legión cinco o seis mil hombres de infantería, divididos en cincuenta o sesenta centurias. Contaba también con las guerrillas regulares auxiliares y de caballería (alae) ciento veinte hombres de caballería.

El nombramiento de los legatus legionis, lugartenientes de la legión con funciones de pretor, asistidos por tribunos militares designados todos ellos por el gobernador provincial o por el Emperador, que también podían nombrar a los centuriones.

Junto a los legados de la legión estaban los benefiaciarii (encargados de misiones de confianza), los strato (escuderos), los comentarienses (archiveros), los cornicularii (contadores) y los actuario (escribientes). Los tribunos militares se dividían en laticlavii (afectos a la administración) y angusticlavii (misiones propiamente militares). Los centuriones los auxiliaba un oficial secundario llamado optio, algunos de los cuales también ejercían funciones administrativas. En caballería el suboficial que mandaba una turma (nueve jinetes) era llamado decurión. Otros suboficiales eran el tesserarius (equivalente a un sargento), el signifer o vexillarius (portaestandartes), el aquilifer (el portador del águila legionaria), el campiductor (instructor) y el pecunarius (furriel).

Las cohortes

Las cohortes se estructuraban en diez filas de 40 o 60 hileras que en tiempos de Trajano se redujeron a cinco filas. Con Adriano surgió la cohorte familiar (compuesta de 1200 soldados escogidos) mientras las restantes cohortes fueron llamadas quingentaries y contaban 500 soldados. Desde el reinado de Adriano el reclutamiento se hizo exclusivamente en las provincias donde servía la Legión.

Se estructuraron varias cohortes especializadas: las de infantería (peditata), la de caballería o mixta (equitativa), la policial (togata), la de vigilancia (excubitoria), la de guarnición en una ciudad (urbana), la encargada de apagar incendios (Vigilio) y la encargada de la guardia y custodia imperial o de un caudillo (Praetoriana ). Esta guardia personal del general en jefe fue habitual en el Imperio. Existía el cuartel general (Guardia Pretoriana o guardia del general en jefe) los miembros tenían más sueldo y estaban dispensados de los trabajos del campamento, y que llegaron a ser los árbitros del Imperio.

Las centurias

Las centurias estaban al mando de centuriones (el centurión de más prestigio era el primus pilus habitualmente el más veterano), por encima del cual había seis tribunos de la legión de rango ecuestre, y el legatus de la legión, de rango senatorial, que había sido anteriormente pretor (en las provincias donde solo había una legión, el legatus de la provincia y el de la Legión era la misma persona).

Equipamiento

El equipamiento de los legionarios cambiaba sustancialmente dependiendo del rango. Durante las campañas, los legionarios iban equipados con armadura (lorica segmentata), escudo (scutum), casco (galae), una lanza pesada y una ligera (pilum), una espada corta (gladius), una daga (pugio), un par de sandalias (caligae), una sarcina (mochila de marcha), y comida y agua para dos semanas, equipo de cocina, dos estacas (Sude murale) para la construcción de muros, y una pala o cesta.

Armada romana

Trirreme romano representado en un mosaico.

La Armada romana (en latín classis, literalmente flota) comprendió las fuerzas navales del antiguo Estado romano. A pesar de jugar un papel decisivo en la expansión romana por el Mediterráneo, la armada nunca tuvo el prestigio de las legiones romanas. A lo largo de su historia los romanos fueron un pueblo esencialmente terrestre, y dejaron los temas náuticos en manos de pueblos más familiarizados con ellos, como los griegos y los egipcios, para construir barcos y mandarlos. Parcialmente debido a esto, la armada nunca fue totalmente abrazada por el Estado romano, y se consideraba «no romana».[3]​ En la antigüedad, las armadas y las flotas comerciales no tenían la autonomía logística que en la actualidad. A diferencia de las fuerzas navales modernas, la armada romana, incluso en su apogeo, no existió de forma autónoma, sino que operó como un adjunto del Ejército romano.

En el transcurso de la primera guerra púnica la armada fue expandida masivamente y jugó un papel vital en la victoria romana y en la ascensión de la República romana a la hegemonía en el Mediterráneo. Durante la primera mitad del siglo II a. C. Roma destruyó Cartago y subyugó los Reinos Helenísticos del este del Mediterráneo, logrando el dominio completo de todas las orillas del mar interior, que ellos llamaron Mare Nostrum. Las flotas romanas volvieron a tener un papel preponderante en el siglo I a.C. en las guerras contras los piratas y en las guerras civiles que provocaron la caída de la República, cuyas campañas se extendieron a lo largo del Mediterráneo. En el 31 a. C. la batalla de Accio puso fin a las guerras civiles con la victoria final de Augusto y el establecimiento del Imperio romano.

Durante el período imperial el Mediterráneo fue un pacífico «lago romano» por la ausencia de un rival marítimo, y la armada quedó reducida mayormente a patrullaje y tareas de transporte.[4]

Sin embargo, en las fronteras del Imperio, en las nuevas conquistas o, cada vez más, en la defensa contra las invasiones bárbaras, las flotas romanas estuvieron plenamente implicadas. El declive del Imperio en el siglo III d. C. se sintió en la armada, que quedó reducida a la sombra de sí misma, tanto en tamaño como en capacidad de combate. En las sucesivas oleadas de los pueblos bárbaros contra las fronteras del Imperio la armada sólo pudo desempeñar un papel secundario. A comienzos de siglo V d. C. las fronteras del imperio fueron quebradas y pronto aparecieron reinos bárbaros en las orillas del Mediterráneo occidental. Uno de ellos, el pueblo vándalo, creó una flota propia y atacó las costas del Mediterráneo, incluso llegó a saquear Roma, mientras las disminuidas flotas romanas fueron incapaces de ofrecer resistencia. El Imperio romano de Occidente colapsó en el siglo V d. C. y la posterior armada romana del duradero Imperio romano de Oriente es llamada por los historiadores Armada bizantina.

Arquitectura

Anfiteatro de Tarraco (hoy Tarragona).
Acueducto de Segovia.

Las ciudades romanas eran el centro de la cultura, la política y la economía de la época. Base del sistema judicial, administrativo y fiscal eran también muy importantes para el comercio y a su vez albergaban diferentes acontecimientos culturales. Es importante destacar que Roma fue, a diferencia de otros, un imperio fundamentalmente urbano.

Las ciudades romanas estaban comunicadas por amplias calzadas que permitían el rápido desplazamiento de los ejércitos y las caravanas de mercaderes, así como los correos. Las ciudades nuevas se fundaban partiendo siempre de una estructura básica de red ortogonal con dos calles principales, el cardo y el decumano que se cruzaban en el centro económico y social de la ciudad, el foro, alrededor del cual se erigían templos, monumentos y edificios públicos. También en él se disponían la mayoría de las tiendas y puestos comerciales convirtiendo el foro en punto de paso obligado para todo aquel que visitase la ciudad. Así mismo un cuidado sistema de alcantarillado garantizaba una buena salubridad e higiene de la ciudad romana.

Curiosamente, este riguroso ordenamiento urbanístico, ejemplo del orden romano, nunca se aplicó en la propia Roma, ciudad que surgió mucho antes que el imperio y que ya tenía una estructura un tanto desordenada. El advenimiento del auge del poder imperial motivó su rápido crecimiento con la llegada de multitud de nuevos inmigrantes a la ciudad en busca de fortuna. Roma nunca fue capaz de digerir bien su grandeza acentuándose más aún el caos y la desorganización. La capital construía hacia lo alto, el escaso espacio propició la especulación inmobiliaria y muchas veces se construyó mal y deprisa siendo frecuentes los derrumbes por bloques de pisos de mala calidad. Famosos eran también los atascos de carros en las intrincadas callejuelas romanas. La fortuna sin embargo quiso que la capital imperial se incendiara el año 64 dC, durante el mandato de Nerón. La reconstrucción de los diferentes barrios se realizó conforme a un plan maestro diseñado a base de calles rectas y anchas y grandes parques lo que permitió aumentar muchísimo las condiciones higiénicas de la ciudad.

Por lo demás toda ciudad romana trataba de gozar de las mismas comodidades que la capital y los emperadores gustosos favorecían la propagación del modo de vida romano sabedores de que era la mejor carta de romanización de las futuras generaciones acomodadas que jamás desearían volver al tiempo en que sus antepasados se rebelaban contra Roma. Por ello, allí donde fuera preciso se construían teatros, termas, anfiteatros y circos para el entretenimiento y el ocio de los ciudadanos. También muchas ciudades intelectuales gozaban de prestigiosas bibliotecas y centros de estudio, así fue en Atenas por ejemplo ciudad que siempre presumió de su presuntuosa condición de ser la cuna de la filosofía y el pensamiento racional.

Para traer agua desde todos los rincones se construían acueductos si era preciso, el agua llegaba a veces con tal presión que era necesario construir abundantes fuentes por todas partes lo que aún aumentaba más el encanto de dichas ciudades, que a pesar de estar construidas en tierras secas recibían la llegada de las bien planificadas canalizaciones romanas.

Las casas típicas eran las insulae (isla). Solían estar hechas de adobe normalmente de unos tres o cuatro pisos aunque en Roma o en otras ciudades de gran densidad se llegaban a construir verdaderos rascacielos cuya solidez muchas veces fue más que dudosa. La gente rica y de dinero, patricios de buena familia o ricos comerciantes plebeyos que habían hecho fortuna se alojaban en casa de una sola planta con patio interior (impluvium) recubierto de mosaicos llamadas domus.

En honor a las victorias se construían columnas, arcos de triunfo, estatuas ecuestres y placas conmemorativas que solían hacer siempre referencia al emperador reinante y sus gloriosas victorias conseguidas en pos de la salvaguarda de la pax romana de la que gozaban inconscientes los ciudadanos de la urbe. Era un motivo que se recordaba constantemente para dar sentido a la recaudación imperial, sin dinero no hay ejército, sin ejército no hay seguridad y sin seguridad no hay ciudades ni comercio. Algo que quedaría patente a finales del bajo imperio.

Con la llegada de la crisis del siglo tercero y, particularmente, ya en el tardío imperio cristiano la seguridad de la que disfrutaron durante tiempo las ciudades romanas había desaparecido. Y muchas de ellas, sobre todo las más fronterizas con los limes acechados por los pueblos germanos se vieron obligadas a amurallarse y recluirse en fortificaciones sacrificando calidad de vida por seguridad. Fue un paso hacia atrás que se materializaría con la desaparición del imperio de occidente, la ruralización, el fin de las actividades comerciales y el surgimiento de los castillos medievales.

Economía

Monedas de plata del Imperio romano en el Museo Arqueológico de Samsun, en Turquía.
Renta per cápita estimada hacia el 1 d. C. para diferentes regiones del imperio, Italia y la región oriental del imperio tenían mayor renta per cápita. [5]

La economía del Imperio romano era la propia de un imperio esclavista; los esclavos trabajaban, obviamente sin remuneración alguna, lo cual producía una enorme riqueza. Las diferentes ciudades y provincias estaban conectadas por una red de comunicaciones, vías y puertos, que fomentaban el comercio notablemente.

Aunque la vida se centraba en las ciudades, la mayoría de los habitantes vivían en el campo con un buen nivel, donde cultivaban la tierra y cuidaban el ganado. Los cultivos más importantes eran el trigo, la cebada, la viña y los olivos, también árboles frutales, hortalizas y legumbres. Los romanos mejoraron las técnicas agrícolas introduciendo el arado romano, molinos más eficaces, como el grano, el prensado de aceite, técnicas de regadío y el uso de abono.

Desde el punto de vista económico, la base agrícola varía bastante según las zonas.

  • En el Valle del Po predominaba el pequeño campesinado que convivía con los grandes dominios. El cultivo de cereales, cultivo idóneo para la zona, tiende a desaparecer.
  • El Ager Galicus y el Picenum es una tierra de pequeños campesinos surgidos de la distribución de tierras por el Estado.
  • Etruria y Umbría son tierras de ciudades, cuya organización dificulta el progreso del campesinado.
  • En el Lacio, País Marso y País de los Sabélicos la situación es similar a la de la propia Roma.
  • En Italia del Sur las ciudades están arruinadas y existe poco campesinado.
  • En el Samnio hay una despoblación notable y las ciudades están también arruinadas.
  • En Campania y Apulia las antiguas ciudades han quedado arruinadas, y los repartos de tierras, en general no prosperaran. En parte de Campania las tierras eran Ager Publicus y solo se dejaban a su ocupante a título de arrendatario por tiempo limitado.
  • En el Brucio y Lucania el poblamiento es débil y la agricultura apenas progresa.

Sociedad

Un hombre con una toga.

La sociedad romana original (comienzos de la República) se configura de dos clases sociales que tenían la ciudadanía romana: una aristocracia de propietarios (patricii, patricios) y una clase popular que luchaba por conseguir derechos (plebs, plebeyos). Como ya se ha dicho anteriormente, la economía estaba basada en el sistema de producción esclavista, donde la mayoría de los esclavos eran prisioneros de guerra. Existían mercados de esclavos donde se comerciaba con ellos como si fuesen simples mercancías.

Así pues la sociedad romana en sus orígenes estaba dividida en:

  • Patricios: eran la clase dominante que poseía todos los privilegios tanto fiscales, como judiciales, políticos y también culturales.
  • Plebeyos: eran el pueblo que no gozaba de todos los derechos ni privilegios.
  • Libertos: eran los esclavos liberados por sus señores, aunque no fueron reconocidos ciudadanos hasta el Edicto de Caracalla
  • Esclavos: no tenían derechos y eran posesión de sus amos. El esclavismo era toda una institución social en Roma. No fue un esclavismo de raza, como sí lo sería siglos después. En Roma cualquiera podía ser esclavo; la fuente de esclavos provenía sobre todo de pueblos conquistados, pero también de delincuentes u otra gente que fuera degradada a esa clase social por algún motivo. En realidad el esclavismo no era más que la clase social más baja. Y como toda clase, también era posible ascender a veces comprando la propia libertad, o simplemente por el deseo expreso del amo que se formalizaba con el acto de manumisión, un privilegio exclusivo de todo propietario que convertía al esclavo en liberto (esclavo liberado).

Al evolucionar la República y convertirse en Imperio, esta sociedad evolucionó con ella dando origen a nuevos grupos o transformando otros. Ya hacia finales del siglo IV a.C se había formado la clase de los optimates (o aristocracia patricio-plebeya), resultado de la fusión de los antiguos patricios con los plebeyos más ricos.

En la medida que Roma entró en el gran circuito económico del Mediterráneo se desarrolló la clase de los caballeros (u orden ecuestre), dedicada a los negocios (empresarios mineros, grandes comerciantes, prestamistas, etc.).

Por su parte, la antigua clase media campesina, propietaria de tierras en Italia, se arruinó con las guerras y con la competencia de los latifundios y los productos agrícolas a bajo precio venidos de las provincias. Los campesinos pobres que la formaban emigraron a Roma y a las grandes ciudades de Italia, transformándose en el proletariado romano, una masa ociosa y llena de vicios, cuyos integrantes solían engrosar la clientela de los políticos profesionales y a quienes vendían sus votos. El proletariado fue sostenido por el aporte económico de sus patrones y, durante el Imperio, por las arcas fiscales y los recursos de los emperadores.

La sociedad siguió evolucionando durante el Imperio.

Romanización y lenguas del imperio

Se tiene constancia de más de sesenta lenguas diferentes habladas en los territorios que alguna vez formaron parte del Imperio romano. El proceso de romanización que tuvo lugar en los territorios controlados de manera prolongada por el Imperio romano comportó en muchos de ellos un proceso de sustitución lingüística que llevó a la desaparición de lenguas autóctonas. Sin embargo, este proceso no fue siempre de corta duración y típicamente abarcó diversas generaciones e incluso siglos, en los que el bilingüísmo con el latín o incluso el multilingüismo fue frecuente.

La mayor parte de lenguas en la parte europea del Imperio romano eran lenguas indoeuropeas de los grupos anotolio, celta, germánico, greco-armenio e itálico, además de algunas otras lenguas indoeuropeas más difíciles de clasificar (a veces llamadas lenguas paleobalcánicas). Aunque también están testimoniadas lenguas no indoeuropeas autóctonas como el aquitano y las lenguas tirsénicas, cuya principal representante es el etrusco. En el norte de África y Oriente Próximo, también tienen presencia muchas ramas de las lenguas afroasiáticas (egipcio, bereber y semítico).

Religión

Escultura de la diosa Diana.

La religión de los romanos era politeísta (adoraban un gran número de dioses). Los más venerados eran Júpiter, Minerva y Juno. En honor a ellos se construyeron templos y se ofrecieron sacrificios de animales. El emperador era adorado como un dios y en todo el Imperio se practicaba el culto imperial.

También veneraban, en casa, a los dioses protectores del hogar y de la familia; en cada casa había un altar dedicado a esos dioses. Además, los romanos eran muy supersticiosos y, antes de tomar una decisión consultaban la voluntad de los dioses, expresada por medio de los oráculos.

Las fiestas religiosas

El calendario religioso romano reflejaba la hospitalidad de Roma ante los cultos y divinidades de los territorios conquistados. Originalmente eran pocas las festividades religiosas romanas. Algunas de las más antiguas sobrevivieron hasta el final del imperio pagano, preservando la memoria de la fertilidad y los ritos propiciatorios de un primitivo pueblo agrícola. A pesar de eso, se introdujeron nuevas fiestas que señalaron la asimilación de los nuevos dioses. Llegaron a incorporarse tantas fiestas que los días festivos eran más numerosos que los laborales. Las más importantes eran las fiestas lupercales, saturnales, equiria y de los juegos seculares.

Tiempo después, terminadas las persecuciones contra los cristianos, el cristianismo fue tolerado con el emperador Constantino. Según la leyenda, antes de la batalla de Puente Milvio vio una cruz en el cielo, bajo la cual una inscripción decía «bajo este símbolo vencerás». Al día siguiente grabó en los escudos de todos sus soldados la cruz y obtuvo una gran victoria, si bien sólo se bautizó unos días antes de su muerte. Sólo con el emperador Teodosio I el Grande el cristianismo se convirtió en religión oficial del Imperio.

Véase también

Notas

  1. a b El Estado romano, a diferencia de los Estados modernos, no disponía de un solo nombre. Algunas formas empleadas para referirse al Imperio romano que eran utilizadas entre los romanos y los propios griegos son Res publica Populi Romani, Imperium Romanorum (en griego: Βασιλεία τῶν Ῥωμαίων, Basileíā tôn Rhōmaíōn [‘dominio de los romanos’]) y Romania. Res publica, concepto latino utilizado tanto en la época republicana como en la imperial, cuyo significado literal es ‘cosa pública’, es el origen de la palabra «república» y, conceptualmente, de la inglesa «commonwealth», cuyo uso se vincula generalmente con los conceptos actuales de sector público y Estado, y con los conceptos tradicionales de bien común y procomún. Imperium Romanum (o Romanorum) se refiere a la extensión territorial de la autoridad romana. Populus Romanus (o Romæ; ‘el pueblo romano’ o ‘de Roma’) fue a menudo utilizado para referirse al Estado romano en los asuntos relacionados con las demás naciones. El término Romania (en griego antiguo: Ῥωμανία, romanizado: Rhômania), inicialmente coloquial para referirse al imperio, así como nombre colectivo para sus habitantes, aparece en las fuentes griegas y latinas del siglo IV en adelante y fue empleado por el Imperio bizantino (véase R. L. Wolff, «Romania: el imperio latino de Constantinopla» in Speculum 23 (1948), pp. 1-34 y más concretamente pp. 2-3).

Referencias

  1. Bunson, Matthew (1995). A dictionary of the Roman Empire. Oxford University Press US. p. 463. Consultado el 14 de octubre de 2011. 
  2. McMeans, Julia (2010). Differentiated Lessons and Assessments: Social Studies. Teacher Created Resources. p. 138. Consultado el 14 de octubre de 2011. 
  3. Potter, 2004, pp. 77–78
  4. «Map of the Roman Fleet». 
  5. «World Population, GDP and Per Capita GDP, 1-2010 AD». 

Bibliografía

Enlaces externos