Abdicaciones de Bruselas

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Abdicaciones de Bruselas es la denominación de los sucesivos actos de abdicación de Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico, que tuvieron lugar en Bruselas a finales de 1555 y comienzos de 1556.

El Emperador Carlos, envejecido, adbica en favor de su hijo Felipe II, ante los dignatarios presentes en el palacio de Coudenberg[1]​ de Bruselas (entre ellos Guillermo de Orange, que años más tarde protagonizará la revuelta de Flandes). Sentada junto al trono, su hermana María, regente de los Países Bajos y reina viuda de Hungría (también moriría en 1558, menos de un mes después que Carlos). Tapiz flamenco del siglo XVIII (Leyniers y Reydams). Hay otras representaciones del episodio.[2]

Pocos meses después de la muerte de su madre (Juana "la loca", reina nominal de Castilla, Aragón, Navarra y Nápoles, recluida desde 1514 en Tordesillas, murió el 12 de abril de 1555), convocó a los miembros de su familia y, ante los procuradores de los Estados de Flandes y Brabante, rodeado de una gran pompa cortesana, entre el 25 y el 28 ("día de San Simón y Judas") de octubre de 1555, se produjeron las denominadas abdicaciones de Bruselas,[3]​ por las que renunciaba al Imperio en beneficio de su hermano Fernando (la renuncia no fue formalmente aceptada hasta el 3 de mayo de 1558, pero éste ya venía ocupándose de las obligaciones imperiales desde mucho antes -como archiduque de Austria desde 1521 y rey de Romanos desde 1531-) y cedía a su hijo Felipe II (a quien ya había transmitido, en 1540, el ducado de Milán y el reino de Nápoles en 1554, y que era rey consorte de Inglaterra por su matrimonio con María Tudor) los territorios flamencos, borgoñones y españoles (junto con el imperio ultramarino y el resto de territorios italianos). El discurso de aceptación de Felipe, que no dominaba ni la lengua francesa ni la flamenca, tuvo que ser pronunciado por Antonio Perrenot de Granvela.[4]

En realidad, la ceremonia que tuvo lugar en octubre en Bruselas únicamente implicaba a los Países Bajos, puesto que para cada territorio se realizó un acto de abdicación diferenciado; por ejemplo, la escritura de cesión de la Corona de Castilla se otorgó en Bruselas a 16 de enero (o de febrero)[5]​ de 1556 ante el secretario Francisco de Eraso,[6]​ (su proclamación se hizo efectiva en Valladolid el 28 de marzo del mismo año, cuando al recibir la notificación de la cesión, los gobernadores -Juana y Carlos, hermana e hijo respectivamente de Felipe II- convocaron en Palacio una asamblea solemne a la que acudieron el embajador de Portugal, el presidente del Consejo, el Almirante de las Indias, los jueces de la Chancillería y otros dignatarios) mientras que la cesión del Franco Condado se formalizó el 10 de junio de 1556, cuando se comunicó a los Estados Generales de este territorio, reunidos en Dole.[5]

Previamente a las abdicaciones, Carlos había cedido a Felipe en 1555 la dignidad de Gran Maestre de la Orden del Toisón de Oro.

Con el objetivo de no interferir en asuntos políticos, y dedicarse a asuntos espirituales, Carlos se retiró al monasterio de Yuste, donde murió a los pocos años (21 de septiembre de 1558). A los pocos meses, la muerte de la reina de Inglaterra María Tudor (17 de noviembre de 1558), esposa de Felipe II, implicó una aún mayor "hispanización" de los planteamientos políticos de este.

Véase también[editar]

Notas[editar]

  1. Coudenberg o Koudenberg. The Former Palace of Brussels – The Archaeological Site of Coudenberg. Fuente citada en en:Coudenberg
  2. Mary MacGregor, The abdication of Charles V, en 'The Baldwin Project. Biografías y vidas - Carlos V - La abdicación
  3. Fray Prudencio de Sandoval, Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V (Texto en la edición de Carlos Seco Serrano), extractos de las partes XXXIII Renuncia el Emperador en el rey su hijo los Estados de Flandres. - Razonamiento elegante que hizo en la renunciación Feliberto de Bruselas, gran chanciller y del Consejo de Cámara. -Encarga a los flamencos la religión católica. y XXXIV Lo que dijo el Emperador después de la oración de Filiberto:
    Hallándose el Emperador ya muy cansado, así en el ánimo como en el cuerpo, falto de salud, quiso dar un ejemplo al mundo de la mayor grandeza que en él había hecho: que fue dejar la monarquía del Imperio y reinos que tenía, y retirarse a la más pobre y solitaria vida que puede hacer un triste fraile, como se verá en lo que presto contaré. A ocho de setiembre envió a llamar al rey don Felipe su hijo que estaba en Inglaterra. Llegó el rey acompañado de muchos caballeros españoles y ingleses. Holgó el Emperador con la vista de su hijo único y amado, y luego mandó llamar los grandes y procuradores de los Estados de Flandres y Brabante que para 26 de octubre estuviesen en Bruselas. Juntos todos, habiendo celebrado capítulo con la caballería del Toisón, trató con ellos en Cortes la determinación que tenía de renunciar aquellos Estados en su hijo, y aun el Imperio en su hermano, el rey de romanos don Fernando, reservando para sí una pobre suma de dinero para el gasto ordinario de su casa....

    Algunos días antes de éstos, había el Emperador tratado su determinación y pedido parecer a sus hermanas, la valerosa reina María y doña Leonor, reina de Francia, y ellas, considerando que el gusto del Emperador era retirarse a descansar en España y acabar el resto de la vida, viéndole tan fatigado con sus enfermedades, tan quebrantado de tantos y tan largos trabajos de las continuas guerras y gobierno de sus Estados, no sólo le disuadieron su buen propósito, antes loaron y aprobaron su intención, suplicándole las trajese en su compañía para acabar con él las vidas. Resuelto el Emperador en esto, ordenadas las escrituras que sobre ello había de otorgar, estando juntos los caballeros y procuradores de las ciudades y Estados de Flandres, a 28 de octubre, habiendo oído misa, día de San Simón y Judas, entregó a su hijo, el rey don Felipe, y renunció en él el maestrazgo y señorío del Toisón, que es la Orden de caballería de la casa de Borgoña, encargándole mucho procurase siempre conservar la grandeza y dignidad de aquella insignia militar, mirando la persona y mérito a quien la daba.

    Hecho esto comió, y luego bajó a una gran sala aparejada para este acto, vestido de luto por su madre, la reina doña Juana, y con el collar del Toisón, acompañándole su hijo el rey don Felipe, y su hermana, la reina María, y su sobrino Manuel Filiberto, duque de Saboya, y todos los caballeros y embajadores de príncipes que había en su Corte. Sentóse el César en una silla que estaba algún tanto levantada, y eminente sobre otras, y mandó sentar al rey su hijo y a su hermana la reina María; y al duque de Saboya, y a algunos grandes, para los cuales estaban puestos asientos. Entraron y se hallaron presentes los procuradores de Cortes y otros varones ilustres, los cuales todos cabían bien, porque la sala era capaz, ... Estando todos así congregados con gran silencio, levantóse Filiberto de Bruselas, presidente del Consejo de Flandres, y habló de esta manera:

    "... Últimamente os encomienda el César a su único hijo, el rey Felipo, a quien os pide que obedezcáis y améis como a vuestro príncipe y señor natural, y hagáis con él lo que siempre habéis hecho con el César, lo cual os pide tanto por su autoridad cuanto por vuestro provecho. ..."

    Con esto calló el presidente Bruselas, quedando todos admirados y con los ánimos suspensos, mirándose unos a otros sin hablar, espantados de la determinación nunca pensada del Emperador. Dolíales dejar un señor que tan valerosa y prudentemente los había gobernado y defendido. Y que los dejase en tiempo que en Francia había un rey tan belicoso y capital enemigo suyo, y cuando aquella nación belicosa, ardía con envidia y odio del bien y riquezas de aquellos Estados, contra la nación flamenca. Y esperando congojados qué fin tendría aquella junta, estaban como atónitos. Lo cual, visto por el Emperador, para más declarar lo que Bruselas había dicho, repitiendo algo de lo referido y añadiendo otras cosas que quiso que allí se entendiesen, levantóse en pie con un palo en la mano derecha, y poniendo la otra sobre el hombro de Guillermo Nasau, príncipe de Orange (que poco después de venido el Emperador inquietó aquellos Estados, revelándose como ingrato contra el rey Felipo) y habló de esta manera:

    «Luego sucedió la muerte de mi abuelo, el Emperador Maximiliano, en el año de diez y nueve de mi edad, que hace agora treinta y seis años, en el cual tiempo, aunque era muy mozo, en su lugar me dieron la dignidad imperial. No la pretendí con ambición desordenada de mandar muchos reinos, sino por mirar por el bien y común salud de Alemaña, mi patria muy amada, y de los demás mis reinos, particularmente los de Flandres, y por la paz y concordia de la Cristiandad, que cuanto en mí fuese había de procurar, y para poner mis fuerzas y las de todos mis reinos en aumento de la religión cristiana contra el Turco. Mas si bien fue este mi celo, no pude ejecutarlo como quisiera, por el estorbo y embarazo que me han hecho parte de las herejías de Lutero y de los otros innovadores herejes de Alemaña, parte de los príncipes vecinos y otros, que por enemistad y envidia me han sido siempre contrarios, metiéndome en peligrosas guerras, de las cuales, con el favor divino, hasta este día he salido felizmente. Demás de esto hice con diversos príncipes varios conciertos y confederaciones, que muchas veces por industria de hombres inquietos no se guardaron y me forzaron a mudar parecer, y hacer otras jornadas de guerra y de paz. Nueve veces fui a Alemaña la Alta, seis he pasado en España, siete en Italia, diez he venido aquí a Flandres, cuatro en tiempo de paz y de guerra he entrado en Francia, dos en Inglaterra, otras dos fui contra Africa, las cuales todas son cuarenta, sin otros caminos de menos cuenta, que por visitar mis tierras tengo hechos. Y para esto he navegado ocho veces el mar Mediterráneo y tres el Océano de España, y agora será la cuarta que volveré a pasarlo para sepultarme; por manera que doce veces he padecido las molestias, y trabajos de la mar. Y no cuento con éstas la jornada que hice por Francia a estas partes, no por alguna ocasión ligera, sino muy grave, como todos sabéis.

    ... En lo que toca al gobierno que he tenido, confieso haber errado muchas veces, engañado con el verdor y brío de mi juventud, y poca experiencia, o por otro defecto de la flaqueza humana. Y os certifico que no hice jamás cosa en que quisiese agraviar a alguno de mis vasallos, queriéndolo o entendiéndolo, ni permití que se les hiciese agravios; y si alguno se puede de esto quejar con razón, confieso y protesto aquí delante de todos que sería agraviado sin saberlo yo, y muy contra mi voluntad, y pido y ruego a todos los que aquí estáis me perdonéis y me hagáis gracia de este yerro o de otra queja que de mí se pueda tener.»

    Acabó con esto el César, y volviéndose a su hijo el rey don Felipe con abundancia de lágrimas y palabras muy tiernas le encomendó el amor que

    debía tener a sus súbditos, y el cuidado en el gobierno, y sobre todo la fe católica, que con tanto fervor habían guardado sus pasados. Y con esto acabó su plática, porque ya no podía tenerse en los pies, que como estaba tan flaco faltábale el aliento para pronunciar las palabras, el color del rostro con el cansancio de estar en pie y hablar tanto, se le había puesto mortal, y quedó grandemente descaído; tan grande era su mal, que es harto notable en edad de cincuenta y cinco años estar tan acabado. Podemos ver en esto cuáles fueron sus cuidados y fatigas, que son las que, como dice el sabio, secan y consumen los huesos, parte más fuerte del cuerpo humano. Oyeron todos lo que el Emperador dijo con mucha atención y lágrimas, que fueron tantas, y los sollozos y suspiros que daban, que quebraran corazones de piedra, y el mismo Emperador lloró con ellos, diciéndoles: «Quedaos a Dios, hijos; quedaos a Dios, que en el alma os llevo atravesados.»

    Tras ellas van la parte XXXV, correspondiente a la respuesta de Jacobo Masio, Síndico Mayor de Amberes ("que es un oficio muy honrado"), y la Parte XXXVI, correspondiente a la del rey Felipe II, que en su mayor parte ha de leer Granvela:

    Quisiera haber deprendido también a hablar la lengua francesa, que en ella os pudiera decir larga y elegantemente el ánimo, voluntad y amor entrañable que a los Estados de Flandres tengo; mas como no puedo hacer esto en la lengua francesa, ni flamenca, suplirá mi falta el obispo de Arras, a quien yo he comunicado mi pecho; yo os pido que le oigáis en mi nombre todo lo que dijere, como si yo mismo lo dijera.

    ...

    Pues como el rey vea que su padre lo quiere así, y que vosotros gustáis de ello, admite y acepta el gobierno y señorío que el Emperador su padre le ha

    dado de estos Estados, en la misma forma que el Emperador lo ha renunciado, y por vosotros ha sido recibida y admitida, confiando que no le faltaréis en consejos ni en obras, antes como leales vasallos estaréis siempre en su servicio. Promete el rey que con el favor de Dios y el vuestro pondrá todas sus fuerzas por la justa y derecha administración de estos Estados, y por su defensa hasta perder la vida, si la necesidad lo pide, estando siempre, como pedistes, con vosotros, cuando el estado de las cosas diere lugar; y que si se ausentare volverá, y que obedecerá a su padre, agora mucho mejor, porque es muy conforme a su condición. Demás de esto procurará y velará con todo cuidado, y pondrá sus fuerzas y hacienda, para que la fe católica y culto divino esté siempre en su Estado, siendo cierto que le ha de ayudar Dios en esto, conforme al celo que tiene. Gobernaros ha el rey con suma equidad y justicia, guardaros ha las libertades de vuestros privilegios, leyes y costumbres antiguas; para que como hasta aquí viváis con ánimos concordes en paz y buena tranquilidad, y os defendáis y ofendáis a los enemigos que a vuestras buenas fortunas hicieren guerra. Y aunque ha poco que juró esto todo, queriéndolo vosotros volverá a hacer el mismo juramento, en general, y en particular a cada provincia; y finalmente hará todo lo que un buen príncipe debe a una república, que con lealtad, y amor, como aquí lo habéis prometido al César, sirve a su señor.

    Por último viene el discurso de María, reina de Hungría y hasta entonces gobernadora de Flandes:

    He tenido con voluntad de todos, ausente y presente el Emperador mi hermano, muchos días el gobierno de estos Estados, he padecido grandes trabajos, hanme atormentado los cuidados de la paz y de la guerra. De los cuales viéndome ya en esta edad, pedí al Emperador que me sacase y quisiese llevar consigo a España; y alcancélo más fácilmente porque luego que me cargué de este gobierno, fue con que no lo había de tener sino pocos años. Pero forzada con los muchos negocios y doliéndome de verlo tan enfermo, he tenido con harta pesadumbre veinte y un años este cuidado, importunando siempre a mi hermano que me descargase dél, dándole muchas causas y razones que para ello había de mis pocas fuerzas, de que mi caudal al fin era de mujer, y que el tiempo y las ocasiones pedían otro mayor. Y como estas excusas aprovechasen poco, sirvieron sólo de darme personas de valor y letras que me ayudasen. Hice lo que pude, y espero del Emperador mi hermano y del rey Felipo mi sobrino y de vosotros que, en premio de mis trabajos, se me

    darán gracias por mis buenos deseos. Ha gustado el Emperador de quitarme este cuidado, porque le quiero acompañar en la jornada de España, para acabar con él en aquella tierra lo que me queda de la vida, en quietud.

    ...

    Acabando de hablar la reina María respondió en nombre de todos largamente Masio; dio gracias a la reina encareciendo su buen gobierno, y los bienes y mercedes que de su mano aquellos Estados habían recibido, de los cuales habría en ellos siempre la memoria y conocimiento debido, y harían lo

    que el Emperador les aconsejaba y mandaba, y rogarían a Dios por su buen viaje y la salud que deseaban, etc., y con esto se despidieron. Y a veinte y siete de octubre los mismos procuradores de los Estados, a las nueve antes del mediodía se juntaron acompañando al rey don Felipe los caballeros del Toisón, y sentándose el rey en una riquísima silla juraron solemnemente las leyes y privilegios, franquezas y libertades de las provincias, y ellos le juraron en la forma que le habían jurado por su príncipe. Luego hicieron el mismo juramento los de Brabante, Limburge, Lucemburg y Güeldres; y de esta manera todas las demás provincias de aquellos Estados, y le besaron la mano como a príncipe y señor natural.

    Luego viene "La carta en que el Emperador hizo y otorgó esta renunciación y la firmó con su mano", fechada "en Brusellas de Brabancia a 26 de octubre, año de mil y quinientos y cincuenta y cinco" y termina Sandoval su libro con la parte XXXVII ("Anuncia el Emperador su renuncia del gobierno de España"):

    Poco después de esto, estando el Emperador con voluntad de acabar de echar de sí la carga del gobierno, que ya le pesaba, por verse libre y

    desocupado para tratar de otros reinos de mayor importancia, llamó a su cámara todos los criados españoles que tenía, y estando en la cama les dijo la

    determinación que tenía de dejar los reinos de España, como había hecho, según habían visto, los de Flandres, para retirarse donde con quietud acabase lo que de la vida le restaba; que les agradecía lo que le habían seguido y servido y el amor que siempre le habían mostrado; que viesen lo que querían, o venirse con él a España, o quedar con el rey su hijo, porque de cualquier manera serían acomodados y gratificados sus servicios. Ellos le besaron la mano por la merced que les hacía, unos con lágrimas, otros con pensamientos de cómo tendrían con el nuevo príncipe el lugar, que semejantes con tanta ansia apetecen. Y quedaron así las cosas por algunos días, hasta que tuvieron la conclusión que veremos.
  4. a b François Joseph Ferdinand Marchal, Histoire politique du règne de l'empereur Charles Quint, 1836, pg. 724 y 725]
  5. Francisco Martínez Marina, Teoría de las Cortes, pg. 106.
  6. Prudencio de Sandoval, op. cit., parte XXV ("Retírase el Emperador del atrevimiento de Mauricio. -Conciértase el Emperador con el duque Mauricio. "):
    Como el Emperador vio la determinación tan grande del duque Mauricio y los de su liga, mandó recoger la gente que pudo y que fuesen a la Clusa a estorbar el paso a los enemigos; mas como era grande el poder de la liga, fácilmente hizo huir ochocientos soldados que se pusieron allí, tomándoles las municiones que hallaron en el camino. Prendió y mató el enemigo muchos de los que pudo alcanzar, tomó otros lugares y castillos y pasó los montes, si bien

    son asperísimos; y todo esto hizo con tanta presteza, que a poner un poco más, cogiera al Emperador en Insbruk.

    Quedó el Emperador maravillado de que Mauricio con tanta brevedad hubiese ganado la Clusa y otros pasos y vencido la gente que en ellos tenía; y viéndose solo (caso en que jamás se pensó hallar), salióse de Insbruk, porque allí no podía esperar al enemigo si no se quería ver en sus manos, y retiróse, que en rigor es huir, y fue de tal manera, que aún no hubo lugar de recoger la recámara y ropa del Emperador; y el Emperador salió a medianoche, y aún dicen que salía él por una puerta y la gente de Mauricio, con su hermano Augusto, que venía por capitán con los dos hijos del lantzgrave, entraban por otra; tan apretada estuvo la cosa.

    El Emperador se fue a Vilac, habiendo dado primero libertad a Juan Federico, duque despojado de Sajonia, porque Mauricio no se gloriase que él se la había dado. Agradeció tanto el duque esta merced, que quiso antes irse con el Emperador que quedar con Mauricio.

    Entró Augusto, hermano de Mauricio, en Insbruk, y dio a saco a sus soldados lo que en ella hallaron del Emperador y del arzobispo de Augusta, y no tocó en la casa del rey de romanos. Mataron algunos criados del Emperador; a los naturales no hicieron daño.

    Mauricio declaró no haber tenido la pretensión de capturar a Carlos con esta frase: "no tengo jaula para pájaro tan grande" (Citado en Vicente de Cadenas, Caminos..., pg 95 y Diario..., pg. 42).