Costumbrismo

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El paseo de Andalucía o La maja y los embozados, obra pintada por Goya en 1777, dentro de la serie costumbrista de los cartones para tapices.[1]

Costumbrismo es una tendencia o movimiento artístico que refleja los usos y costumbres de la sociedad, referidos a una región o país concreto y al conjunto de su folclore tradicional.[2][3]​ Tuvo un especial desarrollo a partir de las tesis estéticas del Romanticismo y muy diversa manifestación en la literatura y la pintura del siglo xix.[4]​ Especialmente asociado a España y lo español, y ya en el marco de la pintura del periodo isabelino. Lafuente Ferrari lo definió como «corriente que cultiva ciertos aspectos en la observación de la realidad nacional... sentida como pintoresca».[5]

Modelos y precedentes

La Danza campesina obra de Pieter Bruegel el Viejo pintada hacia 1568 en el marco de la posteriormente denominada pintura de género, pudo servir de modelo al costumbrismo pictórico de trasunto romántico a partir del siglo xix.
«Pintura exacta de la vida civil y de las costumbres españolas.»

El término costumbrismo aparece a partir del siglo xix, asociado al «mito romántico»,[6]​ y evoluciona en la literatura y diversos medios artísticos, debatiéndose entre la recuperación del tesoro etnográfico (tradiciones y folclore), la amenaza de la Revolución Industrial y el éxodo del campo a la ciudad, y el emergente poder adquisitivo de la clase burguesa. En la literatura costumbrista, ese proceso parte de un ejercicio de estilo que tiene mucho de juego, frente a las propuestas científicas que sobre el mismo campo cultural hacen el historiador, el sociólogo o el etnógrafo.[a][7]

A partir de estos postulados, los estudios relacionados con el costumbrismo decimonónico, en la línea de la tradicional pintura de género centroeuropea (en esencia, de los Países Bajos), concluyen que el nuevo subgénero se aparta del Realismo, más analítico y crítico, para ofrecer un retrato colorista.[7]

En España el precedente más rico e influyente se encuentra en la obra de Francisco de Goya,[8]​ con un escaparate singular en el conjunto de los cartones para tapices como punto de partida para la escuela romántica madrileña.[9]​ El otro foco, más pintoresco, será la escuela romántica sevillana, desinhibida del general empeño por "rebelarse contras los mitos",[10]​ y manifestada como afirmación castiza.[11][12]​ Así lo presentaba "El Solitario" en sus Escenas andaluzas (1846):

Antes de maldecirme o dejarme al lado, que es mucho peor, pásate y da un bureo por Triana de Sevilla, Mercadillo de Ronda, Percheles de Málaga, Campillo de Granada, barrios bajos de Madrid, el de la Viña de Cádiz, Santa Marina de Córdoba, murallas de Cartagena, Rochapea de Pamplona, San Pablo de Zaragoza, y otras más partes en donde vive y reina España, sin mezcla ni encruzamiento de herejía alguna extranjera.
Serafín Estébanez Calderón

Literatura costumbrista en Europa

The Spectator, publicada por Joseph Addison y Richard Steele en Inglaterra entre 1711-1712. En ella apareció el personaje ficticio "sir Roger de Coverley", gentilhombre de la reina Ana Estuardo, considerado "más digno de afecto que de aprecio".[13]

Larra sitúa el origen de la moderna literatura de costumbres en Inglaterra, ya en el umbral del siglo xviii, con la publicación de The Spectator,[7]​ efímera revista editada por Addison y Richard Steele, concebida como escaparate y semillero de lo que ellos mismos llamarían «Essay or sketch of manners» (escenas de costumbres).

No hubiera, pues, llegado nunca el género a entronizarse sino ayudado del gran movimiento literario que la perfección de las artes traía consigo: tales producciones no hubieran tenido oportunidad ni verdad, no contando con el auxilio de la rapidez de la publicación. Los periódicos fueron, pues, los que dieron la mano a los escritores de estos ligeros cuadros de costumbres, cuyo mérito principal debía de consistir en la gracia del estilo.[14]

Otra punta de lanza de la gestación y luego difusión del “costumbrismo europeo” fue la nueva posibilidad de viajar, pasión romántica que generó el modelo literario descriptivo de los libros de viajes, más preocupado muchas veces por lo pintoresco y lo tópico, por la simple impresión o emoción, que por el análisis crítico o el estudio etnográfico.[15]

Las traducciones de Pierre de Marivaux y los ensayos de Louis Sébastien Mercier facilitaron en Francia la obra costumbrista que autores como Étienne de Jouy (también citado por Mariano José de Larra), desarrollaron en la Gazette de France entre 1811 y 1817, o de Paul-Louis Courier.

El costumbrismo en España

Salas dedicadas a los costumbristas andaluces en el Museo del Romanticismo de Madrid.

Los críticos y estudiosos del fenómeno adjudican a Mesonero Romanos la paternidad de término costumbrismo cuando lo incluye en la definición de la corriente periodístico-literaria desarrollada en el Madrid de la primera mitad del siglo xix,[16]​ de la que él mismo forma parte esencial.[b][17][18]​ Lo describe Mesonero en el prólogo de su Panorama matritense: cuadros de costumbres de la capital observados y descritos por un curioso parlante (1835), como «pintura filosófica o festiva y satírica de las costumbres populares».[19]​ Ampliando términos y conceptos parece que se refería al impulso nacido en los ambientes culturales de la capital de España en respuesta al cosmopolitismo y el afrancesamiento de la Ilustración, y a partir de una recuperación del casticismo, la identidad nacional y los valores tradicionales. En uno de los estudios más clásicos que se han dedicado al costumbrismo, José Fernández Montesinos sintetiza dichos términos y conceptos en la búsqueda de «la otredad del pasado reciente de España».[c][19]

En un sentido muy amplio puede hablarse de precursores en anteriores siglos, en la selección temática, el estilo popular y el diseño barroco de algunas obras de Juan de Zabaleta o Francisco Santos o Antonio Liñán y Verdugo;[d][3]​ pero hay que esperar al siglo xviii para considerar como referentes algunos pasajes descriptivos de Sebastián Miñano[16]​ o, ya más cerca del epicentro que menciona Mesonero, la obra del dramaturgo gaditano Juan Ignacio González del Castillo o la del padre del sainete Ramón de la Cruz.

Las tertulias madrileñas promoverán un pequeño ejército de escritores, en cuyo estado mayor se encuentran Ramón de Mesonero Romanos, con el andalucista Serafín Estébanez Calderón a su derecha y Mariano José de Larra a la izquierda –con todo el simbolismo que marcan tales extremos–, y que constituyen la más exacta definición del costumbrismo literario.[20]​ Muy pronto los editores se suman a la difusión y explotación del floreciente género costumbrista y se publican muy diversas obras colectivas (recopilaciones de artículos) en las que se reúnen tipos más o menos tópicos y profesiones más o menos populares. Así apareció, publicada en dos entregas (1843-1844) la popular Los españoles pintados por sí mismos, editada en Madrid por Ignacio Boix, y reimpresa en un solo volumen en 1851, ya dentro de la biblioteca. Al rebufo generado por su éxito, fueron apareciendo El álbum del bello sexo o las mujeres pintadas por sí mismas (1843),[e]Los cubanos pintados por sí mismos (1852), Los mexicanos pintados por sí mismos (1854), Los valencianos pintados por sí mismos (1859), Las españolas pintadas por los españoles (1871-1872), Las mujeres españolas, portuguesas y americanas, en tres tomos (1872, 1873, 1876), Los españoles de hogaño (1872), y El álbum de Galicia. Tipos, costumbres y leyendas (1897).[21][4]​ Un singular conjunto que representa la vertiente más superficial del género.[22]

De ese conjunto de cuadros costumbristas se alimentará luego una parte importante de la novela del realismo español en autores como Fernán Caballero, José María de Pereda, Armando Palacio Valdés, reconocidos como post-costumbristas,[19]​ y con pinceladas aisladas en la obra de Benito Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán y Juan Valera; y aún puede rastrearse en la obra naturalista de ámbito regional que Vicente Blasco Ibáñez ambientó en su tierra natal.[4]

En la pintura y el grabado

José Jiménez Aranda (1837-1903): La plaza de toros (1870)

Enrique Lafuente Ferrari organiza y diferencia la corriente costumbrista de la pintura romántica de la España isabelina en dos grandes grupos:

La escuela andaluza, incentivada por el "mito romántico" de España creado por los viajeros europeos del siglo xviii y el xix,[23]​ y bien definida por la "escuela de los Bécquer",[f]​ además de Manuel Cabral y Manuel Rodríguez de Guzmán,[9][24]​ con un amplísimo catálogo de continuadores muy bien representado en el Museo de Bellas Artes de Sevilla y el Museo Carmen Thyssen Málaga.[25]

La escuela de inspiración goyesca, menos contaminada por doctrinas y modas foráneas. «Lo que para los extranjeros supone una actitud, viene a ser para ellos [seguidores de Goya] una tradición».[5]​ Este grupo se localiza geográficamente en Madrid, formando simbiosis cultural con el periodismo costumbrista de la capital de España. Lafuente propone la etiqueta "escuela romántica madrileña", con dos generaciones, la de José Elbo y Leonardo Alenza, y la continuadora con Eugenio Lucas, Lameyer y Antonio Pérez Rubio;[g]​ todos ellos opuestos al arte oficial, disidentes antiacademicistas, pobres y, quizá como causa de ello, de breve vida.[26][27]

En el aspecto técnico, Lafuente Ferrari obrserva el proceso de fusión del fragmentarismo literario, común en los cuadros de costumbres románticos, con el bocetismo pictórico (pintura de mancha y apunte), desembocando todo ello en un «género pintoresco, popular o imaginativo, antiacadémico y antipurista».[28]​ Entre los precursores –todavía en el siglo xvii–, además de Goya, puede citarse a José Rivelles y sus "tipos napolitanos", o la facción sevillano-gaditana representada por Juan Rodríguez Jiménez "el Panadero", y Joaquín Fernández Cruzado.

En el espectáculo y la dramaturgia

Grabado etiquetado como Une scène du Tio Caniyitas, zarzuela de M. Soriano Fuentes, ilustrando el libro L'Espagne, obra del Jean-Charles Davillier, ilustrada con 309 xilografías de Doré. Publicado en París por "Librairie Hachette", en 1874.

El costumbrismo, considerado por algunos como heredero castizo del entremés,[29]​ apareció con mayor o menor intensidad y personalidad en la dramaturgia de autores románticos como Larra, Hartzenbusch, García Gutiérrez, Zorrilla, Patricio de la Escosura y Bretón de los Herreros.[30]

Posteriormente, la dramaturgia romántica costumbrista tuvo diversa continuidad en la fórmula popular del teatro por horas, y se asentó en el género chico y la zarzuela creando cuadros especialmente brillantes que se llegarían a hacer muy populares. No solo en las obras dedicadas al casticismo y la manolería de la capital de España, sino también en zarzuelas ambientadas en otras regiones. Entre las primeras destaca el matiz costumbrista en La verbena de la Paloma[h][31]​ o La Revoltosa (en el ámbito madrileño), y entre las segundas pueden mencionarse El caserío (ambientada en el País Vasco), El huésped del sevillano (en la ciudad de Toledo) o La rosa del azafrán (en La Mancha).

Esa línea tendrá continuidad en el siglo xx en las comedias costumbristas andaluzas de los hermanos Antonio y Manuel Machado o en los sainetes de los también hermanos Quintero y del alicantino afincado en Madrid Carlos Arniches.

En la investigación

El estudio sistemático del folklore y las tradiciones populares, desarrollado de forma científica en la España decimonónica por eruditos como Agustín Durán, Antonio Machado Álvarez, Francisco Rodríguez Marín o Eusebio Vasco, abrió el interés académico por determinados campos comunes al costumbrismo. Así, se clasificaron tesoros de la tradición oral y muy diversos materiales de la lírica tradicional: cuentos, coplas, música, juegos, supersticiones y creencias, refranes, artesanía, gastronomía, ceremonias, ritos, tradiciones populares, fiestas, leyendas, canciones, bailes y romances populares. De la posible influencia de estas investigaciones en la intelectualidad española y la afirmación del interés burgués por las distintas manifestaciones del costumbrismo pudo derivar más tarde la fórmula conocida como neopopularismo aplicada a autores de la Generación del 27 como Alberti o Lorca.[32]​ No obstante, ya en el siglo xix se encuentran ejemplos de literatura dialectal, como el extremeño (José María Gabriel y Galán, Luis Chamizo), el bable o el "panocho".[33]

Viajeros por la España costumbrista

Desde finales del siglo xviii y a lo largo del xix, el mito de España[6]​ atrajo a la península ibérica,[i]​ territorio de paso además hacia África, a una serie de intelectuales, científicos y sobre todo escritores románticos, que acompañados de ilustradores, dibujantes y pintores llegarían a producir un rico e interesante legado iconográfico de la España mágica, la España Negra y la España monumental tan grata al pintoresquismo de moda en la época mencionada. La galería de artistas que pintaron la esencia del costumbrismo español contó con firmas como las de John Phillip, Doré, Constantin Meunier, Mauricio Rugendas, David Roberts o Alfred Dehodencq, entre muchos otros.

Continuidad del costumbrismo

Algunos estudios aceptan cierta continuidad de la temática costumbrista en la literatura y la pintura española e incluso en otras parcelas del arte.[34][35]​ Más aceptada es la etiqueta costumbrismo en Hispanoamérica, donde el término aparece con frecuencia aplicado a manifestaciones artísticas nacionalista y folclóricas, pero con escasa bibliografía sobre el tema y lejos quizá de los presupuestos románticos. En la pintura española del siglo xx "costumbrismo" y "genero" se funden o se solapan mezclados con otros ismos, subgéneros y escuelas.[36]

Se ha querido identificar el elemento costumbrista en el pintor y escritor expresionista José Gutiérrez Solana,[37]​ pero con una mirada más crítica o satírica que pintoresca; así, por ejemplo, en su representación de la España más tenebrosa, que continuarían Darío de Regoyos en su trabajo La España negra y el modernista Isidre Nonell.[38]​ También se ha relacionado con la obra de fondo simbolista de Julio Romero de Torres[39]​ y con el noventayochismo folclórico de Ignacio Zuloaga.[40]​ A caballo del costumbrismo más pesimista y en una línea propia y muy personal, se cataloga también una parcela importante de la obra periodística y literaria de Ramón Gómez de la Serna.[41][j]

Esa posible línea no lúdica del costumbrismo en la primera mitad del siglo xx involuciona tras la guerra civil española hacia el tópico español barajado por los viajeros europeos del siglo xix y localizándose en Andalucía.[42]​ El vicio costumbrista, ya absolutamente desvirtuado de su contenido histórico, desembocó en el abuso de una imagen y unas consignas sintetizadas en el «typical spanish».[k][43]

También se han estudiado las reminiscencias costumbristas en la generación del 98, como elemento de contraste en su búsqueda ideológica de la ‘España real’ frente a la ‘España oficial’. Así en Miguel de Unamuno cuando escribe De mi país (1903), o en Pío Baroja con Vitrina pintoresca (1935), o en sus trilogías vascas, al igual que en la obra de su hermano Ricardo Baroja. Aunque quizá el más firme en un continuismo costumbrista fue Azorín en su extensa y lírica composición de cuadros de literarios, en obras como Los pueblos, Alma española o Madrid. Guía sentimental. Posteriormente se han estudiado posibles timbres costumbristas en autores como Camilo José Cela, Francisco Candel, Ramón Ayerra o Francisco Umbral.[44][45]

El costumbrismo en Hispanoamérica

En Hispanoamérica, el costumbrismo –o quizá habría que hablar de “los costumbrismos”– que emerge desde las clases criollas cultas, se asocia a un sentimiento de recuperación o creación de una identidad colectiva (el «volkgeist» de los románticos alemanes) que preludia actitudes cercanas al nacionalismo y el regionalismo.[46]​ Así, la naturaleza del propio medio hizo que se consagrasen escritores pronto reconocidos con respeto como "el autor de cuadros costumbristas nacionales". Entre ellos, José María Vergara y Vergara en Colombia, Ricardo Palma en Perú, Rafael María Baralt o Juan Vicente González en Venezuela, José Joaquín Vallejo en Chile, o José Milla y Vidaurre en Guatemala.

Argentina

Un alto en el campo una escena de costumbres pintada por Prilidiano Pueyrredon en 1861.

Entre los maestros argentinos del costumbrismo cabe mencionar a Esteban Echeverría (1805-1851), Juan Bautista Alberdi (1810-1884), Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) y José Antonio Wilde (1813-1883).[47]​ En la pintura, hay que destacar la obra de Prilidiano Pueyrredon.

Bolivia

Dentro de la literatura costumbrista boliviana se citan autores como: Julio Lucas Jaimes (1845-1914) y sus Crónicas Potosinas (1895), Lindaura Anzoátegui de Campero (1846-1898); Jaime Mendoza (1874-1938); Alcides Arguedas (1879-1946) y Armando Chirveches (1881-1926), entre otros.

Chile

En la literatura chilena el máximo exponente de este género fue el escritor José Joaquín Vallejo, también destacando otros escritores como: Daniel Barros Grez (1834-1904) y Arturo Givovich (1855-1905).

Colombia

A partir de supuestos antecedentes en la obra de Juan Rodríguez Freyle El carnero, cabe mencionar a autores del costumbrismo colombiano como José Manuel Groot (1800-1878), Eugenio Díaz (1803-1865), Ramón Torres Mendéz (1809-1885), José Manuel Marroquín (1827-1908), José María Vergara y Vergara (1831–1872) o Jorge Isaacs (1837-1895), con su novela María.

México

El costumbrismo mexicano aporta los nombres de José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827), y su novela El Periquillo Sarniento (1816),[48]José Tomás de Cuéllar (1830-1894), José López Portillo y Rojas (1850–1923), Rafael Delgado (1853-1914), Ángel del Campo (1868-1908) y Emilio Rabasa (1856-1930).

Perú

Originado en Lima, se considera iniciador del costumbrismo peruano a Felipe Pardo y Aliaga (el satírico limeño) autor en 1829 de Frutos de la educación, y representante del colonialismo y anticriollismo. Frente a él se sitúa la obra de Manuel Ascencio Segura (el "padre del Teatro Nacional"), representante del criollismo, republicano y autor de piezas como Ña Catita o Las tres viudas (1862).[49]

Uruguay

Las letras uruguayas incluyen costumbristas como Javier de Viana (1868-1926), Adolfo Montiel Ballesteros (1888-1971), y Fernán Silva Valdés (1887-1975).

Venezuela

El más importante representante del costumbrismo venezolano fue Fermín Toro (1807-1865), al que seguirían autores como Nicanor Bolet Peraza (1838-1906) y Pedro Emilio Coll (1872-1947).

Véase también

Notas

  1. Así parece deducirse de la afirmación de ensayistas del tema como José Escobar Arronis o Rubén Benitez. Este escribía en 1988 que «el escritor costumbrista observa siempre la realidad sub specie historiae». Por su parte, el hispanista Escobar Arronis, anota que «el costumbrismo no documenta una realidad objetiva, sino una concepción de la realidad desde un punto de vista ideológico, con una lógica de clase. Es una textualización literaria de un texto ideológico previo, es decir, una textualización literaria de una representación imaginaria de la realidad.»
  2. Mesonero, fecundo autor de las Escenas Matritenses (1832-1842), definido por Ramón Gómez de la Serna como «el hombre que no se compromete» y dibujado en cuerpo y alma por Larra, su contemporáneo y antagonista, como autor de «cierta tinta pálida, hija acaso de la sobra de meditación, o del temor de ofender», fue, en el triunvirato del costumbrismo literario, el contemplador divertido de usos, costumbres y régimen, formando equipo con Estébanez Calderón, siempre más preocupado por el esteticismo de la expresión. Frente a ellos, Fígaro, fue a su vez retratado por el propio Mesonero con estas palabras: «Quédese la apetecida palma de la sátira política unida a la memoria de mi desgraciado amigo Fígaro. Por dos distintas sendas caminamos siempre, y ni él siguió mis huellas ni yo pretendí nunca más que admirar y respetar las suyas.» Con todo, Mesonero seguirá siendo útil y ameno, en tanto Larra, en palabras de Max Aub «sigue siendo el escritor más moderno de España».
  3. Lo que parece haber llamado la atención de los costumbristas, más allá de la simple observación y el reportaje, era la necesidad de comprender la "otredad" del pasado reciente de España, o de la vida en ciertas zonas de España o en ciertos barrios de sus ciudades. Los componentes de tal "otredad" a veces fueron vistos como a punto de olvidarse, pero se les contemplaba por lo general afectuosamente como parte de la herencia de la nación. Es decir, el costumbrismo se cimentaba sobre todo en la descriptividad, pero también con elementos de interpretación, presentes en los adjetivos del titulo de esta ponencia.
    Ese impulso de raíz intelectual se vio amplificado quizá por la propia esencia subjetiva que el Romanticismo dedicaba a la identidad colectiva o «volkgeist», el carácter nacional o popular (la otredad de Montesinos), si bien su naturaleza contemplativa y pintoresca le aleja de la violencia que sugieren otros ismos como el Nacionalismo y el Regionalismo.
  4. De Zabaleta se citan dos obras Día de fiesta por la mañana y Día de fiesta por la tarde, parejas al Día y noche en Madrid de Francisco Santos, y la Guía y aviso de forasteros de Liñán.
  5. De la que solo aparecieron dos entregas, una de ellas compuesta por Gertrudis Gómez de Avellaneda y otra por Antonio Flores
  6. Formada por José Domínguez Bécquer (1805–1841), padre del poeta Bécquer y del pintor Valeriano Bécquer (1833–1870), y por Joaquín Domínguez Bécquer (1817–1879).
  7. Con posible continuación en el hijo de Lucas, Eugenio Lucas Villaamil y en Ángel Lizcano.
  8. Con émulos americanos como lo sería en el marco de la "zarzuela criolla", El conventillo de la Paloma de Alberto Vacarezza.
  9. Precedente culto de posteriores visitas, desde la desesperada y solidaria conjunción de las Brigadas Internacionales en socorro de la Segunda República Española, hasta el boom del «typical spanish» en la segunda mitad del siglo xx, fenómeno estudiado y glosado por Luis Carandell, entre otros muchos autores.
  10. A la cabeza del llamado madrileñismo, con Eusebio Blasco (1844-1903), Pedro de Répide (1882-1947), Emiliano Ramírez Ángel (1883-1928), Luis Bello o, ya en la posguerra, Federico Carlos Sainz de Robles. En cuanto al andalucismo cultural, muy expandido, se afirma en la obra total de escritores como José Nogales (1860-1908), Salvador Rueda (1857-1933) o Arturo Reyes (1864-1913), entre muchos otros.
  11. Provocado y justificado por la necesidad económica de fomentar el turismo español en el ámbito de las artes, especialmente en el cine, donde se llegó a generar el subgénero de la españolada.
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Referencias

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Bibliografía

Enlaces externos