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===Aspectos relacionados con la religión===
===Aspectos relacionados con la religión===

Revisión del 22:27 2 sep 2009

La expresión origen del hombre remite a dos puntos de vista básicos: ciencia y religión.

Para unos, los aspectos científicos y religiosos no son excluyentes, dado que afirmar que el ser humano tiene un origen divino no equivale a afirmar que no existan aspectos biológicos, argumentando que la biología es una ciencia y, como tal, no pretende discernir sobre aspectos metafísicos. En cambio, para otros, ambas perspectivas son antagónicas o mutuamente excluyentes.

Aspectos relacionados con la ciencia

Aspectos relacionados con la religión

Origen del hombre

El problema del origen del hombre ha sido hasta fines del siglo xix un problema casi exclusivamente teológico. Pero sorprendentemente, este problema ha entrado en una nueva fase, en la fase de la ciencia positiva. La paleontología humana y la prehistoria han descubierto una serie de hechos impresionantes cuyo volumen y calidad han (le considerarse como transcendentales. Porque estos hechos científicos conducen a la idea de que el origen (leí hombre es evolutivo: el phylum humano arranca evolutivamente de otros phyla animales, y dentro del phylum humano, la humanidad ha ido adoptando formas genética y evolutivamente distintas, hasta llegar al hombre actual, único del que hasta ahora se ocuparon la filosofía y la teología. Ciertamente, la evolución humana es un tema que pertenece a la ciencia positiva. Pero planteado por los hechos, no puede menos de afectar a la filosofía y a la teología mismas. Dejando de lado, por el momento, el aspecto teológico de la cuestión, la idea del origen evolutivo de nuestra humanidad, a pesar de ser una idea científica, es. una idea que como otras muchas, se halla en la frontera de la ciencia y de la filosofía; constituyen problemas fronterizos, bifaces. Y en cuanto {147} tales necesitan ser tratados también filosóficamente. ¿Qué significa, qué es, filosóficamente, el origen evolutivo de nuestra humanidad? En el orden somático, morfológico, del animal al hombre hay una estricta evolución. Sus mecanismos, alcance y caracteres podrán ser discutibles y son discutidos. Pero innegablemente existe una evolución morfológica que coloca al hombre en la línea de los primates antropomorfos, concretamente en la bifurcación entre póngidos y homínidos. Los antropomorfos póngidos conducen a los grandes simios: chimpancé, gorila, orangután; gibbon. Los antropomorfos homínidos, partiendo del mismo punto de origen que los póngidos, siguen una línea evolutiva distinta. Los paleontólogos llaman homínidos a todos los antropomorfos que forman parte del phylum al que pertenece el hombre. Los llaman así porque ha habido en este phylum antropomorfos que aún no son humanos, sino infrahumanos (aunque no simios, como lo son los póngidos); estos homínidos no hominizados son los ascendientes somáticos directos del hombre. Como la paleontología no dispone aún de suficiente número de restos fósiles, no puede describir con satisfactoria precisión, ni las formas de proliferación de los homínidos, ni el punto preciso de su hominizacíon.

Pero esta evolución somática innegable deja en pie otro hecho que necesita ser tenido en cuenta e integrarse en la evolución, si hemos de dar razón completa del fenómeno humano: la esencial irreductibilidad de la dimensión intelectiva del hombre a todas sus dimensiones sensitivas animales. El animal, con su mera sensibilidad, reacciona siempre y sólo ante estímulos. Podrán ser y son complejos de estímulos unitariamente configurados, dotados muchas veces de carácter signitivo, entre los cuales el animal lleva a cabo una selección respecto de su sintonía con los estados tónicos que siente. Pero siempre se trata de meros estímulos. A diferencia de esto, el hombre, con su inteligencia, responde a realidades. He propugnado siempre {148} que la inteligencia no es la capacidad del pensamiento abstracto, sino la capacidad que el hombre tiene de aprehender las cosas y de enfrentarse con ellas como realidades. Y entre mero estímulo y realidad hay una diferencia no gradual sino esencial. Lo que impropiamente solemos llamar inteligencia animal es la finura de su capacidad para moverse entre estímulos, de un modo muy vario y rico; pero es siempre en orden a dar una respuesta adecuada a la situación que sus estímulos le plantean; por esto es por lo que no es propiamente inteligencia. El hombre, en cambio, no responde siempre a las cosas como estímulos, sino como realidades. Su riqueza es de un orden esencialmente distinto al de la riqueza del animal. Por esto, su vida transciende de la vida animal, y las líneas evolutivas del animal y del hombre son radicalmente distintas y siguen direcciones divergentes. El animal, por ejemplo, es un ser enclasado, el hombre no lo es. Por razones psico-biológicas, el hombre es el único animal que está abierto a todos los climas del universo, que tolera las dietas más diversas, etc. Pero no es sólo esto. El hombre es el único animal que no está encerrado en un medio específicamente determinado, sino que está constitutivamente abierto al horizonte indefinido del mundo real. Mientras el animal no hace sino resolver situaciones, incluso construyendo pequeños dispositivos, el hombre transciende de su situación actual, y produce artefactos no sólo hechos ad hoc para una situación determinada, sino que, situado en la realidad de las cosas, en lo que éstas son «de suyo», construye artefactos aunque no tenga necesidad de ellos en la situación presente, sino para cuando llegue a tenerla; es que maneja las cosas como realidades. En una palabra, mientras el animal no hace sino «resolver» su vida, el hombre «proyecta» su vida. Por esto su industria no se halla fijada, no es mera repetición, sino que denota una innovación, producto de una invención, de una creación progrediente y progresiva. Precisamente donde los vestigios de utillaje dejan descubrir vestigios de innovación y de creación, la prehistoria los interpreta como características humanas rudimentarias. Seria el caso de la Pebble-culture (cultura de guijarros) de los australopitecos, de los que hablaremos después.

Pero esta irreductibilidad no implica una cesura, una discontinuidad, entre la vida animal y la humana. Todo lo contrario. Si se acepta la distinción entre mera sensibilidad e inteligencia que acabo de proponer, es verdad que el animal reacciona ante meros estímulos, y que el hombre responde a realidades. Pero tanto en su vida individual, como en su desarrollo específico, {149} la primera forma de realidad que el hombre aprehende es la de sus propios estímulos: los aprehende no como meros estímulos, sino como estímulos reales, como realidades estimulantes; tanto, que la primera función de la inteligencia es puramente biológica, consiste en hallar una respuesta adecuada a estímulos reales. El mero hecho de decirlo, nos muestra que, cuanto más descendemos a los comienzos de la vida individual y específica, la distinción entre mero estímulo y estímulo real se va haciendo cada vez más sutil, hasta parecer evanescente. Justamente esto es lo que expresa que no hay cesura entre la vida animal y la propiamente humana. No la hay en la vida individual, es sobradamente claro. Pero tampoco la hay en la escala zoológica. La vida de los primeros seres con vestigios somáticos, y tal vez psíquicos, de humanidad, los australopitecos, se aproxima enormemente a la vida de los demás antropomorfos. Por esto es tan difícil, y a veces imposible, saber si un fósil homínido representa o no un homínido hominizado. Constituido el phylum humano por una inteligencia, hay en él una verdadera y estricta evolución genética, debida sobre todo a la evolución de las estructuras somáticas, pero también a la evolución del tipo de inteligencia, expresada en industrias caracterizadas por una unidad evolutiva casi perfecta. Es decir, que lo que hasta ahora hemos solido llamar «hombre», así en singular, en realidad aloja dentro de sí tipos de humanidad somática e industrialmente —es decir, somática e intelectivamente— distintos, producidos por verdadera evolución genética intrahumana. No se trata de hombres distintos tan sólo por su tipo de vida, sino de tipos estructuralmente distintos, tanto por lo que concierne a su morfología como por lo referente a sus estructuras mentales. De entre los puntos más salientes, bien conocidos, recordemos tan sólo algunos para dar mayor concreción a nuestras consideraciones.

1) Desde comienzos del cuaternario antiguo (villafranquiense), hace casi dos millones de años, aparecen los homínidos australopitécidos que parecen ser los primeros seres que poseen ya vestigios de caracteres humanos rudimentarios. El más antiguo conocido es el cráneo de Tchad. Posteriormente hay, por un lado, el grupo de los australopitecos africanos con sus diversas variedades; por otro, los australopitecos de Java. Se {150} extienden hasta bien entrado el cuaternario medio (el australopiteco telantropo y los de Palestina); son, junto con los de Java, la transición más próxima al tipo subsiguiente. En conjunto, constituyen un grupo bastante homogéneo. Tienen, salvo tardías excepciones, talla pequeña y un aspecto similar al de los póngidos: frente huida y faz ahocicada. Pero sus premolares son de tipo netamente humano y completamente distinto del de los póngidos. Han logrado la bipedestación y la posición erecta casi perfectas; su pelvis es ya de tipo humano. Con ello han quedado los brazos y las manos libres para la prehensión y la elaboración de útiles. Tienen, en cambio un cerebro alargado y bajo; un volumen craneal de 500-700 cc, notoriamente inferior al de los hombres posteriores, pero alto respecto de los póngidos en relación con su talla. Algunos, como el cráneo de Tchad, presentan sensibles diferencias con los demás. Recojamos, a título de «información», el recientísimo descubrimiento, por Leakey (1963-64), de un fósil del comienzo del cuaternario en Africa oriental, que ha denominado homo habilis. Algunas de sus/estructuras son intermedias entre las del australopiteco y las del hombre subsiguiente; otras se emparentan más con las del homo sapiens. Sería, según esta idea, el antepasado directo del hombre posterior, mientras que los australopitecos constituirían una rama colateral de homínidos sin hominizar. Al homo habilis pertenecerían el cráneo de Tchad, los australopitecos de Palestina, así como el telantropo (que entonces ya no deberían llamarse australopitecos), y tal vez la «enigmática» mandíbula de Kanam. Todo ello está necesitado de más atento y minucioso estudio), antes de ser admitido. Los australopitecos fabrican hachas rudimentarias, si así pueden llamarse a los guijarros afilados Pebble-culture. Tomadas en larga perspectiva temporal, parecen presentar, según algunos (y a ello se inclina hoy la mayoría. de los investigadores), vestigios de innovación creadora, a diferencia de la fijeza y repetición características del instinto y de la imitación animales; denotarían, por tanto, una cierta inteligencia. De ser así, su transmisión de unos seres a otros del mismo grupo, sería un primer esbozo de auténtica sociedad y tradición, esto es, un primer esbozo de cultura rudimentaria. Estarían, pues, rudimentariamente hominizados, porque habrían comenzado a aprehender las cosas como realidades, cómo cosas que son «de suyo». Por el contrario, si no se admite que en su industria haya innovación creadora, entonces se trataría de homínidos no hominizados, que serían o bien los antepasados tal vez inmediatos del {151} hombre, o bien una rama colateral de hominidos que ha ido extinguiéndose. Para Leakey hay una cultura de guijarros que es creadora, pero su artífice no es el australopiteco (que también fabricó útiles de guijarros sin creación), sino el homo habilis.

2) Al comienzo del cuaternario medio, hace medio millón de años, los homínidos hominizados (sean australopitecos, sean homo habilis) han producido por evolución un tipo ya claramente humano: son los arcantropos como los llama Weidenreich. El tipo más antiguo es el cráneo de Modjokerto. Le siguen en orden de antigüedad, el pitecantropo y el sinantropo. Muy próximo a éste, si no anterior, tenemos la mandíbula de Mauer, y otra, la de Montmaurin, intermedia entre aquélla y la del hombre posterior. Algo más recientes son algunos restos de Africa oriental, afines a ciertas variedades de australopitecos. Aparece después el atlantropo de Ternifine (Argel). Finalmente, los hombres de Casablanca, Rabat, Témara y Saldanha. La raíz de estos arcantropos se halla, pues, en los australopitecos o en formas próximas (¿homo habilis?); y a su vez, los hombres de Mauer, Montmaurin y los de Marruecos y Saldanha, representan la transición a los hombres de tipo posterior. Los arcantropos tienen una dentición del mismo tipo que el de los australopitecos. Poseen un esbozo rudimentarísimo de mentón; maxilares sumamente fuertes; arcos superciliares enormes; un cráneo muy espeso con fuerte borde en el agujero occipital; su curvatura occipital es menor que en los tipos anteriores. Su cerebro tiende de la forma aplanada a la globular, desarrollándose hacia lo alto; sus circunvoluciones son aún muy pobres, pero superiores a las de los australopitecos; posee lóbulos frontales mayores, pero aún muy deficientes; hay probablemente predominio del hemisferio izquierdo; su volumen medio es 1.000 c. c. Tenían ya una industria lítica bifaz muy característica. No sabían encender el fuego, pero sí parece que sabían utilizarlo o conservarlo. No entierran a sus muertos. Pero el agujero occipital de sus cráneos está artificialmente agrandado, lo que parece indicar que vaciaban el cráneo, extrayendo el cerebro. ¿Se trata de un ritual antropofágico o simplemente de la conservación del cráneo como reliquia, tal vez, del difunto? Difícil decidirlo.

3) En el resto del cuaternario medio, hace unos doscientos mil años, aparece otro tipo humano somática y mentalmente distinto: el paleantropo (Keith). Este tipo humano evoluciona en diversas fases. El tipo más arcaico es el representado por los pre-neandertales (Steinheim, Ehringsdorf, Saccopastore) y los pre-sapiens (Swanscombe, y mucho más tarde, el hombre de {152} Fontchévade). Vienen después los neandertales clásicos extendidos por toda Europa, Asia y Africa. Los de Palestina quizá sean pre-sapiens. Finalmente, los que señalan la transición al tipo posterior: los hombres de Rhodesia, y el de Solo (descendiente del pitecántropo). En rasgos generales, su dentición es intermedia entre la del arcantropo y la del hombre posterior. Poseen un mentón menos acusado (y a veces hasta casi inexistente) en los más antiguos que en los más recientes; mandíbulas menos fuertes que las del arcantropo; cara más reducida, pero con maxilares ahocicados. El cráneo adquiere nueva orientación; pero, por regresión, posee menor flexión; frente huida y aplanada; arcos superciliares muy grandes; una curvatura mayor, que a veces le aproxima al hombre posterior. Los pre-sapiens poseen ya frente recta, casi sin arcos superciliares. Huesos mucho menos espesos. Su cerebro tiene un volumen de unos 1.425-1.700 c. c. que queda ya fijado; circunvoluciones más acentuadas; mayor desarrollo hacia lo alto; lóbulos frontales más acentuados, pero en general más pobremente desarrollados, muy por bajo del hombre posterior. Su cultura (cultura del paleolítico inferior) es típica. Estos hombres comienzan, unos, a tallar hachas mucho más perfectas que las bifaces anteriores, las típicas hachas de mano; poseen, otros, industria de lascas. Habitan al aire libre y en cavernas. Son nómadas, recolectores y cazadores. Utilizan el fuego. Probablemente se pintaban algo el cuerpo; y algunos objetos podrían interpretarse como amuletos. Parece que la caza iba acompañada de la demostración de trofeos, una demostración que tal vez tuviera carácter de rito de caza, indicador, por tanto, de cierta idea de poderes superiores. Entierran a sus muertos rodeándolos a veces de ofrendas, lo que denuncia una cierta idea de la supervivencia.

4) Sólo después, en el cuaternario reciente, hace unos cincuenta mil años, aparece un tipo somática y mentalmente distinto: el neantropo, llamado muchas veces, por abreviación, hombre de Cromagnon. Es el homo sapiens por antonomasia. Los ejemplares más antiguos que se conocen hasta la fecha son el hombre de Kanjera, y algo posterior, el de Florisbad, ambos del Africa oriental. Es el tipo humano al que pertenecemos nosotros. Tiene una dentición típicamente moderna. Mentón acabado; cara corta y ancha; frente alta; nariz estirada; carece casi de arcos superciliares; los huesos del cráneo se van haciendo cada vez menos espesos desde el paleolítico superior al neolítico. El cerebro adquiere definitivamente su forma {153} globulada; es muy rico en circunvoluciones ya perennes, con pleno desarrollo de los lóbulos frontales. En su primera fase cultural (paleolítico superior), este hombre ya no talla hachas; pulimenta la piedra (industria lítica de hojas); fabrica también punzones y agujas de coser óseas. Comienza a ser agricultor y a domestica animales. Produce pintoras rupestres admirables, a pequeños alto y bajo relieves; estatuillas que pueden ser ídolos de fecundidad (la tierra madre) e ídolos protectores; es decir, posee prácticas claramente mágico-religiosas lo cual denota una creencia en espíritus a los que hacen ofrendas. Entierra a sus muertos construyendo a veces pequeños monumentos funerarios. Después de la última glaciación, este hombre entra en la fase cultural del neolítico. Pulimenta más la piedra; posee una cerámica y desarrolla artes textiles. Construye chozas y palafitos. Inicia la vida pastoril. Posee un claro culto a los muertos, construyendo monumentos megalíticos (dólmenes, menhires, etc.). Tiene divinidades domésticas (lares, etc.) un divinidad de la fecundidad, u culto del toro y culto solar. Comienza a tener signos ideográficos. Desarrolla ya un arte riquísimo en todos los ordenes a veces de carácter muy estilizado. Finalmente entra en una nueva fase, la edad de los metales, salvo tal vez por lo que se refiere al cobre que pudo pertenecer al neolítico.

Estos cuatro tipos de hombres(los primeros hominizados, sean australopitecos u homo habilis, los arcantropos, los paleantropos, los neantropos) no se hallan estratificados, sino que se superponen a veces por largo tiempo; hemos dicho ya, por ejemplo, que determinados tipos de australopitecos son tan próximos al arcantropo por su fecha, que es difícil clasificarlos en uno u otro grupo, pues los primeros alcanzan al cuaternario medio cuando y están en pleno desarrollo los arcantropos; lo mismo sucede con los arcantropos y los paleantropos; finalmente estos últimos conviven con los neantropos. Cuando cada tipo comienza, convive, pues, con los del tipo anterior. No conocemos, naturalmente, el carácter social de estos diversos tipos humanos, sobre todo de los más arcaicos; menos aún la convivencia social entre los hombres de un tipo anterior y los del posterior. La etnología de ciertos pueblos «primitivos» actuales, utilizada con suma prudencia, puede arrojar alguna luz sobre determinados aspectos del problema.

Esta sucesión de tipos humanos no es sólo sucesión sino verdadera evolución genética. La morfología comparada de sus restos fósiles y el carácter de la fauna de que están rodeadas {154} en los yacimientos, lo sugiere claramente; lo confirma la continuidad evolutiva de sus industrias. No se trata, naturalmente, de una certeza absoluta, la ciencia nunca la posee; pero si de una suficiente fuerza de convicción razonable. Las opiniones podrán diferir y difieren en detalles a veces muy importantes. Porque no se trata de que la totalidad de un tipo sea el origen genético de la totalidad de otro. Dentro de cada tipo hay formas que en la mayoría de sus representantes son seguramente ramas colaterales en la evolución de la humanidad; tal sucede en general con los pitecantropos; pero aún en este caso, no olvidemos que el hombre de Solo es probablemente descendiente directo de los pitecantropos de Java. La cosa es más clara aún, en el paleantropo; los neandertales clásicos, no son, en general, sino ramas colaterales; pero los pre-neandertales y pre-sapiens están en la línea genética directa del neantropo. Los ejemplos podrían multiplicarse. Constantemente surgen nuevos hechos que imponen una revisión en la descripción de los tipos humanos y en la precisa articulación genética de su evolución. Ya hemos indicado, en efecto que la paleontología no conoce aún con precisión el modo de proliferación de los homínidos ni, por tanto, el punto exacto de su hominización. Por un momento se pensó que alguna forma como el Oreopiteco era un ejemplar de lo que hubieran sido los homínidos antes de su hominización; hoy parece que los investigadores ya no lo creen tan firmemente. Hemos señalado también las recientes ideas en torno al homo habilis. Además, la interpretación de la cultura de guijarros está necesitada de mayor documentación no sólo paleontológica, sino también arqueológica, concerniente al carácter de su cultura, y, consiguientemente, a la. posible hominización de sus artífices. Finalmente, el descubrimiento constante de nuevos fósiles claramente humanos irá modificando el cuadro morfológico, geográfico e histórico del hombre fósil y de su evolución. Todo ello es de incumbencia de la ciencia. Pero lo que sí queda establecido es el gran hecho de la existencia de muy distintos tipos humanos, encadenados por una verdadera evolución genética. Y esto es lo único decisivo para nuestro problema: el hombre sin más no es una realidad, lo son tan sólo sus distintos tipos evolutivos.