Usuario:Evangelizo/dom27

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Evangelio[editar]

Los Apóstoles dijeron al Señor: "Auméntanos la fe". El respondió: "Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a ese árbol que está ahí: 'Arráncate de raíz y plántate en el mar', les obedecería.
Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: 'Ven pronto y siéntate a la mesa'? ¿No le dirá más bien: 'Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después'? ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó? Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: 'Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber'".

Comentario[editar]

Sólo somos unos pobres siervos.

Bien, hermanos, en el evangelio se nos propone un modo de servir que hace humilde al que sirve, no un modo de servir en el que el siervo tenga medallas de reconocimiento... Los creyentes no debemos adoptar una posición de superioridad ante los otros a quienes servimos, por miserable que sea momentáneamente su situación. Cristo ocupó el último puesto en el mundo —la cruz—, y precisamente con esta humildad radical nos ha redimido y nos ayuda constantemente. El que es capaz de ayudar reconoce que, precisamente de este modo, también él es ayudado; el poder ayudar no es mérito nuestro... ni tampoco un motivo de orgullo. Esto es una gracia.

Cuanto más nos esforcemos por los demás, mejor comprenderemos y hará suya la palabra de Cristo: « Somos unos pobres siervos » (Lc 17,10). En efecto, reconocemos que no actúamos fundándonos en una superioridad o una mayor capacidad personal, sino que servimos a los demás porque el Señor le concede este don. A veces, el exceso de necesidades y lo limitado de sus propias actuaciones nos harán sentir la tentación del desaliento. Pero, precisamente entonces, nos aliviará saber que, en definitiva, no somos más que un mensajero, o un instrumento en manos del Señor; nos liberamos así de la presunción de tener que mejorar el mundo —algo siempre necesario, es verdad— en primera persona y por nosotros mismos, con nuestras fuerzas... solos. Con este evangelio en nuestra mente haremos lo que nos sea posible y, con humildad, confiaremos todo al Señor, pues él mismo fue quien quiso que las buenas obras fueran más suyas que nuestras y nosotros sabemos que lo único de lo que realmente somos autores son nuestros pecados.

Quien gobierna el mundo es Dios, no nosotros. Nosotros le ofrecemos nuestro servicio sólo en lo que podemos y hasta donde Él nos dé fuerzas. Sin embargo, hacer todo lo que está en nuestras manos con las capacidades que tenemos, es la tarea que nos mantiene siempre activos al servicio de Jesucristo nuestro Rey: « Nos apremia el amor de Cristo » (2C 5, 14).