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Usuario:JosebaAbaitua/Citas para Historia del euskera

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Se recogen en esta sección citas y extractos de obras que dan soporte documental a diversos artículos relacionados con la historia del euskera, y en particular al artículo sobre la vasconización tardía del actual País Vasco. (Los destacados en negrita pertenecen a la transcripción, como ayuda a la detección de las cuestiones más controvertidas).

Sobre la vasconización tardía de várdulos y caristios

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Euskaltzaindia (1977)

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Si quisieramos señalar ahora las antiguas fronteras del euskara tendríamosque hacer muchas distinciones según los tiempos, y, en muchos casos, no podríamos, por falta de documentación segura, rebasar el límite de lo hipotético o de lo más o menos probable. Michelena supone que el euskera actual es el islote que quda de una familia que tuvo que estar mucho más extendida sobre todo por el norte y por el este. En la época romana, es precisamente al norte, o sea en Aquitania donde aparecen nombres vascos o vascoides de carácter inconfundible en insricpciones. También por el este debió de estar bastante extendido, por el territorio de los cerretanos e ilérgites
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Se ha sostenido a veces que la voz "vascongado" se debe al hecho de una vasconización o navarrización tardía de las tres regiones hermanas, pero esto no resiste a la crítica. El nombre "vascongado" hay que interpretarlo en función de "romanceado" o "romanzado" con el que hace juego. Había pueblos que hablaban "romanicè" de donde "romance", y otros hablaban "vasconicè", de donde "vascuence", y en este sentido se aplica lo mismo a navarros que a vizcainos, guipuzcoanos y alaveses
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Michelena (1982)

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Por eso mismo, será siempre ocioso el interrogar a los autores clásicos sobre la lengua de los várdulos y caristios, por no hablar de la de los autrigones: aunque éstos callen, todo el mundo parece estar de acuerdo en que los vascones, por aquello del nombre y también porque el euskara al fin y al cabo tuvo que hablarse ya entonces en alguna parte, no lejos de aquí, eran vascos de lengua, aunque con razonable seguridad esto no debía ya de ser cierto para todos ellos en el siglo I a.C. Por lo que ellos nos dicen, tanto se puede sostener que várdulos y caristios, al menos en la parte norte de su territorio, hablaban la misma lengua que los vascones septentrionales, como que la coincidencia se daba más bien hacia el oeste, con las hablas cántabras sin duda indoeuropeas, ya que a veces los textos parecen olvidarse de su existencia específica al incluirlos, por omisión o comisión, entre los cántabros.

Somos bastantes los que pensamos que la primera hipótesis es la que tiene más probabilidad de ser correcta, aunque sólo sea por razones de economía: para pensar que una lengua que luego vemos firmemente implantada en un territorio hasta el día de hoy es ahí advenediza, tiene que haber razones de fuerza excepcional.

La idea contraria, la de un corrimiento por el que los “vascongados” –con el valor moderno que dio arbitrariamente al término la Administración central –somos “vasconizados” antes que vascos de lengua-, es la que ha sido defendida, con más o menos energía, por autores como Schulten, Gómez Moreno, Menéndez Pidal y Sánchez Albornoz que, al igual que Schulten, se apoya en la interpretación de las fuentes históricas. Asigna, además, una fecha a la “expansión” durante el siglo y medio que precede a la consolidación por Leovigildo del reino visigodo de Toledo y a su “fundación” de Victoriaco el 581, período durante el cual “con raros intervalos, los vascos vivieron... a su arbitrio, sin otra ley que su capricho”.

Gómez Moreno se apoya sobre todo en el testimonio de la onomástica personal. También está basada en los nombres propios la concepción de Mª Lourdes Albertos (1970), trabajo de suma importancia respecto al cual mis puntos de desacuerdo se refieren mucho más a lo prerromano que a lo propiamente romano. Parece claro, aunque no sé que esto se haya dicho expressis uerbis en algún lugar, que para esta investigadora el elemento vasco, como de toda evidencia el latino, constituyen una especie de superestrato que se sobrepone a un fondo indoeuropeo anterior, mientras que para otros como yo este elemento indoeuropeo se impuso, sin llegar a cubrirlo, por encima de un sustrato éuskaro.
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Larrañaga (1996)

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Lo que, por otro lado, no viene a suponer, en opinión de Oihenart, mengua ni desonra para vizcaínos, alaveses y guipuzcoanos. Y es que el hecho de diferenciarlos de los cántabros no implica que haya que “incluirlos con los obscuros e imbeles autrigones, caristios y várdulos”. Oihenart es, cuando menos, de opinión de que, habiendo con el tiempo desaparecido el linaje y hasta el nombre de éstos, las tierras que otrora les pertenecieron fueron ocupadas por los vascones en una época que él retrotraería a los días de los godos. Ni faltan, por lo demás, según él, razones que dan pié a pensar en esa vasconización tardoantigua de los antiguos solares de várdulos, caristios y autrigones. (Nota 66. Pero se trataría, para Oihenart, de vasconización étnica o política, no lingüística (v. Supra n. 38). Según es sabido, la tesis de la vasconización del bajo País Vasco será recogida y desarrollada con posterioridad –y no con la misma intención ingenua de Oihenart- por estudiosos de nuestros días. V., entre otros, M. Gómez-Moreno: Sobre los íberos y su lengua, en Homenaje ofrecido a Menéndez Pidal. Misceláneas de estudios lingüísticos, literarios e históricos. Madrid 1925, t.III, pp. 477 y 483; A. Schulten: Las referencias sobre los vascones hasta el año 810 despues de J.C., en RIEV 18, 1927: 225-240; ) Ahí están, por un lado, las fuentes cronísticas tardoantiguas del alto Medioevo en lo que revelan a su manera sobre un expansionismo vascón por ese lado; ahí, por otro, el nombre de basques o vascongados, aplicado en tiempos más modernos por franceses y españoles a los moradores de las tres provincias, -nombre que, matices de declinación o pronunciación a un lado, hay que referir sin género de duda al cásico de vasco-vascones-; ahí, la semejanza de costumbres que se reconoce entre los moradores de las tres provincias y los demás vascos, y ahí, por último, el uso de una misma lengua que emparenta a guipuzcoanos, vizcaínos y alaveses con sus vecinos de la Vasconia clásica.
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Trask (1996)

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On the other hand, the geneticist Luigi Luca Cavalli-Sforza and his collegues have recently been constructing a genetic map of Europe, and they conclude that the Basques are, genetically speaking, strikingly different from their neighbours (Cavalli-Sforza 1988; Bertandpetit and Cavalli-Sforza 1991; Cavalli-Sforza et al. 1994. These workers find a sharply defined genetic gradient separating the population of the Basque Country from the other inhabitants of the Iberian Peninsula, and somewaht more diffuse gradient separating them from the other people from France, with the south-west of France showing marked affinities with the Basque Country, an observation which is strongly in harmony with the linguistic evidence discussed below.
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Nevertheless, most specialists are satisfied that the Basque language was introduced into much of the Basque Country in post-Roman times, most likely during the Visigothic period discussed above. Consequently, the traditional view that Basque is a language of Spain which has extended itself to the north of the Pyrenees has had to be revised: we now see Basque as a language of Gaul which spread south and west.
Even today, there is a debate about the likely frontiers of Aquitanian south of the Pyrenees. Some scholars would like to see the city of Calagurris in the Ebro valley, described by Roman sources as lying within the territory of the Vascones, as Basque-speaking, and some would place Basque-speakers in much of modern Aragon. Here I note that the evidence for such views is sparse in the extreme, and most specialists, I think, would be reluctant to posit Basque speech so far south and east.
[...] South of the Pyrenees, the language not only survived but apparently spread into the entire territory of the modern Basque Country, and, some time after the fourth century, probably earlier rather than later, Basque-speakers expanded into the Rioja and Burgos to the southwest.
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As we shall see, there is good evidence that the Aquitanian language was also spoken in the Pyrenees themselves, at least as far east as the valley of Arán, in territory which is today Catalan-speaking, including Andorra. There is also evidence that Aquitanian was spoken south of the Pyrenees, at least in eastern Navarre. We suspect that Aquitanian was also spoken in at least part of Gipuzkoa, but we have no direct evidence for this, since no Aquitanian texts have ever been found there (in fact, there are hardly any texts at all from Gipuzkoa at this period).
Basque was primarily a language of Gaul which later spread west and south into Spain, into the remainder of the modern Basque Country. In the early Roman period, in Bizkaia, in Araba, and in western Navarre, we find evidence only for Indo-European speech: not a single Aquitanian name is recorded in this area. We therefore believe that Basque must have spread into these territories (and beyond) only later, probably after the collapse of Roman power in the area (see below).

Plazaola (2000)

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Al norte de los Pirineos el hecho de que los vascones de la montaña hicieran algunas incursiones depredadoras en la Baja Novempopulania en 587 indujo a algunos historiadores, interpretando mal un texto de Gregorio de Tours, a pensar en una invasión en toda regla por la cual los vascones infrapirenaicos, a partir de esa fecha, se asentaron por primera vez en Aquitania y dieron lugar a que la Novempopulania de Diocleciano se empezara a llamar Wuasconia (Gascogne); teoría hoy insotenible desde la lingüística, pues las inscripciones vasco-aquitanas datan de tiempos remotísimos. Una expansión semejante han pretendido algunos historiadores (Schulten, Gómez Moreno, Sánchez Albornoz) respecto a la Euskalherria meridional, imaginando (contra la opinión de J. Caro Baroja, Barbero y Vigil, Sayas Abengoechea y otros autores apoyados por los datos de la antropología, la toponimia y la lingüística) una tardía vasconización de Guipúzcoa y Bizkaia, mediante un corrimiento de los vascones sobre los territorios de los antiguos várdulos y caristios (Sánchez Albornoz 1978). Por lo que respecta a esos oscuros siglos, debe quedar claro que en lugar de invasiones debería hablarse de incursiones de los vascones del norte contra los francos, lo mismo que de las luchas de los vascones del sur contra los visigodos hispánicos (Narbaitz 1975). Con todo, el reciente descubrimiento en la Vasconia meridional de varias necrópolis con armas merovingias replantea el problema de la relación política de los reyes sucesores de Clovedeo con la región de Pamplona (nota 10. Se volvería así a replantear la posible veracidad de Fredegario afirmando la existencia de un “Duque Francio” que habría administrado Vasconia en el siglo VI pagando tributo a los reyes merovingios. Ver sobre esta cuestión Larrañaga 1993).

Cepeda (2001)

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En contraste con los indicadores lingüísticos que nos ha dejado la Antigüedad, la imagen posterior que se obtiene del País Vasco a partir de la Edad Media es la de un territorio en el que está implantado el uso de una lengua de origen preindoeuropeo, el euskera o vascuence, con sus diferentes dialectos. Este contraste dio pie a la formulación, en los primeros decenios de este siglo, de la hipótesis de una "vasconización" tardía del área ocupada por la Depresión Vasca y el interior de Álava, producida en el contexto de la desaparición del Imperio romano de Occidente durante el siglo V d.C. Hipótesis que fue expresada ya por M. Gómez Moreno pero que adquirió gran difusión en los trabajos posteriores de Claudio Sánchez Albornoz. Este autor, en particular, se apoyó en la existencia de movimientos de tipo bagáudico en las áreas ribereñas del Ebro, de fuerte oposición al orden social y político tardorromano, documentados desde el año 441, para defender la idea de un expansionismo vascón que, desde el solar navarro, habría afectado también a otros territorios más occidentales aprovechando el vacío de poder creado con las invasiones germánicas. El contexto histórico general de la época, marcado por las profundas transformaciones que se producen en Europa occidental tras la irrupción de los pueblos bárbaros y la paralela descomposición del poder imperial, parecía ser igualmente propicio para este tipo de explicaciones. No en vano, fue en este mismo período cuando se produjeron notables cambios lingüísticos en Europa, muchas veces acompañados de amplios movimientos de pueblos. También se inició entonces el camino de la fractura de la herencia cultural latina, más aguda en aquéllas regiones de tardía romanización.
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Ampliamente contestada por autores posteriores, reacios a admitir la posibilidad de tales movimientos migratorios desde el área vascona y más proclives a creer en la existencia de un substrato lingüístico preindoeuropeo de tipo "vascoide", poco afectado por la romanización y responsable de la posterior extensión de los dialectos históricos del euskera en amplias zonas de Álava, Vizcaya y Guipúzcoa, la hipótesis de la vasconización tardía de estos territorios encuentra sin embargo nuevas bases para su discusión en la actualidad. Desde el campo de la filología, autores como J. Untermann y J. Gorrochategui han comprobado el carácter nétamente pirenaico de la lengua vasca: los topónimos, nombres de persona y teónimos antiguos que muestran más parecidos con el euskera se encuentran esporádicamente en el territorio de los vascones peninsulares - en su zona centro-septentrional - y con más intensidad en la vertiente septentrional de los Pirineos centrales, en el sur de la llanura aquitana. El solar pirenaico-aquitano parece haber sido, a todas luces, la cuna de la lengua antecesora del vasco actual. Desde la arqueología se ha podido comprobar, por otra parte, que desde el siglo VI existen en el País Vasco peninsular elementos destacados en la cultura material, especialmente en los contextos funerarios de algunas necrópolis estudiadas por A. Azkárate -tales como las de Aldaieta y Alegría de Álava, Malmasín en Vizcaya, Pamplona y Buzaga en Navarra - que relacionan a sus poseedores, a partir del tipo de armamento y los ajuares localizados en las tumbas, con los ambientes norpirenaicos, situados directa o indirectamente en la órbita de la monarquía franca. Esta nueva situación obligaría a replantear los términos del debate sobre la hipotética "vasconización" de los territorios más occidentales, distinguiendo las diferentes fases por las que pudo atravesar y los factores históricos que concurrieron en el proceso.
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Gorrochategui (1998)

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Ahora sabemos, gracias a los extraordinarios importantes hallazgos arqueológicos de Aldaieta (Naclares de Gamboa, Álava), de Basauri y de Buzada (en Elorz, Navarra), entre otros, que el País Vasco mantuvo unas relaciones estrechísimas con el mundo franco y en especial con la región aquitana durante los siglos VI y VII. Los historiadores deberán evaluar las consecuencias de estos hallazgos, pero no es descabellado pensar que este aporte cultural y social –quizá también poblacional- septentrional hubiera tenido una gran importancia en la creación de la Euskal Herria que poco más tarde surgirá a la historia.
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Gorrochategui (2002)

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Esta capa onomástica indoeuropea se extiende por toda la zona occidental de Navarra, dejando paso en la zona central y oriental navarra a nombres de ascendencia ibérica. Como ya se percató M. Gómez Moreno hace tiempo (1949:236),los nombres vascos brillaban por su ausencia. ¿Serían pues los vascos y su lengua el vascuence unos advenedizos en las actuales provincias vascongadas? Así lo creía sin género de duda C. Sánchez Albornoz, que localizaba el foco de expansión en tierras vasconas de Navarra en época visigoda, sin darse cuenta de que, atendiendo a los datos entonces conocidos, tampoco en Navarra había indicios vascos en la Antigüedad
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Azkarate (2003)

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Que el ámbito del que proceden los testimonios más antiguos del idioma vasco sea bastante coincidente con el de la distribución de las hebillas de tipo aquitano del siglo VII (cotéjense los mapas de J. Gorrochategui y los de E. James) puede parecer una coincidencia sin relación alguna, pero se sospechaba que alcanzaría una importancia extraordinaria a poco que se hilase fino. Algún nexo debía haber entre lo uno y lo otro. Recientemente, Gorrochategui (1998) ha advertido sobre esta cuestión: “Ahora sabemos, gracias a los extraordinarios importantes hallazgos arqueológicos de Aldaieta (Naclares de Gamboa, Álava), de Basauri y de Buzada (en Elorz, Navarra), entre otros, que el País Vasco mantuvo unas relaciones estrechísimas con el mundo franco y en especial con la región aquitana durante los siglos VI y VII. Los historiadores deberán evaluar las consecuencias de estos hallazgos, pero no es descabellado pensar que este aporte cultural y social –quizá también poblacional- septentrional hubiera tenido una gran importancia en la creación de la Euskal Herria que poco más tarde surgirá a la historia” (Gorrochategui 1998)
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En relación también con todo ello había reflexionado años antes J.J. Sayas (1988) a propósito de la espinosa (e ideologizada) cuestión de la vasconización de la depresión vasca: ”Ahora –escribía en 1954 Koldo Mitxelena- se ha llegado a invertir los términos y a hacer del vasco de España un pequeño apéndice cispirenaico de la Aquitania”. Se recogían de esta manera las opiniones de U. Scholl, anteriores al hallazgo de la inscripción de Lerga, que hacía del vascuence peninsular un fenómeno de invasión posterior procedente de Aquitania y que es la postura que en la actualidad mantiene J. Utermann, especialista en lenguas prerromanas de la península 25. No iban descaminadas las cosas, aunque tampoco son tan simples como suponía Scholl, sobre todo desde el descubrimiento de Lerga en adelante
101 y ss

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Villar y Prósper (2005)

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El que los euskaldunes sean realmente el "elemento primordial" de la población en el País Vasco y Navarra no es una verdad comprobada por los datos positivos independientes de la onomástica, ante los que ésta tenga que inclinarse; y, por el contrario, no es compatible con el conjunto de los únicos datos antiguos que hay a nuestra disposición: los onomásticos. ¿Por qué entonces se sigue (y presumiblemente se va a seguir) sosteniendo la euskeridad ancestral? Pues simplemente porque sigue vigente entre la mayoría de los estudiosos de estos temas el esquema cronológico de la indoeuroperización muy reciente de la Península Ibérica en particular (hacia la mitad del II milenio a.C. como muy pronto) y de Europa en general. El propio M. Gómez Moreno (1949:236) lo expresó con un razonamiento explícito: no hay ni el más mínimo indicio de vasquismo, pero como los indoeuropeos tienen que haber llegado recientemente, hay que suponer que antes había otras gentes y ¿quiénes iban a ser sino los vascos? E igualmente razonaba Michelena, que estaba tan convencido de la remota antigüedad de la presencia vasca en el territorio del País Vasco y, al igual que Gómez Moreno, del carácter reciente de la indoeuropeización, que afirmaba que aunque los datos onomásticos digan lo contrario, existían en la antigüedad poblaciones de lengua euskera en el País Vasco y Navarra porque "necesariamente tuvo que haberlas" (Michelena 1987:13).
La secuencia de hechos históricos que mejor se compadece a la vez con los datos antroponímicos y toponímicos es la siguiente: El primer estrato étnico-lingüístico asentado en la zona con una densidad suficiente como para crear una tupida red de topónimos y posibilitar su transmisión a los estratos subsiguientes fue de filiación indoeuropea. Cronológicamente le siguió el estrato celta, sobre todo en la parte occidental del territorio. El estrato ibérico, más superficial por contener bastante antroponimia pero muy escasa toponimia, es más reciente que el celta. Probablemente su presencia en Navarra y el Alto Aragón se debe a una extensión relativamente tardía de la cultura ibérica desde las costas mediterráneas hacia el oeste. Los dos estratos restantes, euskera y galo, se dan en cuantía pequeña y con signos toponímicos de ser muy recientes (Pompaelo, de época romana). Uno y otro son resultado de una infiltración reciente de gentes procedentes del norte hacia este lado de los Pirineos: aquitanos y galos. Es posible que esa filtración se prolongara a lo largo de los primeros siglos del Imperio. Pero, romanizados los galos, si continuaron penetrando hacia el sur resultarán ya indistinguibles del fondo romano general. En cambio los aquitanos, que conservaron su lengua, continuaron acrecentando su presencia visible al sur de los Pirineos. Y es acaso hacia los siglos VI-VII d.C. cuando se produjo una avalancha mayor, como parecen indicar ciertos indicios arquelógicos, concretamente los broches de cinturón de tipo aquitano (Azkárate 2003:57-59).
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Sobre los límites antiguos del euskera

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Mitxelena (1961-1962)

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Conviene también recordar brevemente las diferentes opiniones que se han manifestado y se manifiestan hoy todavía en torno a los límites antiguos de la lengua vasca. Es notorio que el vasco moderno es un resto casi sumergido de un grupo de idiomas que en algún momento debieron de hablarse en un ámbito mucho más extenso; hay además constancia histórica de que ese ámbito ha venido reduciéndose, con mayor o menor rapidez, digamos desde el siglo IX o X hasta nuestros días (Caro Baroja 1945, Irigaray y otros 1960). Pero de eso no se sigue que podamos postular por extrapolación un retroceso sin alternativas de avance desde diez o doce siglos antes.

Se ha pensado con toda verosimilitud que el vascuence debió ver sumamente reducidos sus dominios, hasta el punto de hallarse en trance de extinción, durante los primeros siglos de nuestra era, extinción que posiblemente no llegó a consumarse a causa de la temprana descomposición de la organización imperial en esta zona. Personalmente me inclino a aceptar esta idea y también a creer que el vascuence medieval en tierras de Burgos y Logroño no se debe a la conservación ininterrumpida de la lengua antigua, sino a importación en los siglos oscuros que van del IV al X.

Pero se ha ido más lejos por ese camino al pensar, creo que desde A. Schulten (1927), que los várdulos y caristios, para no hablar de los autrigones, eran de habla indoeuropea y no tenían nada que ver en cuanto a la lengua con sus vecinos orientales, los vascones, cuya vasconicidad, siquiera fuera por el nombre, no parecía lícito poner en duda. Y hay que reconocer que, aunque el valor probativo de los textos históricos aducidos es muy discutible, el testimonio de la onomástica personal, en la corta medida en que está documentada, no resulta contrario a esta idea.

El progreso, como en tantos otros puntos del conocimiento de nuestras lenguas antiguas, se debió a don Manuel Gómez-Moreno quien, en un artículo publicado en 1925, hizo notar por primera vez que la antroponimia indígena atestiguada en inscripciones de época romana en Álava y Vizcaya –Guipúzcoa, como se sabe, queda casi en blanco– es de aspecto indoeuropeo, nada vasca o vascoide. Pero esto se aplicaba también a buena parte de Navarra (“llegan estas localizaciones hasta orillas del Arga y aun hasta Pamplona”) donde se descubren nombres como Ambata, Betenus, Calaetus, Doitena, Equesus, Rectunus, Segontius, Viriatus, etc.

Esto quedó confirmado con brillante explicación debida a A. Tovar de la leyenda monetal ba-r-scunes, que equiparó al Vascones de los textos clásicos: no sólo es evidentemente indoeuropea la flexión (nominativo de plural de un tema en consonante), sino que el nombre mismo puede recibir una etimología indoeuropea. (Nota 10. Conviene recordar que nunca se ha podido establecer una conexión satisfactoria entre vasco, etc. y el nombre indígena de la lengua vasca y de sus hablantes: euskara, euskaldun, etc. Este último se ha relacionado, no sin motivo, con el de los Ausci aquitanos.) La lengua escrita en una comarca no se identifica necesariamente con la lengua hablada en ella (T. Navarro Tomás 1957:VII), pero siempre constituye un indicio nada despreciable. Añádase además que los resultados de la afortunada exploración arqueológica del suelo navarro en estos últimos años, sorprendentes en parte, han hecho ver la importancia de la influencia indoeuropea en otros terrenos (Nota 12. Hay una indicación de gentilitas de tipo occidental, Fesina Talaiorum, en una inscripción de Rocaforte.

En contraste con esto, faltaban huellas indiscutibles del vascuence, la basconea lingua o lingua Nauarrorum de algunos documentos medievales. Ni Vlbeltesonis (lectura de Gómez-Moreno) en Oyarzun ni Vrchatetelli en Muruzábal de Andino, de aspecto nada indoeuropeo, resultan más claros que los teónimos Selatse o Lacubegi, ambos en dativo (Taracena y Vázquez de Parga, 1947). El penúltimo descubrimiento, la denominación ambigua en extremo de la divinidad Peremusta, ha añadido más sombras que luz a un cuadro ya bastante oscuro.

“Estamos peor informados sobre la lengua de los vascones –escribe R. Lafon (1957), uno de los mejores conocedores de la materia- que sobre la de los aquitanos”. Son en efecto decisivos los testimonios epigráficos que establecen que en una parte de Aquitania, con inclusión del valle de Arán, se habló una lengua que es en sustancia algo extremadamente parecido al vasco antiguo. Se ha llegado así, siguiendo a A. Martinet, a denominar éuskaro (euskarien) al grupo lingüístico vasco-aquitano. Lo irónico del caso consiste en que, cuando no hace aún mucho se trataba de presentar el vasco de Francia como una penetración tardía desde España –no sin violentar un pasaje de Gregorio de Tours-, se ha llegado casi ahora a invertir los términos y a hacer del vasco de España un exiguo apéndice cispirenaico del aquitano. Véase el mapa de U. Schmoll (R. Lafon 1957) en el que éuskaro (Auskisch) se limita a amagar la entrada en territorio hispánico a la altura de los valles de Salazar y Roncal.

[…]

A propósito de esto, es conveniente subrayar, aunque nos apartemos del tema, que la aportación indoeuropea prelatina al léxico vasco, bien analizada, es muchísimo menor de lo que se esperaría por consideraciones geográficas e históricas, y por el testimonio de la onomástica. Pues no se trata tan sólo de los atropónimos a que ya se ha aludido

Para resumir mi opinión, la estela de Lerga (Vmme. Sahar fi./Narhungesi Abi/sunhari filio interpretable como “N. hijo de N. a N. hijo de N.”) constituye un indicio, pero un indicio inconfundible, de la tenacidad con que se mantuvieron las viejas hablas en la proximidad del Pirineo. Su interpretación podrá ser confirmada o desmentida por nuevos materiales, y es de desear que el suelo navarro, rico en muchos otros conceptos, nos depare nuevos hallazgos sin tardar mucho.

El estado lingüístico de la región pirenaica en los siglos de la Edad Media e incluso en la Moderna demuestran claramente que, hasta tiempos recientes, la cordillera fue más bien un lazo de unión que una barrera: el baztanés es una prolongación del labortano, el roncalés y el suletino fueron un dialecto único en tiempos no demasiado alejados, notables semejanzas unen al bearnés con el alto aragonés y el dominio catalán está a horcajadas sobre los Pirineos. Nada tiene de particular que esto mismo ocurriera ya en época romana y aun en tiempos anteriores (Corominas 1960).

Para la reconstrucción del protovasco, dentro siempre de la interpretación que aquí se define, el testimonio de la inscripción de Lerga es de la mayor importancia con respecto a una cuestión muy debatida. Confirma la idea de que en un tiempo h fue un sonido común, y no exclusivamente ultrapirenaico. Existía además no solamente en posición inicial y entre vocales, sino también detrás de n y r (es de suponer que también tras l), y los grupos nh, rh se pronunciaban como groupes disjoints (expresión de Grammont, aplicada a nuestro caso por R. Lafon), es decir, como grupos heterosilábicos. Siempre es conveniente que el pasado de una lengua se pueda establecer con hechos, mejor que con teorías.

Mitxelena (1976)

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Habría que defender, por consiguiente, una opinión intermedia entre la de aquellos que, como Merino Urrutia, defienden una antigüedad que para los efectos prácticos no data, y la de los que, hoy mayoría al parecer, hablan de una ocupación reciente [del oeste de La Rioja y la Bureba burgalesa]. Esto implicaría también que esta expansión no es Navarra, en el sentido diferencial de la palabra (sin negar por ello que la política navarra contribuyera, allá por el siglo X, a reforzar núcleos ya existentes), sino más bien, y un tanto paradójicamente, castellana.

Texto completo Errioxa.com

Mitxelena (1977)

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A pesar de este socorro -eficaz, aunque interesado, o eficaz precisamente por interesado- que la lengua recibió de la Iglesia, más bien tarde, su conservación ha producido y sigue produciendo bastante extrañeza. Tiene, en efecto, que sorprender que esto haya ocurrido en una zona más bien de tránsito, situada muy al interior del Imperio Romano occidental, con la lengua de una comunidad que, aún entonces, era sin duda, reducida tanto en extensión como en población. Por añadidura, esa comunidad no parece haber ofrecido una resistencia que pueda calificarse de encarnizada a la conquista romana. Lo único que parece claro es que una parte de la zona éuskara, que había logrado mantenerse fiel a los modos de vida tradicionales, ya no pudo ser aculturada a causa de la temprana desintegración del aparato romano, unida al escaso desarrollo y pronta decadencia de la vida urbana en sus inmediaciones. Más tarde, en los siglos de independencia real que siguieron, ese núcleo de resistencia se endurecióy adquirió una consistencia que le permitió mantenerse y mantener la lengua hasta nuestros días. Se perdió, sin duda, terreno, así en la Aquitania éuskara o, hacia el este, al sur de los Pirineos, pero también se dio probablemente expansión hacia el suroeste, adonde la lengua fue llevada por gentes procedentes de un solar pobre y demasiado poblado. El vascuence medieval de la Rioja y Burgos no es, casi con toda seguridad, un residuo que sobrevivió ala romanización, pero, por otra parte, pudo empezar a implantarse al sur del Ebro bastante antes del siglo X
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Javier de Hoz (1981)

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Conviene precisar el alcance que pueden tener los hábitos onomásticos de una determinada comunidad para definir su lengua. Multitud de grupos humanos que hablaban lenguas no semíticas han utilizado nombres casi exclusivamente semíticos por razones religiosas, es decir por un fenómeno de influencia cultural. Los hombres pueden ser un reflejo directo de la lengua hablada, como ocurría en el País Vasco en la Edad Media, o como ocurre con los apellidos en toda España, pero pueden también ser resultado de una moda pasajera o implantarse duraderamente por influencias extrañas, no necesariamente del tipo especial que supone la onomástica cristiana, sino debida a simple contacto con pueblos vecinos. Puede constituirse así un sistema onomástico, es decir un repertorio de raíces y sufijos para la formación de nombres, de una o varias procedencias lingüísticas que transcienden las fronteras lingüísticas de pueblos diversos (Untermann 1980). Así ocurrió en la Italia antigua, por ejemplo, donde los etruscos tomaron nombres de los pueblos itálicos, indoeuropeos, y éstos a su vez de los etruscos. En Hispania está comprobado que se desarrolló este proceso de forma muy amplia, formándose un repertorio común a todo el área centro, oeste y norte, con sólo ligeras variaciones regionales, limitadas a una u otra zona más reducida. Por su parte el área ibérica, como ya hemos señalado, muestra también un repertorio típico que quizá, y esto como veremos es importante para nuestro tema, se extiende fuera de los límites estrictos de la lengua ibérica (Palomar Lapesa 1957, Albertos 1966).

[...]

Podemos aceptar por lo tanto que al iniciarse la romanización la lengua vasca se hablaba en todo su dominio actual y además en buena parte del que ocupó en la Edad Media. En Francia alcanzaba hasta el Ariege. En la Península es muy difícil determinar los límites sur y este, como veremos, y en el oeste, especialmente pobre en testimonios, no puede hacerse ninguna afirmación responsable sobre la lengua de autrigones y caristios. En todo caso tenemos pruebas fundadas de que la lengua vasca tenía que competir con otras incluso en su propio territorio actual y que en Aquitania, precisamente donde mejor podemos vislumbrarla, estaba ya en retroceso antes del comienzo de la romanización.

[...]

Pero también de este lado de los Pirineos las inscripciones latinas de Vizcaya, Álava y Navarra –en Guipúzcoa prácticamente no existen- testimonian una onomástica que pertenece sin duda al ya referido repertorio de la Hispania indoeuropea. Quienes podían permitirse el lujo de una lápida latina preferían normalmente un nombre de tipo indoeuropeo.

[...]

No hemos demostrado que la lengua vasca fuese la única dominante entre los vascones; hay testimonio inequívocos de la importancia social y política del elemento indoeuropeo, así su predominio en las lápidas latinas o los nombres con morfología indoeuropea de ciudades vasconas como kalakoricos, pero creo que tenemos derecho a esperar elementos vascos en esas cecas de ubicación lingüística poco definida, que no podemos excluir la posibilidad de que se haya escrito vasco antiguo en escritura ibérica, y que el bilingüismo en la zona debió ser normal y afectó también a los grupos dominantes (Corominas 1965).

[...]

El resultado de nuestro examen de préstamos léxicos indoeuropeos en vasco no es especialmente cuantioso y más bien sorprende la parquedad de relaciones que se pueden afirmar con cierto rigor, y digo sorprende porque dada l importancia que hemos supuesto al bilingüismo en la zona, en la época prerromana, sería esperable una mayor penetración indoeuropea en el léxico vasco.
34-55

Albertos (1961)

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El elemento vasco en Álava constituye un superestrato que se sobrepone a un fondo indoeuropeo anterior. Los topónimos del Iter 34 son todos de tipo indoeuropeo (Veleia, Suestasion, Tullonium, Gebala, Gabalaika, Alba). Antropónimos (Ablonius, Ambatus, Betunus, Buturrus, Doitena, Segontius, Segontius, Viriatus). Sólo se puede concluir que en Álava hubo núcleos de lengua indoeuropea, y entre Navarra y Álava parece seguro qe hubo poblaciones celtibéricas.

Villar y Prósper (2005)

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El panorama onomástico, antroponímico y toponímico del País Vasco y Navarra descarta también algunas de las ideas que se han vertido sobre el ibérico. Sean cuales sean las relaciones del ibérico con el euskera difícilmente pueden ser atribuidas a una larga convivencia fronteriza entre ambas lenguas en sus respectivas sedes históricas. La presencia de euskaldunes en Navarra fue muy débil hasta la romanización. Y el ibero, a su vez, también llegó a esa zona bastante tardíamente. La afluencia masiva de euskaldunes se produciría más tarde, cuando el ibérico estaba en trance de ser romanizado (primeros siglos del Imperio), o cuando ya había dejado de existir (s. VII). De manera que cualquier contacto que haya habido, si es que lo ha habido, entre ambas lenguas ha debido producirse en un escenario histórico y geográfico muy diferente.

La abundancia de antropónimos ibéricos en Pamplona y Huesca, y más aún en las zonas ibéricas mediterráneas, resta verosimilitud a la hipótesis de que el ibérico sea una lengua meramente vehicular que hace algún tiempo promueve J. de Hoz (1993). No es verosímil que la gente ponga generalizadamente a sus hijos nombres en una lengua de uso meramente vehicular y no en la suya propia.

Con todo ello no hemos hecho otra cosa que desplazar un poco más al norte el problema de la antigüedad del euskera en Europa. Si, como he dicho más arriba, los hablantes de euskera comenzaron a entrar en la Península Ibérica desde el otro lado de los Pirineos tan sólo a partir del final de la época romano-republicana, para ir intensificando su presencia en los siglos siguientes, hay que suponer que al norte de los Pirineos estaban ya antes de esas fechas. Y, en efecto, la existencia de abundante antroponimia aquitana de etimología euskérica demuestra de hecho que en los primeros tiempos de nuestra era, mientras que los euskaldunes en la Península eran escasos en número, en Aquitania su población era abundante. Pero, una vez más, el testimonio de la antroponimia sólo nos describe sincrónicamente la situación en ese momento concreto. Para tener una visión dinámica y cronológicamente profunda de los sucesivos estratos étnico-lingüísticos de Aquitania sería necesario realizar el estudio de su toponimia antigua de esa región, tal y como acabo de hacer con la del País Vasco y Navarra
513-514

Estratro indoeuropeo

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Villar y Prósper (2005)

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La inexistencia de indicios de substratos no indoeuropeos que sean pre-indoeuropeos resulta orientadora. Como el período neolítico fue el primer momento en que existió una población con masa crítica suficiente para crear y transmitir un sistema toponímico en el conjunto del territorio, no es absurdo pensar que el estrato "genéricamente indoeuropeo" de características lingüísticas arcaicas que resulta ser el más antiguo en el País Vasco y Navarra corresponda al menos en parte al Neolítico. La coincidencia distribucional en Eurasia de los topónimos de patrón A con los haplogrupos de cronología neolítica apoya ese razonamiento. Todo ello resulta congruente con la idea general, muy extendida a partir de la obra de C. Renfrew, de que los agricultores que extendieron la cultura neolítica desde Oriente Próximo hasta europa eran miembros de la familia indoeuropea. Y también resulta congruente su amplia conservación desde entonces ya que los movimientos de poblaciones posteriores (celtas, romanos, iberos) se produjeron según el modelo de las élites dominantes, capaces de substituir las lenguas preexistentes, pero incapaces de eliminar la toponimia anterior.
513

Valdés (2005)

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Al inicio de la década de los ochenta, la teoría local que explica la presencia de recintos amurallados de la Edad de Hierro en los montes de Gipuzkoa y Bizkaia defendía la separación de la población del País Vasco costero en dos grupos humanos:

La población indígena, el grupo más antiguo, habitante impertérrito de las cuevas, atascado en la cultural de la Edad de Bronce. Éste se mantendrá "recluido" en las cuevas hasta su emergencia en el periodo bajo imperial, manteniendo, tras un milenio de "reserva" las mismas condiciones culturales antiguas (J.M. Apellániz 1975).

La población alóctona, invasores o colonizadores, pobladores indoeuropeos-celtas que se ocuparán de la región en toda su extensión, construyendo en las cimas de los montes recintos fortificados exclusivamente para defenderse en caso de peligro, pero que no los usará como poblados en el sentido más estricto del significado.

De esta teoría se deduce que ambas poblaciones habrían vivido en un mismo territorio, de forma paralela, sin mezclas y sin influirse, desconociéndose o ignorándose. Es una propuesta peculiar destinada a dar "cuerpo científico" al "antepasado remoto" que se entronca, sin solución de discontinuidad con la idea del origen mitificado de una población. Esta tesis surge en contraposición a otra interpretación anterior hecha por Taracena y Fernández Avilés (1945) que celtizaba la población sin valorar al sustrato indígena. Mientras que esta propuesta se hace para la región costera, en Álava la interpretación dada a los poblados de las Edades de Hierro era más coherente con lo que la investigación había propuesto para el resto del norte peninsular.

Reiniciada la investigación en la comarca de Gernika con mayor rigor científico no hubo necesidad de mucho tiempo para demostrar lo erróneo de ese planteamiento y de esa interpretación bipoblacional.

El oppidum de Marueleza se convirtió en la confirmación de que, en lo cultural y en lo arquitectónico, la situación cultural es paralela a la conocida en cualquiera de las regiones geográficas periféricas del País Vasco, con las misma diferencias y peculiaridades internas que pueda hallarse en ellas.
333-334

Referencias

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  • Michelena, Luis (1961-1962). «Los nombres indígenas de la inscripción hispano-romana de Lerga». Príncipe de Viana (82-83): 65-74. 
  • Michelena, Luis (1976). «Onomástica y población en el antiguo reino de Navarra: la documentación de San Millán.». XII Semana de Estudios Medievales. 1974. pp. 44 y ss. 
  • Michelena, Luis (1977). «El largo y difícil camino del euskara». El libro blanco del euskara. Euskaltzaindia. pp. 15 - 29. 
  • Michelena, Luis (1982). «Sobre la lengua vasca en Álava durante la Edad Media». Vitoria en la Edad Media. Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz. pp. 299-306. ISBN 84-500-8052-5. 
  • Sánchez Albornoz, Claudio (1972). «Los vascones vasconizan la depresión vasca». Orígenes de la nación española. Estudios críticos sobre la historia del reino de Asturias I. pp. 101-106. 
  • Euskaltzaindia (1977). El libro blanco del euskara. 
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  • Albertos, Mª Lourdes (1961-1962). «Álava prerromana y romana. Estudio lingüístico». Estudios de arqueología alavesa (4): 107-223. 
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  • Plazaola, Juan (2000). «Entre francos y visigodos». Revista Internacional de Estudios Vascos (45-2): 539-567. 
  • Cepeda, Juan José (2001). La romanización en los valles cantábricos alaveses. El yacimiento arqueológico de Aloria. Museo Arqueológico de Álava. ISBN 84-7821-467-4. 
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  • Gorrochategui, Joaquín (2002). «El área de Bilbao en la Antigüedad». Bilbao. El espacio lingüístico. Simposio 700 aniversario. Universidad de Deusto. pp. 103-120. ISBN 84-7485-792-9. 
  • Gorrochategui, Joaquín (1998). «Algunas reflexiones sobre la prehistoria de la lengua vasca.». Lección inaugural del curso académico 1998-99 de la UPV. Universidad del País Vasco. p. 26. 
  • Valdés, Luis (2005). «El santuario protohistórico de Gastiburu (siglos IV al I a.C.) y el calendario estacional (Arratzu, Bizkaia)». Munibe (Antropologia-Arkeologia) (57): 333-343. ISSN 1132-2217. 
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Enlaces externos

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