Autorretrato

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Alberto Durero Autorretrato, 1497 se encuentra entre los primeros autorretratos formales conocidos.

El autorretrato se define como un retrato hecho de la misma persona que lo pinta. Es uno de los ejercicios de análisis más profundos que puede hacer un artista. Implica escrutarse el rostro y conocerse hasta tal punto que la expresión que tenga en ese momento se traduzca en el dibujo o la pintura que aborda. En épocas pictóricas como el barroco o el renacimiento, una de las costumbres era que el artista se autorretratara dentro de un gran cuadro, para reafirmar su autoría o para dar a entender sus intenciones, como lo hizo Velázquez.

Un autorretrato no necesariamente implica un género realista. Tampoco implica necesariamente el término asociado a la pintura. Existe como recurso literario, muy próximo a la prosopografía y la etopeya.

Primeros autorretratos

Los primeros autorretratos de los que se tiene conocimiento datan de la Edad Antigua. En Egipto, alrededor del año 1300 a. C. se sabe que hubo un escultor de nombre Bek que esculpió un autorretrato sobre piedra. En ese tiempo solo los dioses, los ricos y poderosos tenían el privilegio de inmortalizar su imagen.[1]

Este privilegio quedó casi exclusivamente reducido a los hombres, apareciendo los primeros autorretratos femeninos en el Renacimiento. Es comúnmente aceptado que uno de los primeros fue el de la artista Caterina o Catharina Van Hemessen, en 1548.[2]

Tipos de autorretratos

Un autorretrato puede ser un retrato de un artista, o un retrato incluido en una obra más grande, incluyendo un grupo de autorretratos. Se dice que muchos pintores incluyen representaciones de individuos específicos, incluidos ellos mismos, en las pinturas de figuras religiosas o de otros tipos de composiciones. En tales pinturas no se trataba de representar a las personas como ellos mismos, sino a los hechos que se conocían al momento en que fue realizada la obra, creando un tema de conversación, así como una prueba pública de las habilidades del artista.[3]

En los primeros autorretratos sobrevivientes de la edad media y la época del renacimiento, y de escenas históricas o míticas (de la Biblia o la literatura clásica) fueron representados utilizando a personas reales como modelos, a menudo incluyendo al artista, dándole a estas obras distintos valores como los de retrato, autorretrato y pintura histórica/mítica. En estos trabajos, el artista generalmente aparecía como una persona entre la multitud, a menudo cerca de las orillas o las esquinas del retrato, atrás de los protagonistas de la obra.

En el famoso Retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa (1434), Jan van Eyck es probablemente una de las dos figuras reflejadas que aparecen en el espejo, lo que es sorpresivamente una presunción moderna. La pintura de Van Eyck probablemente inspiró a Diego Velázquez a representarse a sí mismo en figura entera como el pintor de Las Meninas (1656), pues la obra de Van Eyck estaba colgada en el palacio de Madrid en dónde él trabajaba. Este fue otro avance, ya que aparece como el pintor que está parado cerca del grupo familiar del rey, sujetos principales de la pintura.[4]

En la que podría ser la más antigua representación de la niñez en autorretrato que aún sobrevive, Alberto Durero se representó a sí mismo con un estilo naturalístico como un niño de 13 años en 1484. Años después se autorretrató de diversas maneras, como comerciante en el fondo de escenas Bíblicas y como Cristo.[5]

Leonardo da Vinci quizás dibujó un autorretrato a la edad de 60 años, alrededor de 1512. La imagen es a menudo reproducida como la apariencia real de Da Vinci, a pesar de no ser totalmente confiable.

Autorretrato femenino

Los primeros autorretratos femeninos surgen en el Renacimiento, siendo el de Caterina Van Hemessen, en 1548, uno de los primeros reconocidos comúnmente. En su autorretrato, la pintora flamenca aparece bajo los rasgos de una niña, como manifestación de su precocidad y la espontaneidad y carácter natural de su talento. Esta será una pauta constante en el autorretrato femenino. Otra es el escaso uso del espejo, por ser un simbolismo negativo como exponente de vanidad femenina.[6]

Al igual que ocurre con los autorretratos masculinos, este género artístico servía de carta de presentación de los artistas para sus clientes, que podrían juzgar, de primera mano, la destreza, estilo y parecido. Les permitía además elegir con qué imagen querrían pasar a la posteridad.[7]

Muchas han sido las mujeres artistas que han trabajado este género, entre ellas cinco muy representativas: Sofonisba Anguissola, Artemisia Gentileschi, Elizabeth Vigée-Lebrun, Adélaïde Labille-Guiard y, posteriormente, Frida Khalo.

  • Sofonisba Anguissola. En sus autorretratos se percibe su preocupación por dejar marcado su origen aristocrático y su vasta cultura. Según la crítica inglesa Ann Sutherland Harris, Anguissola es la artista que más autorretratos ha realizado, junto con Alberto Durero y Rembrandt.[8]
  • Artemisia Gentileschi. Su obra se contrapone al espíritu de la de Sofonisba Anguissola, pues se presenta absorta en su trabajo, en actitud espontánea y ajena a las preocupaciones prototípicamente femeninas. La acción es característica de la escuela de Caravaggio a la que ella pertenece y de ahí que se represente de un modo intempestivo, que choca con las expectativas de aquella sociedad imponía al aspecto femenino e incluso a los artistas.[9]
  • Elizabeth Vigée-Lebrun. Sus autorretratos en la Francia de María Antonieta resultaron incómodos. En su obra, cruzaba la línea entre lo público y lo privado. La acusaron de haber utilizado su propio cuerpo como modelo. En sus cuadros supo manipular la visión que se tenía entonces de la feminidad para su provecho.[10]
  • Adélaïde Labille-Guiard. Los autorretratos de la artista francesa estaban muy enfocados a la imagen que proyectaba a sus posibles clientes. Se pintaba luciendo sus mejores vestidos, mientras oía música o conversaciones inteligentes, como una mujer de la nobleza.[11]
  • Frida Khalo. La obra de la mexicana está centrada casi prácticamente en este tema, lo que da una pista del carácter autobiográfico del autorretrato en su trayectoria artística. En su primer autorretrato, en 1926, que pintó para recuperar el amor de un novio, se muestra como una mujer sofisticada, con el pelo hacia atrás y pose lánguida, muy diferente a la imagen que guardamos de la artista. Sin embargo, en 1939, año de su divorcio, en casi todos sus autorretratos, según la historiadora Hayden Herrera, "Frida se da a sí misma una serie de compañeros: esqueletos, Judas, sus sobrinos, una hermana gemela y sus mascotas. Entre ellos, los más curiosos son los monos que la abrazan como amigos íntimos".[12]

Algunos ejemplos

En el caso de autorretratos femeninos algunos ejemplos son:

Véase también

Referencias

  1. «Primeros autorretratos». Consultado el 4 de mayo de 2011. 
  2. Serrano de Haro, Amparo (2000). Plaza y Janés Editores, S.A., ed. Mujeres en el Arte. Espejo y realidad. Plaza y Janés. p. 48. ISBN 84-01-37682-3. 
  3. Campbell, Lorne, Retratos del renacimiento, Pinturas europeas de los siglos XIV, XV y XVI, pp. 3-4, 1990, Yale, ISBN 0-300-04675-8
  4. Campbell, Lorne; National Gallery Catalogues (new series): The Fifteenth Century Netherlandish Paintings, pp 180, 1998, ISBN 185709171. El Retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa colgado en el mismo palacio de Madrid en dónde Las Meninas fue pintado.
  5. «Albrecht Dürer and his Legacy: The graphic work of a Renaissance artist». Nueva York: Studio International Magazine. marzo de 2003. Consultado el 8 de agosto de 2010. 
  6. Serrano de Haro, Amparo (2000). Plaza y Janés Editores S.A., ed. Mujeres en el arte. Espejo y realidad. p. 48. ISBN 84-01-37682-3. 
  7. Serrano de Haro, Amparo (2000). Plaza y Janés Editores S.A., ed. Mujeres en el Arte. Espejo y realidad. p. 49. 
  8. Serrano de Haro, Amparo (2000). Plaza y Janés S.A., ed. Mujeres en el Arte. Espejo y realidad. p. 51. 
  9. Serrano de Haro, Amparo (2000). Plaza y Janés Editores S.A., ed. Mujeres en el Arte. Espejo y realidad. p. 53. 
  10. Serrano de Haro, Amparo (2000). Plaza y Janés Editores S.A., ed. Mujeres en el Arte. Espejo y realidad. p. 56. 
  11. Serrano de Haro, Amparo (2000). Plaza y Janés, ed. Mujeres en el Arte. Espejo y realidad (en españa). p. 56. 
  12. Serrano de Haro, Amparo (2000). Plaza y Janés, ed. Mujeres en el arte. Espejo y realidad. p. 65.