Diferencia entre revisiones de «Ortografía del español»

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La ortografía del español utiliza una variante modificada del alfabeto latino, que consta de los 29 símbolos A, B, C, CH, D, E, F, G, H, I, J, K, L, LL, M, N, Ñ, O, P, Q, R, S, T, U, V, W, X, Y y Z. Los dígrafos CH y LL tienen valores fonéticos específicos, y durante los siglos XIX y XX se ordenaron separadamente de C y L, aunque la práctica se abandonó en 1994 para homogeneizar el sistema con otras lenguas. Las vocales (A, E, I, O y U) aceptan, además, el acento agudo para indicar la sílaba acentuada y la diéresis o crema modifica a la U en las sílabas gue-gui para indicar su sonoridad.

Desarrollada en varias etapas a partir del período alfonsino, la ortografía se estandarizó definitivamente bajo la guía de la Real Academia Española, y ha sufrido escasas modificaciones desde la publicación de la Ortografía de la lengua castellana de 1854. Las sucesivas decisiones han aplicado criterios a veces fonológicos y a veces etimológicos, dando lugar a un sistema híbrido y fuertemente convencional. Si bien la correspondencia entre grafía y lenguaje hablado es predecible a partir de la escritura -es decir, un hablante competente es capaz de determinar inequívocamente la pronunciación estimada correcta para casi cualquier texto-, no sucede así a la inversa, existiendo numerosas letras que representan gráficamente fonemas idénticos. Los proyectos de reforma de la grafía en búsqueda de una correspondencia biunívoca, los primeros de los cuales datan del siglo XVII, han sido invariablemente rechazados. La divergencia de la fonología de la lengua entre sus diversos dialectos hace hoy imposible la elaboración de una grafía puramente fonética que refleje adecuadamente la variedad de la lengua; la mayoría de las propuestas actuales se limitan a la simplificación de los símbolos homófonos, que se conservan por razones etimológicas.

Letras

El alfabeto español identifica 29 "letras", incluyendo dos que son digráficas:

Grafema Nombre moderno Valor fonético (en AFI)
A a [a]
B be, be larga, be alta , be grande o, be labial [be 'laɾɣa]
C ce [θe] o [se]
CH che o ce hache [ʧe] o [θe aʧe]
D de [d̪e]
E e [e]
F efe ['efe]
G ge [xe] o [he]
H hache ['aʧe]
I i [i]
J jota ['xota] o ['hota]
K ka [ka]
L ele ['ele]
LL elle o doble ele ['eʎe] o ['eʝe]
M eme ['eme]
N ene ['ene]
Ñ eñe ['eɲe]
O o [o]
P pe [pe]
Q cu [ku]
R ere o erre ['eɾe] o ['ere]
S ese ['ese]
T te [t̪e]
U u [u]
V uve, ve, ve corta, ve baja, ve chica, o ve dental ['uβe], [be 'koɾta]
W uve doble o doble ve o ve doble o doble u ['uβe 'ð̪oβle], ['doβle 'β̞̞e], ['β̞̞e doble]
X equis ['ekis]
Y i griega o ye [i'ɣɾjeɣa], [ʝe]
Z zeta o zeda [θeta] o ['seta] o [θeda] o ['seda]

(Escuchar el alfabeto de un hablante mexicano)

Los dígrafos "Ch" y "Ll" se consideraron por separado entre 1803 y 1994 a la hora de ordenar alfabéticamente, recibiendo encabezados separados en los diccionarios. Nunca, sin embargo, se los consideró una unidad estricta; las palabras que comienzan con uno de estos dígrafos en mayúscula sólo emplean la caja alta para el primero de los grafemas que la componen. El dígrafo "rr" (llamado "erre", /'ere/, y pronunciado /r/) nunca se consideró por separado, probablemente por no aparecer nunca en posición inicial.

La W y la K aparecen sólo raramente en palabras españolas e indican invariablemente términos adoptados por préstamo o cultismo en el curso de los últimos dos siglos.

Variaciones nomenclaturales

Varios de los grafemas reciben más de un nombre. La B se conoce como "be" a secas, "be alta" (en Cataluña), "be grande" (en México) o "be larga" (en Argentina, Chile, Colombia, República Dominicana y Uruguay), por haber representado tradicionalmente a la consonante plosiva bilabial sonora /b/ o a la fricativa bilabial) /β/, se la llama a veces "b labial" (Colombia, aunque la pronunciación de la V es (en la inmensa mayoría de los dialectos) también labial y exactamente idéntica. A su vez, esta última se conoce como "uve" (en España), "ve", "ve baja", "ve chica" o "ve corta" (en Argentina, Chile, Colombia, República Dominicana y Uruguay); el mismo prurito histórico lleva a algunos manuales a designarla como "v dental", aunque la pronunciación dental desapareció hace siglos del sistema de la lengua. En Venezuela y Costa Rica se les llama coloquialmente "be de burro" y "ve de vaca", respectivamente. En ciertas zonas de América Central se le denomina "uve". Para mayor confusión, la letra "W" es llamada en España "uve doble", en México, Costa Rica y República Dominicana "doble u", en otros países de Centroamérica y algunos países de Suramérica, como Venezuela, "doble ve" y en otros, como Perú, "ve doble".

LL y RR se designan indistintamente como "elle" y "erre" o como "doble ele" y "doble erre" o "doble ere". Son de las pocas consonantes que se presentan duplicadas en la grafía actual -junto con la C y excepcionalmente la N- y son las únicas que presentan pronunciaciones distintivas.

La I se llama a veces "i latina" para distinguirla de la Y, "y griega". En algunos lugares se prefiere el nombre de "ye" para esta última.

Antiguamente se empleaba a veces "zeda" como nombre para Z, una práctica hoy en desuso.

Historia

Período alfonsí

Durante los primeros siglos de desarrollo del español, la rareza de la lengua escrita y la aún imprecisa catadura de la misma hicieron innecesaria una codificación de su grafía. El primer intento de dotar de un código gráfico sistemático data del reinado de Alfonso X, que intentaría ajustar las diversas soluciones adoptadas por sus predecesores a un criterio fundamentalmente fonográfico.

Alfonso X reunió en su corte un gran número de estudiosos, que se abocaron a elaborar una compilación enciclopédica del saber de la época, continuando y ampliando la obra de la escuela de traductores de Toledo; el romance se utilizó como lengua intermedia en las traducciones del árabe o el griego al latín. La profusión de copias realizadas en el scriptorium real y el impacto de las traducciones sobre el corpus de la lengua romance difundió y dio fuerza a las convenciones fijadas por el rey.

Muchas de las que aparecen retrospectivamente como irregularidades o imprecisiones en la grafía alfonsí se deben, en realidad, a la notable diferencia que el sistema fonológico de la época tenía respecto del actual. El sistema de sibilantes, por ejemplo, incluía dos fricativas y dos africadas, frente a las dos como máximo que tienen los dialectos contemporáneos. La ortografía real intentó reflejar con fidelidad las propiedades fonológicas del habla de la época. Invención suya fue la duplicación de N para indicar la palatalización, que eventualmente los copistas transformarían en la abreviatura que daría la eñe.

Otras características de la grafía alfonsí son la variación en la grafía de las vocales átonas, probablemente reflejando un valor fonético aún irregular, la inconsistencia en la supresión de la E final ya probablemente muda procedente del sufijo -IS latino, y la ausencia de acentos o tildes, sea con valor diacrítico o fonético.

Entre los copistas alfonsíes y la Academia

La aparición de la imprenta, y el consecuente incremento del ritmo y volumen de aparición de las obras escritas, acabó por deshacer el sistema alfonsino, fijado únicamente a través de la convención y no codificado en una obra sistemática. Los constantes añadidos léxicos, algunos producidos por la influencia de las lenguas vecinas y otros muchos por el aluvión de cultismos pergeñados por traductores, literatos y juristas, que cada vez con más frecuencia empleaban la lengua vernácula en sus escritos, suscitaron cuestiones de grafía que respondían muchas veces a criterios etimológicos e históricos antes que a la correspondencia estrecha entre fonema y grafema propuesta por la obra alfonsina.

Por otra parte, las modificaciones en la fonología de la lengua habían afectado esta correspondencia, y buena parte de las decisiones alfonsinas resultaban ya arbitrarias para los lectores de la época. Sumado a ello el purismo y el gusto tradicionalista de los autores del Siglo de Oro, tuvo lugar una importante y extendida controversia, que duraría siglos, acerca de cuáles deberían ser los principios rectores para establecer los criterios gráficos.

Elio Antonio de Nebrija, autor de la primera Gramática de la lengua castellana, sería también el primero en publicar unas Reglas de orthographia. Estas codificarían por primera vez los principios de la línea que basa en la pronunciación su criterio ordenador, aunque no le faltaron en ocasiones razonamientos etimológicos en casos difíciles. En todo caso, la idea de Nebrija de que la lengua era instrumento del Imperio se extendía también a lo oral y buscaba unificar la pronunciación en todo el territorio de la Corona de Castilla, de acuerdo con la prestigiosa forma vallisoletana, abandonando definitivamente el romance burgalés que había dado lugar a los primeros escritos prealfonsinos.

En 1531 Alejo de Venegas dio a la imprensa su Tractado de orthographia y accentos, que contiene significativas diferencias con el de Nebrija, sosteniendo por ejemplo la oposición fonológica entre B y V y la existencia de la vocal cerrada anterior redondeada /y/, la vieja ypsilon griega. En 1609 se imprimió en México una Ortographia castellana obra del sevillano Mateo Alemán, aún más radical que los anteriores con respecto a la necesidad de prescindir de los signos convencionales y fijar la ortografía en base a la fonética; eliminaba por ejemplo la PH que aún Nebrija había mantenido, y proponía grafías diferentes para /r/ y /ɾ/. Similarmente atrevido era el Arte de la lengua española castellana de Bartolomé Jiménez Patón, aparecido en 1614.

Sin embargo, el punto culminante del movimiento fonetista estuvo dado por la aparición en 1627 del Arte de la lengua española kastellana de Gonzalo Correas, que tendría una versión ampliada y corregida en 1630, bajo el título de Ortografía kastellana nueva i perfeta. Como la grafía elegida para su título por Correas evidencia, el movimiento por la transcripción exacta de la fonología se deshacía en Correas de cualquier prurito histórico; propuso distinguir por completo /r/ y /ɾ/, como había hecho Alemán, prescindir de las confusas C y Q, utilizar GH para el valor /g/, eliminar los elementos mudos en todos los grupos consonánticos y llevó a cabo sin residuos su propósito de desarrollar exactamente la simetría entre fonemas y grafemas. El rigor de su doctrina le granjeó el aprecio de algunos de sus sucesores, como Mayans, y de los reformadores americanos, aunque hizo de su obra una curiosidad para eruditos, pues rompía de manera radical con los usos.

La fundación de la Academia

Tras la Guerra de Sucesión, el acceso de Felipe de Anjou al trono con el nombre de Felipe V dio lugar a un marcado afrancesamiento de las instituciones culturales. Entre ellas se contó la Real Academia Española, fundada en 1714 con la idea de fijar, de acuerdo con el ideal sistemático de la época, la pureza de la lengua.

La concepción de la RAE se hizo evidente en su Diccionario de Autoridades, publicado a lo largo de la década de 1720, en que el buen decir se recaba de la obra de un canon bien seleccionado de autores y eruditos. Bajo la influencia del salmantino Adrián Cónnink, el Diccionario... rompió de cuajo con la tendencia fonetista y recupera los principios que la Académie française había empleado para fijar la lengua francesa: la etimología y la pronunciación histórica. De ese modo, restauró la diferencia entre B y V aún donde fonológicamente había desaparecido, impuso grafías latinizantes para los vocablos de origen griego —TH para las θ etimológicas, RH para las ρ, PS para las ψ, PH para las φ—, recuperó las H mudas y fijó la grafía de los grupos consonánticos en atención a su origen.

Para la primera edición de la Orthographia, de 1741, los criterios resultaban ya menos claros. En esa ocasión la Academia optó por conservar el grupo PH, pero simplificó los restantes helenismos a sus formas fonéticas; eliminó además las /s/ iniciales procedentes del latín, o las suplió con una E epentética, sin observar mayor regularidad.

Las decisiones de la Academia provocaron el rechazo generalizado de los estudiosos, que la consideraron incoherente y anacrónica. Así, Mayans escribía en 1745:

Decirme que cuando pone algún cuidado sigue la nueva [Ortographia] de la Academia Española no lo entiendo; porque yo estoi persuadido a que son impracticables las reglas que ha intentado dar la Academia. Es cierto que o se ha de seguir la pronunciación o el origen de las voces. Que se ha de seguir la pronunciación para mí es cosa demostrativa, porque si en noventa i nueve voces se sigue i escribe bien en sentir de todos, ¿por qué no en la centésima?
carta a A.M. Burriel, 16 de enero de 1745

La edición de 1754 avanzaría en ese sentido, eliminando las P de origen helénico en algunos grupos consonánticos, suprimiendo la PH e introduciendo reglas de acentuación. La influencia de Correas y otros autores se hizo sentir en esa etapa, aunque los elementos etimologizantes —como la reduplicación de S— se conservaban, así como la extraordinaria, al sentir de sus contemporáneos, afirmación de que la sílaba española varía en cantidad al igual que la latina, o la doctrina de que la H representaba un sonido "aspirado" —presumiblemente /h/— y que la pronunciación que no lo incluyese debía considerarse defectuosa. Pese al apoyo real, decisiones en este sentido hacen que no falten quienes desconozcan la pretensión de la RAE de servir de árbitro último acerca de cuestiones lingüísticas; Mayans y Antonio Bordazar publicaron sendas ortografías, y reeditaron las Reglas... de Nebrija, considerando simplemente que las prescripciones académicas eran equivalentes a la doctrina de cualquier otro erudito, y no privándose de criticarlas pública y privadamente.

La tendencia a simplificar continuó, quizás por mor de esta oposición; en 1763 se eliminó la S duplicada y se prescribió el uso de los acentos, incluyendo el circunflejo en las sílabas que la Academia sostenía largas. En 1803 incluyó en el alfabeto la CH y la LL con valor propio y eliminó el uso etimológico de la primera, a la vez que permitió la elisión de las consonantes líquidas en algunos grupos triples heredados del latín; la K se excluyó del alfabeto en esta ocasión. En 1815 se ordenó definitivamente el uso de la Q, permitiéndola sólo ante E e I, se eliminó la X como fricativa salvo en posición final, y se limitó el uso de Y a su valor de consonante, salvo a final de palabra.

La segunda mitad del siglo vería rendirse progresivamente a los objetores y aceptarse las reglas académicas en España. La oposición no tardaría en reeditarse, pero esta vez desde la otra orilla del océano.

Los reformadores americanos

Como en las restantes instituciones de la Corona, la Academia no incluía en su número a americanos ni tomaba en consideración los procesos que la lengua experimentaba en contacto con la diversidad lingüística de las tierras conquistadas. De ese modo, los estudiosos americanos de la lengua debieron llevar a cabo su tarea fuera de ella y a veces, en franca oposición.

En 1823 vio la luz un escrito del venezolano Andrés Bello, titulado Indicaciones sobre la conveniencia de simplificar la ortografía en América, publicado en Londres. Bello reconocía el buen trabajo de la Academia en simplificar y ordenar la grafía de la lengua, pero consideraba que las limitaciones etimológicas que ella misma se imponía provocaban efectos desastrosos en la enseñanza en ambas orillas del Atlántico.

La tesis de Bello se apoyaba en que el empleo de la etimología como criterio lingüístico era ocioso —pues en nada se vinculan la lectura y en general el uso de la lengua con su conocimiento histórico— y, en vista de los problemas que producía, contrario al uso racional. Promovía una simplificación en dos etapas, para evitar los problemas de choque con los que se habían enfrentado Jiménez Patón y Correas, y una redistribución del silabario en atención a la realidad del uso lingüístico. Propuso eliminar la ambigua C, la H muda, asignar a G e Y sólo uno de sus valores, escribir siempre RR para representar la consonante vibrante y dedicar un cuerpo de estudiosos a resolver sobre el terreno la diferencia entre B y V. No muy distinta fue la propuesta de Domingo F. Sarmiento, aunque formulada una veintena de años más tarde, durante su exilio chileno; Sarmiento prefería dejar la C en preferencia a la K y prescindir de la V, la X y la Z.

Las propuestas de Bello y Sarmiento no se plasmaron totalmente, pero el 25 de abril de 1844 aspectos de ellas se adoptaron en una propuesta hecha por la facultad de Filosofía de la Universidad de Chile al gobierno de este país, que finalmente se adoptaría allí, en Colombia, Ecuador, Nicaragua, Venezuela y Argentina. La influencia de Bello se había visto en la propuesta de la Academia Literaria y Científica de Profesores de Instrucción Primaria de Madrid, que el año anterior había adoptado muchos de sus principios. En 1844, sin embargo, Isabel II puso fin a este proyecto al imponer por decreto real el acatamiento a la Academia, a través del Prontuario de ortografía de la lengua castellana dispuesto por Real Orden para el uso de las escuelas públicas por la Real Academia Española con arreglo al sistema adoptado en la novena edición de su diccionario. La diferencia en usos duraría hasta 1927, cuando Chile, el último país en sostener la grafía de Bello, decretó la restitución de las normas académicas.

Actualidad

El resultado de la larga divergencia y de la oposición planteada en otros marcos a la RAE ha sido una flexibilización de los criterios de esta; las ediciones del Diccionario y la Ortografía de la década de 1990 han reconocido finalmente que ciertas pronunciaciones varían entre la España y América, han aseverado el estatus predominante del seseo y el yeísmo, y admitido el reconocimiento gráfico de las variaciones en la formación de diptongos. Otras acciones han seguido opuesto curso, al recomendar la grafía del grupo consonántico completo en los cultismos, tras siglos de supresión. De la misma fecha data la omisión de Ch y Ll del orden alfabético.

En el Primer Congreso Internacional de la Lengua Española en Zacatecas, Gabriel García Márquez reeditó la propuesta de Bello, Correa y otros precursores, defendiendo la supresión de las grafías arbitrarias. El revuelo que provocó su ponencia testifica la adhesión que la obligatoriedad de las propuestas de la RAE ha recabado, aunque la discusión rara vez adoptó criterios propiamente lingüísticos.

Valores fonéticos

La afirmación de que la ortografía del español es principalmente fonética es tan extendida como errónea. Si bien la relación entre valor fonético y símbolo gráfico es relativamente regular en comparación con otras lenguas europeas, las excepciones son tan numerosas como las regularidades. No sólo varios grafemas tienen igual valor fonético y se conservan por razones etimológicas —dando así lugar a sistemáticas dificultades para determinar el uso correcto de B/V, H/G en posición inicial, C/S/Z, G/J y LL/Y—, sino que numerosas articulaciones, alófonas o no, no se distinguen en la grafía. La H, muda y preservada como herencia etimológica, produce también dificultades.

A

El grafema A representa la vocal abierta anterior no redondeada, [a]. El español no hace distinción fonológica con otras vocales abiertas, de modo que en dialectos influidos por otras lenguas puede pronunciarse también como una schwa, [ə], u otra vocal similar. El dígrafo -AN a final de palabra puede realizarse nasalizando la vocal en [ã].

B

El grafema B tiene dos o tres realizaciones alófonas, según el dialecto. En posición inicial absoluta (después de pausa) o tras nasal, corresponde siempre a la explosiva bilabial sonora, [b]; en posición medial, la explosión no se produce —los labios no llegan a tocarse—, y la articulación se corresponde en realidad con una fricativa [β] o más comunmente una aproximante [β̞].

La lenición en posición medial es un fenómeno común a todas las consonantes aproximantes (correspondientes a alófonos de plosivas sonoras) en español; fenómenos similares tienen lugar en D y G; sin embargo, son más pronunciados en algunos dialectos. Los hablantes de dialectos que prefieren una realización fricativa o aproximante encuentran que en aquellos la distinción de las plosivas sonoras entre sí y con la consonante aproximante labiovelar sonora, [w] —el sonido de HU- en posición inicial— se desvanece. La grafía poética suele representarlo reemplazando B, D o HU- por G[Ü], como en el poema:

—¿Tú viste a Coquena?
—Yo nunca lo vide,
pero sí mi agüelo— repuso el pastor
(J.C. Dávalos, La leyenda del Coquena)

En el grupo OBS-, presente en cultismos de origen latino, la B normalmente no se pronuncia. La grafía alternativa sin B se admite en estos casos, dando origen a dobletes como oscuro/obscuro. Aunque en el grupo ABS- la elisión de la [β] sigue las mismas reglas, la Academia no acepta la omisión de la B en estos casos.

El grafema V tiene exactamente el mismo valor fonético que este. Se conserva la distinción puramente por razones etimológicas. No obstante algunos hablantes pronuncian ciertas palabras con una [v] labiodental en el habla formal o enfática.

C

El grafema C tiene dos valores, el llamado "duro" (/k/) y el "blando" (/θ/ o /s/). El primer valor corresponde a su pronunciación frente a las vocales A, O, U y todas las consonantes; es idéntico al representado por las grafías K y Q.

El segundo valor corresponde a una de las articulaciones más variables del idioma español. En todo el centro y norte de la Península Ibérica, representa a la consonante fricativa dental sorda, [θ]; sin embargo, en la mayoría de los dialectos del español este fonema ha desaparecido, dando lugar al fenómeno llamado seseo, la asimilación de esta a la consonante fricativa alveolar sorda, [s], se ha perdido hace siglos y el sonido se ha asimilado al de la grafía S. A su vez, la pronunciación de esta presenta algunas diferencias entre España, donde el seseo se realiza con articulación dento-alveolar, [], y la mayoría de los países americanos, donde es simplemente [s] [cita requerida].

Ch

El dígrafo Ch representa a la consonante africada postalveolar sorda, /ʧ/; la representación digráfica se debe a la evolución del fonema a partir de la plosiva uvular sonora, /k/, por palatalización y asimilación. En algunos dialectos andaluces, mexicanos o chilenos (en este último caso, reprobado socialmente) pierde por completo la plosión y se realiza como la consonante fricativa postalveolar sorda, [ʃ].

Muy antiguamente se empleó con valor de /k/ en palabras de etimología griega, como chimera (hoy quimera) o chloro (hoy cloro), pero este uso se abandonó definitivamente en el siglo XVIII.

D

El grafema D tiene dos realizaciones alófonas. En posición inicial absoluta (después de pausa) o tras nasal o lateral, corresponde siempre a la consonante plosiva alveolar sonora, [d]; en posición medial, la plosión no se produce —la lengua no llega a ocluir el flujo interdental—, y la articulación se corresponde en realidad con una aproximante, [ð̞]. Esta última a veces se transcribe erróneamente como una fricativa, [ð] (el sonido "débil" del dígrafo TH en inglés).

Algunos dialectos tienden a retener [d] en final de palabra, pero en la mayoría de dialectos lo habitual es la elisión, aunque en ocasiones esta última pronunciación se considera poco culta.

E

El grafema E representa normalmente a la vocal media anterior no redondeada, [e̞]. En muchos dialectos americanos se realiza como la vocal semiabierta anterior no redondeada, [ɛ].

La Academia sostiene tradicionalmente que E no tiene nunca valor breve en español y que, por lo tanto, forma diptongo sólo con I y U. Esto no es cierto para todos los dialectos del español; peor, por ejemplo, suele pronunciarse como monosílabo. En otros las realizaciones en diptongo se cierran, asimilándose a la I.

F

El grafema F representa invariablemente a la consonante fricativa labiodental sorda, /f/. El uso arcaico de PH para este fonema en palabras de origen griego se abandonó a partir de la Ortografía de 1754 de la RAE.

En algunos dialectos rurales de Argentina, Costa Rica y México, la F inicial o medial tiende a realizarse como una palatal [ç], asimilándose a J:

Quinientos juntos
llevará el que se resierte;
lo haremos pitar del juerte;
más bien dése por dijunto
(J. Hernández, Martín Fierro, vs. 393-396)

G

El grafema G comparte con C la dualidad de valores.

El llamado "duro" es la consonante fricativa velar sorda, /x/, el mismo sonido de J; en los dialectos que suavizan esta última en una consonante fricativa glotal sorda, /h/, la G se suaviza también. Corresponde a su pronunciación frente a las vocales E e I.

El llamado "blando" es la consonante plosiva uvular sonora, /g/; en posición medial, en todos los dialectos del español experimenta lenición y se transforma en una consonante aproximante velar, [ɰ] (en la sección correspondiente a la B se explican las confusiones a las que esta lenición puede dar lugar en algunos casos). Corresponde a su pronunciación frente a las vocales A, O y U y las consonantes.

Para representar las secuencias [ge], [gi], [ɰe] y [ɰi] se recurre a la inserción de una U muda entre la G y la vocal correspondiente. De ese modo, guerra corresponde a la pronunciación ['ge.ra], y seguido a [se.'ɰi.ð̞o].

A su vez, para las secuencias [gwe], [gwi], [ɰwe] y [ɰwi], se recurre a una marca diacrítica, la diéresis o crema, colocada sobre la U; es el caso, por ejemplo, de pingüino, que representa [piŋ.'ɰwi.no]. Muchos dialectos eliden la [g] o [ɰ] de estas secuencias. A nivel gráfico, la omisión de la diéresis es una de las faltas gráficas más frecuentes entre los hispanohablantes.

En algunos préstamos del inglés, la secuencia -NG en posición final —que no aparece en otros términos en español— se realiza como [ŋ].

H

El grafema H se conserva en español puramente por razones etimológicas, puesto que no tiene valor fónico (es mudo). Indica las más de las veces el lugar donde existía una F en latín (como en hijo, del latín filius) o una ḥāʼ (ح) arábiga (como en alcohol). Raramente en palabras de origen árabe se realiza como una consonante plosiva glotal, deteniendo momentáneamente la fonación. En algunos préstamos modernos, sobre todo del inglés, adquiere el valor de una consonante fricativa glotal sorda, que tiene en la fonética del idioma de origen, o se asimila a la fricativa velar sorda representada por G o J; así, hamster se realiza como ['ham.steɾ] o ['xam.steɾ], no ['am.steɾ].

Además de su uso etimológico, la H se emplea sistemáticamente prefijando las grafías IE, UE en posición inicial de palabra; en este caso, las vocales breves representadas normalmente por I y U se transforman casi sin excepción en sus equivalentes consonánticos, la aproximante palatal, [j], y la aproximante labiovelar, [w]. En los dialectos en que las oclusivas sonoras se reemplazan en posición medial por las aproximantes correspondientes, esta última pronunciación es virtualmente idéntica a la de G; véase la explicación en la sección correspondiente a la B. Otros dialectos no admiten [w] en posición inicial, y añaden una [g] epentética.

También se empleó en los comienzos del idioma escrito para diferenciar la U de la V, de grafía similar, a comienzos de palabra. Así, "hueso" y otras palabras que transformaron la O larga inicial de latín en el diptongo UE se escriben con H, a efectos de distinguirlas de otros términos en VE.

I

El grafema I representa a la vocal cerrada anterior no redondeada, [i], o a su alófono en posición inicial, la aproximante palatal, [j]. Su valor vocálico es idéntico al que tiene la Y frente a consonante o en posición final en todos los dialectos del español; la diferencia de uso no es etimológica, sino sistemática. Se fijó la Y como forma estándar en posición final y la I para las restantes en la edición de 1815 de la Ortografía de la RAE; con anterioridad a esta, las vacilaciones fueron numerosas. Las grafías rei o i, por ejemplo, fueron frecuentes.

En algunos dialectos, como el del norte español, también la pronunciación consonántica es idéntica [cita requerida]; en América se preserva la distinción fonológica, teniendo Y el valor de la consonante fricativa palatal sonora, [ʝ], o la consonante fricativa postalveolar sorda, [ʃ] (en la región rioplatense).

J

El grafema J representa siempre una consonante fricativa articulada en la región posterior del aparato fonador, pero su articulación precisa varía enormemente entre dialectos. La pronunciación consagrada como estándar tradicionalmente corresponde a la consonante fricativa velar sorda, [x], pero esta es rarísima fuera de España; en los dialectos americanos se realiza como una palatal, [ç], o, menos frecuentemente, como una glotal, /h/.

La homofonía entre GE, GI y JE, JI es causa frecuente de errores ortográficos y ha llevado a la reiterada propuesta de supresión de la primera grafía; los sistemas de Andrés Bello, de Domingo F. Sarmiento y de la Academia Literaria i Científica de Profesores de Instrucción Primaria de Madrid eliminaban la primera en favor de la segunda. Lo mismo hizo Juan Ramón Jiménez en las ediciones de sus obras. La distinción se preserva con criterio etimológico y ha dado lugar a múltiples inconsistencias históricas; hasta época reciente, la Academia recomendaba la grafía muger.

En algunos, pocos, casos, la J alterna con la X considerada homófona, estimándose correctas ambas formas. Es el caso de México/Méjico. La pronunciación corresponde a la fricativa que se emplee para J, no a la normal para X.

En algunos préstamos del inglés y el francés, la J se utiliza con su valor de origen, normalmente la consonante fricativa postalveolar sonora, [ʤ]; el ejemplo más frecuente es jazz.

K

El grafema K corresponde a la consonante plosiva uvular sorda, /k/, el mismo sonido representado por la C ante A, O, U o consonante, y por el grupo QU. No se empleaba en las Reglas de Ortografía de Antonio de Nebrija y las vacilaciones respecto a su uso fueron numerosas en la etapa de la primera fijación de la grafía española. El inédito Abecé Español de Gregorio Mayans la calificaba de "letra peregrina y superflua", aunque defendía su uso para nombres extranjeros. La RAE suprimió el uso de esta letra en 1815, aunque la admitió nuevamente en 1869. En la gran mayoría de los vocablos que la emplean existe una grafía alternativa aceptada con QU.

Por la mayor regularidad de su uso —al no variar su pronunciación de acuerdo a la vocal subsiguiente, y no requerir de una U muda—, numerosos de los proyectos de simplificación la promovían como única expresión gráfica del sonido /k/. Hoy es un rasgo distintivo de la grafía apocopada empleada en la comunicación electrónica y de la jerga okupa y de sectores jóvenes del anarquismo.

L

El grafema L corresponde prototípicamente a la consonante aproximante alveolar lateral, /l/, aunque alófonos dentales o postalveolares no son desconocidos.

Ll

El grafema Ll representa, en la articulación considerada estándar por la Academia, a la consonante aproximante palatal lateral, /ʎ/. Sin embargo, es extendido el fenómeno del yeísmo, por el cual este fonema se abandona y, en su lugar, se emplea la fricativa o africada que se utilice para Y, a su vez objeto de importante variación entre dialectos. De origen andaluz, el yeísmo es hoy la tendencia dominante en la pronunciación del español y, de hecho, /ʎ/ se conserva sólo donde la coexistencia con otro sistema fonológico —como el del catalán o el guaraní— preserva la conciencia de la oposición.

En el español rioplatense se ha desplazado a una pronunciación postalveolar. En general la pronunciación es sonora (llamada zheísmo o rehilamiento), [ʒ] o [], similar a la representada por la grafía j en inglés o portugués; en algunos sociolectos (muy marcadamente en Buenos Aires) se prefiere la sorda [ʃ] (llamada "sheísmo"), similar a la representada por la grafía sh en inglés, un fenómeno único en el uso del español.

En algunos préstamos del inglés, como hall, donde el grafema representa un alófono velarizado de [l], tiene el valor de aquel; la pronunciación yeísta es considerada inapropiada en estos casos.

M

El grafema M representa la consonante nasal bilabial, /m/; tiene un alófono labiodental ([ɱ]) en algunos dialectos. Independientemente de la forma estricta de su realización, la grafía impone su uso frente a B, mientras que frente a la homófona V se utiliza N; la distinción se remonta al período alfonsino, en que la oposición entre bilabial y labiodental aún existía. También se usa la M siempre antes de P.

N

El grafema N representa la consonante nasal alveolar, /n/, o su alófono velar, /ŋ/, cuando precede a una consonante de articulación posterior. No siguen esta regla las grafías NV —que corresponde en realidad a [mb]; su distinción con MB se remonta al período alfonsino, en que la oposición entre bilabial y labiodental aún existía— y la rara NP.

En posición final, la secuencia de vocal + N se realiza en algunos dialectos nasalizando la vocal precedente.

Ñ

El grafema Ñ, casi exclusivo del español, representa la consonante nasal palatal, /ɲ/. Hallado sobre todo como resultado de la evolución de la NN latina (como en año, caña, leño), su forma gráfica deriva de la grafía abreviada de los copistas, que representaban las dos enes superpuestas. En español existe sólo en posición inicial o medial; las escasas palabras que por razones etimológicas deberían llevarla a fin de palabra —el caso de desdén, de desdeñar— la reemplazan fonética y gráficamente por N.

En algunos dialectos americanos, en especial en Ciudad de México y el Río de la Plata, se realiza como una consonante nasal alveolar palatalizada /nʲ/; la diferencia articulatoria concierne a la posición del ápice de la lengua, que en [ɲ] no cumple función articulatoria, mientras que en [nʲ] hace contacto con el alveolo a la vez que el domo se eleva hacia el paladar.

O

El grafema O representa la vocal media posterior redondeada, /o̞/. Es más abierta que la /o/ hallada en la mayoría de las lenguas indoeuropeas, pero a la vez fonéticamente distintiva respecto a la vocal semiabierta posterior redondeada, [ɔ], que no aparece en la mayoría de los dialectos del español.

La Academia tradicionalmente no reconoce la posibilidad de que la O sea breve en castellano y, por lo tanto, no considera que OE, EO, OA y AO puedan constituir diptongos. En varios dialectos y, sobre todo, en la pronunciación más formal, el hiato se rompe insertando una consonante plosiva glotal sorda, [ʔ], que no existe como fonema en español; en otros se transforma en una vocal cerrada posterior redondeada, /u/.

P

El grafema P representa la consonante plosiva bilabial sorda, /p/. En muchos dialectos /p/ sufre lenición o asimilación frente a otra consonante y existe aun la posibilidad de su supresión, aunque esa realización se considera a veces poco culta. En posición inicial es normalmente muda en los cultismos de origen griego, como pneuma o psicología; de hecho, la Ortografía de 1741 la eliminó de los grupos PT y PS, conservados hasta entonces con intención etimológica. Sin embargo, y en contra de la pronunciación más extendida, se han restituido a la grafía, admitiéndose ambas alternativas; la Ortografía de 1999 recomienda el uso de las formas con P.

Q

El grafema Q aparece en español únicamente en la secuencia QU, con el valor de la consonante plosiva velar sorda, /k/, y sólo ante E e I. Se utiliza como sustituto de la C frente a estas letras, debido a la pronunciación variable de aquella. Hasta finales del siglo XVIII se utilizó con criterio etimológico para las palabras que la emplearan en latín, como quando o quasi; de ellas se conserva algún cultismo, como quórum, pero ha desaparecido en la mayoría.

Algún vocablo de origen extranjero, en particular semita, la adopta para transcribir la consonante plosiva uvular sorda, /q/, representada en árabe como ﻕ; sin embargo, la Academia desaconseja por foráneas estas grafías, como Iraq o burqa, prefiriendo el uso de la igualmente extranjera K para dar Irak o burka.

R

El grafema R tiene en español dos valores netamente distintos. Entre vocales, y en algunas otras posiciones, representa al tap alveolar, /ɾ/; a comienzo de palabra y siguiendo a una consonante nasal, a la consonante vibrante alveolar, /r/. En muchos dialectos, en posición final cobra también este último valor.

Las reglas para determinar el valor exacto no son simples y combinan criterios sistemáticos y etimológicos. La pronunciación /r/ corresponde sistemáticamente a R en posición inicial (rama, Roque) o postnasal (Enrique, inri) o a RR en cualquier posición (perro, guitarra); por razones etimológicas, se emplea la grafía R también siguiendo a un prefijo de origen latino, como en alrededor o subrayar. En estos casos, existe una pronunciación alternativa con /ɾ/, relativamente infrecuente.

El dígrafo RH se conservó con valor etimológico para vocablos de origen griego hasta el siglo XVIII, pero se abandonó al tiempo que PH. El Abecé de Mayans le daba a este el valor de una vibrante aspirada [rʰ], pero la mayoría de las fuentes no recogen esta pronunciación en ninguna etapa del español.

S

El grafema S representa arquetípicamente la consonante fricativa alveolar sorda, /s/, aunque existen dos realizaciones distintas para ella; en la mayor parte de los dialectos americanos es lamino-alveolar o dental ([s]), mientras que en España es normalmente apico-alveolar ([s̺]), un sonido desconocido en el resto de las lenguas europeas y que hablantes de otros dialectos suelen confundir con [ʃ].

En casi toda América Central (excepto en las zonas urbanas de Costa Rica), la mayor parte de Sudamérica y la mitad Sur de España, la S en posición final de sílaba se elide o pronuncia de manera aspirada como una consonante fricativa glotal sorda /h/; esta pronunciación se considera en algunas zonas poco culta o descuidada y las formas acrolectales destacan las sibilantes, pero es habitual en el habla cotidiana. En Andalucía Oriental y Murcia la elisión de la S se compensa abriendo (relajando) la vocal nuclear de la sílaba.

Debido al seseo, en la mayor parte de América el dígrafo SC delante de E o I representa simplemente una /s/.

El dígrafo SH existe en algunos préstamos, como flash, o regionalismos como cafishio. La pronunciación consagrada por la Academia es /ʧ/, aunque esta es rarísima fuera de España y cada vez más en ella; normalmente se realiza como [ʃ], con una variante [s̺] en España para la posición final.

T

El grafema T representa la consonante plosiva alveolar sorda, [t]; su realización es a veces dental, [t̪].

El dígrafo TH, utilizado para representar la [tʰ] heredada de la theta griega, se abandonó en el siglo XVIII y hoy sobrevive sólo en poquísimos cultismos.

U

El grafema U representa la vocal cerrada posterior redondeada, /u/; tiene un alófono aproximante labiovelar [w] ante otras vocales. Es muda después de Q, con alguna excepción como quórum, y después de G y antes de E o I; se emplea la diéresis si se desea hacerla sonora frente a G.

V

El grafema V tiene dos o tres realizaciones alófonas, según el dialecto. En posición inicial de palabra, corresponde siempre a la plosiva bilabial sonora, [b]; en posición medial, la plosión no se produce —los labios no llegan a tocarse— y la articulación se corresponde en realidad con una fricativa, [β]. En muchos dialectos, especialmente en América, la articulación puede ser más amplia, una aproximante, [β̞].

El grafema B tiene (en la inmensa mayoría de los dialectos) exactamente el mismo valor fonético que este. En áreas de Sudamérica donde el castellano convive con el guaraní, por influencia de éste (donde la pronunciación labiodental es predominante) se observa cierto resurgir de la pronunciación separada. Se conserva generalmente la distinción puramente por razones etimológicas. Se utiliza siempre V después de N.

W

El grafema W es raro en español, y se emplea sólo en un puñado de préstamos y nombres extranjeros. Según el origen del término, la pronunciación utilizada es [b] —como en wolframio— o [w], como en whisky.

La mayor parte de los vocablos con W cuentan también con formas hispanizadas; así, la Academia admite volframio y güisqui.

X

El grafema X representa normalmente la secuencia consonántica [ks]; ante consonante, la mayoría de dialectos tienden a suprimir la plosión y reducirla a [s] o aspiración, aunque en diversos países de lengua española esta pronunciación se considera con frecuencia inculta.

Hasta mediados del siglo XIX se usó con el valor de [x] (sonido de la "j" del castellano actual estándar), remedando la χ griega; la conveniencia de esta práctica fue causa de arduos debates entre los gramáticos anteriores, y la Academia la conservó hasta 1815. Desaconsejada a partir de esa fecha, se conservó sin embargo en unos pocos términos —box, carcax—, hasta su desaparición en 1844. Hoy se utiliza sólo en topónimos y antropónimos de origen náhuatl, como México u Oaxaca, alternando con una grafía con J considerada equivalente.

El seseo hace que el grupo XC tenga valores diferentes en América, Canarias y parte de Andalucía, donde es [ks] en lenguaje formal, y el norte de España, donde es casi siempre [sθ]. También existen las pronunciaciones [s] y [θ].

En ciertos préstamos de origen portugués, gallego o catalán, así como en la toponimia y las voces de origen mesoamericano, la equis tiene valor de [ʃ].

Y

El grafema Y tiene valor de consonante entre vocales y semivocálico en otras posiciones.

La realización del primero varía según los dialectos. En buena parte de América y España se emplea la consonante fricativa palatal sonora ([ʝ]), mientras que en rioplatense se desplaza a posición postalveolar ([ʒ]) y en ocasiones se ensordece en [ʃ]. Tiene alófonos: la africado palatal, [ɟ͠ʝ], o la postalveolar, [ʤ], tras consonante nasal o en posición inicial.

En posición final tiene el valor de una consonante aproximante palatal [j] y en la conjunción y puede sonar del mismo modo o como la vocal [i]. Se fijó su uso de manera sistemática en 1815; en la ortografía pre-académica, se utilizaba libremente como sustituto de I. Varios dobletes toponímicos y antroponímicos restan de este uso, como Ybarra/Ibarra.

Z

El grafema Z tiene el mismo valor que la C suave en el dialecto correspondiente, es decir, la consonante fricativa dental sorda, [θ], en el norte y centro de España y la consonante fricativa alveolar sorda, [s], en el resto de los dialectos.

Frecuencia del uso de las letras

Archivo:Uso de las letras en Castellano.PNG
Frecuencia de uso de las letras

La frecuencia de uso de las letras en el castellano es la siguiente:

e: 16,78% a: 11,96% o: 8,69% l: 8,37% s: 7,88% n: 7,01% d: 6,87% r: 4,94% u: 4,80%
i: 4,15% t: 3,31% c: 2,92% p: 2,77% m: 2,12% y: 1,54% q: 1,53% b: 0,92% h: 0,89%
g: 0,73% f: 0,52% v: 0,39% j: 0,30% ñ: 0,29% z: 0,15% x: 0,06% k: 0,01% w: 0,01%

Otras reglas

Uso de mayúsculas

Las normas en cuanto al uso de mayúsculas en español han sufrido notables variaciones a lo largo de los años. Aunque hoy se reserva por lo general para los nombres propios, existen numerosas excepciones y los manuales de estilo de los distintos medios de comunicación son contradictorios entre sí y con las prescripciones de la Academia. Sigue siendo de uso habitual la mayúscula para las disciplinas académicas y para los títulos nobiliarios u honoríficos cuando están usados de manera pronominal; en la mayoría de los casos restantes se tiende a su supresión.

Acentuación

Tras el abandono del acento circunflejo en el siglo XIX, el español emplea como diacrítico exclusivamente el acento agudo, que se coloca sobre la vocal central de una sílaba para indicar que esta es tónica en algunos casos.

Los criterios empleados parten de un conocimiento de la pronunciación usual correcta, sin el cual las normas de ortografía carecerían de sentido ya que su aplicación resultaría imposible y la escritura debe adaptarse a la pronunciación y no al revés como suele creerse. Así se distingue para el uso de los acentos varios tipos de palabras.

Las palabras oxítonas (tradicionalmente denominadas "agudas") se acentúan gráficamente si terminan en vocal, en N o en S recayendo así la pronunciación sobre la última sílaba; a la inversa, se acentúan las paroxítonas (tradicionalmente "graves" o "llanas") si terminan en consonante, excepto cuando terminan en N o S (salvo que la S vaya precedida de consonante, verbigracia: bíceps). Todas las proparoxítonas ("esdrújulas" y "sobresdrújulas") llevan acento gráfico, con excepción de los adverbios en -mente derivados de un adjetivo que no lo lleve en su forma base.

El acento se utiliza también sobre la vocal débil (I o U) de un diptongo para señalar la ruptura del mismo, el uso que tradicionalmente se reservaba a la diéresis y con que aún se la emplea en la grafía poética. La excepción es el diptongo UI, que no se considera hiato aun si se acentúa de acuerdo con las reglas precedentes.

Un buen número de monosílabos, en especial adverbios y conjunciones, llevan acento puramente diacrítico para distinguirlos de sus homógrafos; así, tu es el pronombre posesivo de segunda persona, mientras que es el pronombre personal. En varios casos el acento diacrítico se ha suprimido en las últimas ediciones de la Ortografía.

Cabe destacar, además, que últimamente se tiene a omitir el acento enormemente. Si bien la principal confusión surge en los acentos monosilábicos, no es raro encontrarse on palabras que deberían llevar acento y se escriben sin él. A pesar de que esto es considerado incorrecto, el fenómeno se ha expandido a todos los niveles sociales. Incluyendo la equivocación de considerar que las letras mayúsculas o Imprentas no deben llevar acento (lo cual no es aceptado por la RAE). Un ejemplo evidente de esto es el diario argentino La Nación, cuyo título en la primera página no se encuentra escrito su acento, erróneamente.

Otras diacríticas

La diéresis o crema ( ¨ ) se emplea para indicar que la U escrita tras una G se pronuncia. En poesía se emplea a veces para forzar un hiato en la escansión de una sílaba que normalmente conforma un diptongo, en tal caso puede recaer tanto sobre la I como sobre la U, verbigracia:

Despertaba el día,

y a su albor primero,
con sus mil ruïdos

despertaba el pueblo.
Gustavo Adolfo Bécquer, Rima 73

Puntuación

El español es anómalo en indicar el comienzo de una frase interrogativa o exclamativa con una variante invertida del signo empleado en posición final (¿, ¡), un uso que se extendió a partir del siglo XVIII.

Es una 'anomalía' lógica, ya que muchas frases afirmativas e interrogativas, a diferencia de otros idiomas, son exactamente iguales. Con ello se facilita la lectura. Sin embargo, su uso decae considerablemente en la actualidad, por la practicidad de omitirlo en la escritura rápida o computalizada.

El libro de Ortografía de la lengua española editado por la RAE

La edición de Ortografía de la RAE

La Ortografía de la lengua española corresponde a la recopilación normativa de la Ortografía de la lengua española. Es editado y elaborado por la Real Academia Española (RAE) desde 1741, y a partir de 1999 realizada en conjunto con la Asociación de Academias de la Lengua Española. La edición más reciente es la del año 1999.

Publicada como Orthographia española en su primera edición de 1741. Con la promulgación del Prontuario de ortografía de la lengua castellana dispuesto por Real Orden para el uso de las escuelas públicas por la Real Academia Española con arreglo al sistema adoptado en la novena edición de su diccionario (1844) los acuerdos de la RAE con respecto a la ortografía alcanzan el nivel de normativa, desplazando otros posibles manuales de ortografía, principalmente la de Andrés Bello (ver ortografía de Bello).

Bibliografía

  • Real Academia Española. 1999. Ortografía de la lengua española. Edición revisada por las Academias de la Lengua Española. Madrid. ISBN 84-239-9250-0

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